lunes, 21 de mayo de 2018

sacerdotes gays sometidos a sus obispos como esposas


Las organizaciones homosociales organizan sus identidades y energías para limitar las escalas de desempeño de masculinidad femenina y utilizar la homofobia públicamente para desviar las sospechas. En tanto que la (fe)masculinidad sacerdotal proveyó una alternativa a los desempeños culturales de la masculinidad heteronormativa, ningún obispo ni cardenal podría ser acusado hacer más masculina a la cristiandad católica. La jerarquía católica sostiene una jerarquía fe(masculina) en el clero, lo que ciertamente es una jerarquía de pies a cabeza. El sacerdote puede desempeñar con seguridad una posición socialmente degradada de (fe)masculinidad en tanto que la ejecute según las reglas tácitas: “No lo digas, que no seas visible, no quedes atrapado en un escándalo”. Por ejemplo, había un sacerdote jesuita en el Holy Cross College que se emborrachaba con el hijo de un oficial hasta encontrarse juntos en la cama. Tal como me fue informado por mis fuentes jesuitas, estaban tan borrachos que eran incapaces de hacer algo. Aunque la comunidad jesuita defendió al jesuita borracho, Roma obligó a su expulsión de la orden. Había roto una regla tácita: “No quedes atrapado en un escándalo público”. La jerarquía eclesiástica mirará a otro lado en tanto que el hecho no requiera su atención o la atención del público, y por tanto una sanción disciplinaria. Considero que la tesis fundamental de Jordan es correcta:
la preocupación eclesiástica con la homosexualidad no es, en realidad, por el laicado sino por la homosexualidad dentro de las filas de la iglesia.
El Vaticano no está preocupado por la teología sino por el control de una crisis del clero que ha comenzado a alcanzar proporciones épicas en la Iglesia Católica de Estados Unidos de Norteamérica. 
Cuando los sacerdotes revelaron sus identidades sexuales en las décadas de 1970 y 1980, quienes conducían la iglesia se alarmaron precipitando a un moderno Pedro Damián, el Cardenal Ratzinger, a escribir varias cartas contra la homosexualidad. 
El sistema tradicional de placeres –esteticismo, ritualismo, actividades artísticas e intelectuales, el espacio seguro para expresar una masculinidad alternativa, etc.- funcionó para solicitar la sumisión voluntaria. Jordan escribe correctamente: “Las personas religiosas y sacerdotes gays están formadas en los placeres de la sumisión a la autoridad masculina. Entonces, ¿quién podría sorprenderse que los clérigos y ex-clérigos gays sexualmente activos parecieran preferir las culturas sadomasoquistas? 
Las personas religiosas y los sacerdotes gays están sometidas a sus obispos como esposas a sus esposos. 
Muchos sacerdotes disfrutan el masoquismo de la sumisión a un católico encumbrado en tanto que los desafiantes sacerdotes que han revelado su identidad son estigmatizados como mujeres caídas, ya no más obedientes a sus jerárquicos esposos. Los jerarcas católicos son tan patriarcales como los Guardianes de la Promesa solamente dentro de un medio ambiente homosocial. Esta estrategia ya no es más funcional excepto para un selecto grupo de sacerdotes y seminaristas conservadores.
La jerarquía católica ha modificado sus tácticas a una retórica atacante de la homosexualidad mediante cartas del Vaticano, políticas eclesiales, y dineros para luchar contra el casamiento entre personas del mismo sexo y los derechos civiles queer.
Esta retórica es invertida en mantener un sacerdocio pasivo y obediente. Mark Muesse caracterizó a la hipermasculinidad de la conducción masculina evangélica y fundamentalista como surgida del temor al cuerpo, de la competitividad, la agresividad y de una fuerte ideología individualista. Esto procura proyectar una “religiosidad machista” para compensar la ecuación cultural de religiosidad con femineidad.
La misoginia, la homofobia internalizada y la baja tolerancia a la ambigüedad son características de este “machismo” religioso. 
Los líderes fundamentalistas postulan una visión del mundo de oposiciones binarias reforzada por las relaciones de poder binarias inherentes al cristianismo tradicional sobre las características adscriptas al sexo, el cuerpo y la sexualidad. Esta visión del mundo niega visiones antagónicas del cristianismo, la sexualidad, el cuerpo y las características del sexo asignándolas a lo femenino, lo sodomita y lo demoníaco.
En tanto Muesse se refiere al liderazgo del cristianismo evangélico y fundamentalista que procura mantener a las mujeres bajo control, hay un paralelo con los cardenales y obispos católicos quienes impulsados por sus posturas de dominio y (fe)masculinidad hegemónica intentan mantener a sus sacerdotes neutralizados y pasivos mediante una serie de cúmplases eclesiásticos, recompensas internas por el silencio y el castigo brutal aplicado a quienes no cumplen.
Aunque no emplean el vulgar lenguaje fundamentalista de lo demoníaco, usan el lenguaje filosófico de “intrínsecamente malo, objetivamente desordenado”. La jerarquía de la Iglesia Católica se ha aliado, no-santamente, con la Coalición Cristiana y la Iglesia Mormona para apoyar financieramente a la Propuesta Knight en California en 2002 que define casamiento como el de una mujer con un varón y la derogación de las uniones civiles en Vermont, entre otras iniciativas. Sus agresivas afirmaciones teológicas y políticas sociales están dirigidas, primordialmente, al sacerdocio católico para prevenir que una cultura queer competidora atraiga a sus actuales y futuros sacerdotes. 

Su pecado mayor sería obligar a los sacerdotes reprimidos a hacer cumplir esas políticas homofóbicas violentas generando rechazo y violencia a sí mismos. Se espera que el clero homosexual sujeto a esta estricta vigilancia continúe aplicando esta espiral de violencia el uno contra el otro y el pueblo católico queer.

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