sábado, 3 de noviembre de 2018

El desarrollo de la tradición de la natividad -John Shelby SPONG-5


En la experiencia humana, un padre y una madre no esperan a que su hijo inicie una carrera pública para reconocerlo como tal. Es mucho más apropiado y natural hablar de un hijo engendrado en el momento del nacimiento que en el de su muerte, o incluso que en el del bautismo. Así pues, los elementos de la filiación divina, la presencia del Espíritu Santo e incluso de los mensajeros angélicos continuó desplazándose desde la exaltación al cielo hacia la resurrección a la vida, para pasar después al bautismo hasta que, finalmente, llegaron a asociarse con el momento del nacimiento y la concepción. La adopción en Dios se desvaneció como descripción adecuada para explicar la relación entre Dios y Jesús, y apareció una interpretación mucho más profunda de lo divino que se iniciaba con el mismo origen de la vida humana. De ese modo se estableció el escenario apropiado para que surgieran las narraciones de la natividad, y para que empezaran a circular las historias sobre la concepción divina de Jesús. Y eso fue lo que sucedió en esta época. que ya era, por lo menos, la novena década de la era cristiana. Había numerosos modelos para tales narrativas. En muchas otras tradiciones religiosas del mundo era habitual el concepto de un nacimiento de mujer virgen para explicar el origen divino de figuras heroicas.

Se dice que Gautama Buda, el noveno avatar de la India, había nacido de la virgen Maya hacia el año 600 a. de C. Según se decía, el Espíritu Santo había descendido sobre ella.

 Se afirmaba que Horus, un dios de Egipto, nació de la virgen Isis hacia el 1550 a. de C. En su infancia, Horus también recibió regalos de tres reyes.

Atis nació de una madre virgen llamada Nama en Frigia, antes del 200 a. de C.

Quirrnus, un salvador romano, nació de una virgen en el siglo VI a. de C. Según se dijo, su muerte fue acompañada por la oscuridad universal.

En el siglo VIII a. de C. Indra nació de una virgen en el Tíbet, y también de él se dijo que había ascendido al cielo.

Se dijo que Adonis, una divinidad babilónica, había nacido de una madre virgen llamada Ishtar, que más tarde sería venerada como reina del cielo.

También de Mitra, una divinidad persa, se dijo que había nacido de una virgen hacia el 600 a. de C.

Del mismo modo, Zoroastro hizo su aparición terrenal a través de una madre virgen.

Krishna, e] octavo avatar del panteón hindú, nació de la virgen Devaki hacia el 1200 a. de C.

En la mitología popular griega y romana, Perseo y Rómulo fueron engendrados divinamente. En la historia egipcia y clásica esta clase de historias surgió alrededor de los faraones y de personajes como Alejandro Magno y César Augusto. Hasta la existencia de un filósofo como Platón se explicó en términos de origen divino. Estas historias no eran desconocidas para los cristianos primitivos, sobre todo después de que el cristianismo abandonara el seno del judaísmo, lo que hizo de una forma cada vez más intensa tras la destrucción de Jerusalén por parte de los romanos, en el año 70 de la era cristiana. De entre los evangelistas, sólo Marcos parece que escribió antes de que se produjera esa destrucción. En el cristianismo, la tradición del nacimiento de mujer virgen no alcanzó forma escrita hasta algún momento situado entre la novena o la décima décadas de la historia cristiana, y eso sólo en las narraciones de dos de los evangelistas, Mateo y Lucas, muy conscientes de que se estaban dirigiendo a la presencia gentil en expansión en el seno de la Iglesia.

Cabe la posibilidad de que los cristianos primitivos interpretaran en términos de concepción virginal algunos de los escritos de Filón, un filósofo judío de habla griega y pensamiento predominantemente griego, que escribió entre los años 45 a 50 de la era cristiana. Filón utilizó la alegoría para demostrar que los patriarcas fueron engendrados a través de la instrumentalidad de Dios. «Rebeca, que es la perseverancia, quedó embarazada de Dios», escribió.

Pablo pudo haber tenido esto en cuenta cuando estableció una distinción entre los dos hijos de Abraham: Ismael, que nació según la carne, e Isaac, que nació según la promesa o el Espíritu (Gálatas 4, 21 y ss.). No obstante, no hay razón alguna para pensar que nacer «según el Espíritu» excluyera para Pablo la relación física como el medio con que se produjo la concepción de Isaac. De hecho, la idea de que la concepción de María se produjo mediante el Espíritu no parece que excluyera un embarazo natural, quizás insólito, pero no antinatural.

En las escrituras hebreas no son insólitos los nacimientos milagrosos logrados por diversos medios, aunque ninguno de ellos se produjera sin una paternidad conocida. Se nos ocurre pensar en seguida en Ismael, Isaac, Sansón y Samuel. En cada uno de esos casos se produce un anuncio del nacimiento que sigue una pauta regular. Primero ocurre la aparición del ángel; segundo, se expresa el temor de la receptora; tercero, se transmite el mensaje divino; cuarto, se ofrecen las objeciones humanas; y, finalmente, se da una señal destinada a superar tales objeciones.10 Las narraciones bíblicas de todos los nacimientos especiales se han relacionado dentro de esta estructura general. En el caso de Ismael, la figura angélica acudió tras producirse el embarazo, cuando Agar huía de una celosa Sara (Génesis 16, 1-15). En el de Isaac, la barrera a superar fue la edad de sus padres, que ya andaban bien entrados en los noventa años (Génesis 18, 9 y ss.; Génesis 21, 1 y ss.). Según dice el Génesis, «a Sara su le había retirado la regla de las mujeres» (Génesis 18, 11). En los casos de Sansón y Samuel, la madre potencial era estéril (Jueces 13, 3; 1 Samuel 1, 2). En cada uno de estos episodios el niño, en su vida adulta, tuvo un destino particular, el de ser una figura salvadora en la historia, y esta vocación adulta inspiró las historias sobre su origen. 

Si estas figuras bíblicas relativamente menores pudieron ser lo bastante importantes como para inspirar narraciones sobre el nacimiento, seguramente no podía ser menos aquel de quien se creía que era el «único Hijo engendrado» de Dios. La designación de Jesús como Hijo cíe Dios hizo que fuera casi inevitable recorrer un camino de retroceso en la comprensión de los miembros de la comunidad cristiana, que se esforzaban por explicar su experiencia con esta vida tan especial. La primitiva tradición cristiana parece haber conectado la afirmación de Jesús como Hijo de Dios con la adopción de Jesús en el cielo por parte de Dios en el acontecimiento de la resurrección/exaltación. Marcos lo anunció a sus lectores en la primera frase de su evangelio (Marcos 1, 1), pero la primera figura contemporánea que expresa esa confesión fue el centurión que vio morir a Jesús, quien dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Marcos 15, 39). Para Marcos, sin embargo, la designación de Jesús como «hijo» había ocurrido en realidad en el bautismo, cuando descendió el Espíritu Santo. No obstante, y a medida que transcurrió el tiempo, los ángeles de la tradición de la resurrección se encontraron presentes en el anuncio de la inminente concepción, y el Espíritu Santo que proclamó a Jesús como Hijo de Dios en la resurrección y en la promesa hecha en el bautismo, se convirtió en el agente utilizado para asegurar que Jesús era Hijo de Dios desde la concepción.

¿Existe alguna posibilidad de que las narraciones sobre la natividad de nuestro Señor sean históricas? Desde luego que no. Incluso el hecho de plantearse esa pregunta da a entender una gran ignorancia acerca de las narraciones sobre el nacimiento. Las historias sobre los orígenes son comentarios con significado adulto. Nadie espera en una casa o en una sala de maternidad a que nazca una gran persona. Es posible que los herederos reales de antiguos tronos fueran atendidos en el momento de nacer por las personas del séquito real, pero sólo porque representaban el símbolo de la continuidad de la nación. 

Jesús no era heredero de ningún linaje real, a pesar del intento de Mateo por presentarlo como aspirante davídico. Jesús creció en medio de la pobreza. Las gentes de Nazaret lo rechazaron. Los líderes religiosos de su nación lo hicieron ejecutar. No es ése precisamente el retrato de un miembro de la realeza. A lo largo de la historia, las narraciones sobre el nacimiento de una persona sólo aparecen cuando, en la vida adulta, esa misma persona adquiere una gran importancia para la gente que las produce, o para el mundo en su conjunto. Esta clase de narraciones sugieren que el momento en que nació un adulto importante, también fue un momento importante para la historia humana. Luego, a medida que la narración se desarrolla, se indica la importancia futura de esa vida mediante las palabras que se pronuncian, o las señales celestiales que marcaron su nacimiento, o los acontecimientos milagrosos que lo hicieron posible. Estos detalles interpretativos se han acumulado alrededor del nacimiento de personajes históricamente famosos, aunque en casi todos los casos eso no ha ocurrido hasta después de sus muertes. Las narraciones sobre el nacimiento se encuentran a cinco o seis pasos de distancia del momento revelador original. 

Eso significa que, en realidad, las narraciones de la natividad que encontrarnos en Mateo y Lucas no dicen nada sobre el hecho verdadero del nacimiento de Jesús, sino que sólo expresan todo aquello que sea necesario para explicar el poder adulto de la persona cuyo nacimiento se describe. Tanto Mateo como Lucas desarrollan una narrativa para contar la historia del origen de Jesús, y lo hacen a partir del material de que disponen. Relacionaron sus narraciones de la natividad de Jesús de una forma consistente con su intención de contar, en primer lugar, la historia de Jesús. Los intentos por reconciliar o armonizar las diferencias existentes entre Mateo y Lucas se basaron en la falsa premisa de que, por detrás de estas narraciones, existía alguna verdad histórica y real. Como quiera que no parece ser ése el caso, esos esfuerzos por alcanzar la armonía no fueron más que un ejercicio de futilidad. Las dos historias de la natividad son poderosas, importantes y merecen nuestro estudio más atento. Las dos se hallan repletas de claves interpretativas y de comprensiones sobre la naturaleza de este Jesús cuyo nacimiento cambió la faz de la historia humana de una forma como no lo ha hecho ninguna otra vida. 

Así pues, dedicaremos primero la atención a la narración de la natividad en Mateo y luego en Lucas. Las examinaremos con detalle, exploraremos sus tesoros escondidos, nos dejaremos encantar por ellas, meditaremos sobre su contenido, oiremos el evangelio a través de ellas y, a lo largo de todo ese proceso, nos liberaremos de ese literalismo mortal del pasado que tanto ha distorsionado estas historias, y que ha ocultado ante nuestros ojos su maravilla, belleza y profundidad. Al margen de estas narraciones, seguiremos enfocando la atención sobre aquel que las inspiró, y que sigue ejerciendo una atracción magnética sobre nosotros, arrastrándonos día tras día hacia el misterio, el respeto, el culto y la adoración.  

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