Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
lunes, 21 de mayo de 2018
El sacerdocio Católico es una profesión gay
Eve Sedgwick observó que una trinidad de condiciones –el consentimiento homosocial, la regulación de la homofobia, la promoción de la misoginia- era responsable del deseo masculino.El consentimiento homosocial es la complicidad conciente para participar en las organizaciones homosociales, sus reglas de mercado y sus tabús tácitos. En la iglesia, esta trinidad de condiciones sociales provee las circunstancias para la creación de una cultura del clero amanerado que mantiene géneros alternativos en los seminarios, las parroquias y las comunidades religiosas masculinas aun cuando estas condiciones sociales perpetúen el patriarcado homofóbico y misógino. El consentimiento homosocial del clero está de acuerdo con las reglas tácitas de la Iglesia Católica: “No preguntar, no decir. No provocar un escándalo público”. El consentimiento homosocial, la lealtad institucional, la amenaza de la expulsión y el silencio proporcionan la compleja dinámica social del clero católico y su jerarquía que impide la revelación pública de la realidad de los sacerdotes gays. Muchos jóvenes católicos homosexuales intuyen que el casamiento heterosexual no les atrae. Entrar al monasterio o al sacerdocio son dos de las opciones para esta juventud católica. Eve Sedgwick puntualiza: “El catolicismo, en particular, es famoso por dar a innumerables niños gays y protogays la sorprendente posibilidad de personas adultas que no se casan, de varones con vestidos, del drama apasionado, de las vidas contemplativas plenas de lo que llamaríamos, sin rebajarlo, fetichismo. Cuando las personas jóvenes católicas ingresan al monasterio o al sacerdocio adquieren prestigio y nivel en la comunidad católica con el beneficio de un medio ambiente totalmente masculino donde pueden explorar discretamente sus deseos homosexuales y que acepta la norma de una masculinidad alternativa. Mark Jordan, acertadamente, ubica al clero católico y a los seminaristas en un papel transgenérico: “Cuando llegamos a las ropas, asignamos a los sacerdotes católicos un género difuso o tercero. Nos enseñaron a consentirlos como si fuesen el estereotipo de las esposas en suburbios apartados”. Es una cultura donde los varones usan vestidos, ejecutan rituales homoeróticos y son apreciados los deseos estéticos. En muchas casas de formación y seminarios los internos son estimulados al desarrollo de sus intereses estéticos mas bien que las proezas atléticas. Mark Jordan describe correctamente el amaneramiento, el esteticismo homosexual y la confusión de género de las parroquias y casas religiosas. Correctamente, puntualiza que los seminarios y la cultura clerical están dando pasto a futuras “divas eclesiásticas”. Hay ritos homoeróticos para marcar la transición de la vida secular a la cultura del seminario y el progreso en la vocación religiosa y clerical -votos, promesas, ordenaciones- que refuerzan la lealtad y el consentimiento homosocial de varones sumisos y pasivos que sacrifican una persona queer pública por una vida de Dr. Jekill y Mr. Hyde. Conocí, por ejemplo, al párroco de una parroquia católica en Fairfield County de Connecticut quien tenía un departamento y un amante, y era una persona absolutamente diferente con diferente nombre para poder vivir una vida gay en Nueva York en sus días libres.
En sus escritos y conferencias sobre el ministerio, Juan Pablo II alienta a los postulantes al sacerdocio y a los sacerdotes a modelar sus vidas según María. Así en su encíclica Ordenación sacerdotal, sostiene que la mujer no puede ser ordenada sacerdote. Dado que la función de la mujer está ordenada a cuidar, Edward Ingebretsen escribe: “Quienes proponen la ordenación de las mujeres olvidan el hecho que vestirla con una sotana sólo complicaría su desempeño del género social entrelazándolo con las complejas urdimbres de otro sistema de autoridad genérica”. Aunque los sacerdotes podrían no ser varones verdaderos por las estrechas normas culturales de la masculinidad, tampoco pueden ser mujeres biológicas.
Las mujeres son temidas no porque sean una distracción sexual a lo divino sino porque amenazan a los sacerdotes católicos con la revelación de sus transgresiones al género y desempeños de (fe)masculinidad.
Las mujeres deben estar apartadas de los claustros y las parroquias para mantener este bastión homosocial pues también presentan una amenaza al revelar que el clero no es una institución heteromasculina. Ingebretsen puntualiza el terrible secreto de la misoginia de la Iglesia: “En la presente cárcel clerical, no está permitido a las mujeres llegar a ser sacerdotes porque, de hecho, harían visible lo que es el caso, que, al menos de acuerdo a la valoración pública, ya hay mujeres sacerdotes”. De esta manera, las mujeres son excluídas del sacerdocio no porque planteen una amenaza de castración sino porque mas bien porque dejarían al descubierto a los sacerdotes no como varones verdaderos sino como varones femeninos. Los varones gays se encuentran atraídos al clero totalmente masculino con sus flotantes vestidos y casullas barrocas adornadas con encaje y terciopelo. El medio ambiente clerical es totalmente queer, incluso transgénero. Muchos jóvenes seminaristas, e incluso amigos católicos conservadores de edad, disfrazan a menudo al Niño de Praga, una imagen de Jesús joven, anatómicamente asexuado, recubierto de encajes, travesti litúrgico afeminado con una corona de oro. Sería equivalente a varones gays jugando con muñecas Barbie o Ken o simbólicamente tendría auto-representaciones psicológicas más profundas retratando su deseo vocacional de ser el niño con vestidos adornados, un deseo representado en las sotanas y las casullas barrocas. En la liturgia, ellos representan a Cristo (alter Christus) para la comunidad. Los sacerdotes gays pudieran ser varones fracasados pero aún así poseen una categoría sagrada que les dispensa su conducta desviada de la masculinidad. La cultura clerical promueve un esteticismo a menudo envuelto en misoginia, ritualismo y cargazón. Los seminarios y las órdenes religiosas están repletas de varones jóvenes sensibles y afeminados cuyos gustos en liturgia y teología varían desde el neoconservadorismo al antimodernismo. Jordan puntualiza: “Afeminamiento no es una cualidad de un subgrupo de sacerdotes: es el carácter de las actividades públicas requeridas a todos los sacerdotes. Esas actividades queer se transforman en amaneradas no sólo por la exageración sino por la puntualización que no hay nada absolutamente queer en ellas”. Pudieran ser invisibles a la feligresía católica que ha sido educada para pensar como sagradas a las actividades queer de los sacerdotes, plenamente visibles como estrafalarios y adultos crecidos. La cultura clerical misógina permite una floreciente cultura de shows musicales, géneros cambiados y amaneramiento. Permite, por ejemplo, que en una conferencia diocesana en el Hotel Park Plaza el homofóbico Cardenal Law entone canciones de Judy Garland con dos jóvenes seminaristas amanerados, balanceándose y dando pasos hacia delante y atrás. En cualesquiera otro lugar, semejante conducta sería considerada “queer” pues transgrede de manera vodevilesca los límites de la normalidad heterosexual masculina. El amigo que lo presenció y quienes lo acompañaban reconocieron esta cursilería amanerada gay. Tales mímicas vodevilescas son típicas de los prelados católicos y sus sicofánticos círculos de clérigos reprimidos. Recuérdese la reciente disputa sobre las Spice Girls en Melbourne, Australia, cuando el clero de la diócesis dió ese nombre al círculo íntimo del obispo George Pell, al presente arzobispo de Sydney. Los miembros reprimidos del clero apoyaron la política de Pell de negar la comunión a las personas públicamente queer y Mary Hellen Woods, una estrecha amiga de Pell, hizo estas notables observaciones sobre las Spice Girls: A ellos les gustan sus ceremonias, su incienso, les encanta arreglarse y si quieren llamar a este círculo íntimo Spice Girls, puedo ver de donde vienen los comentarios ... No veo a esto como un tema sexual, absolutamente. Lo veo, si les parece correcto, como un tema de poder. Una persona poderosa atrae a la gente la cual tiende a comportarse un poco como nenas, no digo gays, digo nenas. Muchas diócesis tienen sus propias interpretaciones -llamativas, reprimidas, femeninas- de las Spice Girls. Los seminarios diocesanos y las casas de formación religiosa han sido, tradicionalmente, bastiones de misoginia. Ante la presunción que los estudiantes son atraídos sexualmente por las mujeres, controlan las distracciones y tentaciones femeninas creando una sociedad masculina segregada. Muchos seminarios y casas religiosas levantan claustros, límites al espacio habitable, donde las mujeres están prohibidas. En el pasado, cuando las mujeres violaban el claustro masculino, ese espacio debía consagrarse nuevamente. Los claustros definían espacialmente impuras y amenazantes a las mujeres que eran percibidas como fuentes de tentación y pecado. Numerosas narraciones hagiográficas de los santos alaban como virtud su ausencia de interés por las mujeres o, cuando mencionan el deseo masculino o las tentaciones, identifican la sexualidad y la tentación sexual con Eva y las mujeres. La cultura eclesiástica en tanto promueve que los varones vivan juntos sin mujeres, tiene otro efecto: crea el desempeño de masculinidades alternativas entre los seminaristas. Las normas de la conducta heterosexual están apretadamente reglamentadas para asegurar el celibato cuyo triunfo puede medirse por la subversión de la masculinidad heterosexual mediante la promoción de las normas homosociales de vida. Dentro de este ambiente homosocial custodiado del deseo heterosexual, los seminaristas y el clero crean y desempeñan masculinidades alternativas. Algunos seminaristas se llaman por sobrenombres cariñosos, incluso femeninos. En el seminario mayor viví con un grupo de jesuitas de Nueva York, mordaces, misóginos y chismosos, que se llamaban novias o con nombres femeninos. Comprobé las mismas normas de conducta entre los varones travestis que conocí en St. Louis. La tradicional teología católica romana sustenta el concepto del sacerdote como imitación litúrgica de Cristo. En el rol litúrgico, el sacerdote es percibido como otro Cristo. Aunque las imágenes artísticas modernas de Cristo pudieran estar feminizadas con rosadas mejillas, el laicado católico está programado para considerar asexuado a Cristo. De ese modo, la tradicional identificación del sacerdote con Cristo se convierte en un bloque teológico y la negación psicológica del clero homosexual. ¿Cómo podría ser gay el “Padre”?, ¿cómo tantos sacerdotes podrían haber muerto de enfermedades provocadas por el VIH?. La negación permanece como una firme declaración de fe católica junto a la afirmación dogmática de un Jesús sin sexo. Las declaraciones de la Iglesia condenan la homosexualidad y tal odio teológico público aparta la sospecha del clero homosexual y fortifica la negativa fiel del laicado católico. Esta lógica psicológica y teológica es sumamente imperfecta pero es efectiva para mantener al laicado en estado de negación sexual. Esta cultura masculina alternativa promueve el travestismo, la exaltación del esteticismo y las conductas del sexo perverso. La estética del travestismo eclesiástico es a la vez imitativo de los códigos del género y, al mismo tiempo, subversivo de su despliegue heterosexual. Jocosamente, me refiero al uso de vestiduras del sexo femenino como “travestismo litúrgico” pero hay mucho de verdad en la cualidad subversiva de las vestiduras talares de los sacerdotes y seminaristas en la ejecución y la pompa de los ritos homoeróticos de la celebración de la Cena del Señor. La cultura litúrgica católica acogió extremos entre los seminaristas y los sacerdotes quienes compiten con albas ornamentadas, encajes y vestiduras barrocas. La pompa ritual de la vestimenta de las iglesias y catedrales adquieren una dimensión comparable a las de la elección de Miss Gay America. Los ritos de la iglesia continúan siendo un medio adecuado para llevar a cabo ritos homoeróticos. Cuando un sacerdote levanta el pan, cambia la hostia en el cuerpo de Cristo con su palabra e intenciones. Al tocar íntimamente el cuerpo con afectuoso amor y devoción, distribuye el cuerpo de Cristo a la feligresía para que lo ingiera en un acto de consumación erótica. Mark Jordan puntualiza como el acto de consagración del pan eucarístico eleva la imagen del sacerdote quien vive como un varón cultural fallido: “El sacerdote en el altar posee, no ya su propio cuerpo peligroso y despreciable, sino el cuerpo de Jesús. Lo posee haciéndolo y lo posee imitándolo. El sacerdote sosteniendo la hostia consagrada se convierte en Jesús sosteniendo su propio cuerpo divino y consumible”. Hay dos configuraciones simbólicas casi transparentes en la psiquis del sacerdote. Mientras que Juan Pablo II usa la retórica teológica de María como modelo de la virginidad teológica para sustentar el celibato sacerdotal, el sacerdote como figura de María, da nacimiento a la presencia de Cristo en el altar mediante la repetición ritual de fórmulas litúrgicas. María la Madre de Jesús, irónicamente, se convierte en el modelo para el sacerdote. El sacerdote representa a María en su identidad subalterna pero, simultáneamente, se eleva a sí mismo como Cristo y su propio rango de género cuando introduce la hostia en la boca de los comulgantes: la distribución de la comunión se convierte en un acto sexual en tanto los comulgantes toman a Cristo en sus bocas. Considero a este síndrome de personalidad múltiple el “síndrome Cristo-María” que rebosa de transgresiones y contradicciones de género dentro del sistema de géneros heterosexual masculinista. Además, existe una tensión real dentro del clero entre quienes les gustaría ser más abiertos como personas gays y aquellos que harían todo lo que fuese necesario para mantener el tema de la sexualidad, y en especial la homosexualidad, al margen de la luz pública. Hay diferentes estilos que compiten de culturas homoeróticas. Quienes integran ambos grupos, añadiría, han sufrido fuertes pérdidas por el VIH. El clero homoerótico tradicionalista está fascinado con los perfumes y sonidos de la adoración litúrgica, su majestuosidad y la ejecución ortodoxa de los ritos que mantienen la exclusión femenina del altar. En contraste, el clero gay actual es pastoralmente sensible a las personas católicas queer , sumamente conciente a su éxodo de una iglesia abusiva, tratando, discretamente, de cambiar actitudes, celebrando la eucaristía para grupos ilegales como Dignity o grupos militantes patrocinados legalmente, bendiciendo calladamente uniones de personas del mismo sexo y combatiendo el movimiento creciente de la jerarquía hacia la derecha. El clero que ha hecho pública su orientación sexual o se opuso al hipócrita odio teológico al erotismo homoerótico fue expulsado del sacerdocio activo.
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