lunes, 17 de diciembre de 2018

PRESENTACIÓN DEL MATERIAL JOÁNICO-John Shelby Spong



John Shelby Spong 

La serie de libros a la que voy a referirme para completar nuestro estudio sobre los orígenes del Nuevo Testamento es la «Literatura Joánica», que consta de cinco escritos: el Evangelio de Juan, sus tres epístolas y el Libro de las Revelaciones o Apocalipsis. Antiguamente se creía que todos estos libros eran obra de un mismo autor, pero hace tiempo que se ha descartado esta idea en los medios académicos. Es verdad que el material joánico tiene cierta unidad: la Primera carta de Juan y el Evangelio son similares en contenido, estilo y léxico, lo que llevó a algunos a pensar en una autoría común, mientras que otros sugieren que lo que hizo el autor de la Primera carta fue un estudio del evangelio de Juan, al que cita constantemente, y ello explicaría las similitudes. También plantean interrogantes las cartas Segunda y Tercera de Juan, cuyos textos se dicen escritos por alguien llamado «el Anciano». En cuanto al Apocalipsis, casi nadie cree hoy día que este libro y el Cuarto Evangelio sean obra de la misma persona.

 Parece que hubo, hacia finales del siglo I, una escuela de pensamiento cristiano organizada en torno a un hombre conocido como Juan el «Anciano», que, a su vez, podría haber sido discípulo de un Juan anterior, el hijo de Zebedeo. Esto plantea la posibilidad de que los cinco libros sean, cada uno, obra de diferentes miembros de la escuela «joánica». Si así fuera, se explicarían las similitudes que hay entre ellos, así como también sus diferencias evidentes. Aunque siempre se puede especular acerca de los autores del siglo I, esta propuesta me parece la más sensata, y es la que he asumido hasta que nuevos estudios nos ofrezcan una alternativa mejor. 

Sin duda, la «joya de la corona» de la literatura joánica es el Evangelio, frecuentemente llamado el «Cuarto Evangelio» en los círculos académicos. Está claro que es el que se escribió el último y que es muy distinto de los tres «sinópticos» (Marcos, Mateo y Lucas), que están muy relacionados entre sí. El Evangelio de Juan, sin embargo, ha tenido una enorme influencia en el desarrollo del credo cristiano y de las doctrinas que definen la «ortodoxia» cristiana occidental. Es probablemente el preferido por la mayor parte de las personas que se sientan en los bancos de nuestras iglesias. Contiene muchos pasajes que nos son muy familiares: el Prólogo (un himno al Logos, traducido como «la Palabra» en la mayoría de las Biblias) es uno de los textos más utilizados en la liturgia; y hay pasajes de Juan que se leen en casi todos los funerales, en los que una de las ideas recurrentes es que «en la casa de mi Padre hay muchas moradas».

 El Cuarto Evangelio ha proporcionado personajes y escenas que forman parte imborrable del imaginario cristiano: las dudas de Tomás, la Samaritana junto al pozo, Lázaro rescatado de la muerte, María Magdalena sola y llorando en la tumba el día de Pascua, Nicodemo y su entrevista clandestina con Jesús, el ciego de nacimiento, que protagoniza un largo y minucioso relato Todas estas figuras, muy vivas en nuestra imaginación, proceden del genio literario del autor del Cuarto Evangelio. Ninguna de estas figuras aparece en los otros evangelios salvo María Magdalena, que Juan, sin embargo, presenta de forma muy distinta a como la presenta el resto.

 Estaba el autor del Cuarto Evangelio familiarizado con los Evangelios anteriores? Ciertamente, había un cuerpo común de tradición en el que se fueron basando los autores de los sucesivos Evangelios. Sabemos que tanto Mateo como Lucas incorporaron a sus trabajos pasajes importantes de Marcos. Juan muestra, ciertamente, familiaridad con el argumento que guía a los sinópticos. Los cuatro evangelios comienzan el relato del Jesús adulto en presencia de la figura de Juan Bautista; sin embargo, mientras en Marcos, Mateo y Lucas, Juan bautiza a Jesús, en el Cuarto Evangelio, no: lo único que hace Juan es señalar a Jesús como el que debe crecer mientras él debe disminuir. Los cuatro evangelios terminan su narración con la entrada triunfal en Jerusalén que recordamos en la procesión del Domingo de Ramos. En todos ellos, la historia de la Pasión incluye la traición, la detención, la crucifixión y la resurrección.

 Sin embargo, en Marcos, Mateo y Lucas, Jesús sube a Jerusalén, desde Galilea, una única vez: cuando va a ser crucificado; en cambio, en Juan, Jesús repite el viaje varias veces. En Marcos, Mateo y Lucas, la vida pública de Jesús se desarrolla a lo largo de un año. Juan sugiere para ella una duración de tres años. Por otra parte, se pueden encontrar referencias que parecen apuntar a una conexión específica entre Marcos, Lucas y el Cuarto Evangelio. Esto sugiere una posible dependencia de la obra de Juan con respecto a estas dos fuentes; dependencia mucho más difícil de establecer respecto de Mateo. Sin embargo, y a pesar de todas estas similitudes y conexiones, hay también algunas diferencias muy notables entre Juan y los otros tres evangelios. En Juan no hay noticia de un nacimiento milagroso o «virginal» de Jesús. Dos veces, en los capítulos 1 y 5, el Evangelio de Juan se refiere a Jesús como «el hijo de José». Jesús no cuenta parábolas en Juan: sus enseñanzas vienen en largos discursos teológicos, más bien complicados. Juan no cuenta la agonía en el huerto de Getsemaní sino que muestra a Jesús dirigiéndose con resolución hacia una crucifixión que él ve como su momento de glorificación. La «Oración Sacerdotal» de Juan (cap. 17) parece ser su versión particular de lo que, en los Sinópticos, es el «si es posible, que pase de mí este cáliz». No hay relato de la Última Cena en Juan y su lugar lo ocupa el lavatorio de los pies a los discípulos. Según Juan, la Última Cena no es la Pascua aunque para los otros tres evangelistas lo sea. Juan es el único evangelista que sitúa a la madre de Jesús al pie de la cruz, como testigo de la crucifixión. Los otros evangelios ni la mencionan y este solo dato hace que el film de Mel Gibson, «La Pasión de Cristo», adolezca de una falta de información bíblica importante y que buena parte de la piedad tradicional en torno a la Virgen María, reflejada en tantas pinturas, carezca de fundamento. Los «milagros» de los tres evangelios sinópticos, son «signos» en Juan. La resurrección de Jesús es bastante «física» en este evangelio; tanto como para invitar a Tomás a meter los dedos en los agujeros de los clavos de las manos y de los pies, e introducir su mano en la herida del costado; herida que, por cierto, sólo Juan menciona. Este aspecto físico de la resurrección hace que Juan esté próximo de Lucas, cuyo Jesús resucitado pide a sus discípulos que lo toquen, ya que los espíritus no tienen carne; y lo aleja, en cambio, de Pablo, Marcos y posiblemente Mateo, para los que el Cristo resucitado trasciende el reino de lo físico y supone una nueva dimensión de la vida y de la conciencia. 

Realmente, las diferencias entre el Cuarto Evangelio y los tres anteriores son tan significativas que una armonización de la tradición de los cuatro en una única cristología es casi imposible. En lenguaje corriente, Marcos nos presenta un Jesús completamente humano, sobre el que se derrama el Espíritu de Dios en el bautismo haciendo de él un ser lleno de Dios pero completamente humano. En cambio, Juan sugiere que Jesús es la Palabra preexistente de Dios, encarnada en él. El Jesús de Marcos puede quejarse en la cruz: «Dios mío, por qué me has abandonado?» mientras el Jesús de Juan termina su vida con las palabras de «todo está cumplido» que evocan el relato de la Creación y que presentan a Jesús como el autor de una Nueva Creación. Para Juan, Jesús nunca estuvo separado de Dios pues pone en sus labios la frase: «El Padre y yo somos uno».

 Cuando los colegas del Jesus Seminar (Seminario sobre Jesús) terminaron su trabajo sobre la autenticidad de las palabras de Jesús recogidas en los cuatro evangelios, publicaron su conclusión: según ellos, Jesús sólo pronunció el 16% de las palabras que se le atribuyen en la tradición completa de los cuatro evangelios; lo que significa que no pronunció el 84% restante. Y es interesante notar que ninguna de las palabras que Juan pone en boca de Jesús está en este 16% que serían palabras auténticas del Jesús histórico. Sin embargo, aun siendo correcta esta conclusión (como miembro del Seminario, no veo razón en contra), soy de la opinión de que el Evangelio de Juan capta lo esencial de la experiencia de Jesús con mayor profundidad que cualquier otro escrito del Nuevo Testamento. Ahora bien, es sencillamente imposible que esta experiencia, la puedan contener unas palabras humanas literalmente entendidas. Así que creo que el Evangelio de Juan, aun siendo el menos literal de los cuatro, es, sin embargo, el más profundamente verdadero. Volveré sobre esto en próximas columnas, donde explicaré más detenidamente lo que aquí sólo esbozo. 

Dudo que haya algún libro bíblico de cuyo texto (el que ha llegado hasta hoy) pueda decirse que recoge sólo las palabras que su autor original escribió. Copiar a mano una y otra vez durante siglos implica la probabilidad de que haya palabras corregidas, añadidas e incluso eliminadas. El Evangelio de Juan no es una excepción. Hay tres conclusiones acerca del texto de Juan que gozan de amplio y casi universal respaldo. Una es que debe cambiarse el orden de los capítulos cinco y seis ya que, por el contexto, el orden actual no tiene sentido. La segunda es que la bonita historia del capítulo 8 (Jesús que se interpone entre la mujer sorprendida en adulterio y sus acusadores) no formó parte del texto original. Y la tercera es que el capítulo veintiuno es un apéndice, un epílogo que no formaba parte del original y que se añadió después. Personalmente, asumo la verdad de estas tres afirmaciones. 

Tras esta introducción me centraré en el Evangelio de Juan, después pasaré a las Cartas y, por último, terminaré este estudio con una ojeada al Libro de las Revelaciones o Apocalipsis. Manténganse a la escucha.

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