miércoles, 28 de noviembre de 2018

LOS MILAGROS COMO SIGNOS A INTERPRETAR-J . S . SPONG


– John Shelby Spong


Dentro de esta serie titulada “Piensa diferente, acepta la incertidumbre”, empezamos, hace dos entregas, una sección sobre los relatos de milagros en los evangelios. Hoy, quiero continuarla y empezarla a llevar hacia su conclusión. Mi preocupación es mostrar a los lectores que las historias de milagros que se encuentran en los evangelios son siempre historias simbólicas e interpretaciones, y no informes objetivos sobre milagros, expuestos a la lectura literal propia de una visión del mundo llena de miedo y de superstición. Lo primero que señalamos fue que los milagros atribuidos a Jesús en el Nuevo Testamento podían incluirse dentro de tres categorías diferentes: milagros naturales, milagros de resucitación de muertos y sanaciones.

A la segunda conclusión llegamos tras fijarnos en las historias de milagros propias de las antiguas tradiciones de la Escritura hebrea. Señalábamos que los milagros de la Biblia estaban concentrados, en su mayor parte, en tres ciclos de relatos. Primero estaba el ciclo de Moisés-Josué, en el que todas las historias de milagros parecían implicar un poder sobre las fuerzas de la naturaleza. Ahí encontrábamos las plagas que cayeron sobre Egipto, la separación de las aguas del Mar Rojo para permitir el paso seguro a los esclavos que huían, y el pan que cayó del cielo, llamado “maná”. Estos “milagros naturales” son los que predominan en los relatos del ciclo de Moisés. Al llegar al ciclo de Josué, vimos que había más hazañas relacionadas también con poderes naturales: separación de las aguas del Jordán, derrumbe de los muros de Jericó y detención del sol en el cielo para proporcionar más horas de luz a las tropas de Josué y poder masacrar así mejor a más soldados enemigos, durante la batalla. Después, al fijarnos en los milagros naturales atribuidos a Jesús en los evangelios, vimos en ellos los ecos de las historias de Moisés y Josué. De Jesús también se decía que tuvo poder sobre las aguas. No separó los mares y ríos pero sí pudo calmar la tormenta y caminar sobre el lago Tiberíades. Como Moisés, también Jesús alimentó a la multitud contando sólo con cantidades muy limitadas de comida. Jesús las multiplicó lo necesario y el suministro nunca se agotó, igual que lo que pasó con el maná en el desierto. Así, los evangelios muestran que el poder de la naturaleza está subordinado al poder de Jesús. Jesús, como Moisés, podía ordenar a las fuerzas de la naturaleza para que hiciesen su voluntad.

El segundo ciclo bíblico de historias de milagros, lo encontramos aglutinado en torno a las figuras de Elías y Eliseo, los iniciadores del movimiento profético de Israel. La mayor parte de los milagros son, de nuevo, milagros naturales. Tanto Elías como Eliseo podían separar las aguas del río Jordán y multiplicar la cantidad de comida disponible para que no se agotase. También podían controlar la atmósfera e incluso hacer bajar fuego del cielo conforme a sus propósitos. Sin embargo, en el ciclo de Elías y Eliseo aparecen dos tipos completamente nuevos de poderes milagrosos. Se dice en la Biblia que ambos podían resucitar de la muerte. Elías resucitó así al hijo único de una viuda y Eliseo resucitó así a la hija de doce años de una mujer rica, que era amiga suya. Eliseo fue también la primera persona de la que se dice, en la Biblia, que hizo una curación milagrosa. Sanó la lepra de un extranjero llamado Naamán el sirio.

En esta serie ya nos fijamos antes en la relación entre las historias de Elías y de Eliseo y los relatos evangélicos sobre Jesús, y también empezamos a señalar las conexiones entre ambos ciclos. Jesús, como Eliseo, torna la vida a un niño tanto en Marcos como en Mateo y en Lucas. Y también podríamos añadir que Lucas es el único que cuenta la curación de diez leprosos dándole un giro al relato: uno de los leprosos, justo el que es extranjero, es el único que, como Naamán el sirio, reconoce la fuente del poder que lo ha curado. Las historias de Elías y Eliseo parecen haber influido pues profundamente en algunas narraciones evangélicas. 

No obstante, los milagros de Jesús más conocidos tienen que ver, en su mayoría, con curaciones. Con frecuencia Jesús puede dar la vista al ciego, el oído al sordo o hacer andar y saltar a personas cojas o con miembros atrofiados, o bien hacer hablar o cantar a alguien que era mudo. ¿Qué pasa con estas historias? Bueno, la verdad es que también se desarrollan a partir de las Escrituras hebreas, y se presentan en los evangelios como señales indicadoras de que Jesús es el Mesías anunciado. 

Para desarrollar este análisis, debemos acudir a los primeros 39 capítulos del libro de Isaías, denominado también Isaías I o Proto-Isaías. Alguien debió de preguntar, a este profeta del siglo VIII aC., cómo podría reconocerse y cómo podría saberse cuándo estaba viniendo el Reino de Dios a la tierra. En la mitología judía, inaugurar el Reino era la principal tarea de la figura del “Mesías”. Isaías I dio su respuesta a esta pregunta en el capítulo 35, y lo hizo con un lenguaje muy bello y poético. Sabréis que el Reino de Dios está cerca y que la era mesiánica está empezando –dijo– cuando ocurran estas cosas: primero, empezará a manar agua en el desierto de forma que florezcan en él las flores y, además, el don de la vida se celebrará desde el monte Carmelo hasta el Sarón; pero la segunda señal no será menos llamativa: la plenitud empezará a reemplazar al quebranto: los ojos del ciego y los oídos del sordo se abrirán, el cojo saltará como un ciervo y la lengua del mudo cantará con alegría (Is. 35:5-6).

Quienes fueron descubriendo el sentido de la figura de Jesús recurrieron deliberadamente a esta tradición específicamente mesiánica del Protro-Isaías y su elaboración se incluyó en la tradición evangélica por los autores del evangelio de Mateo y de Lucas cuando éstos introdujeron a Juan Bautista por segunda vez en sus narraciones. Según el relato, Herodes hizo detener a Juan por predicar y denunciar el matrimonio ilegítimo del rey. Entonces, mientras estaba en prisión, empezó a flaquear la confianza de Juan acerca de si Jesús era o no, realmente, “el que tenía que venir”, es decir, el Mesías esperado. Sus seguidores y él, Juan, ¿debían empezar a buscar a otro o no? Movido por sus dudas, Juan Bautista envió unos mensajeros a Jesús, para pedirle que les clarificase acerca de su condición, es de ir, si era el Mesías o no. 

Jesús, entonces, no respondió directamente a la pregunta sino que, en vez de eso, dijo a los enviados que volviesen a Juan y que le dijesen lo que habían visto y oído, y que él sacase sus propias conclusiones. Y les remitió específicamente al texto de Isaías: los ciegos que entraban en contacto con Jesús, veían; los sordos oían; los cojos andaban y saltaban, y los mudos podían hablar y cantar. En verdad, las señales del tiempo mesiánico se estaban dando en torno a Jesús. En su relato, Mateo y Lucas hacían afirmaciones específicas sobre Jesús como Mesías y citaban el pasaje de Isaías para demostrar que Jesús, realmente, era el esperado, “el que tenía que venir”. Si las sanaciones tenían que acompañar la inauguración del Reino de Dios, y si ellos creían que Jesús era aquél cuya venida había sido prometida a Israel, entonces Jesús había sido un sanador y algunas historias de milagros debían incorporarse a su recuerdo. Y así es como se hizo, según las tres categorías detectadas en el Antiguo Testamento: 

según las historias de Moisés, según las historias de Elías y de Eliseo, y según las profecías acerca de la espera del Mesías. La proclamación de los evangelios era que Jesús era el Mesías, y, para apoyar con datos dicha afirmación, los evangelistas citaron historias que mostraban su poder sobre las fuerzas de la naturaleza y de la muerte, y que también podía llevar la plenitud allí donde el quebranto de la vida parecía prevalecer.

Esto es lo que tratan de comunicar las historias de milagros, y por eso deben leerse como símbolos que interpretar, como signos y como señales, y no como hechos literalmente mágicos. Ésta es también la razón de que los milagros no se hubiesen asociado al recuerdo de Jesús antes de los 70 del siglo I. El proceso de interpretación llevó un tiempo y por eso Pablo no parece saber nada de Jesús como hacedor de milagros. Los milagros fueron una adición de los años 70 a los relatos sobre Jesús. Primero los introdujo Marcos. Después, Mateo los copió sin apenas añadir nada. Y, aproximadamente una década después, cuando Lucas escribió su evangelio a finales de los 80 o a comienzos de los 90, se añadieron, al recuerdo de Jesús, más historias, esta vez del estilo de las de Elías y Eliseo. Lucas es el único evangelio en el que Jesús, como Eliseo, sana no a uno sino a diez leprosos. Y sólo en Lucas Jesús resucita al hijo único de una viuda, tal como hiciera Elías.

Cuando Lucas llega al punto final y culminante de su relato, vuelve a adaptar una historia de Elías y la magnifica y la cuenta de nuevo, como algo acaecido a Jesús: sólo en Lucas Jesús asciende al cielo; y lo hace como Elías; pero sin la ayuda que tuvo Elías: un carro de fuego mágico, tirado por caballos e impulsado por un torbellino divino. Jesús asciende sin ayuda alguna porque es el nuevo Elías y es más que él. Pero aún hay más. Después de ascender Elías, parte de su espíritu (poderoso, pero todavía humano) permaneció en la tierra porque él se lo había transmitido a su discípulo, Eliseo. En el pasaje culminante del relato de Lucas, Jesús, como un nuevo Elías y aún más que él, derrama asimismo el don del Espíritu Santo de Dios sobre sus discípulos, y en cantidad suficiente además como para transformar a toda la comunidad y perdurar siempre. La Ascensión y Pentecostés son, pues, dos escenas de Lucas inspiradas en la fuente de Elías. Incluso el torbellino que impulsó el carro de Elías hacia el cielo se transforma en Lucas en el viento fuerte que llenó el Cenáculo donde estaban los apóstoles el día de Pentecostés. Y no sólo el viento sino el fuego del carro mágico y los caballos que por mano de Lucas pasaron a ser las lenguas de fuego de las que se dice que se pusieron sobre las cabezas de los discípulos, como una señal de la presencia del Espíritu.

Un examen detenido de las historias de milagros del Nuevo Testamento revela, pues, que no se escribieron como un recuerdo literal de determinados acontecimientos. Se crearon, más bien, como narraciones que interpretaban la figura de Jesús y la presentaban como el nuevo Moisés, o como el nuevo Elías o como el Mesías esperado. Por eso estos relatos deben leerse no como cuentos sobrenaturales sino como símbolos que interpretan o como señales que indican. De repente, los milagros empiezan así a parecer algo muy distinto de lo habitual, y podemos leer los evangelios de una forma realmente nueva. Para ver esto, sin embargo, debemos “pensar diferente” y “aceptar la incertidumbre”. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reseña para "LA FLOR INVERTIDA" - Puntuación: 🌟🌟🌟🌟🌟 5/5

Opinión: Las letras del autor las conocí por su libro "Equipaje Ancestral" que tuve la suerte de ganarlo en un sorteo que realizo,...