sábado, 1 de diciembre de 2018

COORDENADAS HISTÓRICAS DEL NUEVO TESTAMENTO -John Shelby Spong


John Shelby Spong 


Los libros del Nuevo Testamento no cayeron del cielo escritos en la versión del Rey Jacobo Sí, lo que acabo de decir es una caricatura, pero una caricatura que permanece arraigada en la mente de muchos cristianos, lo cual hace prever que los actuales estudios bíblicos más autorizados seguirán siendo causa de controversia en los ambientes religiosos tradicionales. 

Sin embargo, los hechos son estos: no tenemos las palabras originales de Jesús, dichas en su idioma; no tenemos relatos de primera mano sobre lo que se supone que hizo; incluso la narración más temprana, la de la crucifixión, se compuso, como muy pronto, durante la segunda generación de discípulos, y no a partir de la aportación de testigos presenciales sino de una interpretación de las Escrituras Hebreas cuyo objetivo era presentar a Jesús como el cumplimento de todas las esperanzas de Israel.

 En la columna de la semana pasada situamos históricamente la vida de Jesús y dijimos que la hipótesis mejor fundada es que el nacimiento fue el año 4 ac. y la muerte, el 30 dc. A la vista de estas fechas, situaremos hoy los libros del Nuevo Testamento en el eje temporal del siglo I, para ver su desarrollo. Encontraremos así cosas tales como la paulatina adición, al relato sobre Jesús, de diversos elementos: nuevos títulos mesiánicos, relatos más extensos de milagros y toda una serie de capas y de tradiciones que se fueron desarrollando. 

Asumamos que Jesús vivió entre el año 4 ac. y el 30 dc. Como consecuencia, nos enfrentamos al hecho de que, desde el año 30 hasta el 50, aproximadamente, no tenemos ni un documento sobre lo que Jesús dijo o hizo. Hay un túnel de absoluto silencio sobre el que sólo podemos especular. Después, entre los años 50 y 64 dc., tenemos los escritos de Pablo. No todas las epístolas que llevan su nombre son realmente suyas pero existe una convicción general. Son auténticas: Primera a los Tesalonicenses, Gálatas, Primera y Segunda a los Corintios, Romanos, Filemón y Filipenses; y, mientras casi todos los estudiosos rechazan la autoría paulina de la Carta a los Hebreos, las dos de Timoteo, Tito y Efesios, aún se discute la autoría de Colosenses y de la Segunda a los Tesalonicenses.

 Los cuatro evangelios se escribieron entre el año 70 y el año 100; y los Hechos de los Apóstoles, las Cartas deuteropaulinas, las llamadas «católicas» (I, II y III de Juan, I y II de Pedro, Santiago y Judas) y el Apocalipsis, entre los 70 y los 90. Con esa datación en la mente, permitidme volver atrás y describir cómo se fue desarrollando el relato de Jesús durante las cuatro décadas que van de Pablo a Juan, que fue el último. 

Pablo es el primero cuyos escritos nos proporcionan detalles sobre la vida de Jesús; sin embargo, los detalles que nos proporciona son ciertamente escasos. Entre los móviles reconocidos por Pablo, al escribir su cartas, no entraba informar de las palabras de Jesús o contar historias sobre él; ni siquiera sobre los principales acontecimientos de su vida. Pablo no maneja la idea de un nacimiento milagroso de Jesús, de quien sólo dice que «nació de mujer», como todo ser humano, y que «nació bajo la ley», como todos los judíos. Sí que afirma, en cambio, que el origen de Jesús tenía que ver con el linaje del Rey David; sin embargo, es difícil establecer la historicidad de semejante genealogía dado que ser descendiente de David era un «título mesiánico» muy habitual. Por último, Pablo también dice conocer a Santiago, «el hermano de Jesús», pero nunca menciona los nombres de los padres de Jesús, ni proporciona ninguna información sobre ellos. 

Pablo no menciona los relatos de milagros de Jesús. Tampoco hay indicios en sus escritos de que conociese la tradición de que hubo una traición. Todo lo que dice es que «la noche en que Jesús fue entregado, tomó pan» e instituyó la Eucaristía. La palabra «entregado» se convierte así en la débil base textual sobre la que después se levantó el relato de la traición. Pablo no sugiere que esta «entrega» la llevase a cabo un discípulo, ni tampoco identifica la «última cena» con la Pascua. No hace mención del contenido de las enseñanzas de Jesús, ni muestra familiaridad con ninguna de las parábolas. Sus menciones al desenlace de la vida de Jesús son igualmente escasas. El hecho de que Jesús fuese crucificado es central para él, pero no recoge ninguno de los detalles que nos son familiares. Pablo no menciona ni a Pilato ni a Herodes ni a los soldados ni a los dos ladrones crucificados con Jesús. Tampoco ninguna palabra pronunciada por Jesús en la cruz, ni algún detalle de cómo fue su muerte. Todo lo que dice es: «Murió por nuestros pecados, según las Escrituras».

 La expresión «murió por nuestros pecados» parece proceder de la liturgia de la sinagoga en el día de la Expiación o Yom Kipur; mientras que la expresión «según las escrituras» puede estar relacionada con el modo como los primeros cristianos interpretaron a los profetas: sus palabras se cumplen a la letra en la vida y muerte de Jesús. Sabemos que, en el tiempo de la redacción de los evangelios, tanto la imagen del «siervo» como la del «pastor», del Deuteroisaías (Is: 40-55) y de Zacarías, fueron dos imágenes muy frecuentes, de cara a interpretar el significado de la vida de Jesús.

 En cuanto a su entierro, Pablo sólo escribe el hecho escueto: «fue sepultado»; nada de una tumba, de José de Arimatea, de ángeles, de guardianes ni de una visita de las mujeres. Lo único que dice es que, a los muertos, se les entierra. Y, sobre la resurrección, Pablo sólo dice que Jesús, «al tercer día», fue levantado, «según las Escrituras»; pero no dice a qué fue levantado: a la vida de este mundo o a la vida de Dios? La resurrección fue la «resucitación» de un cuerpo muerto o un ascenso al cielo? En la tradición judía hay tres historias de hombres santos triunfalmente transportados al cielo: Enoch, Moisés y Elías.Pablo debía estar familiarizado con estas historias y la mayoría de los escritos tardíos de Pablo apuntan a la interpretación de que él creía que Jesús fue ascendido a la eternidad de Dios y no que fue físicamente resucitado para volver a esta vida. 

Pablo enumera una lista de personas a las que Cristo resucitado se manifestó. Incluye a «los doce», lo cual parecería indicar que Judas aún estaba entre ellos! También se incluye a sí mismo, y reivindica que su experiencia de Cristo resucitado fue como la de los otros discípulos aunque fue la última. La conclusión de todo esto es que eran pocos los detalles de la vida de Jesús de los que había memoria cuando, entre el 50 y el 64, las cartas de Pablo eran los únicos escritos a disposición de la iglesia cristiana.

 El primer evangelio, escrito a comienzos de los 70, fue el de Marcos; seguido del de Mateo, que es de comienzos de los 80; del de Lucas, a finales de la misma década; y, finalmente, del de Juan, de finales de los 90. Tanto Mateo como Lucas reprodujeron extensas secciones de Marcos; Mateo utilizó alrededor del 90 % del contenido de Marcos; y Lucas alrededor del 50 %. Juan parece conocer el primero de los tres sinópticos, pero sólo dependió muy superficialmente de ellos. Así que cuando situamos los libros del Nuevo Testamento en el orden en que se escribieron, vemos, con bastante claridad, cómo aumentó progresivamente la extensión del relato sobre Jesús.

 Marcos, en la década de los 70, es el primero en presentar a Juan Bautista, en decir que Jesús realizaba milagros, o en aludir a que María era el nombre de su madre. Nunca antes nadie había hecho mención de estas cosas. Marcos nunca alude a una figura paterna y mucho menos a alguien llamado José. Es, además, el primero en presentar a Judas como el traidor y en escribir un relato de la pasión. A través de dicho relato, entran en la tradición detalles que actualmente nos son familiares, como la negación de Pedro, la corona de espinas, los ladrones crucificados y el grito de abandono: «Dios mío, Dios mío! Por qué me has abandonado?». Marcos es también el primero en incluir a José de Arimatea y en relatar el entierro de Jesús. Cuando llega a la Pascua, Marcos sólo menciona la tumba vacía y un mensajero que anuncia la resurrección; pero nadie, en el primer evangelio, ve a Cristo resucitado. Esto es lo que tenemos hasta la década de los ochenta.

 Mateo, que escribe unos diez años después de Marcos, añade sus propios elementos al relato. Es el primero en ofrecer una genealogía, el primero en introducir el episodio del nacimiento virginal de Jesús, y el primero en organizar el relato sobre Jesús en base a la historia de Moisés. Sólo Mateo incluye una historia «mosaica» acerca de un rey malvado que trata de exterminar a los bebés judíos varones. Pero, ahora, la historia se refiere a Jesús y no a Moisés. Sólo en Mateo Jesús pronuncia un «Sermón del Monte» en el que reinterpreta la Ley de Moisés desde lo alto de una nueva montaña. Este evangelio es el único que incluye la parábola en que se separan las ovejas de los cabritos (cap. 25). Mateo reproduce todo el material de Marcos sobre milagros, pero sin añadir ninguno propio. Finalmente, Mateo es el primero en representar a Jesús resucitado físicamente de la muerte, aunque es bastante ambiguo en esto: el resucitado es físico junto a las mujeres en el huerto, pero no junto a los discípulos en Galilea.

 Lucas, que escribe casi una década después que Mateo, parte de un relato anterior sobre el nacimiento prodigioso, y añade detalles que son discordantes con respecto a Mateo. En Lucas, hay ángeles en lugar de una estrella, y hay pastores en lugar de Magos. Lucas incorpora además, a la tradición, dos relatos de milagros: la curación de los diez leprosos y la resurrección del hijo de la viuda de Naím. De Lucas son también las parábolas de Jesús más conocidas: el Buen Samaritano, el Hijo Pródigo, Lázaro y el hombre rico; todas ellas no aparecen en ningún otro evangelio. Lucas añade a la pasión palabras inéditas hasta entonces; y presenta la resurrección como algo bastante físico. Los relatos de la Ascensión y de Pentecostés son también sólo de Lucas.

 Juan, al final de los 90, añade dos milagros: la conversión del agua en vino y la resurrección de Lázaro. Hace más extensas las enseñanzas de Jesús, a las que transforma con frecuencia en discursos teológicos muy elaborados. Prefiere el término «señal» al de «milagro», como en el caso de la lanza en el costado, y hace que la Ascensión tenga lugar antes de que Jesús se aparezca a los discípulos, y no después.

 Este breve análisis de las peculiaridades más destacadas nos da una idea de cómo los relatos sobre Jesús crecieron según pasaba el tiempo y se desarrollaba el Nuevo Testamento. Más adelante nos fijaremos en esto con más detalle. De momento, deseo simplemente que mis lectores sean conscientes del modo en el que, desde el punto de vista «dramático», el relato común crece, entre los años 70 y 100, conforme se escriben los evangelios. Además, les pido que se pregunten por cómo tuvo lugar tal crecimiento durante el periodo del año 30 al 70, del que tenemos pocos o ningún dato para comparar.

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