viernes, 30 de noviembre de 2018

SITUAR A JESÚS EN LA HISTORIA -John Shelby Spong


 John Shelby Spong

Para captar íntegramente el sentido del Nuevo Testamento debemos situarlo en su marco histórico. Los sucesos de la vida de Jesús no ocurrieron en un entorno libre de influencias, y algunos de sus elementos no fueron históricos según lo que ahora entendemos por histórico. No sólo nació Jesús en un contexto determinado sino que éste influyó en él y en quienes más tarde narrarían historias de su vida. Los elementos narrativos de su vida, que encontramos en los evangelios, no se escribieron hasta dos o tres generaciones después de su muerte. En la actualidad, estos datos suelen ignorarse en muchos círculos eclesiales. En primer lugar, pues, debemos situar la vida de Jesús en el límite de unas fechas concretas. Esto se hace contrastando dos tipos de fuentes: la narración conservada en las primeras generaciones acerca de su vida y los escritos históricos no religiosos que ponen fecha a otras personas que aparecen en dicha narración. No es una ciencia exacta pero sí una guía fiable. Sólo dos evangelios tienen narraciones relacionadas con el nacimiento de Jesús. Mateo y Lucas sitúan este nacimiento durante el reinado del rey Herodes, conocido como Herodes el Grande. Mateo, el primero de los dos, sitúa la venida de los Reyes magos en dicho reinado y la relaciona con la profecía de Miqueas que anuncia la buena noticia de que el Mesías nacerá de la estirpe de David, en el mismo lugar que él, es decir, en Belén. Además, Mateo presenta a Herodes el Grande según el estereotipo judío del rey malvado que busca, como antaño el faraón, destruir al mensajero de Dios. Mateo vuelve a contar otra vez la historia de la salvación milagrosa de Moisés, de una muerte segura, por una intervención divina, con la diferencia de que, esta vez, el protagonista es Jesús y no Moisés. Esta forma de entrelazar la historia de Moisés con el recuerdo de Jesús es un ejemplo de la tradición interpretativa judía del midrash. Ahora bien, el hecho de que estos relatos no sean literalmente históricos, sino una suma de referencias a la llegada del mesías esperado, no es razón para que no sea un dato histórico el nacimiento de Jesús durante el reinado de Herodes. Mateo precisa más aún y sugiere que fue hacia el final de su reinado; justo antes de su muerte. Los registros históricos nos dicen que Herodes reinó, en todo el territorio judío, entre los años 37 y 4 ac. Otras referencias históricas nos informan, además, de que, al morir, el país se dividió en tres provincias, gobernadas, primero, por sus hijos y, más tarde, por procuradores romanos. Jesús creció en este marco histórico y la fecha atribuida al nacimiento de Jesús por Mateo encaja en el marco de estos datos históricos seculares.

El evangelio de Lucas confirma esta misma tradición sobre el nacimiento de Jesús. Lucas sitúa el nacimiento de Jesús y el de Juan Bautista dentro del reinado Herodes el Grande. Además, añade que, entonces, César Augusto era el emperador de Roma y Quirino, el gobernador de Siria. No obstante, hay datos históricos por los que Quirino no encaja pues no llegó al poder hasta el año 6 o 7 dc. Parece ser que, si Lucas incluyó a Quirino en su relato, fue para reforzar la idea de que hubo una ley por la que la gente debía empadronarse en el lugar de origen de su familia. Lucas recurrió a Quirino para justificar que el nacimiento de Jesús fuese en Belén. Una vez más podemos ver cómo los hechos históricos se incluyen, en las narraciones del nacimiento, al servicio de las posteriores interpretaciones mesiánicas. Con todo, la inclusión del nacimiento de Jesús en los últimos dos años del reinado de Herodes estaba bastante clara en la memoria de las comunidades. Por eso, los historiadores actuales, en su mayoría, sitúan dicho nacimiento entre el año 6 y el 4 ac, que fue el de la muerte de Herodes. Suelo estar de acuerdo con este margen, aunque tiendo a considerar más exacto que nació el año 4. Por otra parte, tengo la certeza de que Jesús nació en Nazaret, tal como sugiere Marcos en su evangelio, que es anterior a Mateo y a Lucas. Y entiendo la ubicación del nacimiento en Belén como una tradición mesiánica de las comunidades. Pablo, cuyas cartas son anteriores a Marcos, fue el primero en decir que Jesús provenía de la estirpe de David y era heredero de su trono. Fue en su Carta a los romanos, del 58 dc., aproximadamente. Esta primera referencia dio pie a la narración del nacimiento de Jesús en Belén, la ciudad de David. Una vez precisada la fecha y el lugar del nacimiento, podemos pasar a determinar la fecha de la muerte. La tradición evangélica es firme en situar la crucifixión de Jesús bajo el mandato de Poncio Pilato como procurador. Pablo no menciona a Pilato, pero el evangelio de Marcos, escrito en los primeros años de la octava década de nuestra era, sitúa la Pasión de Jesús, de forma definitiva y rotunda, durante el mandato de Pilato, e insiste en ello tanto que sería difícil pensar que no hubiera sido así. Pilato aparece por primera vez en el evangelio de Marcos cuando, en la mañana del día de la crucifixión, las autoridades judías le entregan a Jesús tras haberlo arrestado e interrogado. Marcos cita a Pilato otras diez veces, todas relacionadas con la pasión. La última es cuando, una vez confirmada la muerte de Jesús, autoriza la entrega de su cuerpo a José de Arimatea para que lo entierren. Aunque es muy dudosa la historicidad del relato del sepelio en una tumba nueva excavada en la roca, en el jardín de José, la conexión entre la crucifixión y Poncio Pilato es firme. También Mateo vincula nueve veces a Pilato con la crucifixión. Lucas menciona a Pilato doce veces, de las cuales dos son anteriores a la Pasión: una para datar el comienzo de las apariciones públicas de Jesús y otra para dar cuenta del papel de Pilato en una rebelión galilea ya pasada. El evangelio de Juan incrementa el número de referencias a veintiuna. 

Merece la pena destacar que, en los evangelios de Juan y de Lucas, Pilato se convierte en una figura algo más compasiva, mientras que Judas y las autoridades judías adquieren un carácter cada vez más negativo. Por tanto, en estos textos podemos observar cierta evolución y transformación de tradiciones y de recuerdos. Y, para completar estos datos, recordaré que Pilato aparece tres veces en el Libro de los Hechos, que es realmente el segundo volumen de la obra de Lucas. Las tres veces, en boca de Pedro y de Pablo. Sólo hay una referencia más en el Nuevo Testamento: es en la Primera carta a Timoteo, que unánimemente se considera como atribuida a Pablo sin serlo, y cuya fecha de redacción es muy tardía. Así pues, parece claro que la crucifixión de Jesús ocurrió durante el mandato de un procurador romano llamado Poncio Pilato. Una vez establecido esto, según los evangelios, podemos ir a los anales romanos y verificar que Poncio Pilato fue procurador de Judea del 26 al 36 de nuestra era. Once años es, pues, el intervalo en el que situar la crucifixión. Otras fuentes, que es complejo exponer aquí en detalle, apoyan la narración del historiador judío Josefo, a través del cual podemos acercarnos a este lapso de tiempo y situar, con alta probabilidad, la crucifixión y la muerte de Jesús, en torno al año 30. Esta estimación puede tener un margen de error de unos 2 años arriba o abajo, pero es la que seguimos creyendo más acertada. Así que nuestra conclusión es, que, como máximo, Jesús vivió entre los años 6 ac y 32 dc, y, como mínimo, entre el 4 ac y el 30 dc. Por tanto, su vida duró entre 34 y 38 años. No albergo ninguna duda de que Jesús existió realmente y fue un personaje histórico. Y no me convencen nada los escritores contemporáneos que han intentado probar que Jesús es sólo una figura mitológica, nacida o bien de la fantasía judía o bien de la que se basa en fuentes egipcias. A favor de su existencia real, creo que las referencias de una carta muy temprana y auténtica de Pablo como la de los Gálatas (1:18-24) son definitivas. Pablo cuenta ahí una conversación suya con Pedro y con Santiago, a quien llama el hermano del Señor, tenida unos tres años después de su conversión. Dado que Adolf Harnack, un historiador de comienzos del siglo XX, sitúa la conversión de Pablo entre uno y seis años después de la crucifixión, dicha conversación fue entre cuatro y nueve años después de la muerte de Jesús. Es decir, un tiempo demasiado corto como para que se hubiese formado una figura mitológica que no tuviese ninguna base real. De manera que, aunque no haya evidencias históricas de los detalles de la vida de Jesús, sí hay evidencias históricas de que vivió. En definitiva, podemos situar a Jesús como un ser humano que vivió en nuestra historia, entre el año 4 ac y el 30 dc, aproximadamente. Dos cosas se tornan obvias tras este ejercicio de datación. La primera es que Jesús fue un judío cuya vida transcurrió, toda ella, bajo el dominio del Imperio Romano. Jesús formó parte de un pueblo conquistado y oprimido. Roma dominó en Judea desde el 65 ac, en alianza con los sucesores de los Macabeos, y la gobernó con mano de hierro hasta la caída de su Imperio. Unos ciento veinte años después de  comenzar su dominio, es decir, entre los años 66 y 73 dc, hubo una rebelión judía contra Roma que terminó en una guerra cuyo resultado fue la derrota total de los judíos, incluida la destrucción de Jerusalén y del Templo. Aunque esta destrucción sucedió más de treinta años después de la muerte de Jesús, fue anterior a la redacción de los Evangelios. Por eso, los historiadores creen que esta destrucción influyó mucho (más de lo que normalmente se cree) en la imagen de Jesús que podemos formarnos al leerlos. Más tarde desarrollaremos esta afirmación con más detalle. La segunda cosa que resulta obvia, al situar la vida de Jesús en su tiempo, es que el más temprano recuerdo expreso que tenemos de Jesús está en las cartas de Pablo, escritas entre los años 51 y 64, o, lo que es lo mismo, entre veintiún y treinta y cuatro años después de la muerte de Jesús. Esto significa, por tanto, que hay un silencio completo durante al menos veinte años, hasta que Pablo puso por escrito una primera alusión a la vida de Jesús. Y cabe resaltar además, primero, que Pablo dijo muy poco sobre la vida misma de Jesús y, segundo, que murió antes de que se escribiera ninguno de los evangelios. Los evangelios son los escritos que presentan la figura de Jesús con más detalle, sin embargo, se escribieron después de las cartas de Pablo, y entre principios de los años 70 y finales de los 90, es decir, de cuarenta a setenta años después de la muerte de Jesús, aproximadamente. Como consecuencia, los evangelios contienen unos relatos de acontecimientos de Jesús que no son una crónica directa hecha por unos testigos oculares (o presenciales) sino que son dichos relatos creación de los discípulos de la segunda, tercera e incluso cuarta generación. Los evangelios, además, se escribieron en griego, un idioma que no hablaron ni escribieron ni Jesús ni sus discípulos. Tenemos que deshacernos, pues, de la idea de que los evangelios son libros de historia o de biografía, tal como entendemos estos géneros ahora. Estos hechos son datos que deberían bastar para remover muchos supuestos que, sin suficiente información, la gente se ha ido formando a lo largo de los siglos, acerca del Nuevo Testamento. También podemos establecer a partir de estos datos el punto de partida para empezar a examinar las Escrituras cristianas con una mirada nueva y con una mente abierta. Es lo que espero hacer en esta serie de columnas.

Orígenes del Nuevo Testamento. John Shelby Spong-INTRODUCCIÓN



 John Shelby Spong 

El objetivo de esta serie de columnas es sumergir a mis lectores en los libros que constituyen el Nuevo Testamento. Veintisiete libros forman un volumen que sin duda se puede considerar como el texto que más ha influido y modelado la historia del mundo. El libro más antiguo del Nuevo Testamento es probablemente la Carta primera a los tesalonicenses, que se remonta aproximadamente al año 51 de nuestra era, mientras que el más moderno es probablemente la Carta segunda de Pedro, de alrededor del año 135 dc. Positiva o negativa, la influencia del Nuevo Testamento sobre la historia ha sido siempre poderosa. En el lado positivo destaca claramente la institución de la «Iglesia Cristiana», creada mientras se escribían estos veintisiete libros y que ha inspirado, de diversas formas, a millones de personas. Por su parte, la mayoría de las grandes universidades nacieron en el contexto del compromiso de la Iglesia con el conocimiento, particularmente con la tarea de transmitir a la gente el salvífico conocimiento de las Sagradas Escrituras. La mayoría de nuestros centros sanitarios, desde hospitales a hospicios, surgieron del sentimiento cristiano del valor ilimitado de cada vida humana; sentimiento que conlleva una irresistible necesidad de aliviar su sufrimiento en la medida de los posible. La mayor parte del arte del oriente y occidente cristiano, por lo menos hasta el siglo XVII, representa escenas de alguno de estos veintisiete libros. Estos tesoros artísticos son de tal valor que se conservan en los mejores museos del mundo y son una inagotable fuente de enriquecimiento humano para muchas personas. La mayor parte de la gran música en estas mismas regiones ha sido al menos hasta los albores de la Edad Moderna un intento de expresar los principales pasajes del Nuevo Testamento con los indelebles sonidos que aún hoy reconocemos y cantamos. Pienso en la Pasión según San Mateo y según San Juan, de Johann Sebastian Bach, y en el oratorio navideño El Mesías de George Frederick Haendel. Las tres son un gran tesoro popular. No puede entenderse la historia del mundo o explorar sus entramados culturales sin tener en cuenta el impacto del Nuevo Testamento sobre el desarrollo de nuestra civilización occidental.

 Con todo, hay también un lado oscuro del Nuevo Testamento que hay que encarar y del que debemos ser plenamente conscientes a pesar del aura de sus libros y de su antigüedad. La lectura e interpretación del Nuevo Testamento por los creyentes ha sido ocasión directa de muchas víctimas cuyas vidas han sido, en el mejor de los casos, menospreciadas, y en el peor, destruidas. Pienso en el pueblo judío y en su Orígenes del Nuevo Testamento, y en su terrible sufrimiento, a lo largo de los siglos, a causa de la interpretación de este libro. Las palabras atribuidas al pueblo judío por Mateo en su narración de la crucifixión, «que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos», ha sido causa de muchos derramamientos de sangre judía, desde las cruzadas hasta el holocausto nazi. El uso por parte del Cuarto Evangelio de la expresión genérica de «los judíos», recitada tan a menudo apretando los dientes, se ha utilizado, con no poca frecuencia, para legitimar el antisemitismo. El retrato de un hombre llamado Judas (nombre cuyo significado no es otro sino la traducción griega del nombre de aquella nación) como el antihéroe de la historia de Jesús, ha servido a los cristianos, a lo largo de los tiempos, como justificación para su revanchismo contra esta etnia. 

La verdad de que Jesús fue judío, igual que lo fueron todos sus discípulos, así como los autores de los veintisiete libros del Nuevo Testamento, se pierde y difumina en medio de este sentimiento hostil. (La única excepción posible a la afirmación de que todos los autores del N.T. fueron judíos es Lucas, es decir, aquél a quien se considera autor tanto del Evangelio que lleva su nombre como de los Hechos de los Apóstoles; el cual, según se cree, nació gentil pero se convirtió al judaísmo, antes de pasar de la sinagoga a la iglesia cristiana.) La verdad de que fueron judíos los grandes del comienzo del cristianismo, incluido Jesús, significa que, cuando leemos el Nuevo Testamento, no leemos otra cosa sino las palabras de unos autores judíos que interpretaron la experiencia y la influencia de un judío llamado Jesús al hilo, sobre todo, de las Escrituras judías y bajo la influencia de sus tradiciones. Pese a ello, estos libros han alimentado durante siglos una animadversión mortal antisemita. Los principales transmisores de esta hostilidad han sido los contenidos y los materiales utilizados en muchas catequesis. Por lo tanto, sería desconcertante y extraño que el pueblo judío considerase estos veintisiete libros como una Escritura Sagrada.

 A lo largo de la historia, la esclavitud se ha justificado asimismo a partir de palabras tomadas del Nuevo Testamento. En Occidente, fueron cristianos temerosos de Dios y lectores de la Biblia quienes practicaron la esclavitud. Papas de diferentes épocas han tenido esclavos. La parte de los Estados Unidos que luchó ferozmente para mantener esta denigrante lacra social también se conoció con el nombre de «El cinturón de la Biblia». Fueron lectores de la Biblia quienes, en el Sur, hicieron del linchamiento un acto legal, quienes cambiaron la esclavitud por la segregación social y quienes se opusieron a cada intento de conseguir la igualdad racial. Buena parte de estas conductas se justificaba por algunas intervenciones de Pablo, quien, en su carta a Filemón, instó al esclavo Onésimo a volver con su amo mientras, a la vez, animó a su amo, Filemón, a perdonarlo. En la Epístola a los Colosenses, Pablo, o uno de sus discípulos, redactor de la Carta, mandó a los esclavos obedecer y a los amos ser amables con ellos. Quizá podría argumentarse que una esclavitud amable es preferible a otra cruel y rigurosa, sin embargo, esto no quita que el autor de la Carta aceptaba la esclavitud, sin la menor intención de eliminarla, lo cual, durante siglos, sirvió para legitimar esta institución en la mente de muchos. Cabe preguntarse con qué ojos pueden ver el Nuevo Testamento aquellos que sufrieron la esclavitud en sus propias carnes y en la de sus descendientes, y que aún han padecido la segregación de ser ciudadanos de segunda clase. Estas Escrituras no han sido fuente de vida y de esperanza para las víctimas de nuestros prejuicios.

 Las mujeres también han soportado lo suyo a causa de un Nuevo Testamento escrito, interpretado y leído por y para el varón. A lo largo de la historia, ellas han sufrido una misoginia profundamente arraigada en todos los niveles culturales a través de admoniciones tales como la que se recoge en Efesios: «las mujeres están para obedecer a sus maridos»; o en Corintios: «las mujeres deben permanecer en silencio en la iglesia»; o en Timoteo, donde se afirma que las mujeres tienen prohibido ejercer autoridad alguna sobre los hombres. Debido a la influencia del Nuevo Testamento, en el mundo cristiano, las mujeres han tenido vetado el acceso a la enseñanza superior durante siglos. Como resultado, hasta bien entrado el siglo XX, se les ha denegado el desempeño de una profesión, el derecho al voto, la capacidad para figurar como propietarias de bienes, así como las funciones de liderazgo. Cuando por fin la mujer se benefició de alguna iniciativa para conseguir ciertos derechos de igualdad, el origen de esta iniciativa fue secular. La Iglesia prácticamente siempre opuso resistencia a estos cambios citando con vehemencia la Escritura. En numerosas partes del mundo, esta retórica contra las mujeres, basada en la Biblia, aún continúa promoviéndose por organismos eclesiásticos oficiales y por simples creyentes. Cabe preguntarse cómo la mujer puede sentir interés hacia los textos de este libro. 

Se podría decir lo mismo de los gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. Ellos también han vivido una historia repleta de hostilidades alimentadas por una lectura de la Biblia que ha justificado torturas y asesinatos. Se han utilizado diversos textos: desde aquel de la Carta a los Romanos que consideraba antinatural la homosexualidad y la condenaba, hasta los de otras epístolas en las que la palabra griega arcenokoitus (que se refiere a un hombre pasivo ) se malinterpretaba como desviado, sodomita o pervertido, aunque su significado original parece haber sido, más bien, prostituto. No hay duda de que, hoy en día, el núcleo homofóbico occidental está en las iglesias cristianas, que cada vez más se convierten en un gueto apartado de la sociedad, con dirigentes que abarcan desde el Papa hasta Pat Robertson. Por eso cabe preguntarse cómo es que algún homosexual pueda apreciar aún el mensaje del Nuevo Testamento. 

Me parece imposible exagerar a la hora de describir cuáles sean las dimensiones de la ignorancia bíblica entre los cristianos. La mayoría de las referencias literales, que comportan una mala interpretación del significado de la Biblia, provienen de esta ignorancia oceánica. Buena parte de lo que se dice desde el púlpito católico o protestante no sólo es reflejo de esta ignorancia sino que es causa del aumento de su extensión.  

En esta serie de columnas, intentaré hacer frente a esta ignorancia bíblica y quebrar la influencia de la misma en parte, al menos, de nuestra población. Al mismo tiempo, procuraré evitar cualquier uso y referencia a tecnicismos propios del mundo académico sobre la Biblia, que parecen entusiasmar a tantos investigadores y que alejan a otros muchos. Haré todo lo posible por exponer con claridad cómo y por qué se escribieron estos libros, y me esforzaré en combatir la constante malinterpretación literal que nuestra cultura actual hace de la Biblia tan a menudo. Abordaré el significado y los puntos clave de cada libro del Nuevo Testamento, tal como hice anteriormente con los del Antiguo Testamento . Intentaré mostrar las diferencias que hay entre los cuatro evangelios; diferencias que ponen al descubierto más contradicciones de las que muchos podrían llegar a imaginar. Espero que mis lectores disfruten esta aventura. Yo estoy seguro de que sí que lo haré.

 Y una última nota. Un cierto número de pequeñas parroquias, a lo largo del mundo de habla inglesa, usa estas columnas en sus reuniones entre adultos. En ellas, la suscripción a estas series por parte de los asistentes, así como la preparación de copias para los visitantes, permiten tener un tema común de estudio y de intercambio. El responsable simplemente reúne el grupo e introduce el tema. Este papel de organizador, lo puede desempeñar la misma persona siempre o pueden turnarse varias, siempre y cuando se mantenga el objetivo de la iniciativa: entablar un intercambio abierto, donde la gente pueda opinar, preguntar y comentar cualquier tema que lo escrito le pueda surgir. Cuando el grupo es demasiado grande para una discusión fluida, es mejor que éste se divida. Me llena de orgullo que mis columnas puedan servir de instrumento para iniciar de una reforma que tantos anhelamos. Como mínimo, espero que la gente encuentre en el Nuevo Testamento la riqueza que, durante siglos, muchos eclesiásticos de mentes estrechas han intentado alejar del cristiano normal. Que ustedes lo disfruten!

jueves, 29 de noviembre de 2018

LOS ALBORES DE LA RESURRECCIÓN -J . S . SPONG


— John Shelby Spong


Detrás los relatos de la Resurrección que tenemos en los evangelios hay una experiencia de los seguidores de Jesús, que es innegable, vigorosa y verdadera. La eclosión de esta experiencia dejó en ellos una marca indeleble, imposible de contener en palabras. Esta experiencia, con independencia de en qué consistiese, cambió sus vidas. Los discípulos pasaron de tener miedo y de esconderse, a ser hombres valientes, dispuestos a morir por la verdad y realidad de su nueva visión. Aquella experiencia transformó de forma radical su concepción de Dios que, en adelante, fue, para ellos, inseparable de la persona de Jesús. Y aquella experiencia, con el tiempo, los llevó a celebrar un nuevo día sagrado, el primer día de la semana, para recordar y celebrar la experiencia transformadora por la que habían pasado.

Con independencia de en qué consistiera dicha experiencia, la tuvieron en torno al año 30. Los evangelios no se escribieron hasta dos o tres generaciones después, entre el año 70 y el 100 aproximadamente. Cuando esto ocurrió, la experiencia se había explicado, se había contado y vuelto a contar infinidad de veces, de modo que el relato había evolucionado hasta formar una especie de fórmula común que contenía diversos elementos, correspondientes a las inevitables preguntas de: ¿quién?, ¿dónde?, ¿cuándo? y ¿cómo? En este sentido, por ejemplo, sospecho que la expresión “al tercer día” se convirtió en parte de dicha fórmula litúrgica no porque los discípulos tuviesen la experiencia de la resurrección al cabo de tres días de la crucifixión, sino porque los cristianos se reunían el primer día de la semana para celebrar el significado de Jesús, y el primer día de la semana era el tercero después del viernes, que era el día que se recordaba que había muerto. Así que los tres días se convirtieron en un símbolo pero no eran una medida del tiempo transcurrido entre el primer "viernes santo" y el primer "domingo de pascua".

Por consiguiente, debemos explorar los relatos evangélicos que recordé la semana pasada, de cara a responder a las cuatro preguntas mencionadas antes de ¿quién, dónde, cuándo y cómo?

¿Quién estuvo en el centro de lo que fue la experiencia de la Resurrección? ¿Quién abrió los ojos a los demás para que viesen lo que él había visto? Sin duda fue aquel al que los evangelios presentan como Simón, y de sobrenombre Pedro, al que todos sitúan en el centro de esta historia. Por eso lo nombran siempre el primero de los discípulos y el primero en confesar, en Cesarea de Filipo, que Jesús era el Cristo. A él se dirigió Jesús en otra ocasión y le dijo: “Cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos”. Y a él se dirigió Jesús en un pasaje del Cuarto evangelio y le dijo: “¿Tú también te vas a marchar?”, a lo que él le respondió: “Señor, ¿a quién iré? Tú tienes palabras de vida eterna”. 

Según Pablo, Jesús resucitado “se apareció primero a Cefas”, es decir, a Pedro. Según Marcos, el mensajero vestido de blanco dijo a las mujeres, junto al sepulcro, que fuesen a decir “a los discípulos y a Pedro“ que Jesús había resucitado. Lucas, relega a un lado la aparición a Cleofás, en el camino de Emaús, e interrumpió el relato para hacerles observar a los dos discípulos observar que sabían que se decía que el Señor se había aparecido a Pedro. Y en el segundo epílogo del evangelio de Juan, Pedro es el protagonista tanto en la pesca como cuando Jesús lo reintegra en su lugar en el grupo tras recordar que lo había negado, él confesarle que lo quiere y Jesús encomendarle por tres veces que apaciente a sus ovejas. Todo ello parece dar a entender que Pedro fue la primera persona –y la principal– en empezar a tener la experiencia de la resurrección, es decir, en percibir el alcance y el significado de lo sucedido a Jesús. 

Dónde estaban los discípulos cuando tuvo lugar esa experiencia, ya fuese individual o de todos ellos? Es decir, ¿dónde estaban cuando sus vidas se vieron transformadas? La tradición evangélica más antigua afirma que dicha experiencia sucedió en Galilea. Era su hogar y allí es donde dijo el mensajero de Marcos que lo verían. Pablo también sugiere que lo más original de la experiencia de la resurrección se localizó en Galilea. Mateo dice que la única vez que los discípulos vieron al Jesús resucitado y glorificado fue en Galilea, en lo alto de un monte. Y el segundo final del Cuarto Evangelio recoge una tradición muy antigua de la resurrección, ocurrida también en Galilea, a donde los discípulos, tras la crucifixión de Jesús, habían regresado para dedicarse de nuevo a pescar en el lago. Sin embargo, tanto Lucas como Juan sostienen que el escenario principal de la experiencia de la resurrección fue Jerusalén, y niegan la ubicación de ésta en Galilea. No obstante, todo parece muy elaborado en las apariciones de Jerusalén, mientras que las de Galilea parecen más frescas y originales. Sólo en las apariciones de Jerusalén se dan detalles y símbolos más físicos, mientras que las de Galilea son más vagas y menos definidas, más misteriosas incluso. De modo que podemos decir que hay consenso, primero, en cuanto a que fue Pedro quien estuvo en el centro de lo que fue la experiencia de la resurrección, pues fue él quien abrió los ojos de los otros para que viesen lo que él había visto, y también lo hay en cuanto a que esto debió de ocurrir cuando regresaron a Galilea, después de la crucifixión. 

Estos son los detalles que nos llevan a responder a la pregunta por el «cuándo» proponiendo que la expresión de "a los tres días" se tome como un símbolo y no como una medida de tiempo. Los discípulos debieron de tardar entre siete y diez días en volver a Galilea desde Jerusalén, así que nada pudo haber sucedido a los tres días, o menos, entre la crucifixión y la resurrección. Es más, Lucas sugiere que las apariciones continuaron durante 40 días, mientras el evangelio de Juan, con independencia de su cap. 21, concreta la experiencia de la resurrección en dos días, separados sin embargo por una semana. El cap. 21 de Juan, llamado también su epílogo, parece indicar, más bien, que hubieran podido transcurrir algunas semanas e incluso algunos meses antes de que los discípulos se encontrasen con el resucitado, junto al Mar de Galilea. Si descartamos una interpretación literal de los «tres días», nos abrimos a la posibilidad de que lo que fue la experiencia de la resurrección pudo haber ocurrido unos meses – quizás hasta un año– después de la crucifixión de Jesús.

Así pues, Pedro es la persona clave, Galilea es el lugar principal y el tiempo es de unos meses después de la crucifixión y antes de que la resurrección despuntase como experiencia transformadora de la vida. Pero, ¿cómo fue el amanecer de la experiencia de la resurrección?, ¿cuál fue su contexto? Estoy convencido de que no tuvo nada que ver con un cuerpo reanimado que saliese caminando de un sepulcro. Pienso que tuvo que ver, más bien, con una nueva visión de la vida de Jesús, con una nueva consciencia y una nueva comprensión de la realidad de lo sucedido en él. Tuvo que ver con la interpretación de la muerte de Jesús como la puerta de una nueva libertad; de una nueva vida ya no condicionada por el instinto primario de la supervivencia; de una vida libre para entregarse a sí misma y para amar, incluso, a aquellos que la destruyeron. Fue algo nuevo y transformador, que ninguno había conocido ni previsto antes. La vida libre del impulso de sobrevivir es una vida que vence a la muerte. La vida libre para entregarse a sí misma y ser libre para amar y no vengarse de sus asesinos representaba una nueva dimensión para lo que la humanidad podía llegar a ser. 

En el desarrollo del Universo, el origen estuvo en una explosión de energía, el “Big Bang” de hace unos 13.700 millones de años. Luego no existió sino materia inerte durante unos nueve mil millones de años, hasta el surgimiento de la vida, que se dio en forma de primitivas células independientes, capaces de reproducirse a sí mismas como la materia nunca pudo hacer. Después de cientos de millones de años, la «vida» empezó a agruparse y a dar lugar a formas más complejas. Luego, la vida siguió dos líneas distintas: la vegetal y la animal. Después, tras un fluir de tiempo que nos podría parecer infinito, en la parte animada de la vida surgieron formas primitivas de conciencia y, de nuevo, a lo largo de cientos de millones de años, este nuevo don de la conciencia creció y se extendió. Por último, hace quizá no más de 250.000 años, de la conciencia desarrollada surgió la autoconciencia, y con ella la capacidad de decir “yo”, de recordar el pasado y de anticipar el futuro; la conciencia de que estamos a la vez impulsados y limitados por nuestro propio deseo de sobrevivir, lo cual nos impone el esquema del egocentrismo que algunos llamaron “naturaleza humana” y otros “pecado original” entendiendo que dicho egocentrismo era una cuestión de elección. 

La vida de Jesús superó esta idea de la “naturaleza humana”. Jesús fue más allá del impulso de supervivencia y reveló un orden nuevo de vida propiamente humana. Pasó de la autoconciencia a una conciencia universal y desbordó las limitaciones que caracterizaban a la humanidad. Él se había convertido en parte de lo que coincidimos en llamar Dios aunque lo definamos de muchas formas, mientras buscamos abrazar la realidad infinita que está más allá de los límites de la humanidad. La muerte no tiene poder sobre esta dimensión de lo humano. Cuando uno no está atado al impulso de sobrevivir, se adentra en una nueva comprensión de lo que significa ser humano, libre para vivir, amar y ser. Lo que algunos descubrieron cuando tuvieron la experiencia que terminaron por llamar «resurrección» tiene que ver con esto. Su descubrimiento fue tras la crucifixión, al partir el pan, al que identificaban con el cuerpo roto de Jesús, y al beber el vino, al que identificaban con su sangre derramada. Así, recordarían la muerte del Señor hasta que volviese. Sin embargo, la “segunda venida” no iba a ser un regreso de Jesús al mundo, al final de los tiempos sino el regalo liberador de su Espíritu, que llama e invita a dar un paso más allá de los límites de la vida, hacia la nueva conciencia. Así, el testimonio del evangelio es que: a Jesús resucitado, “lo conocemos al partir el pan”. 

Dicho lo anterior, hay que afirmar que el lenguaje humano no puede apresar la verdad de la resurrección. Lo único que puede hacer es apuntar hacia ella. Por eso mismo fue inevitable que el relato de la resurrección de Jesús terminase plasmándose literariamente, hace más de diecinueve siglos, en la tumba vacía, en las apariciones tal como se nos cuentan y en un cuerpo reanimado. Tras esas imágenes hay alguien sobre quien la muerte no tiene poder. El cristianismo se apoya en esa verdad tras las imágenes y se mantiene vivo y sobrevivirá en el futuro. Pero, para entrever esa verdad, siempre debemos “pensar diferente” y “aceptar la incertidumbre”.  

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS-J . S . SPONG


— John Shelby Spong


Conocemos los detalles del relato: al tercer día, la tumba vacía y el encuentro con Jesús resucitado. Están en el corazón del relato cristiano que todos sabemos; son, si queréis, el punto culminante, el final radiante de dicho relato que se conmemora anualmente en la liturgia de la pascua de resurrección, en la que las comunidades se reúnen en las iglesias, más llenas que de costumbre. La parte profana de la fiesta incluye desfiles, huevos y monas de Pascua y otras tradiciones. En el hemisferio norte, en el que nació el cristianismo, la conmemoración de la resurrección coincide con la primavera, cuando el letargo del invierno da paso a los brotes de las flores nuevas que alegran la campiña. La celebración nos atrapa pues se dirige a la inquietud humana más profunda: la que nace de la experiencia de la mortalidad y de la finitud. La muerte es real en todo ser vivo, pero los humanos somos los únicos conscientes de este destino que nos espera a todos pero que no sustenta ningún instinto. Sólo los humanos anticipamos la muerte, hacemos planes teniéndola presente, la tememos y procuramos evitarla. El relato de la resurrección de Jesús, ¿puede ser expresión de los deseos humanos? En el relato de la resurrección, ¿hay algo real, fidedigno y observable en medio del fluir de la historia? Todo el cristianismo parece depender de que la respuesta a estas preguntas sea “sí”.

Empezaremos nuestro examen de la resurrección de Jesús analizando los textos bíblicos que nos digan algo al respecto. Casi cada versículo del Nuevo Testamento presupone la realidad de la resurrección pero los textos que pretenden describirla son confusos e incluso realmente contradictorios en muchos casos. Hay cinco fuentes y sólo seis capítulos, en el Nuevo Testamento que nos hablan de lo que pasó en el momento de la resurrección.

La primera y más antigua fuente es de Pablo y es el relato contenido en el capítulo 15 de la Primera Carta a los Corintios y escribió a mitad de los años cincuenta del siglo I, es decir, unos veinticinco años después de la crucifixión y unos veinte antes de que apareciese el primer evangelio, el de Marcos. Pablo es muy escaso en los detalles de la resurrección, igual que en los de la crucifixión. Sin embargo, nos da la primera referencia temporal específica. Ocurriese lo que ocurriese, Pablo afirma que fue “al tercer día”… después de la crucifixión, debemos suponer. Al hablar de la resurrección de Jesús, Pablo siempre emplea, además, una forma verbal pasiva o transitiva. Ello significa que no fue Jesús quien resucitó o quien se resucitó a sí mismo sino que fue Dios quien lo resucitó. Además, Pablo nos informa de un tercer elemento: que la resurrección fue “según las Escrituras”, es decir, no según el Nuevo Testamento, que no existía entonces, sino según las Escrituras judías que él, como rabino, conocía muy bien. No obstante, Pablo no especifica a qué textos bíblicos concretos se refiere, por lo que sólo nos deja el recurso de especular al respecto. 

La principal referencia veterotestamentaria a la que Pablo parece aludir, según la mayoría de los expertos, es el Déutero Isaías (caps. 40-55). Aunque, en esta parte segunda de Isaías, nada parece indicar lo que ahora llamamos “resurrección”, sí que se afirma en ella la indestructibilidad del “siervo” que entrega su vida. En segundo lugar, Pablo nos da una lista de aquellos a quienes Jesús se apareció una vez resucitado, es decir, de aquellos que pudieron "ver" y ser por ello “testigos” del acontecimiento. Sin embargo, ni un solo detalle narrativo acompaña a esta lista. 

Esa lista incluye tres personas (Pedro, Santiago y el propio Pablo) y tres grupos (“los doce”, “500 hermanos a la vez” y “los apóstoles”). Notemos que “los doce” y “los apóstoles” parecen ser dos grupos distintos, lo cual sorprende a muchos. Los “500 hermanos a la vez” es una referencia que no corrobora ningún otro dato de la tradición escrita posterior. Sin embargo, el más fascinante de los testigos es el propio Pablo. Siguiendo a Adolf Harnack (famoso historiador alemán de los orígenes del cristianismo, de principios del siglo XX él mismo), la mayoría de los estudiosos actuales fecha la conversión de Pablo en algún momento entre uno y seis años después de la crucifixión de Jesús. Esto significa que lo que fuera que Pablo viera en un momento de esos años, entre uno y seis, de después de la crucifixión, fue, como él mismo afirma, lo mismo que los otros testigos vieron, y difícilmente pudo ser, eso que todos vieron, un cuerpo resucitado, salido del sepulcro tres días después de ser crucificado, y devuelto sin más a la vida mortal. Los literalistas se sienten confusos ante este dato de Pablo. Pablo, el primero en escribir sobre lo que luego se llamó la “resurrección”, al igualar su experiencia con la de los primeros testigos, no podía referirse a un cuerpo físico como el que solemos imaginar que pudo resucitar no más tarde que tres días después de haber muerto. Y, sin embargo, fuera lo que fuese la experiencia de Jesús de Pablo, éste creía que dicha experiencia había sido real y que ciertamente le había transformado la vida. De modo que, en nuestra primera y más temprana fuente neotestamentaria, tenemos ya los elementos esenciales de lo que constituye el misterio último de la resurrección: Dios resucita a Jesús una vez muerto y unos testigos tienen experiencia de ello; fuera lo que fuese la resurrección de Jesús, ésta fue algo real pero no una resucitación “física”.

Más tarde, Pablo mismo nos proporcionará una pista para entender a qué se estaba refiriendo cuando escriba, , en su carta a los Romanos, que “Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir. La muerte ya no tiene poder sobre él” (Rom. 6:9). Si Pablo hubiese hablado de un cuerpo físicamente resucitado que hubiese vuelto a la vida de la carne, entonces, presumiblemente, Jesús, en algún momento, hubiera tenido que morir de nuevo. Así que, fuera lo que fuese lo que esta epístola trata de comunicar, ello no tiene nada que ver con un cuerpo resucitado y devuelto al reino físico de la historia. Además, el texto de Romanos continúa diciendo que “su muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre, pero que su vida es un vivir para Dios”. Lo que claramente implican estas palabras es que el concepto que Pablo tuvo de la resurrección de Jesús es que Jesús fue elevado a la vida de Dios, desde la que “se apareció a ciertos testigos escogidos” entre los que Pablo estuvo. Sus palabras significan que, fuera lo que fuese la experiencia de la resurrección de Jesús que tuvo, ésta ocurrió en algún momento entre uno y seis años después de la muerte de Jesús; y todo ello indica que el estudio de los relatos bíblicos de la resurrección no es algo tan simple como pretenden los cristianos literalistas. 

La tarea de interpretación se complicó cuando se escribió el primer evangelio. En Marcos, nadie ve a Jesús resucitado. Todo lo que Marcos nos proporciona, en su relato de la mañana de Pascua, es un anuncio a las mujeres, junto a la tumba, en el que se les dice: “No está aquí, ha resucitado”. El mensajero del anuncio es "un joven vestido de blanco" que Marcos no considera como un ángel ni lo presenta como tal. ¿Qué significan sus palabras? Jesús, que "no está aquí", ¿ha resucitado por ello a la vida física de este mundo o a la vida de Dios? Marcos no responde a esta pregunta. Después, el mensajero continúa y encarga a las mujeres que vayan a decir «a Pedro y a los discípulos» que Cristo resucitado los precederá en Galilea y allí lo verán. Ahora bien, si los discípulos, cuando el anuncio, están aún en Jerusalén tal como sugiere este texto, hay que contar con que el viaje a Galilea a pie lleva entre siete y diez días; de modo que la “aparición” de Jesús resucitado a los discípulos, prometida en Galilea, forzosamente debía ser fuera del término de tres días. Por tanto, en este evangelio, que es el más antiguo, se promete una futura aparición pero sin embargo, de hecho, Cristo resucitado no se aparece a nadie inmediatamente después de la crucifixión. Para muchos, esto es un dato preocupante aunque lo cierto es que es un dato cierto. 

Mateo, cuando escribe el segundo Evangelio casi una década más tarde, tiene presente a Marcos y lo incorpora en su propio escrito. Sin embargo, cambia algunas cosas, realza otras y, de vez en cuando, añade otras más. Así procede en el relato de la primera Pascua. En él, lo primero que hace Mateo es convertir el mensajero de Marcos en un ángel inequívocamente descrito como un ser sobrenatural. En segundo lugar, Mateo hace que Cristo resucitado se aparezca a las mujeres en el huerto y de un modo lo bastante físico como para que ellas se abracen a sus pies. Después, Mateo añade una segunda aparición pensada para dar cumplimento a la promesa del mensajero de Marcos de que los discípulos verían a Jesús resucitado en Galilea. Según Mateo, esto ocurre en la cima de un monte, donde los discípulos suben con esfuerzo mientras Jesús resucitado llega allí misteriosamente, apareciendo entre las nubes. ¿Implica esta forma de aparecer que venía del Cielo, es decir, de Dios? De hecho, viene transformado y vistiendo las vestiduras del Hijo del Hombre que, en la mitología judía, había de venir al final de los tiempos. Por primera vez en toda la Biblia, alguien resucitado tiene el don de la palabra. Lo que pronuncia es una misión y una promesa: “Id por todo el mundo, proclamad el evangelio”, y “yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin del mundo”. Sin duda, el relato de la resurrección crece conforme pasan los años.

Cuando Lucas, escribe el tercer evangelio (unos diez años después de Mateo) y nos da su versión de la primera Pascua, el mensajero de Marcos, que en Mateo se había convertido en un ángel, pasa a ser dos ángeles, y la materialidad física del resucitado se acentúa hasta el punto de que Jesús camina, conversa, come, ofrece su cuerpo para que lo toquen e interpreta las Escrituras. Según Lucas, todas las apariciones sucedieron en torno a Jerusalén, sin referencia alguna a Galilea. Además, Lucas introduce la Ascensión de Jesús. Lucas, al haber hecho de la resurrección una “resucitación” física de un cuerpo muerto, tiene que indicar el modo en que el cuerpo físico de Jesús pudo salir fuera del mundo sin morir de nuevo: la Ascensión fue la respuesta. 

Cuando se escribe el Cuarto evangelio al final del siglo I (entre los años 95 y 100), el autor proporciona otros elementos nuevos, a veces, contradictorios con los anteriores. Hay cuatro escenas previas nuevas, entrelazadas no sin cierta torpeza. La figura principal de la primera escena es María Magdalena, sola junto al sepulcro. Lo central de esta aparición es la imposibilidad de adherirse a Jesús como a un cuerpo físico antes de que haya ido junto al Padre. La segunda escena se centra en Pedro y en el “discípulo amado” que llegan al sepulcro vacío y el “discípulo amado” cree sin ver. La tercera escena se centra en los discípulos, escondidos en el cenáculo. Según el Cuarto evangelio, éste es el momento en el que los discípulos reciben el Espíritu Santo: Pascua y Pentecostés son una única y misma experiencia transformadora. La cuarta escena se centra en Tomás y su mensaje es: “dichosos los que no ven (un cuerpo resucitado) y aun así creen”.

Hasta aquí hemos hecho un breve repaso de todo el material específicamente referido a la resurrección en el Nuevo Testamento. Ahora nos resta tejer todo este material de forma coherente. 

EL RELATO DE LA CRUCIFIXIÓN ( I I )-J . S . SPONG


John Shelby Spong


Ciertamente es un hecho histórico los romanos crucificaron a un hombre llamado Jesús de Nazaret en algún momento en torno al año 30 aC. Esta crucifixión sucedió siendo Procurador un funcionario llamado Poncio Pilato, cuyo destino en Judea, según los registros romanos, fue del año 26 al 36. Cuál fue el papel de las autoridades religiosas judías en esta crucifixión es un asunto muy poco claro. Sabemos que, como nación ocupada, los judíos no tenían poder político para ejecutar con crucifixión. La crucifixión era una costumbre romana que se ejecutaba a la manera romana. Ellos, y no los judíos, fueron los responsables de la crucifixión de Jesús. Sin embargo, el delito por el que se le condenó a muerte fue a la vez religioso (blasfemia) y político (sedición).

La pregunta que hay que hacerse es: de todos los detalles de la crucifixión que nos son tan familiares, ¿cuántos son acontecimientos ocurridos realmente y registrados por testigos presenciales? La respuesta es, probablemente, que son muy pocos. Los únicos textos relevantes para este tema están en el Nuevo Testamento, en libros escritos entre cuarenta y setenta años después de los hechos. Además, están escritos en griego, una lengua que Jesús y sus discípulos no hablaron ni leyeron ni escribieron. Y, además, los evangelios se escribieron con el fin de mover a la fe y de interpretar la experiencia de Jesús, no con el de hacer la crónica de lo ocurrido realmente. No obstante, los evangelios se han tratado, erróneamente, como si fuesen textos con intención histórica a lo largo de los siglos e incluso ahora que sabemos que su género no es el de ser una crónica. Por eso trataré de contemplar el relato de la crucifixión de un modo muy diferente en esta columna. 

En primer lugar, debemos ser muy conscientes de que el relato de un traidor llamado Judas Iscariote es altamente sospechoso de no ser histórico. El nombre de Judas no apareció en ningún escrito cristiano hasta la década de los 70 del siglo I, y, cuando lo hizo, fue con el añadido del sobrenombre de “Iscariote”, que significa “asesino político”. Pablo (que escribió entre el 51 y el 64) nunca oyó hablar de un traidor que formase parte del grupo de los doce. La prueba es que, cuando dice que los doce vieron a Cristo resucitado el tercer día tras la crucifixión, está claro que Judas aún está entre ellos. Y, cuando analizamos los detalles de la "biografía bíblica" de Judas, descubrimos que todos proceden de historias de traiciones del Antiguo Testamento. Así que Judas parece ser una construcción literaria hecha a partir de los traidores conocidos en la historia judía. Desde luego, él no es histórico.

Cuando pasamos al primer relato de la crucifixión, que está en Marcos, descubrimos que está compuesto de materiales organizados de cara a un uso litúrgico en una vigilia de 24 horas que conmemorase el aniversario de la muerte de Jesús. Es decir, el relato de la pasión de Marcos está pensado para usarlo en un "viernes santo". Este esquema litúrgico se desarrolló muy pronto pues ya se puede reconocer en Marcos que, como venimos diciendo, se escribió al cabo de dos generaciones. En el texto podemos distinguir una vigilia dividida en ocho partes, de tres horas cada una, hasta llegar a veinticuatro. La primera empieza con las palabras “Al atardecer…” (Marcos 14:17), lo que significa que la vigilia empezaba con la puesta del sol, alrededor de las seis de la tarde. Jesús se reúne con sus discípulos para la cena de Pascua, cuyo rito incluía, además de la comida, juegos y un ambiente informal, lo que ofrecía al cabeza de familia la ocasión de contar a los demás la historia de la huida de Egipto hacia la libertad. También sabemos que duraba unas tres horas normalmente, y que terminaba con el canto de un himno. En el relato de Marcos, cuando termina la comida, los discípulos cantan un himno y salen a la calle de noche. Son las 9.

Entonces van a un lugar conocido como Getsemaní, donde, según nos dice Marcos, Pedro, Santiago y Juan no pueden velar con Jesús ni tres ni dos ni siquiera una hora sin caer dormidos . A media noche, los participantes de la vigilia debían de tener el mismo problema.

Marcos hace que el beso del traidor tenga lugar al filo de la medianoche, con lo que sugiere que el acto más oscuro de la historia se realiza a la hora más oscura de la noche. Pero el acto de la traición también es cosa de las autoridades judías: los sumos sacerdotes y los jefes del Sanedrín. Marcos interpretaba que el rechazo de Jesús fue un acto colectivo, de la nación entera. Esto se manifiesta en el nombre que Marcos pone al traidor, ya que «Judas» es simplemente la transcripción griega de «Judá». Así pues, el relato de la traición ocupa tres horas de la vigilia y ya son las tres de la madrugada. 

Esta parte nocturna de la vigilia, que empezaba a las tres y duraba hasta las seis, se conocía como «el canto del gallo». Marcos escribe para ella la historia de la triple negación de Pedro, una negación por cada hora, hasta que el gallo canta y anuncia la llegada de la mañana.

Justo en ese momento, «al amanecer» o en torno a las seis –dice Marcos–, es cuando llevan a Jesús ante Pilato. Ante el representante del Imperio Romano, tenemos el interrogatorio que lo aboca a la condena. Se incluyen los azotes, las burlas, el manto púrpura, la corona de espinas y la referencia a alguien llamado Barrabás; todo descrito con mucho detalle. Han pasado otras tres horas y son, pues, las nueve de la mañana.

Marcos lo hace notar diciendo que lo crucifican a la hora tercia (es decir, a las nueve). Describe la escena con detalles tomados del Salmo 22 y de Isaías 53, tal como dijimos en una columna anterior. Detalles tomados del Salmo 22 son la gente hostil que pasa por allí y le dice que baje de la cruz si es quien dice ser; el reparto de las vestiduras y el echar a suertes a ver quién se queda con la túnica; y los detalles procedentes de Isaías 53 son la presencia de los dos ladrones, uno a cada lado, y el silencio de Jesús ante sus acusadores, cosas ambas de las que se dice que dan cumplimiento a las palabras de Isaías 53, donde está escrito que el siervo «se contará entre los malhechores» y «no abrirá la boca» ante sus enemigos. Entonces, llegada la hora sexta o del mediodía, tras tres horas en la cruz, Marcos dice que «hubo oscuridad sobre toda la tierra» para anunciar el siguiente tramo de la vigilia.

A las doce del mediodía, no se habla de oscuridad en sentido literal. Sin embargo, si uno creía (como en efecto creían Marcos y todos los que celebraban esta vigilia) que Jesús es «la luz del mundo», y que su muerte sumergiría a este mundo en la oscuridad total. Marcos nos dice que la oscuridad dura mientras la vida de Jesús se agotaba, es decir, desde la hora sexta a la hora nona, o desde las 12 del mediodía hasta las 3 de la tarde, hora en la que, siempre según Marcos, Jesús profiere el grito de su abandono: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, que es el primer versículo del Salmo 22. Entonces, Marcos dice que Jesús, dando un fuerte grito, expira y son las 3 de la tarde.

Para completar la vigilia desde las tres hasta las seis, Marcos introduce el entierro de Jesús en un sepulcro proporcionado por José de Arimatea, líder judío y rico por tanto. Con ello desarrolla lo que Isaías 53 dice acerca de que el “siervo”, en su muerte, estaría junto a un hombre rico. Además, un importante patriarca para las gentes del Reino del Norte fue José, el hijo de Jacob, así que Marcos aprovecha este dato de José para presentar a Jesús como quien reúne, en su muerte, a toda la nación, dividida aún en dos reinos (2). Nada de todo esto es, pues, historia, crónica de unos hechos ocurridos tal cual el texto dice. Todo forma parte de una liturgia en la que se interpreta a Jesús y de un texto escrito para celebrar el recuerdo de su muerte. 

En este relato, Marcos nos cuenta también la historia de Barrabás. Este nombre significa literalmente, hijo de Dios (bar-Abba), así que, en el relato de la pasión, Barrabás es un segundo hijo de Dios. Al hijo de Dios de nombre Barrabás, se le libera mientras que a Jesús se le crucifica. Al no estar familiarizados con los esquemas de la liturgia judía, no sabemos que, en la fiesta del Yom Kippur, se llevan al sumo sacerdote dos animales: uno (que suele ser un cordero) se sacrifica como ofrenda por los pecados del pueblo, y el otro (normalmente una cabra o un carnero) se deja suelto para que se vaya portando sobre sí los pecados del pueblo. El primero es el “Cordero de Dios” y representa el deseo del pueblo de sentirse uno con Dios; el segundo es el “chivo expiatorio”, sobre quien se cargan simbólicamente los pecados del pueblo que así queda purificado para unirse a Dios. Al introducir a Barrabás en el relato de la pasión, Marcos está interpretando la crucifixión dentro del contexto del Yom Kippur. De no conocer la liturgia judía no se entiende este pasaje de Marcos ni verán que él nunca pretendió que dicho pasaje se leyese como una crónica literal de los sucesos históricos.

Mucha gente está tan encerrada en la idea de que los evangelios deben leerse literalmente y de que sus informaciones sobre Jesús son biográficas que sienten que no puede haber otra forma de leerlos. Por eso, cuando algo desafía su interpretación literal, creen y temen que, de fallar dicha interpretación, ya no quedará nada en firme. Por contraste, es seguro que los escritores de los evangelios fueron conscientes de usar palabras e imágenes judías tan familiares para sus lectores de entonces que no les hubiera cabido en la cabeza imaginar que éstos hubieran podido malinterpretar sus intenciones y leer sus narraciones en sentido literal y de pura crónica histórica. Los escritores de las historias de los evangelios las escribieron con el fin de comunicar su interpretación de la profunda y emocionante experiencia de Dios que creían haber hecho al encontrar la persona de Jesús. El encuentro de Jesús fue una experiencia transformadora, que les abrió los ojos, les hizo más conscientes y enriqueció sus vidas. Esta experiencia es lo real, lo que verdaderamente fue más real que cualquier otra cosa que hubiesen conocido antes; pero era además algo que estaba más allá de lo que las palabras humanas, atadas como están al tiempo, pueden expresar. Hoy, al identificar las capas de la interpretación, descubrimos no que la historia ha quedado destruida sino que la realidad es más grande que lo que nunca habríamos imaginado. Permanece lo realmente importante y todo apunta, más allá de las explicaciones de la antigüedad, a la maravillosa e indescriptible presencia de Dios. 

Cuando el movimiento cristiano llegó al final del primer siglo, al tiempo en el que se escribió el Cuarto evangelio (años 95 a 100), esta perspectiva estaba tan profundamente asumida en la mentalidad cristiana común que dicho evangelio se nos presenta como el menos literal e histórico y, al mismo tiempo, como el más profundo y auténtico retrato de Jesús, de todo el Nuevo Testamento. 

Que no nos dé miedo la muerte del literalismo. La muerte del literalismo nos abre la puerta que nos conduce a lo que Jesús significa: una puerta que bloquean e impiden traspasar las palabras literalmente leídas. “Piensa diferente, acepta la incertidumbre”, tal es la puerta de acceso a un nuevo cristianismo en un nuevo mundo. 

EL RELATO DE LA CRUCIFIXIÓN ( I )-J . S . SPONG



John Shelby Spong

Un treinta o un cuarenta por ciento de cada uno de los evangelios está dedicado a la última semana de la vida de Jesús de Nazaret. Sin duda éste fue el foco de las narraciones de los evangelios. El énfasis de los evangelios estaba en esa parte del mensaje. El evangelio de Marcos se ha dicho que era, en definitiva, “un relato de la pasión más un prólogo”. Juan dedica 9 de sus 21 capítulos (del 13 al 21) a la última semana en la vida de Jesús, y la historia de la despedida aparece ya en el capítulo 13. Aunque se escribiesen pasado ya bastante tiempo tras la crucifixión (entre cuarenta y setenta años), no cabe duda de que la cruz era aún el centro del mensaje cristiano.

Durante la mayor parte de la historia cristiana, los seguidores de Jesús han leído estas historias de la pasión como crónicas escritas por testigos presenciales, por lo que eran históricamente bastante fiables. Los detalles contenidos en estos relatos de los hechos finales de la vida de Jesús se grabaron con fuego en nuestra memoria gracias a la liturgia, y la narración de la crucifixión ha llegado a ser, junto con el nacimiento de Jesús, la parte más conocida del relato cristiano común. La mayoría de nosotros conoce las líneas generales e incluso los detalles de este relato que comienza con la entrada triunfal en Jerusalén, que se celebra el Domingo de Ramos. Tras él, se pasa a la escena de Jesús expulsando del templo a los cambistas. Luego, la cuidadosa preparación de una comida (que pronto se identificó como “la última Cena”), celebrada en un sitio prestado que pasó a conocerse como “el Cenáculo”. Posteriormente, seguían la ida al huerto de Getsemaní; la traición de Judas con un beso, seguida del arresto; el juicio ante las autoridades judías; la triple negación de Simón Pedro, indicada por el canto de un gallo; el juicio ante Pilato; la liberación de Barrabás; las burlas a Jesús con el manto púrpura y la corona de espinas; los azotes por orden de Poncio Pilato; el camino al Calvario; la ayuda de Simón de Cirene para llevar la cruz; la crucifixión; la oscuridad en pleno mediodía; el grito de abandono: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”; la muerte de Jesús y, finalmente, el entierro, facilitado por alguien llamado José de Arimatea. Durante siglos, se han compuesto himnos que hicieron aún más vivas estas imágenes y escenas. Uno piensa en cantos como “Ve al oscuro Getsemaní” o “¿Estabas tú allí, cuando lo llevaban a la cruz?” o muchos otros. El arte cristiano, desde las obras maestras de la pintura, reunidas en los grandes museos de todo el mundo, hasta los vía crucis de las iglesias rurales más humildes, todo ello ha hecho que estemos familiarizados con los elementos más importantes y con la inolvidable calidad global de esta narración.

Sin embargo, sigue siendo necesario plantear una pregunta: ¿cuánto de este relato es historia? ¿Cuánto en él fue un intento posterior de presentar a Jesús como el cumplimiento literal de la expectativa contenida en las Escrituras? ¿Cuánto de este material se creó como fruto del esfuerzo de hacer que la historia se ciñese a unas líneas de interpretación previamente establecidas? A fin de cuentas, estos relatos se escribieron entre dos y cuatro generaciones después de los acontecimientos que parece que describen. Durante unos mil ochocientos años aproximadamente, la exactitud de estas narraciones se cuestionó muy poco en el cristianismo. Sin embargo, en los últimos doscientos o trescientos años, nuevas fuentes de información, unidas a un enfoque crítico en el estudio de la Biblia, similar al aplicado a otros textos, nos han abierto una comprensión de los mismos muy novedosa. A partir de este nuevo conocimiento, se han introducido en nuestro pensamiento conclusiones radicalmente nuevas. Este nuevo estudio comenzó principalmente en Alemania pero se extendió posteriormente. Los resultados han sido saludables pues han hecho más profunda la fe de unos y han hecho tambalearse el literalismo de otros. 

El primer logro de estos nuevos estudios fue el establecimiento de las fechas de los principales escritos del Nuevo Testamento, con lo que pudimos empezar a leer los libros que lo forman en el orden en que se escribieron y en el que el relato común fue creciendo. Pablo fue el primero en escribir: todas las epístolas realmente suyas se escribieron entre el año 51 y el 64. Si leemos a Pablo prescindiendo de las ideas e intuiciones de los evangelios, que son posteriores, descubrimos que él no menciona la historia de que uno de los doce que fue un traidor. Tampoco sitúa la crucifixión en la Pascua. Parce no saber nada de la escena del huerto de Getsemaní y tampoco parece saber nada del papel de Pilato, Barrabás o Pedro en los sucesos de la pasión. Pablo parece no saber de ninguna “palabra” dicha por Jesús en la cruz, ni tampoco de la oscuridad al mediodía o de la tumba propiedad de José de Arimatea, donde se enterró a Jesús. Lo que sí hace Pablo es interpretar la cruz como parte de un plan de salvación: “murió por nuestros pecados”, escribe. También sugiere que la crucifixión fue “según las Escrituras”, lo que para él significa según el Antiguo Testamento pues, obviamente el “Nuevo” no existía y no existió hasta bastante después de la muerte de Pablo. La frase “según las Escrituras” indica claramente, por tanto, que lo sucedido con Jesús se interpretó como el cumplimiento de las expectativas judías y que esta forma de interpretar fue parte del modo como los cristianos, desde antiguo y de forma generalizada, pensaron la experiencia del Maestro. 

Cuando Marcos, a comienzos de los años 70, escribió su evangelio, que es el más antiguo, empezó a debilitar la tesis literalista al contarnos que, cuando arrestaron a Jesús, “todos los discípulos lo abandonaron y huyeron”, por lo que, si hemos de ser literales, parece que no hubo testigos presenciales de los hechos. Marcos fue el primero en hablar de Judas Iscariote, de las negaciones de Pedro y de la historia de Barrabás y sabemos que fue el primero en escribir un relato de la crucifixión (Mc. 14:17-15-47), ahora bien, cuando leemos su narración, sabemos que no es en absoluto una crónica hecha por un testigo presencial sino que es una interpretación de la muerte de Jesús basada en la Biblia Hebrea, y, sobre todo, en dos pasajes de la misma. El primero es Isaías 53, escrito en el siglo VI aC., y el segundo es el Salmo 22, escrito probablemente en el siglo V aC. Marcos extrajo de estas dos fuentes la mayor parte de los detalles de su historia. Del Salmo 22 tomó el grito de abandono (“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), la burla de los presentes y el reparto de las vestiduras, incluido el detalle de que los soldados que se sortearan la túnica. De Isaías 53 tomó el silencio de Jesús ante sus acusadores, los dos ladrones crucificados con él, uno a cada lado, y el dato de la tumba con los ricos, cuyo desarrollo es la referencia a José de Arimatea. Así pues, si durante siglos se nos enseñó que este primer relato era la crónica de un testigo presencial, ahora sabemos que Marcos nunca pretendió que fuera tal cosa.

Más o menos una década después, Mateo copió la mayor parte del relato de Marcos, introduciendo unos pocos añadidos tan sólo. Para Mateo, Judas es un personaje más oscuro, y, además, añade algunos detalles: sólo Mateo menciona el precio de la traición en treinta monedas de plata; sólo en Mateo Judas se arrepiente y trata de devolver el dinero arrojándolo en el Templo aunque los sumos sacerdotes y los ancianos no se lo acepten, y sólo en Mateo Judas se ahorca tras ello. Sin embargo, ni siquiera estos detalles parecen ser un recuerdo real sino, más bien, nuevos detalles tomados prestados de otras historias de traiciones consignadas en las Escrituras y que deliberadamente se recrean en la historia de Judas. En Zacarías, por ejemplo, el rey pastor de Israel recibe treinta piezas de plata de aquellos que compran y venden animales en el Templo, y después las arroja de nuevo al lugar del que procedían. Y en las historias que se cuentan del rey David, un hombre llamado Ajitofel, que se sentaba a la mesa del rey, lo traiciona, y cuando su treta fracasa, se va fuera y se ahorca.

Lucas, que escribe más o menos una década más tarde, y también tiene en cuenta a Marcos, se fija en que, en Isaías 53 se dice que el “siervo” (una creación mítico-literaria del autor anónimo de los escritos que llamamos Segundo Isaías –Is. 40-55-) ha intercedido por quienes lo atormentaban, e incluye este detalle en su relato cuando dice que Jesús intercedió por los que lo habían crucificado: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Lucas también toma de Isaías algún detalle de la historia de los malhechores, a quienes Marcos introdujo sin más comentarios y que, según Mateo, sufren el mismo tormento que Jesús, cuando hace que uno de ellos se arrepienta: a él dirige Jesús palabras de consuelo: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Lucas omite además el grito de abandono (“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”) y lo sustituye por unas palabras de fe y confianza: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. 

Cuando llegamos a Juan, cuyo evangelio se escribió cerca del final del siglo I, es decir, unos 65 o 70 años después de la crucifixión, nos encontramos con un relato de la pasión muy diferente. No hay angustia de Jesús en Getsemaní ni hay dudas sobre si beber o no el cáliz. El Jesús de Juan dice: “yo para esto he nacido”. Por primera vez aparece en Juan la madre de Jesús al pie de la cruz, y Jesús se la encomienda al “discípulo amado”, una figura ignorada por los otros evangelios. El relato de las autoridades que llegan para acelerar la muerte de los condenados quebrándoles las piernas también aparece por primera vez en Juan, quien señala que a Jesús se le evitó este último ultraje porque ya estaba muerto. Lo cual dio cumplimiento –según Juan– a una profecía como la de “no se le quebrará hueso alguno”, referida a los corderos que se utilizaban en el culto judío tanto en Pascua como en el Yom Kippur. Según Juan, las autoridades, contrariadas al verlo ya muerto, clavan una lanza en el cuerpo de Jesús, de cuya herida mana sangre y agua, con lo que se cumple, según Juan, la palabra de Zacarías: “mirarán al que traspasaron”.

Así pues, al seguir el hilo de la puesta por escrito del relato común de la pasión empezando por Pablo (años 51-64) y siguiendo por Marcos (72), Mateo (82-85), Lucas (88-93) y Juan (95-100), vemos cómo dicha historia va creciendo y enriqueciéndose en detalles, y empezamos a entender cómo y con qué propósito se añadieron, a la historia de la pasión, todos y cada uno de ellos.

Lo que hemos hecho ha sido, pues, un primer caer en la cuenta de lo escasos que son los elementos del relato de la crucifixión que pueden considerarse como históricos. Hay más cosas que merece la pena señalar, sin embargo. Los evangelios de Lucas y de Juan, que son más tardíos, llegan a exonerar a Judas al sugerir que estaba dominado por Satán y que no era responsable de su actuación. También el retrato de Pilato va siendo más comprensivo con él con el tiempo, pues llega a no encontrar falta en Jesús y a buscar la forma de liberarlo. ¿Hasta qué punto es verdaderamente histórico este relato? ¿Cuáles son las implicaciones si no lo es? . 

miércoles, 28 de noviembre de 2018

LÁZARO ¿ RESUCITÓ REALMENTE ? -J . S . SPONG


John Shelby Spong


Antes de concluir mi breve análisis de los relatos de milagros en el Nuevo Testamento, quiero fijarme en el que, probablemente, es el hecho milagroso más conocido de cuantos se atribuyen a Jesús en toda la tradición de los evangelios. Me refiero a la resurrección de Lázaro. Sólo el Cuarto evangelio cuenta esta historia (Jn. 11). Lo cual significa que no aparece en la tradición cristiana hasta el final del siglo I, entre los años 95 y 100. Dado que sólo está en Juan, hemos de ser conscientes del papel que juega este relato justo en dicho evangelio. Entre los capítulos 2 y el 12, Juan expone lo que los estudiosos llaman ahora el «Libro de las Señales» o Signos. En dicha sección, Juan recoge siete “signos” en torno a los que organiza su relato sobre Jesús. El primer signo es la conversión del agua en vino en Caná de Galilea, y el último, la resurrección de Lázaro. Creo que, al llamar "signos" o “señales” a estos actos aparentemente sobrenaturales, Juan nos estaba indicando indirectamente que éstos no debían leerse como milagros literales sino como narraciones que apuntan, más allá de ellas mismas, hacia algo muy importante y significativo.

Al adentrarnos en la narración de Lázaro, vemos que hay muchas otras cosas que también parecen querer avisarnos de que dicha narración no debe interpretarse literalmente. Primero, un detalle biográfico: la narración presenta a Lázaro como hermano de Marta y María, que viven en la aldea de Betania. Es un detalle extraño porque Marta y María son figuras bien conocidas en la tradición de los evangelios pero, en ningún lugar antes de este episodio, se dice nada sobre un hermano suyo que se llamase Lázar.

El segundo detalle de la narración que hace que nos planteemos preguntas es que a Jesús le informan de la enfermedad de Lázaro y, según el texto, él rehúsa ir a verlo hasta que llega, al fin, la noticia de la muerte. Jesús dice entonces que esta muerte de Lázaro ha sido para “gloria de Dios” y “para que el hijo de Dios sea glorificado por ella”. Este lenguaje es un lenguaje que interpreta, pues es un intento de dar sentido, retrospectivamente, a lo que supone la experiencia global de Jesús para quien la haga. No es el lenguaje de un informador que describe un hecho sobrenatural particular que se considera que ha tenido lugar en un momento dado de la historia. 

La tercera cosa digna de mención en este relato es que, si bien ninguna persona llamada Lázaro se ha mencionado antes en ningún lugar de la tradición cristiana, cuando ahora aparece este nombre, se nos dice que es el de alguien especialmente cercano a Jesús. La narración enfatiza intensamente cuánto quería Jesús a Lázaro. Las palabras de los que informan a Jesús sobre la enfermedad de Lázaro son: “Señor, aquél al que tú amas está enfermo”. Cuando la gente que se ha congregado observa a Jesús llorando con gran dolor, y el texto cita las palabras de los presentes: “mirad cómo lo quería”. Una y otra vez, en este relato, se nos dice que la relación entre Jesús y Lázaro era muy estrecha. Y, sin embargo, ninguno de los evangelios anteriores parece saber nada de él. 

Para añadir más misterio, dos capítulos después, este evangelio mismo introduce una figura enigmática pero crucial, en torno a la cual teje el relato de la crucifixión y de la resurrección. Juan lo llama “el discípulo al que Jesús amaba”, que, en los círculos bíblicos, se conoce como “el discípulo amado”. En el evangelio de Juan, el discípulo amado está junto a Jesús en la Última Cena. Cuando Pedro quiere hacer una pregunta a Jesús, decide hacerla a través de él. Él es el que está junto a la cruz con Jesús, y al que éste encomienda a su madre. Es la primera persona que entra al sepulcro vacío y el primero en creer que el hecho de que Jesús no estuviese en el sepulcro es una señal de triunfo y de resurrección. Él es el primero en reconocer a Jesús junto al mar de Galilea, en el epílogo del evangelio (capítulo 21). Así que, en el pensamiento del autor de este evangelio, tanto el “discípulo amado” como el “Lázaro” que resucita de entre los muertos parecen estar unidos a Jesús por unos sentimientos muy profundos. Por tanto, hay que ver a ambos como figuras importantes, centrales incluso, en el intento de Juan de anunciar una nueva concepción de Dios a través de la vida de Jesús. 

Esto nos conduce a la conclusión de que, con toda probabilidad, ninguna de estas dos figuras fue un personaje histórico. Una lectura atenta del Cuarto evangelio plantea la posibilidad de que su autor crease toda una serie de personajes literarios a través de los cuales lo que pretendía era contar la historia de Jesús. Como Lázaro y “el discípulo amado”, muchos de los personajes de Juan son gente de la que nadie había oído hablar antes de que Juan mismo escribiese sobre ellos. Pienso en figuras como Natanael, Nicodemo, la mujer samaritana junto al pozo, el funcionario real cuyo hijo se cura, el hombre que llevaba 38 años paralítico y el ciego de nacimiento. Sólo una lectura literal del evangelio de Juan, a lo largo de los siglos, nos ha hecho creer que estas figuras eran históricas. Sin embargo, no lo son más –ahora estoy convencido de ello– que Jane Eyre, Sherlock Holmes o Harry Potter. Para entender el evangelio de Juan, debemos empezar por apreciar esta capacidad suya para crear personajes memorables. Es un rasgo propio de su genio literario. 

Una vez afirmada la naturaleza no histórica de Lázaro, tornemos al relato de Juan y leámoslo como el gran drama que es. Estos son los detalles del relato: Jesús llega a Betania cuando el funeral de Lázaro está ya más que concluido. De hecho, Lázaro lleva ya cuatro días enterrado. Juan nos informa de que los familiares y amigos aún están allí. Este nutrido grupo de gente incluye a seguidores de Jesús, a algunos que simplemente son críticos con él y a otros que son incluso enemigos declarados suyos. De modo que esta “señal” se va ha hacer en público, ante testigos entre los hay algunos que son hostiles. 

Al principio, cuando Jesús llega, Marta y María lo reprenden por no haber lo hecho más rápido, enseguida de recibir el aviso urgente. “Señor, si hubieses estado aquí, nuestro hermano no habría muerto”, le dicen. Entonces, Juan hace que Jesús entable una larga conversación con Marta sobre la vida después de la muerte. En esa conversación aparece uno de los “YO SOY” que Juan pone en boca de Jesús. “YO SOY” es el nombre que Dios reveló a Moisés junto a la zarza ardiente, en el libro del Éxodo. Juan pone este nombre sagrado en los labios de Jesús una y otra vez. Sólo en el evangelio de Juan dice Jesús cosas como “YO SOY el pan de vida”, “YO SOY el agua viva”, “YO SOY el buen pastor”, “YO SOY la puerta”, “YO SOY la vid”, “YO SOY el camino”… Y, en este episodio, Juan hace decir a Jesús: “”YO SOY la Resurrección”. De una forma incluso más enigmática, hay otros pasajes de este evangelio que retratan a Jesús diciendo cosas como: “antes de que Abraham fuese, YO SOY”, o “cuando veáis al hijo del hombre levantado, sabréis que YO SOY”. Así que, hagamos lo que hagamos con este pasaje, debemos leerlo en el conjunto del contexto joánico. 

Un último dato en el que hay que reparar es el carácter especialmente milagroso de este relato. Lázaro no sólo está muerto sino que lleva cuatro días enterrado. Marta advierte a Jesús sobre el hedor que saldrá si se abre el sepulcro. Sin embargo, Jesús se dirige a la tumba, seguido por la multitud; hace que quiten la piedra que tapaba la entrada y llama al muerto: “¡Lázaro, sal fuera!”. Para asombro de los presentes, aparece una figura semejante a una momia que, atada con vendas y envuelta en el sudario, intenta liberarse. Jesús dice: “Desatadle y dejadle ir”. 

¿Cuál fue la reacción ante todo esto? Dice Juan que algunos creyeron pero que muchos más fueron los que, a partir de entonces, empezaron a conspirar para dar muerte a Jesús. De hecho, en el evangelio de Juan, éste, y no otro, es el acontecimiento que desencadena la crucifixión. Juan menciona incluso a Caifás, el Sumo Sacerdote, en este episodio, que es donde dice: “conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Según el evangelio de Juan, la muerte de Jesús es inevitable a partir del momento de la resurrección de Lázaro.

Si no hay que leer literalmente esta historia, entonces, ¿qué es lo que significa y de dónde tomó Juan los detalles de la misma? Antes, en esta misma serie, ya hemos señalados los paralelos que hay entre la historia de Eliseo que resucita a un niño y la de Jesús que resucita a la hija del jefe de la sinagoga llamado Jairo. También hemos apuntado que la historia de Elías resucitando al hijo único de una viuda tiene un reflejo en el relato de Lucas en el que Jesús resucita al hijo único de una viuda en Naím. Sin embargo, en las Escrituras Hebreas, no hay paralelos para la resurrección de Lázaro. Así que en no encontramos nada en las Escrituras que nos ayude a interpretar este episodio. 

Hay, sin embargo, en la tradición sinóptica, una parábola, narrada por Lucas, que incluye a un personaje llamado Lázaro. Es un mendigo que muere y que va al “seno de Abraham” (una forma judía de referirse al cielo). El co-protagonista de esta historia es un hombre rico, cuyo nombre, a veces, es Epulón, y que también muere pero que, a diferencia de Lázaro, va a un lugar de tormento. Una vez allí, Epulón suplica a Abraham que le envíe a Lázaro con una gota de agua al menos para él. Pero Abraham le responde que Lázaro no puede llegar a él desde donde está porque un abismo se abre entre ellos. Entonces, Epulón le ruega a Abraham que, por lo menos, envíe a Lázaro de vuelta a la tierra para que les avise a sus cinco hermanos, de modo que ellos no acaben también en aquel lugar de tormento. A lo que Abraham le responde que ya “tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”. Pero Epulón aún insiste en que sólo si alguien regresara de la muerte, entonces, ellos se arrepentirían. Por fin entonces Abraham pronuncia la afirmación clave para desbloquear nuestra comprensión del relato de Juan y de su papel de cara a la crucifixión: “si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque un muerto resucite”. Lo que ha hecho Juan es tomar esta parábola de Lucas y hacer que su significado se plasme a través de un relato: Lázaro resucita pero muchos no se convierten sino que, en lugar de ello, resulta que el acontecimiento pasa a ser el desencadenante de la crucifixión. Juan, por tanto, al presentar el relato de Lázaro, no pretendió que todo él se comprendiese como algo sucedido realmente, históricamente. El relato es un ejercicio de interpretación; a través de una historia surgida y contada en el contexto de la tensión entre los cristianos y las autoridades de la sinagoga, se nos dice sobre cómo hay que entender a Jesús. Una vez más, queda claro: debemos aprender a leer la Biblia sin imponerle nuestro literalismo. Este aprendizaje no es sólo una tarea importante sino muy provechosa. La historia de Lázaro no es por tanto un milagro sino una «señal».  

Reseña para "LA FLOR INVERTIDA" - Puntuación: 🌟🌟🌟🌟🌟 5/5

Opinión: Las letras del autor las conocí por su libro "Equipaje Ancestral" que tuve la suerte de ganarlo en un sorteo que realizo,...