miércoles, 28 de noviembre de 2018

LÁZARO ¿ RESUCITÓ REALMENTE ? -J . S . SPONG


John Shelby Spong


Antes de concluir mi breve análisis de los relatos de milagros en el Nuevo Testamento, quiero fijarme en el que, probablemente, es el hecho milagroso más conocido de cuantos se atribuyen a Jesús en toda la tradición de los evangelios. Me refiero a la resurrección de Lázaro. Sólo el Cuarto evangelio cuenta esta historia (Jn. 11). Lo cual significa que no aparece en la tradición cristiana hasta el final del siglo I, entre los años 95 y 100. Dado que sólo está en Juan, hemos de ser conscientes del papel que juega este relato justo en dicho evangelio. Entre los capítulos 2 y el 12, Juan expone lo que los estudiosos llaman ahora el «Libro de las Señales» o Signos. En dicha sección, Juan recoge siete “signos” en torno a los que organiza su relato sobre Jesús. El primer signo es la conversión del agua en vino en Caná de Galilea, y el último, la resurrección de Lázaro. Creo que, al llamar "signos" o “señales” a estos actos aparentemente sobrenaturales, Juan nos estaba indicando indirectamente que éstos no debían leerse como milagros literales sino como narraciones que apuntan, más allá de ellas mismas, hacia algo muy importante y significativo.

Al adentrarnos en la narración de Lázaro, vemos que hay muchas otras cosas que también parecen querer avisarnos de que dicha narración no debe interpretarse literalmente. Primero, un detalle biográfico: la narración presenta a Lázaro como hermano de Marta y María, que viven en la aldea de Betania. Es un detalle extraño porque Marta y María son figuras bien conocidas en la tradición de los evangelios pero, en ningún lugar antes de este episodio, se dice nada sobre un hermano suyo que se llamase Lázar.

El segundo detalle de la narración que hace que nos planteemos preguntas es que a Jesús le informan de la enfermedad de Lázaro y, según el texto, él rehúsa ir a verlo hasta que llega, al fin, la noticia de la muerte. Jesús dice entonces que esta muerte de Lázaro ha sido para “gloria de Dios” y “para que el hijo de Dios sea glorificado por ella”. Este lenguaje es un lenguaje que interpreta, pues es un intento de dar sentido, retrospectivamente, a lo que supone la experiencia global de Jesús para quien la haga. No es el lenguaje de un informador que describe un hecho sobrenatural particular que se considera que ha tenido lugar en un momento dado de la historia. 

La tercera cosa digna de mención en este relato es que, si bien ninguna persona llamada Lázaro se ha mencionado antes en ningún lugar de la tradición cristiana, cuando ahora aparece este nombre, se nos dice que es el de alguien especialmente cercano a Jesús. La narración enfatiza intensamente cuánto quería Jesús a Lázaro. Las palabras de los que informan a Jesús sobre la enfermedad de Lázaro son: “Señor, aquél al que tú amas está enfermo”. Cuando la gente que se ha congregado observa a Jesús llorando con gran dolor, y el texto cita las palabras de los presentes: “mirad cómo lo quería”. Una y otra vez, en este relato, se nos dice que la relación entre Jesús y Lázaro era muy estrecha. Y, sin embargo, ninguno de los evangelios anteriores parece saber nada de él. 

Para añadir más misterio, dos capítulos después, este evangelio mismo introduce una figura enigmática pero crucial, en torno a la cual teje el relato de la crucifixión y de la resurrección. Juan lo llama “el discípulo al que Jesús amaba”, que, en los círculos bíblicos, se conoce como “el discípulo amado”. En el evangelio de Juan, el discípulo amado está junto a Jesús en la Última Cena. Cuando Pedro quiere hacer una pregunta a Jesús, decide hacerla a través de él. Él es el que está junto a la cruz con Jesús, y al que éste encomienda a su madre. Es la primera persona que entra al sepulcro vacío y el primero en creer que el hecho de que Jesús no estuviese en el sepulcro es una señal de triunfo y de resurrección. Él es el primero en reconocer a Jesús junto al mar de Galilea, en el epílogo del evangelio (capítulo 21). Así que, en el pensamiento del autor de este evangelio, tanto el “discípulo amado” como el “Lázaro” que resucita de entre los muertos parecen estar unidos a Jesús por unos sentimientos muy profundos. Por tanto, hay que ver a ambos como figuras importantes, centrales incluso, en el intento de Juan de anunciar una nueva concepción de Dios a través de la vida de Jesús. 

Esto nos conduce a la conclusión de que, con toda probabilidad, ninguna de estas dos figuras fue un personaje histórico. Una lectura atenta del Cuarto evangelio plantea la posibilidad de que su autor crease toda una serie de personajes literarios a través de los cuales lo que pretendía era contar la historia de Jesús. Como Lázaro y “el discípulo amado”, muchos de los personajes de Juan son gente de la que nadie había oído hablar antes de que Juan mismo escribiese sobre ellos. Pienso en figuras como Natanael, Nicodemo, la mujer samaritana junto al pozo, el funcionario real cuyo hijo se cura, el hombre que llevaba 38 años paralítico y el ciego de nacimiento. Sólo una lectura literal del evangelio de Juan, a lo largo de los siglos, nos ha hecho creer que estas figuras eran históricas. Sin embargo, no lo son más –ahora estoy convencido de ello– que Jane Eyre, Sherlock Holmes o Harry Potter. Para entender el evangelio de Juan, debemos empezar por apreciar esta capacidad suya para crear personajes memorables. Es un rasgo propio de su genio literario. 

Una vez afirmada la naturaleza no histórica de Lázaro, tornemos al relato de Juan y leámoslo como el gran drama que es. Estos son los detalles del relato: Jesús llega a Betania cuando el funeral de Lázaro está ya más que concluido. De hecho, Lázaro lleva ya cuatro días enterrado. Juan nos informa de que los familiares y amigos aún están allí. Este nutrido grupo de gente incluye a seguidores de Jesús, a algunos que simplemente son críticos con él y a otros que son incluso enemigos declarados suyos. De modo que esta “señal” se va ha hacer en público, ante testigos entre los hay algunos que son hostiles. 

Al principio, cuando Jesús llega, Marta y María lo reprenden por no haber lo hecho más rápido, enseguida de recibir el aviso urgente. “Señor, si hubieses estado aquí, nuestro hermano no habría muerto”, le dicen. Entonces, Juan hace que Jesús entable una larga conversación con Marta sobre la vida después de la muerte. En esa conversación aparece uno de los “YO SOY” que Juan pone en boca de Jesús. “YO SOY” es el nombre que Dios reveló a Moisés junto a la zarza ardiente, en el libro del Éxodo. Juan pone este nombre sagrado en los labios de Jesús una y otra vez. Sólo en el evangelio de Juan dice Jesús cosas como “YO SOY el pan de vida”, “YO SOY el agua viva”, “YO SOY el buen pastor”, “YO SOY la puerta”, “YO SOY la vid”, “YO SOY el camino”… Y, en este episodio, Juan hace decir a Jesús: “”YO SOY la Resurrección”. De una forma incluso más enigmática, hay otros pasajes de este evangelio que retratan a Jesús diciendo cosas como: “antes de que Abraham fuese, YO SOY”, o “cuando veáis al hijo del hombre levantado, sabréis que YO SOY”. Así que, hagamos lo que hagamos con este pasaje, debemos leerlo en el conjunto del contexto joánico. 

Un último dato en el que hay que reparar es el carácter especialmente milagroso de este relato. Lázaro no sólo está muerto sino que lleva cuatro días enterrado. Marta advierte a Jesús sobre el hedor que saldrá si se abre el sepulcro. Sin embargo, Jesús se dirige a la tumba, seguido por la multitud; hace que quiten la piedra que tapaba la entrada y llama al muerto: “¡Lázaro, sal fuera!”. Para asombro de los presentes, aparece una figura semejante a una momia que, atada con vendas y envuelta en el sudario, intenta liberarse. Jesús dice: “Desatadle y dejadle ir”. 

¿Cuál fue la reacción ante todo esto? Dice Juan que algunos creyeron pero que muchos más fueron los que, a partir de entonces, empezaron a conspirar para dar muerte a Jesús. De hecho, en el evangelio de Juan, éste, y no otro, es el acontecimiento que desencadena la crucifixión. Juan menciona incluso a Caifás, el Sumo Sacerdote, en este episodio, que es donde dice: “conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Según el evangelio de Juan, la muerte de Jesús es inevitable a partir del momento de la resurrección de Lázaro.

Si no hay que leer literalmente esta historia, entonces, ¿qué es lo que significa y de dónde tomó Juan los detalles de la misma? Antes, en esta misma serie, ya hemos señalados los paralelos que hay entre la historia de Eliseo que resucita a un niño y la de Jesús que resucita a la hija del jefe de la sinagoga llamado Jairo. También hemos apuntado que la historia de Elías resucitando al hijo único de una viuda tiene un reflejo en el relato de Lucas en el que Jesús resucita al hijo único de una viuda en Naím. Sin embargo, en las Escrituras Hebreas, no hay paralelos para la resurrección de Lázaro. Así que en no encontramos nada en las Escrituras que nos ayude a interpretar este episodio. 

Hay, sin embargo, en la tradición sinóptica, una parábola, narrada por Lucas, que incluye a un personaje llamado Lázaro. Es un mendigo que muere y que va al “seno de Abraham” (una forma judía de referirse al cielo). El co-protagonista de esta historia es un hombre rico, cuyo nombre, a veces, es Epulón, y que también muere pero que, a diferencia de Lázaro, va a un lugar de tormento. Una vez allí, Epulón suplica a Abraham que le envíe a Lázaro con una gota de agua al menos para él. Pero Abraham le responde que Lázaro no puede llegar a él desde donde está porque un abismo se abre entre ellos. Entonces, Epulón le ruega a Abraham que, por lo menos, envíe a Lázaro de vuelta a la tierra para que les avise a sus cinco hermanos, de modo que ellos no acaben también en aquel lugar de tormento. A lo que Abraham le responde que ya “tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”. Pero Epulón aún insiste en que sólo si alguien regresara de la muerte, entonces, ellos se arrepentirían. Por fin entonces Abraham pronuncia la afirmación clave para desbloquear nuestra comprensión del relato de Juan y de su papel de cara a la crucifixión: “si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque un muerto resucite”. Lo que ha hecho Juan es tomar esta parábola de Lucas y hacer que su significado se plasme a través de un relato: Lázaro resucita pero muchos no se convierten sino que, en lugar de ello, resulta que el acontecimiento pasa a ser el desencadenante de la crucifixión. Juan, por tanto, al presentar el relato de Lázaro, no pretendió que todo él se comprendiese como algo sucedido realmente, históricamente. El relato es un ejercicio de interpretación; a través de una historia surgida y contada en el contexto de la tensión entre los cristianos y las autoridades de la sinagoga, se nos dice sobre cómo hay que entender a Jesús. Una vez más, queda claro: debemos aprender a leer la Biblia sin imponerle nuestro literalismo. Este aprendizaje no es sólo una tarea importante sino muy provechosa. La historia de Lázaro no es por tanto un milagro sino una «señal».  

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