Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
jueves, 25 de octubre de 2018
La Mente Patriarcal - Claudio Naranjo
Si tomamos en serio la idea de que tras nuestra sociedad patriarcal en crisis está el deterioro de nuestra conciencia y de que en vista de la evolución de la sociedad nada puede sernos de mayor ayuda que un cambio de conciencia, nos interesará reflexionar acerca de qué sea, en líneas generales, esa “conciencia patriarcal” tan problemática que nos urge superar. .
Naturalmente, nos resulta útil la palabra ego por sus múltiples significados: neurosis, conciencia insular, egoísmo, arrogancia, voracidad, pérdida de contacto con una identidad más profunda, etc. Pero en tanto consideremos el deterioro de nuestra conciencia como una simple “exaltación del ego” no vamos mucho más allá que señalar la base psicoespiritual de nuestro problema histórico, y una palabra en la que convergen tantos significados no nos acerca a la silenciada base de nuestra polifacética problemática. De ahí mi deseo en estas páginas de traer al centro de la atención esa ignorada y desestimada raíz.
Llamaré mente patriarcal, o, si se quiere, ego patrístico para referirme a ese complejo de violencia, desmesura, grandeza e insensibilidad que parece haber surgido entre los hombres ante la crisis de supervivencia que sobrevino hará unos 6000 años, cuando ciertas poblaciones agrícolas arcaicas indoeuropeas y semitas tuvieron que volver a hacerse nómadas y terminaron por convertirse en comunidades de guerreros depredadores.
Al decir que una “mente patriarcal” subyace al problema patriarcal de la sociedad, he caracterizado a ésta , hasta ahora, como una sociedad en que las relaciones de dominio-sumisión y de paternalismo-dependencia interfieren en la capacidad de establecer vínculos adultos solidarios y fraternales; o, para decirlo de otra manera, una sociedad en la que el hambre de amor materno y paterno llevan a la mayor parte de las personas a una dependencia afectiva y una obediencia compulsiva que no sólo son enajenadoras sino que constituyen distorsiones, falsificaciones y caricaturas del amor.
Así como domina el pater-familias sobre “su” mujer y “sus” hijos, domina en nosotros la voz de la sociedad patriarcal represiva sobre la voz de nuestro aspecto materno y sus valores matrísticos, e igualmente sobre nuestro “niño interior”. De esta mente patriarcal, naturalmente, han cristalizado nuestras formas de vida, instituciones y leyes, que en una crisis de obsolescencia, nos vemos en la necesidad de reconsiderar y, tal vez, dejar atrás.
Pero el dominio del Padre Absoluto en la sociedad, en la cultura y a través de la historia no se ha expresado sólo a través del machismo***, sino, también, a través de la tiranía de la razón sobre la emoción y el placer instintivo, y a través de una sobrevaloración del saber a expensas del amor y de la libertad. Además, la agresión de los machos adreno-maníacos del mundo ha castigado e inhibido la ternura tanto como la espontaneidad y la naturalidad, robándonos así el amor y la autenticidad, con lo que nos ha empequeñecido y aislado, interfiriendo con un potencial de hermandad sin el cual no puede florecer una sociedad sana.
Aunque gran parte de lo que hemos llegado a comprender del mundo psicológico se lo debemos a la comprensión de sus disfunciones (los problemas emocionales y su padecimiento ), me parece que, de acuerdo con una dialéctica simétrica, así también una visión clara de lo que pudiera constituir una mente y una sociedad sana nos ayuda a comprender los desequilibrios psico-sociales, y, por ello, intercalaré aquí un esbozo de respuesta a mi pregunta al fin del capítulo precedente respeto al rumbo hacia el cual encaminarnos en nuestro desarrollo personal. Aunque estaba claro para TA que lo “paterno” va aparejado al intelecto, como lo “materno” al amor y lo filial a la acción, insistía en que las personas interiores son algo más que sus tres funciones psíquicas asociadas, y estoy seguro de que celebraría el descubrimiento actual de que el pensar, sentir y querer se corresponden con tres territorios en nuestra neuroanatomía: el neocórtex, el cerebro medio y el cerebro arcaico.
Lo que ya proféticamente describía Gurdjieff a comienzos del siglo pasado es hoy cosa bien establecida gracias a las investigaciones de Paul Maclean, que han revelado la estructura tripartita del cerebro humano. Como he sucintamente mencionado ya, sólo el neocórtex, de orígen evolutivo más reciente, puede considerarse el cerebro propiamente humano, en tanto que compartimos el cerebro medio con nuestros antecesores mamíferos y se asemeja el cerebro arcaico al de los reptiles. Es, en este último, dónde se asienta principalmente la vida instintiva, en tanto que en el cerebro medio lo hace nuestra capacidad relacional y en el neocórtex las funciones intelectuales superiores.
He escrito anteriormente acerca del chamanismo como una actividad de individuos excepcionales que, trascendiendo la tiranía de su intelecto, mundo emocional o de sus hábitos, han alcanzado la condición de verdaderos tri-cerebrados—ya que no sólo han vivido un despertar de la amorosidad de su cerebro medio sino, también, de la “serpiente interior” de su poder organísmico-instintivo. Hoy en día diría que la tri-unificación de la mente es consubstancial con la autorrealización, sólo que este importante punto de vista sobre el proceso ha sido descuidado (o formulado en términos esotéricos comprensibles sólo tras una base experiencial que pocos alcanzan (como el Trikaya del budismo o la misteriosa trinidad de los teólogos). Una excepción ha sido Gurdieff, misterioso maestro espiritual que, a comienzos del siglo pasado, creó justamente en torno a la idea del equilibrio entre los “centros” de la personalidad su “Instituto para el desarrollo armónico del hombre”1 , y cuya obra habría de tener tanta influencia en mi propio trabajo con grupos.
En tanto que Gurdjieff, como los promotores de la educación holística, se interesaba especialmente en la armonía entre pensar, sentir y querer, personalmente me he interesado cada vez más en comprender la organización tri-unitaria de la experiencia humana en referencia a las formas del amor. Ya he mencionado cómo, a mi entender, el amor paterno se orienta a lo "celestial", al mundo de los principios, las ideas y los ideales, y subyace a la experiencia de adjudicación de valor que caracteriza al respeto, la admiración y la devoción (y, en su grado supremo, la adoración). El amor materno, en cambio, se orienta hacia la naturaleza y hacia lo individual, y no se basa en el mérito, sino en la necesidad. Sus características son la generosidad y la empatía, y su forma suprema, la compasión. Por otra parte, el amor filial (tan patologizado en nuestra época al ser complicado el vínculo amoroso hacia los padres por la dependencia idealizada, la obediencia compulsiva y el resentimiento) puede reconocerse en la búsqueda elemental del placer, y más ampliamente en una libre orientación hacia la felicidad. Podemos llamarlo amor-goce, e identificarlo con el eros que tradicionalmente se distingue del maternal agape y del amor receptivo y respetuoso que inspira en el niño la figura-modelo del padre.
No es difícil observar que un equilibrio entre estas tres formas de amor—equivalente a la noción de equilibrio entre nuestros tres cerebros—es cosa poco común. La condición patriarcal puede describirse como aquélla en la que el intelecto, culturalmente sobrevalorado respecto al afecto y al instinto, se orienta hacia valores ideales sin que dicho “amor intelectual” pase de un culto algo retórico a éstos, de modo que el amor-respeto, tornado en obligación, termina sofocando al amor-placer y eclipsando o sustituyendo al amor compasivo. Es el caso de tantas ‘buenas personas’ movidas por el deber más que por la empatía o la ternura, y también, colectivamente, el de la gran disonancia entre nuestra retórica democrática y nuestra incapacidad de justicia y equidad.
Si consideramos, a la luz de estas nociones, el precepto supremo del cristianismo del que Jesús de Nazaret afirmó que resumía “la Ley” mosaica: “ama al prójimo como a ti mismo y a Dios sobre todas las cosas”, descubrimos que el amor a sí mismo, el amor al prójimo y el amor a Dios no difieren sólo en su objeto, sino en su carácter vivencial. Pues se comprende implícitamente que no es el amor erótico el prescrito al hablar de amor al prójimo, ni el amor compasivo el que aludimos al hablar de “amor a Dios”. El amor al prójimo constituye una expresión del agape o amor-bondad, y el amor a lo divino corresponde a la forma más alta de ese amor-aprecio que Sócrates y Aristóteles llamaban philia, en tanto que podemos reconocer en el amor a sí mismo—que es inevitablemente un amor a nuestro “niño interior”—el interés por la felicidad de nuestro ser instintivo, regido por el ‘principio del placer’, es decir, el eros.
El precepto cristiano, entonces, resulta no ser uno sino tres: ámate a ti mismo, ama a tu prójimo, y ama, especialmente, a Dios. Y equivale a una implícita admonición a equilibrar el amor paterno con el amor materno y el amor filial.
Me parece que a la luz de esta nueva antropología--sugerida por la moderna neuroanatomía--podemos considerar más cabalmente lo que hasta ahora he venido llamando “mente patriarcal”.
A la luz del modelo propuesto de salud, a partir de la integración de nuestros cerebros, personas interiores y aspectos del amor, podemos considerar nuevos aspectos de esa mente desintegrada que resulta de una crianza patriarcal y constituye la condición común de la humanidad. Pero, como hacerlo nos llevará a reinterpretar los datos de la psicopatología desde el punto de vista de una desintegración de los núcleos “paterno”, “materno” y “filial” de nuestra psique, conviene que ahora me detenga aquí un poco en la clarificación de esta visión tripartita de la mente que, si bien no coincide con la de los mapas al uso, parece suficientemente cercana a ellos como para no parecer del todo original.
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