jueves, 29 de noviembre de 2018

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS-J . S . SPONG


— John Shelby Spong


Conocemos los detalles del relato: al tercer día, la tumba vacía y el encuentro con Jesús resucitado. Están en el corazón del relato cristiano que todos sabemos; son, si queréis, el punto culminante, el final radiante de dicho relato que se conmemora anualmente en la liturgia de la pascua de resurrección, en la que las comunidades se reúnen en las iglesias, más llenas que de costumbre. La parte profana de la fiesta incluye desfiles, huevos y monas de Pascua y otras tradiciones. En el hemisferio norte, en el que nació el cristianismo, la conmemoración de la resurrección coincide con la primavera, cuando el letargo del invierno da paso a los brotes de las flores nuevas que alegran la campiña. La celebración nos atrapa pues se dirige a la inquietud humana más profunda: la que nace de la experiencia de la mortalidad y de la finitud. La muerte es real en todo ser vivo, pero los humanos somos los únicos conscientes de este destino que nos espera a todos pero que no sustenta ningún instinto. Sólo los humanos anticipamos la muerte, hacemos planes teniéndola presente, la tememos y procuramos evitarla. El relato de la resurrección de Jesús, ¿puede ser expresión de los deseos humanos? En el relato de la resurrección, ¿hay algo real, fidedigno y observable en medio del fluir de la historia? Todo el cristianismo parece depender de que la respuesta a estas preguntas sea “sí”.

Empezaremos nuestro examen de la resurrección de Jesús analizando los textos bíblicos que nos digan algo al respecto. Casi cada versículo del Nuevo Testamento presupone la realidad de la resurrección pero los textos que pretenden describirla son confusos e incluso realmente contradictorios en muchos casos. Hay cinco fuentes y sólo seis capítulos, en el Nuevo Testamento que nos hablan de lo que pasó en el momento de la resurrección.

La primera y más antigua fuente es de Pablo y es el relato contenido en el capítulo 15 de la Primera Carta a los Corintios y escribió a mitad de los años cincuenta del siglo I, es decir, unos veinticinco años después de la crucifixión y unos veinte antes de que apareciese el primer evangelio, el de Marcos. Pablo es muy escaso en los detalles de la resurrección, igual que en los de la crucifixión. Sin embargo, nos da la primera referencia temporal específica. Ocurriese lo que ocurriese, Pablo afirma que fue “al tercer día”… después de la crucifixión, debemos suponer. Al hablar de la resurrección de Jesús, Pablo siempre emplea, además, una forma verbal pasiva o transitiva. Ello significa que no fue Jesús quien resucitó o quien se resucitó a sí mismo sino que fue Dios quien lo resucitó. Además, Pablo nos informa de un tercer elemento: que la resurrección fue “según las Escrituras”, es decir, no según el Nuevo Testamento, que no existía entonces, sino según las Escrituras judías que él, como rabino, conocía muy bien. No obstante, Pablo no especifica a qué textos bíblicos concretos se refiere, por lo que sólo nos deja el recurso de especular al respecto. 

La principal referencia veterotestamentaria a la que Pablo parece aludir, según la mayoría de los expertos, es el Déutero Isaías (caps. 40-55). Aunque, en esta parte segunda de Isaías, nada parece indicar lo que ahora llamamos “resurrección”, sí que se afirma en ella la indestructibilidad del “siervo” que entrega su vida. En segundo lugar, Pablo nos da una lista de aquellos a quienes Jesús se apareció una vez resucitado, es decir, de aquellos que pudieron "ver" y ser por ello “testigos” del acontecimiento. Sin embargo, ni un solo detalle narrativo acompaña a esta lista. 

Esa lista incluye tres personas (Pedro, Santiago y el propio Pablo) y tres grupos (“los doce”, “500 hermanos a la vez” y “los apóstoles”). Notemos que “los doce” y “los apóstoles” parecen ser dos grupos distintos, lo cual sorprende a muchos. Los “500 hermanos a la vez” es una referencia que no corrobora ningún otro dato de la tradición escrita posterior. Sin embargo, el más fascinante de los testigos es el propio Pablo. Siguiendo a Adolf Harnack (famoso historiador alemán de los orígenes del cristianismo, de principios del siglo XX él mismo), la mayoría de los estudiosos actuales fecha la conversión de Pablo en algún momento entre uno y seis años después de la crucifixión de Jesús. Esto significa que lo que fuera que Pablo viera en un momento de esos años, entre uno y seis, de después de la crucifixión, fue, como él mismo afirma, lo mismo que los otros testigos vieron, y difícilmente pudo ser, eso que todos vieron, un cuerpo resucitado, salido del sepulcro tres días después de ser crucificado, y devuelto sin más a la vida mortal. Los literalistas se sienten confusos ante este dato de Pablo. Pablo, el primero en escribir sobre lo que luego se llamó la “resurrección”, al igualar su experiencia con la de los primeros testigos, no podía referirse a un cuerpo físico como el que solemos imaginar que pudo resucitar no más tarde que tres días después de haber muerto. Y, sin embargo, fuera lo que fuese la experiencia de Jesús de Pablo, éste creía que dicha experiencia había sido real y que ciertamente le había transformado la vida. De modo que, en nuestra primera y más temprana fuente neotestamentaria, tenemos ya los elementos esenciales de lo que constituye el misterio último de la resurrección: Dios resucita a Jesús una vez muerto y unos testigos tienen experiencia de ello; fuera lo que fuese la resurrección de Jesús, ésta fue algo real pero no una resucitación “física”.

Más tarde, Pablo mismo nos proporcionará una pista para entender a qué se estaba refiriendo cuando escriba, , en su carta a los Romanos, que “Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir. La muerte ya no tiene poder sobre él” (Rom. 6:9). Si Pablo hubiese hablado de un cuerpo físicamente resucitado que hubiese vuelto a la vida de la carne, entonces, presumiblemente, Jesús, en algún momento, hubiera tenido que morir de nuevo. Así que, fuera lo que fuese lo que esta epístola trata de comunicar, ello no tiene nada que ver con un cuerpo resucitado y devuelto al reino físico de la historia. Además, el texto de Romanos continúa diciendo que “su muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre, pero que su vida es un vivir para Dios”. Lo que claramente implican estas palabras es que el concepto que Pablo tuvo de la resurrección de Jesús es que Jesús fue elevado a la vida de Dios, desde la que “se apareció a ciertos testigos escogidos” entre los que Pablo estuvo. Sus palabras significan que, fuera lo que fuese la experiencia de la resurrección de Jesús que tuvo, ésta ocurrió en algún momento entre uno y seis años después de la muerte de Jesús; y todo ello indica que el estudio de los relatos bíblicos de la resurrección no es algo tan simple como pretenden los cristianos literalistas. 

La tarea de interpretación se complicó cuando se escribió el primer evangelio. En Marcos, nadie ve a Jesús resucitado. Todo lo que Marcos nos proporciona, en su relato de la mañana de Pascua, es un anuncio a las mujeres, junto a la tumba, en el que se les dice: “No está aquí, ha resucitado”. El mensajero del anuncio es "un joven vestido de blanco" que Marcos no considera como un ángel ni lo presenta como tal. ¿Qué significan sus palabras? Jesús, que "no está aquí", ¿ha resucitado por ello a la vida física de este mundo o a la vida de Dios? Marcos no responde a esta pregunta. Después, el mensajero continúa y encarga a las mujeres que vayan a decir «a Pedro y a los discípulos» que Cristo resucitado los precederá en Galilea y allí lo verán. Ahora bien, si los discípulos, cuando el anuncio, están aún en Jerusalén tal como sugiere este texto, hay que contar con que el viaje a Galilea a pie lleva entre siete y diez días; de modo que la “aparición” de Jesús resucitado a los discípulos, prometida en Galilea, forzosamente debía ser fuera del término de tres días. Por tanto, en este evangelio, que es el más antiguo, se promete una futura aparición pero sin embargo, de hecho, Cristo resucitado no se aparece a nadie inmediatamente después de la crucifixión. Para muchos, esto es un dato preocupante aunque lo cierto es que es un dato cierto. 

Mateo, cuando escribe el segundo Evangelio casi una década más tarde, tiene presente a Marcos y lo incorpora en su propio escrito. Sin embargo, cambia algunas cosas, realza otras y, de vez en cuando, añade otras más. Así procede en el relato de la primera Pascua. En él, lo primero que hace Mateo es convertir el mensajero de Marcos en un ángel inequívocamente descrito como un ser sobrenatural. En segundo lugar, Mateo hace que Cristo resucitado se aparezca a las mujeres en el huerto y de un modo lo bastante físico como para que ellas se abracen a sus pies. Después, Mateo añade una segunda aparición pensada para dar cumplimento a la promesa del mensajero de Marcos de que los discípulos verían a Jesús resucitado en Galilea. Según Mateo, esto ocurre en la cima de un monte, donde los discípulos suben con esfuerzo mientras Jesús resucitado llega allí misteriosamente, apareciendo entre las nubes. ¿Implica esta forma de aparecer que venía del Cielo, es decir, de Dios? De hecho, viene transformado y vistiendo las vestiduras del Hijo del Hombre que, en la mitología judía, había de venir al final de los tiempos. Por primera vez en toda la Biblia, alguien resucitado tiene el don de la palabra. Lo que pronuncia es una misión y una promesa: “Id por todo el mundo, proclamad el evangelio”, y “yo estaré siempre con vosotros, hasta el fin del mundo”. Sin duda, el relato de la resurrección crece conforme pasan los años.

Cuando Lucas, escribe el tercer evangelio (unos diez años después de Mateo) y nos da su versión de la primera Pascua, el mensajero de Marcos, que en Mateo se había convertido en un ángel, pasa a ser dos ángeles, y la materialidad física del resucitado se acentúa hasta el punto de que Jesús camina, conversa, come, ofrece su cuerpo para que lo toquen e interpreta las Escrituras. Según Lucas, todas las apariciones sucedieron en torno a Jerusalén, sin referencia alguna a Galilea. Además, Lucas introduce la Ascensión de Jesús. Lucas, al haber hecho de la resurrección una “resucitación” física de un cuerpo muerto, tiene que indicar el modo en que el cuerpo físico de Jesús pudo salir fuera del mundo sin morir de nuevo: la Ascensión fue la respuesta. 

Cuando se escribe el Cuarto evangelio al final del siglo I (entre los años 95 y 100), el autor proporciona otros elementos nuevos, a veces, contradictorios con los anteriores. Hay cuatro escenas previas nuevas, entrelazadas no sin cierta torpeza. La figura principal de la primera escena es María Magdalena, sola junto al sepulcro. Lo central de esta aparición es la imposibilidad de adherirse a Jesús como a un cuerpo físico antes de que haya ido junto al Padre. La segunda escena se centra en Pedro y en el “discípulo amado” que llegan al sepulcro vacío y el “discípulo amado” cree sin ver. La tercera escena se centra en los discípulos, escondidos en el cenáculo. Según el Cuarto evangelio, éste es el momento en el que los discípulos reciben el Espíritu Santo: Pascua y Pentecostés son una única y misma experiencia transformadora. La cuarta escena se centra en Tomás y su mensaje es: “dichosos los que no ven (un cuerpo resucitado) y aun así creen”.

Hasta aquí hemos hecho un breve repaso de todo el material específicamente referido a la resurrección en el Nuevo Testamento. Ahora nos resta tejer todo este material de forma coherente. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reseña para "LA FLOR INVERTIDA" - Puntuación: 🌟🌟🌟🌟🌟 5/5

Opinión: Las letras del autor las conocí por su libro "Equipaje Ancestral" que tuve la suerte de ganarlo en un sorteo que realizo,...