viernes, 30 de noviembre de 2018

SITUAR A JESÚS EN LA HISTORIA -John Shelby Spong


 John Shelby Spong

Para captar íntegramente el sentido del Nuevo Testamento debemos situarlo en su marco histórico. Los sucesos de la vida de Jesús no ocurrieron en un entorno libre de influencias, y algunos de sus elementos no fueron históricos según lo que ahora entendemos por histórico. No sólo nació Jesús en un contexto determinado sino que éste influyó en él y en quienes más tarde narrarían historias de su vida. Los elementos narrativos de su vida, que encontramos en los evangelios, no se escribieron hasta dos o tres generaciones después de su muerte. En la actualidad, estos datos suelen ignorarse en muchos círculos eclesiales. En primer lugar, pues, debemos situar la vida de Jesús en el límite de unas fechas concretas. Esto se hace contrastando dos tipos de fuentes: la narración conservada en las primeras generaciones acerca de su vida y los escritos históricos no religiosos que ponen fecha a otras personas que aparecen en dicha narración. No es una ciencia exacta pero sí una guía fiable. Sólo dos evangelios tienen narraciones relacionadas con el nacimiento de Jesús. Mateo y Lucas sitúan este nacimiento durante el reinado del rey Herodes, conocido como Herodes el Grande. Mateo, el primero de los dos, sitúa la venida de los Reyes magos en dicho reinado y la relaciona con la profecía de Miqueas que anuncia la buena noticia de que el Mesías nacerá de la estirpe de David, en el mismo lugar que él, es decir, en Belén. Además, Mateo presenta a Herodes el Grande según el estereotipo judío del rey malvado que busca, como antaño el faraón, destruir al mensajero de Dios. Mateo vuelve a contar otra vez la historia de la salvación milagrosa de Moisés, de una muerte segura, por una intervención divina, con la diferencia de que, esta vez, el protagonista es Jesús y no Moisés. Esta forma de entrelazar la historia de Moisés con el recuerdo de Jesús es un ejemplo de la tradición interpretativa judía del midrash. Ahora bien, el hecho de que estos relatos no sean literalmente históricos, sino una suma de referencias a la llegada del mesías esperado, no es razón para que no sea un dato histórico el nacimiento de Jesús durante el reinado de Herodes. Mateo precisa más aún y sugiere que fue hacia el final de su reinado; justo antes de su muerte. Los registros históricos nos dicen que Herodes reinó, en todo el territorio judío, entre los años 37 y 4 ac. Otras referencias históricas nos informan, además, de que, al morir, el país se dividió en tres provincias, gobernadas, primero, por sus hijos y, más tarde, por procuradores romanos. Jesús creció en este marco histórico y la fecha atribuida al nacimiento de Jesús por Mateo encaja en el marco de estos datos históricos seculares.

El evangelio de Lucas confirma esta misma tradición sobre el nacimiento de Jesús. Lucas sitúa el nacimiento de Jesús y el de Juan Bautista dentro del reinado Herodes el Grande. Además, añade que, entonces, César Augusto era el emperador de Roma y Quirino, el gobernador de Siria. No obstante, hay datos históricos por los que Quirino no encaja pues no llegó al poder hasta el año 6 o 7 dc. Parece ser que, si Lucas incluyó a Quirino en su relato, fue para reforzar la idea de que hubo una ley por la que la gente debía empadronarse en el lugar de origen de su familia. Lucas recurrió a Quirino para justificar que el nacimiento de Jesús fuese en Belén. Una vez más podemos ver cómo los hechos históricos se incluyen, en las narraciones del nacimiento, al servicio de las posteriores interpretaciones mesiánicas. Con todo, la inclusión del nacimiento de Jesús en los últimos dos años del reinado de Herodes estaba bastante clara en la memoria de las comunidades. Por eso, los historiadores actuales, en su mayoría, sitúan dicho nacimiento entre el año 6 y el 4 ac, que fue el de la muerte de Herodes. Suelo estar de acuerdo con este margen, aunque tiendo a considerar más exacto que nació el año 4. Por otra parte, tengo la certeza de que Jesús nació en Nazaret, tal como sugiere Marcos en su evangelio, que es anterior a Mateo y a Lucas. Y entiendo la ubicación del nacimiento en Belén como una tradición mesiánica de las comunidades. Pablo, cuyas cartas son anteriores a Marcos, fue el primero en decir que Jesús provenía de la estirpe de David y era heredero de su trono. Fue en su Carta a los romanos, del 58 dc., aproximadamente. Esta primera referencia dio pie a la narración del nacimiento de Jesús en Belén, la ciudad de David. Una vez precisada la fecha y el lugar del nacimiento, podemos pasar a determinar la fecha de la muerte. La tradición evangélica es firme en situar la crucifixión de Jesús bajo el mandato de Poncio Pilato como procurador. Pablo no menciona a Pilato, pero el evangelio de Marcos, escrito en los primeros años de la octava década de nuestra era, sitúa la Pasión de Jesús, de forma definitiva y rotunda, durante el mandato de Pilato, e insiste en ello tanto que sería difícil pensar que no hubiera sido así. Pilato aparece por primera vez en el evangelio de Marcos cuando, en la mañana del día de la crucifixión, las autoridades judías le entregan a Jesús tras haberlo arrestado e interrogado. Marcos cita a Pilato otras diez veces, todas relacionadas con la pasión. La última es cuando, una vez confirmada la muerte de Jesús, autoriza la entrega de su cuerpo a José de Arimatea para que lo entierren. Aunque es muy dudosa la historicidad del relato del sepelio en una tumba nueva excavada en la roca, en el jardín de José, la conexión entre la crucifixión y Poncio Pilato es firme. También Mateo vincula nueve veces a Pilato con la crucifixión. Lucas menciona a Pilato doce veces, de las cuales dos son anteriores a la Pasión: una para datar el comienzo de las apariciones públicas de Jesús y otra para dar cuenta del papel de Pilato en una rebelión galilea ya pasada. El evangelio de Juan incrementa el número de referencias a veintiuna. 

Merece la pena destacar que, en los evangelios de Juan y de Lucas, Pilato se convierte en una figura algo más compasiva, mientras que Judas y las autoridades judías adquieren un carácter cada vez más negativo. Por tanto, en estos textos podemos observar cierta evolución y transformación de tradiciones y de recuerdos. Y, para completar estos datos, recordaré que Pilato aparece tres veces en el Libro de los Hechos, que es realmente el segundo volumen de la obra de Lucas. Las tres veces, en boca de Pedro y de Pablo. Sólo hay una referencia más en el Nuevo Testamento: es en la Primera carta a Timoteo, que unánimemente se considera como atribuida a Pablo sin serlo, y cuya fecha de redacción es muy tardía. Así pues, parece claro que la crucifixión de Jesús ocurrió durante el mandato de un procurador romano llamado Poncio Pilato. Una vez establecido esto, según los evangelios, podemos ir a los anales romanos y verificar que Poncio Pilato fue procurador de Judea del 26 al 36 de nuestra era. Once años es, pues, el intervalo en el que situar la crucifixión. Otras fuentes, que es complejo exponer aquí en detalle, apoyan la narración del historiador judío Josefo, a través del cual podemos acercarnos a este lapso de tiempo y situar, con alta probabilidad, la crucifixión y la muerte de Jesús, en torno al año 30. Esta estimación puede tener un margen de error de unos 2 años arriba o abajo, pero es la que seguimos creyendo más acertada. Así que nuestra conclusión es, que, como máximo, Jesús vivió entre los años 6 ac y 32 dc, y, como mínimo, entre el 4 ac y el 30 dc. Por tanto, su vida duró entre 34 y 38 años. No albergo ninguna duda de que Jesús existió realmente y fue un personaje histórico. Y no me convencen nada los escritores contemporáneos que han intentado probar que Jesús es sólo una figura mitológica, nacida o bien de la fantasía judía o bien de la que se basa en fuentes egipcias. A favor de su existencia real, creo que las referencias de una carta muy temprana y auténtica de Pablo como la de los Gálatas (1:18-24) son definitivas. Pablo cuenta ahí una conversación suya con Pedro y con Santiago, a quien llama el hermano del Señor, tenida unos tres años después de su conversión. Dado que Adolf Harnack, un historiador de comienzos del siglo XX, sitúa la conversión de Pablo entre uno y seis años después de la crucifixión, dicha conversación fue entre cuatro y nueve años después de la muerte de Jesús. Es decir, un tiempo demasiado corto como para que se hubiese formado una figura mitológica que no tuviese ninguna base real. De manera que, aunque no haya evidencias históricas de los detalles de la vida de Jesús, sí hay evidencias históricas de que vivió. En definitiva, podemos situar a Jesús como un ser humano que vivió en nuestra historia, entre el año 4 ac y el 30 dc, aproximadamente. Dos cosas se tornan obvias tras este ejercicio de datación. La primera es que Jesús fue un judío cuya vida transcurrió, toda ella, bajo el dominio del Imperio Romano. Jesús formó parte de un pueblo conquistado y oprimido. Roma dominó en Judea desde el 65 ac, en alianza con los sucesores de los Macabeos, y la gobernó con mano de hierro hasta la caída de su Imperio. Unos ciento veinte años después de  comenzar su dominio, es decir, entre los años 66 y 73 dc, hubo una rebelión judía contra Roma que terminó en una guerra cuyo resultado fue la derrota total de los judíos, incluida la destrucción de Jerusalén y del Templo. Aunque esta destrucción sucedió más de treinta años después de la muerte de Jesús, fue anterior a la redacción de los Evangelios. Por eso, los historiadores creen que esta destrucción influyó mucho (más de lo que normalmente se cree) en la imagen de Jesús que podemos formarnos al leerlos. Más tarde desarrollaremos esta afirmación con más detalle. La segunda cosa que resulta obvia, al situar la vida de Jesús en su tiempo, es que el más temprano recuerdo expreso que tenemos de Jesús está en las cartas de Pablo, escritas entre los años 51 y 64, o, lo que es lo mismo, entre veintiún y treinta y cuatro años después de la muerte de Jesús. Esto significa, por tanto, que hay un silencio completo durante al menos veinte años, hasta que Pablo puso por escrito una primera alusión a la vida de Jesús. Y cabe resaltar además, primero, que Pablo dijo muy poco sobre la vida misma de Jesús y, segundo, que murió antes de que se escribiera ninguno de los evangelios. Los evangelios son los escritos que presentan la figura de Jesús con más detalle, sin embargo, se escribieron después de las cartas de Pablo, y entre principios de los años 70 y finales de los 90, es decir, de cuarenta a setenta años después de la muerte de Jesús, aproximadamente. Como consecuencia, los evangelios contienen unos relatos de acontecimientos de Jesús que no son una crónica directa hecha por unos testigos oculares (o presenciales) sino que son dichos relatos creación de los discípulos de la segunda, tercera e incluso cuarta generación. Los evangelios, además, se escribieron en griego, un idioma que no hablaron ni escribieron ni Jesús ni sus discípulos. Tenemos que deshacernos, pues, de la idea de que los evangelios son libros de historia o de biografía, tal como entendemos estos géneros ahora. Estos hechos son datos que deberían bastar para remover muchos supuestos que, sin suficiente información, la gente se ha ido formando a lo largo de los siglos, acerca del Nuevo Testamento. También podemos establecer a partir de estos datos el punto de partida para empezar a examinar las Escrituras cristianas con una mirada nueva y con una mente abierta. Es lo que espero hacer en esta serie de columnas.

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