lunes, 21 de mayo de 2018

El sacerdote Gay es como una mujer golpeada


Alguien podría idear una serie de televisión Queer as Folk (Gente diferente) sobre la vida en el seminario y las redes encubiertas de sacerdotes y sus amantes que podrían tener el amaneramiento, las historias de amor, las rupturas, las tragedias sinceras e, incluso, el erotismo de las series Showtime. Mejor sería el documental británico Queer and Catholic producido por Mark Dowd y televisado en Londres en mayo de 2001. El programa narraba de modo sensacionalista el hecho de que seminaristas del prestigioso Colegio Inglés en Roma donde candidatos ingleses escogidos eran educados para el sacerdocio, utilizaban su capacidad de seducción en bares y parques y en el colegio se llamaban, a menudo, con nombres femeninos. En tanto el Vaticano trataba de desarrollar estrategias nuevas para eliminar a los seminaristas gays, algunos dirigentes católicos sostienen que la orientación sexual carece de pertinencia para el sacerdocio católico puesto que es requerido el celibato a los candidatos.
La Iglesia Católica está profundamente confundida y dividida sobre la homosexualidad, y añadiría la sexualidad y el género. Sus posiciones teológicas sobre las mujeres y la homosexualidad fundidas con las afirmaciones de autoridad absoluta del Vaticano hallan juicio contradictorios en las filas de los prelados y el clero.
 Eve Sedwick escribe: “El enclaustramiento de la orientación sexual es un desempeño iniciado como tal por el acto del habla del silencio. Los mecanismos de negación de los católicos norteamericanos están firmemente arraigados y delicadamente sintonizados con la retórica de la sodomía que organiza una relación simbiótica penetrado-penetrante entre los obispos y los dirigentes católicos y sacerdotes. El temor y la complicidad se convirtieron en instrumentos del mortífero silencio que mata al espíritu rehusándose a permitir que los sacerdotes católicos exploren públicamente masculinidades alternativas e integren su sexualidad con la espiritualidad en prácticas saludables. En tanto que masculinidades minoritarias, la masculinidad lesbiana o la transexual mujer a varón, desestabilizan el sistema fundamentalista de géneros binarios, la (fe)masculinidad sacerdotal no es una amenaza al sistema binario de géneros. El rechazo a ser un varón heterocultural expresaría que uno es, en cierto sentido, una persona (fe)masculina aun cuando el rechazo clerical a ser un varón esté unido, profundamente, a la misoginia. Lleva a cabo una (fe)masculinidad opositora que ha no realizado su pleno potencial cuando pretende significar que la femineidad es la carencia de masculinidad sino que representa un modo de estar en el mundo con otras expresividades y tonalidades.
Cuando más públicamente los sacerdotes católicos tomen distancia de su misoginia, tanto más su (fe)masculinidad podrá llegar a ser una resistencia a la estructura homosocial de la Iglesia Católica. 
Cuando así fuere, podrán tener lugar las posibilidades del cambio real. Cuando hablo con jesuitas y sacerdotes que esconden su orientación sexual, comprometidos con su ministerio pero opuestos al actual régimen de terrorismo, encuentro sentimientos similares a los de las mujeres en relaciones abusivas con varones. Estos sacerdotes no son mujeres caídas sino personas (fe)masculinas golpeadas. Hace poco hablaba con un sacerdote quien sentía terror de discrepar públicamente de la violencia retórica del catolicismo institucional contra la homosexualidad. “¿Qué hago si me suspenden como sacerdote? Tengo sesenta años y carezco de jubilación. Estoy atrapado. Sólo puedo hacer lo que hago”.

El terrorismo del Vaticano vive y es vengativo contra toda persona que se opone públicamente a su política contra la homosexualidad. 
Leo y percibo de manera diferente la parodia amanerada de la femineidad que algunas personas considerarían un insulto a las mujeres. Leo la (fe)masculinidad clerical cuando comprendo a los varones, con una excepción, llevando a cabo travestismo femenino. En tanto que el núcleo del clero travesti es el miedo y odio a las mujeres, las personas travestis queer poseen un potencial subversivo para desestabilizar las construcciones de las categorías sexuales de la cultura heterosexista creando personas con diferentes categorías o que las invierten. Posee potencial político para desestabilizar nuestros rígidos códigos de categorías sexuales y ensancha las definiciones culturales de masculinidad y femineidad pues la identificación masculina con las mujeres travestis es resistencia a la masculinidad cultural. La (fe)masculinidad del clero necesita curar su temor a las mujeres y apreciar los dones de un amplio número de realizaciones femeninas. De ese modo se convertirá en profética desafiando al fundamentalismo de las categorías sexuales. 
Actualmente soy un sacerdote abiertamente gay en la Iglesia de la Comunidad  Metropolitana en el Gran St. Louis, miembro de la Fraternidad Universal de Iglesias de la Comunidad Metropolitana en la que son mujeres el 52% del clero cuya mayoría es gay, lesbiana, bisexual o transgénero. He aceptado mi masculinidad “marimacho” y (fe)masculinidad e integrado en mi vida la fluidez de estas categorías sexuales como una forma de resistencia pública contra el fundamentalismo cultural de esa categorías. En tanto acepto algunas de las críticas de Mark Jordan a la Iglesia de la Comunidad Metropolitana, hay algo positivo que esta iglesia ofrece: esperanza al laicado y clero queer católicos Es la esperanza de lo que pudieran ser algunos aspectos de una iglesia no-homofóbica. Practico una espiritualidad católica diferente en el exilio sin homofobia internalizada ni misoginia. La comunidad de ICM del Gran St. Louis fue un hogar para muchas personas católicas exiliadas que hallaron salud y esperanza entre los estragos de la homofobia y misoginia institucionales. La mayoría del personal de esta iglesia es femenino y me siento muy cómodo con la gran variedad de sus conductas y cualidades masculinas y femeninas. Esa experiencia es refrescante y liberadora. En tanto la ICM crezca y se funda con otras iglesias en este siglo veintiuno, continuará asegurando refugio a las personas católicas exiliadas y apoyará las luchas del laicado y clero católico contra el terrorismo institucional. Un cierto número de fieles de ICM, incluso yo mismo, junto con personas católicas queer como el Padre John McNeill protestamos en la conferencia de obispos católicos en la Basílica de la Inmaculada Concepción contra su recalcitrante posición sobre la homosexualidad. Aunque haya algunos casos individuales e institucionales de misoginia en el clero de la ICM, también es necesario admitir que es una iglesia donde es obligatorio el lenguaje inclusivo, celebrada como natural la diferencia de las categorías sexuales y practicada la integración entre sexualidad y espiritualidad. 
La comunidad se siente segura con la lesbiana machona, el varón travesti, la persona sadomasoquista o la ordenada u ordenado transexual de varón a mujer o de mujer a varón, o cualesquiera otra expresión de la fluidez de las categorías sexuales. Quizá la ICM sea el modelo de iglesia que el clero y laicado católico queer solamente pueden soñar que llegarán a ser: públicamente queer, no-misóginos, inclusivos y transgresores de las categorías sexuales.

1 comentario:

  1. hago petes complets 153 5839100 4842 3793 antonioaleluya@hotmail.com acemo casrios entre machos,el papa lo haprobo!

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