lunes, 21 de mayo de 2018

Las preocupaciones católicas de los varones: el varón penetrado


C. S. Lewis escribió: “Dios es tan masculino que en Él todos nosotros somos femeninos” A menudo, los varones religiosos han sido sospechosos por sus conductas de masculinidad cultural. 
Los varones religiosos y el clero célibe son menos que varones “machos” pues no se definen a sí mismos por las relaciones eróticas heterosexuales.
El antisemitismo alemán representaba como mujeres a los varones judíos declarando, incluso, que los varones judíos menstruaban. Los sacerdotes católicos son fracasos públicos de la sexualidad masculina heteronormativa en una cultura donde la religiosidad es equiparada con lo femenino y lo masculino con la sexualidad masculina y el señorío. Los religiosos y sacerdotes católicos usan sotanas y vestimenta talar, formas arcaicas de vestir percibidas como femeninas. Son travestis clericales con vestidos adornados y polleras. Las afirmaciones patriarcales de la masculinidad de Dios intensifican la masculinidad deficiente. En un sistema binario de creencia, la masculinidad de Dios llega a ser problemática para los varones cristianos conservadores y fundamentalistas pues los hace subordinados y femeninos a un Dios masculino. En otras palabras, si Dios está arriba, los varones religiosos están abajo. Son varones penetrados, varones pasivos sin la categoría de varón pleno. Son como mujeres penetradas por varones heterosexuales. Los artículos recientes de Howard Eilberg-Schwartz plantean la cuestión de cómo la feminización de los varones religiosos por un Dios masculino provocó ansiedades masculinas por lo borroso de los límites de la sexualidad y los temores subterráneos de erotismo homosexual.  En God´s Phallus, Eilberg-Schwartz desarrolla la tesis que el padre Dios del judaísmo y del cristianismo legitiman el predominio masculino pero, también, desestabiliza las nociones de masculinidad:
En el imaginario israelita, las relaciones primarias fueron entre un Dios masculino e israelitas masculinos individuales, tales como Moisés, los patriarcas y los profetas.
Los varones eran estimulados a imaginarse casados con y, consecuentemente, en relación amorosa con Dios. De ese modo, era generado un dilema homoerótico, sin advertirlo y hasta cierto punto inconcientemente, por la superposición de imágenes heterosexuales sobre la relación entre varones divinos y humanos. 
La masculinidad de Dios fue, de ese modo, problemática para los varones hebreos cuando la tradición de las escrituras hablaba sobre el matrimonio de Dios con Israel (Oseas Os. 1-2; Jer. / Jr. 2:2) o la relación sexual de Dios con Israel (Ezeq. / Ez. 16:8) quien es imaginado como una mujer. La masculinidad de Dios feminiza a Israel, el conjunto de los varones hebreos. Eilberg-Schwartz cita la historia de la desnudez de Noé para demostrar la ansiedad hebrea de no someter al padre a una mirada erótica masculina (Gen. Gn. 9:25). Cam contempla la desnudez de Noé como pudiera contemplar la de una mujer y experimenta deseo sexual. Su mirada masculina feminizó a Noé haciéndolo objeto del deseo sexual. Esta mirada masculina a otros varones es inaceptable para los códigos sexuales hebreos. El tabú bíblico del homoerotismo en la proscripción del coito anal (Lev. 18:22; 20:13) y en la narración de Génesis 19 y Jueces 19 refleja la ansiedad hebrea por la “feminización” de los varones.
Los varones penetrados desbaratan los códigos culturales de la masculinidad basados en la penetración masculina de las mujeres.
El capítulo 9 desarrolla la humillación de los varones penetrados en estas narraciones de violación. Eilberg-Schwarz usa la historia de Noé como estrategia hermenéutica para explicar porque Dios debe estar velado y como los antiguos israelitas ni representan ni imaginan el cuerpo masculino de Dios, en especial sus órganos sexuales y su pelo facial. Por ejemplo, en Exodo 33:21-23, Dios permite a Moisés que vea, solamente, su espalda; no su cara ni sus órganos sexuales. Esta situación es similar a la de los hermanos de Cam, Sem y Jafet, quienes caminaron de espaldas para evitar la contemplación de la desnudez de su padre. El velamiento del cuerpo de Dios Padre es una estrategia necesaria para preservar la conceptualización masculina de la deidad y preservar a Israel de feminizarse y, de ese modo, preservar su identidad y jerarquía masculinas. La noción de la preocupación masculina colectiva propuesta por Eilberg-Schwartz para las imágenes paternales de Dios darían una clave para el terror institucional católico a la homosexualidad moderna, a su misoginia e, incluso, la necesidad primordial de mantener un Cristo asexuado. Mark Jordan apunta a una vía de interpretación parecida cuando escribe:
La homosexualidad masculina es especialmente temible para los varones de una religión cuyo Dios ha tomado la forma de un cuerpo masculino ya que amenaza con resexualizar nuestra relación con Cristo, en consecuencia nuestra vida en Dios”.
  Lo que perturbó al Padre de la Iglesia Juan Crisóstomo sobre la relación sexual entre varones era que subvertía las categorías y normas adscriptas al sexo. Escribía: “Sostengo que no solamente eres cambiado en mujer sino que cesas de ser un varón”.  Crisóstomo expresa un punto de vista contemporáneo de la ansiedad masculina misógina sobre los varones que actúan como mujeres. Tales varones son, vulgarmente, “pasivos” o varones penetrados, esto es, penetrados como las mujeres y carentes de la plena jerarquía masculina. Sostendría que Crisóstomo expresa un temor compartido por la ansiedad masculina del clero en la conducción de la Iglesia Católica del presente, de la vida religiosa y de los sacerdotes diocesanos. La tradición teológica originada en la Carta de Pablo a los Efesios identifica a la Iglesia como la “Esposa de Cristo”.El misticismo nupcial cristiano del Medievo basado en el Cantar de los Cantares y en el espiritualidad monástica fue y es aún usado en la formación de los sacerdotes católicos y los miembros de muchas órdenes religiosas. Este misticismo nupcial comprende al alma como mujer, la novia, y a Cristo como al novio. Durante siglos, los sacerdotes católicos fueron estimulados y formados a buscar una consumación erótica como novias de Cristo según el Cantar de los Cantares (1:1): “Ah, si me besaras con los besos de tu boca”. Los sacerdotes fueron formados espiritualmente y estimulados a verse como “novias”, a ser penetrados y besados por el novio. Acaso, ¿no fantasearon tantos seminaristas y sacerdotes gays con estar en los brazos de Cristo gozando de su profundo beso, algo que ya informaba el místico medieval Ruperto de Deutz? El mayor secreto para el laicado católico es que, teológica y espiritualmente, ya tienen un clero casado pues sus sacerdotes son “novias de Cristo”. Durante sus años de seminario católico, el historiador de las religiones comparadas Jeffrey Kripal se sentía ajeno como varón heterosexual al homoerotismo del misticismo nupcial del Medievo pues advertía que dentro de esa tradición mística “la heterosexualidad es herética”.
  Los escritos de Juan Pablo II sobre la espiritualidad sacerdotal imaginan, a menudo, la eucaristía como la consumación nupcial de un matrimonio. En sus enrevesados escritos sobre el sacerdocio, la eucaristía se convierte en una relación sexual erótica.Para las órdenes religiosas no-monásticas como los jesuitas, el misticismo nupcial influyó poco en la formación de los sacerdotes. Ignacio de Loyola, sin embargo, manifestó una fuerte devoción a la Virgen María en tanto que desarrollaba lazos de lealtad siguiendo a Cristo, el señor y caudillo militar. Los jesuitas desarrollaron una espiritualidad de “firmeza militar” y movilidad al servicio de la iglesia pero la formación en el noviciado tenía un fuerte sabor mariano. Repetidamente, María era propuesta como ejemplo de obediencia a Dios, el énfasis primordial de una orden que formulaba un cuarto voto de obediencia, un voto conyugal, al Papa. Recuerdo las burlas amistosas y bromas sobre las mujeres en el refectorio durante mis años del seminario mayor. Las mujeres eran una amenaza a las normas de conducta de la vida solamente masculina. De ello surgía la fantasía fóbica que las mujeres estaban detrás de los jesuitas para desviarlos de sus vocaciones. En el seminario mayor las mujeres del Jesuit Weston School of Theology tenían poco interés erótico para los estudiantes jesuitas aunque, por cierto, eran temibles. Pero creo que los temores de mis, entonces, contemporáneos jesuitas eran más acerca de ellos mismos por causa de sus desempeños femeninos de masculinidad y sus exploraciones minoritarias de masculinidades. La necesidad de excluir a las mujeres fue motivada, quizá, por la amenaza de revelar sus propias transgresiones a las conductas sexuales y a sus temores a las repercusiones dentro de un estrecho sistema binario. La verdadera amenaza lanzada por Frank y yo a los jesuitas por la fiesta de casamiento fue nuestra traición como esposas de Cristo. Nos convertimos en mujeres caídas, divorciadas y vueltas a casar, haciendo público el casamiento clerical y ensuciando la metáfora de las novias de Cristo. Estas novias, ya no más pasivas, calladas o secretas puesto que revelábamos nuestra versatilidad sexual quebrantando los códigos culturales y eclesiásticos adscriptos al sexo. Nos habíamos convertido en novios así como esposas de Cristo con una más clara apreciación de nuestras transgresiones a las conductas adscriptas al sexo y la apropiación de los roles tradicionalmente femeninos en un hogar. Pues al ser varones penetrados y ejecutando roles femeninos, transtornábamos el secreto de la vida eclesiástica católica y desafiábamos a los códigos de públicos de las conductas adscriptas al sexo de lo que los verdaderos varones eran.

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