Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
miércoles, 28 de noviembre de 2018
ANÁLISIS DE LOS MILAGROS ATRIBUIDOS A JESÚS -J . S . SPONG
John Shelby Spong
Normalmente, cuando la gente piensa en los milagros que se narran en los evangelios, piensa en una serie de hechos extraordinarios y sobrenaturales. Sin embargo, no suele estar familiarizada con los detalles de la narración. Cuando éstos se conocen, surgen inevitablemente algunas preguntas: ¿qué propósito tuvo en mente el autor del evangelio cuando escribía aquello? ¿Es posible que nunca pretendiese que se leyesen literalmente aquellas historias? Permitidme ilustrar estas cuestiones con algunos datos fáciles de apreciar. Empiezo con las narraciones más milagrosas. ¿Hubo personas a las que, literalmente, Jesús resucitó de entre los muertos?
Un examen de los evangelios pone sobre la mesa los siguientes hechos. Según los evangelios, Jesús llamó de la muerte a la vida a tres personas. Sin embargo, sólo uno de esos relatos está en más de un evangelio. Se trata de la resurrección de la hija de Jairo, que aparece por primera vez en Marcos (5:21-24, 35-43), libro compuesto a comienzos de la década de los 70 del siglo I. En el relato original, los detalles nos dicen que Jairo era un “jefe de la sinagoga” que acudió a Jesús para rogarle que curase a su hija “que está a punto de morir”. Jesús se dirige entonces a casa de Jairo pero, mientras va de camino, se da otra curación milagrosa: la de la mujer con flujos de sangre. Marcos inserta esta curación para ocupar a Jesús durante el recorrido hasta la casa de Jairo. Concluido el episodio, continúan el camino pero enseguida se encuentran con los sirvientes de Jairo, que llegan para informar que la niña ha muerto y que por tanto ya no es necesario molestar al “maestro”. Jesús, aparentemente, no hace caso de la información y le dice a Jairo que no tema sino que crea y continúan el camino. Al llegar a la casa, los reciben unos anfitriones ya de luto, que lloran desconsoladamente. Jesús les pregunta por qué lloran, y les dice de que la niña “no está muerta, sino dormida”, por lo que los dolientes se burlan de él. Jesús los echa fuera y se dirige a la habitación de la niña con los padres y sus discípulos. Toma la mano de la niña y le ordena que se levante y ella así lo hace. Marcos nos dice entonces que tiene doce años. Jesús manda que se le dé de comer a la niña y se va mientras todos quedan admirados.
La misma historia se cuenta, con ligeras variantes, en Mateo (9:18-26), escrito a mediados de los 80 del siglo I, y también en Lucas (8:40-56), que es de finales de la misma década o de comienzos de la siguiente. Ambos autores incorporaron partes sustanciales del relato de Marcos, por lo que no sorprende encontrar la historia, no sólo repetida sino presentada exactamente en igual contexto: un aviso sobre la enfermedad de la niña, el inicio de la marcha, otra curación en el camino y las palabras sobre la muerte de la niña. Es obvio que tenemos una única y misma historia con tres versiones ligeramente diferentes.
Para entender mejor la historia, acudamos a un episodio que tiene un notable parecido: el que se dice que ocurrió en vida del profeta Eliseo, recogido en el Segundo Libro de los Reyes (4:-36). Eliseo, en ese caso, despierta del sueño de la muerte a un niño de unos doce años. La diferencia es que se trata de un chico, no de una chica. Por lo demás, en ambas historias se envía un mensaje al “sanador” cuando está aún lejos; en ambas, el sanador se dirige a la casa del niño y va a la habitación en la que éste yace.
De Eliseo se precisa que hizo una reanimación tipo boca a boca, tendido sobre el cuerpo del niño. Jesús en cambio toma la mano de la niña y dice la palabra sanadora. En las dos historias, la criatura recobra la salud. ¿Puede ser que la historia de Jesús fuese, originalmente, tan sólo una reelaboración de la de Eliseo, a fin de relacionar a Jesús con la tradición de la Escritura Hebrea y reclamar para él el estatus de un nuevo Eliseo? Creo que esto es muy posible.
En los evangelios sinópticos sólo hay otra historia sobre una resucitación y está en Lucas (7:11-17). En ella Jesús devuelve a la vida al hijo único de una viuda, en un pueblo llamado Naím. Hay pocas dudas de que el chico está muerto pues su cuerpo va sobre unas andas fúnebres, ya en procesión hacia el lugar del entierro. Una vez más, al fijarnos en la historia más antigua a la que la escena recuerda (esta vez se trata de una de Elías, en I Reyes 17:24), hallamos notables similitudes. Elías también alzó de entre los muertos al hijo único de una viuda y también sabemos que Lucas tomó, en más de una ocasión, elementos de las historias sobre Elías para dar su interpretación acerca de Jesús. ¿Es ésta fuente de una historia de Elías la clave del relato de esta resucitación que sólo Lucas recoge? Creo que sí.
Sólo hay una resucitación más en los evangelios: el relato de la resurrección de Lázaro, recogido únicamente en el cuarto evangelio, una obra que generalmente se fecha al final del siglo I, en torno a los años 95-100, es decir, 65 o 70 años después de la crucifixión. Éstos son los detalles. Es un hecho público y no ocurre en privado: los discípulos de Jesús, sus amigos, e incluso sus enemigos están presentes. La persona no sólo está muerta sino que lleva cuatro días enterrada. Incluso se advierte a Jesús del hedor que saldrá del sepulcro si éste se abre. Jesús, sin embargo, ordena que se quite la piedra que cubre la entrada al sepulcro y, literalmente, ordena a Lázaro que salga fuera. Lázaro sale como una auténtica momia andante, sujeto por las vendas del ropaje funerario, en el que se le había envuelto y del que tienen que liberarlo. Si un episodio como éste, que tanto hubiera tenido que haber hecho crecer la credibilidad de Jesús, hubiese ocurrido realmente, preguntáos cómo es posible que ningún testigo lo hubiese mencionado antes, durante más de tres generaciones, hasta que Juan lo puso por escrito, a finales del siglo I. Volveré sobre este relato la próxima semana pero, de momento, baste decir ahora que ningún estudioso de la Biblia considera hoy que la resurrección de Lázaro sea un hecho histórico.
Así que este breve análisis que hemos hecho revela que las tres historias evangélicas en las que Jesús resucita a alguien de entre los muertos podrían significar algo totalmente diferente de aquello que se concluye al leerlas literalmente. Esta idea se confirma, una y otra vez, cuando examinamos más detenidamente los otros milagros de Jesús.
La siguiente categoría de milagros atribuidos a Jesús es la que hemos llamado “milagros naturales”: Jesús camina sobre el agua, calma la tempestad y alimenta a la multitud con unos pocos panes y peces. Una mirada atenta a estas narraciones descubre la posibilidad de una interpretación no literal como la más idónea. La gente, por ejemplo, no suele reparar en que, en los cuatro evangelios, hay hasta seis versiones distintas de la multiplicación de la comida y de su reparto posterior a la multitud. Hay dos versiones en Marcos, dos en Mateo, una en Lucas y otra en Juan. Como Marcos y Mateo son anteriores a Lucas y Juan, parece ser propio de las tradiciones más antiguas duplicar los relatos de las multiplicaciones. Así que empezaremos primero por Marcos y Mateo.
De pronto, empiezan a aparecer los símbolos presentes en estos relatos. En Marcos, Jesús alimenta a 5000 hombres (más mujeres y niños) en el lado judío del lago, con cinco panes y dos peces, y luego llenan doce cestos con lo que sobra, para que así “nada se pierda”. Entonces, Jesús marcha al lado no judío del lago y repite la experiencia, pero esta vez alimenta a 4000 personas con siete panes y unos pocos peces. Esta vez se recogen sólo siete cestos de trozos sobrantes. Por tanto, cinco panes, 5000 personas y doce cestos de sobras, en la parte judía del lago; y siete panes, 4000 personas y siete cestos de sobras, en la parte gentil del lago. Los números empleados están pidiendo a gritos que se lean estos relatos como comidas simbólicas, quizá como las primeras eucaristías, y no como relatos literales. En la época de la redacción del evangelio de Juan, las conexiones eucarísticas eran ya muy claras. Juan hace que Jesús compare su carne al maná caído del cielo para alimentar a los israelitas que estaban hambrientos en el desierto. Con ello, Juan deja claro que las historias de multiplicaciones guardan relación con las de historias de Moisés y del Éxodo, cuando Dios alimentó a los hijos de Israel con pan del cielo. De esta forma, resulta evidente que los relatos de comidas milagrosas no deben entenderse como algo que, literalmente, ocurrió sino como relatos que interpretan lo que pasó con Jesús. Narrar las multiplicaciones milagrosas significa presentar a Jesús como el “nuevo Moisés”. Me pregunto a cuánta gente, de la que se sienta en los bancos de las iglesias, alguno de sus pastores les habrá invitado alguna vez a leer los milagros de los evangelios desde este punto de vista no literal pero profundamente espiritual.
Si pasamos a las curaciones milagrosas, dejadme ilustrar este mismo enfoque no literal prestando atención a sólo un relato: el de devolución de la vista al hombre ciego en Betsaida (Marcos 8:22-26). Este relato es único porque recoge el detalle de que la primera aplicación de las manos por parte de Jesús, sobre los ojos del ciego, no funcionó o, al menos, no funcionó completamente. Después de que Jesús untase los ojos del hombre con barro y saliva, el ciego no veía más que “árboles que andan”. Sólo con la segunda aplicación se reestableció plenamente la visión. Si esta fue realmente la historia del milagro, entonces, ¿por qué el poder de Jesús fue insuficiente la primera vez? La mentalidad literalista zozobra ante estas preguntas, pero una mirada atenta al contexto del relato en Marcos proporciona una pista importante. Marcos sitúa esta historia justo antes del relato de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo. Las palabras exactas de dicha confesión son: “tú eres el Cristo”, pero sin duda Pedro no sabe bien lo que estas palabras significan. Cuando Jesús empieza a decirle a pedro lo que le espera al Cristo, de sufrimiento, de rechazo y de muerte, entonces, Pedro no lo acepta y esto provoca una severa reprimenda por parte de Jesús: “¡Quítate de mi vista, Satanás, porque no estás de parte de Dios sino de los hombres”. Sin duda, Pedro queda retratado aquí como un hombre ciego que empieza a ver, pero que no ve aún claramente, y que necesita de una segunda experiencia antes de terminar por ver y por entrar en la fe. Además, la relación entre el ciego y Pedro no debería sorprendernos desde el momento en que caemos en la cuenta de que Pedro era de Betsaida.
¿Estamos, pues, ante la historia de un milagro real, ante la curación sobrenatural de un hombre ciego? No lo creo ni tampoco creo que fuese contar algo así lo que Marcos pretendió que entendiéramos cuando leyésemos su evangelio. Marcos nos cuenta, más bien, una parábola sobre la conversión de Pedro, un ciego que fue conducido por etapas a la visión y a la fe.
Hay muchas más cosas que podría decir sobre los milagros de los evangelios. con todo, tan sólo les dedicaré una columna más. En ella me ocuparé de la historia fascinante de la resurrección de Lázaro. Pero permitidme decir francamente, como conclusión, que ya no creo que los milagros de los evangelios tengan nada que ver con lo que solemos llamar “milagroso”.
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