Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
viernes, 18 de mayo de 2018
Dos sacerdotes jesuitas casados
Haciendo a Jesús Queer: Más Alla del Reformador Activista
Robert E. Goss
Cleveland: Pilgrim Press, 2002
www.pilgrimpress.com
capítulo autobiográfico puesto que la ubicación social es decididamente importante para la comprensión de la teología sexual de su autor.
La teología sexual siempre incluye al texto de nuestras vidas.
Durante aquel encuentro sentí que Cristo me decía: “El celibato es una regla inventada por la iglesia. Sígueme al exilio y conviértete en sacerdote y amante. Te guiaré a lugares que nunca imaginaste”. Después del encuentro dije a Frank que había pensando dejar a los jesuitas y le conté lo que había sentido que Cristo me había dicho. Asistimos a una misa de Dignity, el grupo de fieles católicos gays, y volvimos a casa. Fuimos a mi dormitorio, Frank se tendió en la cama y dijo que necesitaba quince minutos de silencio. Lo vi tendido sobre la cama. Quería vivir mi vida con él y esperaba que no me rechazase. Invoqué a Cristo: “Me trajiste hasta aquí, es mejor que me ayudes”. Tras lo que parecieron los quince minutos más largos, Frank preguntó: “¿Podemos llamar al perro como mi papá?. Un mes después, bendijimos y cambiamos anillos en una ceremonia privada. Intentamos abandonar discretamente a los jesuitas y dos amigos de Dignity de Boston nos organizaron una fiesta. Fue muy sencillo pues sólo teníamos nuestras ropas y libros para mudarnos a un departamento. La fiesta era una comida seguida de baile lo cual, en ese tiempo, me pareció un poco demasiado frívolo . Había varios jesuitas en la fiesta quienes estuvieron en el teléfono esa tarde para contestar los llamados de los amigos de todo el país. La noticia de nuestra ida de la orden para ir a vivir juntos fue un gran escándalo. Meses después nos llegaron los rumores de cómo dos jesuitas, un sacerdote y un estudiante, habían dejado juntos la orden, como el jesuita rector de la Facultad de Teología nos había casado y como esa comunidad jesuítica nos había brindado una recepción. La historia aún perdura en la tradición jesuita. Muchos de nuestros amigos jesuitas que ocultaban su identidad sexual se distanciaron por temor a ser identificados como personas gays. Darme a conocer tuvo consecuencias públicas. Dejé la orden rechazando la reducción al estado laical que hubiese invalidado el llamado que Cristo me había hecho para servirle como sacerdote. Cuando fui presionado por mis superiores jesuitas para que iniciase el trámite de la reducción al estado laical dije me mala gana: ”Estaré de acuerdo cuando digan que la razón para abandonar la orden fue un casamiento homosexual sacramental”. Sabía muy bien que la Congregación para el Clero en el Vaticano jamás me liberaría de mis votos sacerdotales por esa razón puesto que equivaldría al reconocimiento del casamiento homosexual. Mi familia tomó la noticia muy mal y durante años nuestra comunicación estuvo dañada. La pérdida de mis amigos jesuitas y de mi familia fue el precio pagado por darme a conocer y seguir a Cristo en el exilio.
Cristo me convocó al testimonio auténtico del varón gay que era amante y sacerdote.
Reconocí que Jesús ya estaba en los márgenes de la sociedad y no en la iglesia. En el exilio y en la frontera de la sociedad, hallé a Cristo en mi amante y en la comunidad gay-lésbica. Comencé con Frank a crear nuestra familia elegida. Formamos nuestra familia con una amplia red de estrechos amigos. El modelo para nuestra relación y de esa red de amigos fue el modelo jesuita de amistad y comunidad. Formamos una comunidad cristiana abierta de amor apostólico que fue inclusiva para quienes estaban alienados y habían sido dañados por las iglesias. Durante catorce años, oramos, hicimos el amor, nos apoyamos mutuamente, iniciamos un negocio, creamos Food Outreach , una organización de servicio para las personas afectadas por el SIDA y trabajamos en diversos ministerios para la comunidad de personas queer. Los ideales jesuitas de oración, ministerio abnegado y el amor como justicia permeaban nuestra casa. Nuestras relaciones sexuales y plegarias potenciaron nuestra comunidad apostólica de amor el cual se derramó más allá de nosotros mismos como pareja hacia el exterior en servicio a otras personas. Los domingos a la mañana hacíamos el amor y luego tomábamos la eucaristía en el comedor. La relación sexual y la eucaristía eran momentos sagrados e íntimos en que hacíamos el amor. Las paredes de nuestros yo se disolvían cuando hacíamos el amor. Nuestros cuerpos fundidos trazaban una coreografía del éxtasis del placer y la oración. Extasiados sexualmente celebrábamos hondo amor y honda espiritualidad. Cuando el propio cuerpo y alma están asociados reflexivamente haciendo el amor, el potencial sexual y espiritual supera el umbral orgásmico habitual de la pareja alcanzando una dimensión nueva de la realidad. Había un sentido nuevo de la unidad del uno con el otro y de la plenitud de la presencia de Cristo en un flujo dinámico de energía que abrazaba nuestros cuerpos. Había un dejarse llevar y rendirse al éxtasis que nos transportaba a un reino de conciencia meditante que había disuelto los límites y donde el cuerpo de Cristo era experimentado íntimamente por todos los sentidos. A veces vi la faz de Cristo en la de Frank cuando lo penetraba en la relación sexual. Cuando era penetrado, me sentía penetrado por Frank y Cristo. Cuando gustaba el cuerpo de Frank, gustaba el cuerpo de Cristo. Teníamos una relación de a tres con el amor inclusivo de Dios. Hicimos el amor y extendimos este amor sexual a la eucaristía que celebrábamos semanalmente. Ambas eran experiencias intensas de hacer el amor con Dios. Es una experiencia insuperable hacer el amor y contemplar la faz de Cristo en la de la persona a quien se está amando durante la vorágine de la pasión. El dejarse llevar era cumplido en nuestra plegaria alrededor de la mesa cuando partíamos el pan y compartíamos la copa del amor de Cristo. Hallábamos la intimidad de la comunión tanto en el dormitorio como en el altar. Encarnábamos al amor así como Dios encarnaba al amor en la palabra y el sacramento. Al comer el pan consagrado y beber el vino eran comuniones tan intensas como nuestras relaciones sexuales. ¿Cómo podía dejar de gustar el cuerpo y la potencia vital de Frank en el cuerpo y la sangre de Cristo? ¿Valió la pena el viaje al exilio como sacerdote y amante? Enfáticamente respondo que sí. No importa que pensasen los jesuitas, la Iglesia, la familia o las amistades de nuestra unión pues era santa. Tenía efectos que acrecentaban el amor y la justicia. Desde el inicio, el discipulado de Cristo fue fundamental para nuestra unión y casa. En tanto construíamos nuestras vidas alrededor de hacer el amor, crecíamos en nuestro sentido del ministerio. Nuestros anhelos pasionales del uno por el otro no nos encerraban egoístamente como decían algunos estereotipos críticos sino que nos volvían hacia fuera para comprometernos en acciones comunitarias para seguir a Cristo. Crecimos en compasión así como aprendimos a vivir con pasión y actuar con justicia el uno con el otro. Tal modo de vida fortaleció nuestro propósito de ser compasivos hacia otras personas necesitadas. El hacer el amor canaliza la pasión y activa la acción hacia la justicia.Aunque no adoptamos las estrategias procreativas usuales de tener o adoptar niños, describiría a nuestra unión como metafóricamente procreativa. Nuestro amor procreativo fue derramado en el servicio apostólico al pueblo de Dios. Cuanto más experimentábamos amor apasionado el uno por el otro y la presencia de Cristo resucitado cuando hacíamos el amor, más sentíamos la necesidad de compartirlo con otros. Nuestra relación erótica en la cama y en la mesa nos liberaba para servir a otras personas necesitadas. La pasión era transformada en compasión. Acogíamos en nuestro ministerio hogareño a la gente expulsada de nuestra sociedad, a las personas retrasadas, a las personas gays y lesbianas alienadas y a quienes padecían la penosa realidad del HIV. Creamos una comunidad apostólica de amor para las personas marginadas y desahuciadas. La hospitalidad es un ministerio magnífico cuando imita la mesa de amistad que Jesús practicaba dando la bienvenida a las personas marginadas, pobres, enfermas y a las mujeres. Para nosotros la hospitalidad devino en bienvenida compasiva a la llegada inesperada de personas extranjeras a nuestra casa y a nuestras vidas. Puesto que el SIDA había devastado nuestro círculo de amigos, nos comprometimos en formar una comunidad de base cristiana de personas HIV positivas, amantes, amigas y prestadoras de cuidado. Junto con varios amigos cooperamos en medio de nuestra desolación y dolor contra los estragos del SIDA. Nos tornamos una comunidad herida, una tela humana tejida con plegarias de aflicción para resistir los estragos del VIH, amarnos los unos a los otros y sustentar nuestra acción compasiva. Nuestro amor nos dió energía para esa acción compasiva y sustentó un compromiso por la justicia. Esta capacidad para procrear de nuestra relación no es atípica en la comunidad translesbigay. Personalmente conozco cientos de parejas que han expresado su amor en acciones compasivas del servicio voluntario a la comunidad y en el compromiso apasionado para trabajar por la justicia. Su amor se derrama en los cientos de organizaciones de servicio al SIDA, en servicios voluntarios fuera de la comunidad translesbigay y en la lucha por los derechos civiles.
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