Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
lunes, 21 de mayo de 2018
La femineidad del sacerdote gay
Así como muchos otros, fuí educado en el arte de seducir durante los recreos en el seminario jesuita, un ambiente de ingenio y humor chispeantes, actuaciones teatrales, salidas graciosas y amaneramiento. Combínese este medio con alcohol y habrá potencial para una vinculación erótica con otro varón. Hay normas similares de conducta masculina en los bares gays: bebida excesiva, burla amistosa, cierta discreta seducción y, a veces, el ofrecimiento de un masaje en la espalda. Como ya dije, ofrecer masajes en la espalda, según descubrí en conversaciones con ex-seminaristas y sacerdotes, era un eufemismo universal para un encuentro sexual. En los jesuitas, estaba siendo tutelado en el amor erótico a los varones a través de estos encuentros. Muchos de estos encuentros fueron momentos de gracia, encuentros humanos íntimos de varones enamorados de Cristo y mutuamente. Sin embargo, los encuentros terribles fueron con aquellos jesuitas que negaban, el día siguiente, que hubiera ocurrido algo jamás y se mantenían a distancia desde sus complejos de culpa y vergüenza. Recuerdo el éxtasis de una maravillosa relación sexual con un jesuita en una pileta de natación. Ambos añorábamos la intimidad masculina, la caricia y el amor. Estas ocasiones activarían su piedad homofóbica y, al día siguiente, respondía fríamente como si fuese un extranjero, una norma repetida frecuentemente en el sexo anónimo. Pero semanas más tarde, entraría sigilosamente a la noche en mi cuarto para otra dosis de culpa y vergüenza.Ed Ingebretsen señala los fuertes paralelos entre los sacerdotes abiertamente gays y las mujeres caídas: El sacerdote ocupa un lugar que ya está socialmente degradado en virtud de su femineidad social. Ulteriormente, es descarnado y neutralizado por el cúmplase eclesiástico y el uso social.
El sacerdote identificado como gay, no diferente a la “mujer caída”, se encuentra atrapado en una narrativa socialmente punitiva que presume una vida vorazmente sexualizada. Simbólicamente, el catolicismo institucional misógino identifica al sacerdote abiertamente gay con el fracaso de la mujer caída. La femineidad social del sacerdote gay es aplicada a la mujer vorazmente sexual. Esto también es verdad de los sacerdotes católicos que han sido reducidos al estado laical y contrajeron matrimonio. Ellos son tratados como mujeres caídas e instruidos a sentarse en los asientos traseros de las iglesias cuando asisten a misa.
Frank y yo nos convertimos en “mujeres caídas” ganando notoriedad y creando un mito sobre la posibilidad de las uniones homosexuales entre los jesuitas. No fuimos ni los primeros ni los últimos jesuitas en convertirnos en una pareja caída. Aunque el grupo tradicionalista conserva el poder, al menos en el presente, no necesariamente sus integrantes son célibes sino más circunspectos en su sexualidad y discretos en sus relaciones. Los sacerdotes tradicionalistas no frecuentarían los lugares para relaciones sexuales anónimas pero soñarían el ascenso en la escala de la jerarquía católica. En un bar gay, el día la festividad de Halloween, me encontré con un varón laico gay vestido con los ornamentos barrocos y la sobrepelliz de un obispo. Cuando bromée que yo era alguien verdadero, un sacerdote católico, descubrí en nuestra conversión hechos interesantes. Este laico vestido de obispo era maestro de ceremonias de un obispo auxiliar católico. Era como tantos seminaristas católicos que había conocido en tantos años. Enamorado de las vestiduras del obispo, disfrutó contándome historias de su participación como maestro de ceremonias en la misa de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos, durmiendo con clérigos y un obispo, cuartos traseros para el conflictivo sexo anónimo y la absolución previa a recibir la comunión. Habló francamente sobre la vida sexual de su obispo y la propia. El falso obispo de ese día de Halloween estaba imitando y parodiando a su obispo católico en ciclos de relaciones sexuales anónimas, culpa y vergüenza sexual dentro de un ritual homoerótico de devociones ocultas, sexo, confesión y una fachada pública de celibato. Miméticamente, repetía las pautas de los modelos encubiertos y las divas. El catolicismo institucional ha ajustado las estrategias retóricas de la división en categorías y el rechazo para prevenir la difundida percepción de la naturaleza homoerótica del clero y sus líderes.
El cerramiento verdadero de la Iglesia Católica no es la homosexualidad sino la exclusión de las mujeres y el fracaso para valorar lo sexual femenino. Es el ocultamiento de las masculinidades alternativas y el miedo a la sexualidad femenina.
Las ansiedades católicas masculinas del varón feminizado penetrado requieren ser planteadas pues si la iglesia es capaz de eliminar las raíces de su misoginia institucional, entonces podrá vivir en paz con un clero queer y activo sexualmente / no célibe.
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