lunes, 18 de junio de 2018

Acusado de homosexual


Aún en el caso de que contara con su aprobación, sabía que la cautela era necesaria. Había mucha homofobia, especialmente entre los religiosos, y muy evidente en la comunidad dominica. 
Dos estudiantes dominicos homosexuales, que habían brindado su ayuda, me habían prevenido que si entraba en esta área descubriríamos los rastros de algunos hermanos y que reaccionarían en contra de nosotros. Opté por actuar con cuidado. Nunca pensé que éste sería un proyecto prolongado. 
Mi plan consistía en poner ciertas cosas en funcionamiento, buscar un líder entre los laicos, y luego dejarlos a solas. ¿Cómo se me ocurrió pensar que podría desaparecer de la escena? Se trataba de un proyecto que requería liderazgo eclesiástico, debido a que justamente fueron los eclesiásticos los que habían causado el problema en primer lugar. Una vez que mi credibilidad quedó establecida, ya no me vieron más en los lugares de los gays, y rara vez concurría a las fiestas, pero aún tenía conflictos. El problema con el éxito es la dificultad de mantenerlo oculto. Jesús le ordenó a la gente a quien había curado que guardaran discreción, pero todos salieron y desde las terrazas proclamaron a los gritos lo que había ocurrido. (Marcos 7,36-37) Y con nosotros ocurrió algo parecido.
 El fraile consultor me pidió que interrumpiera el ministerio. Le preocupaba las consecuencias en la reputación de nuestra comunidad si se difundía que yo estaba involucrado en aquellas actividades. Asimismo, la gente comenzó a pensar que nosotros éramos una ―comunidad gay‖, y que los homosexuales pensaban que tenían mejor oportunidad de ingresar en la vida religiosa si se unían a los dominicos. Presté atención a las preocupaciones de mis hermanos, pero por entonces no estaba dispuesto a rectificarme. Una cuestión de justicia y de ―opción por los pobres‖ que los teólogos de la liberación afirmaban enérgicos en aquellos días. 
 Ya no creía que podría interrumpir el ministerio y a la vez permanecer fiel a los evangelios. Por lo tanto, me mantuve firme a pesar de que el agua estaba alcanzando el punto de ebullición. 
Por entonces el teólogo James Alison vivía entre nosotros. Era abiertamente homosexual y avergonzaba a los estudiantes homo fóbicos, que curiosamente eran también homosexuales. Se quejaban de que James ponía en ridículo a la institución con sus modales afeminados en clase. James me suplicó que hablara con ellos para defenderlo. Y cumplí con su pedido. El joven que exigía a los gritos que le quitaran el puesto era el mismo que había irrumpido en su cuarto para tener sexo con él durante su primera semana de estadía en Bolivia. Todavía creo que James tenía derecho para defenderse en esta confrontación, pero el miedo mezclado en este tópico impidió que los hombres observaran el estado de las cosas de un modo objetivo. Sólo contribuyó a agitar mucho más las aguas. 
Después yo me encargué de agregar el último leño al fuego. Habíamos trabajado con un médico y un asistente social para desarrollar talleres de prevención del sida. Por lo general, nos reuníamos en los suburbios, pero un día me solicitaron usar la sede dominica debido a su mejor ubicación. Me sobresaltó el pedido y tragué saliva: si llevaba el ministerio a la sede, muchos hermanos se sentirían incómodos. A pesar de la situación, no lo rechacé. Al negarme reforzaría los prejuicios, e iba a transmitir el mensaje de que los homosexuales eran, una vez más, ciudadanos de segunda clase. Si nuestro propósito era brindar testimonio cristiano, entonces debíamos darle la bienvenida al grupo en nuestra sede, incluso con más razón, debido a que estaban involucrados en un ministerio importante cuyo objetivo era salvar vidas. 
Finalmente nos reunimos y creció la homofobia de la comunidad dominica. En todos estos acontecimientos cometí un error colosal de consecuencias trágicas, la gota que rebasó el vaso. Me asistían dos hermanos gays en el ministerio. Pensaba que serían mucho menos visibles y que podrían alternar libres en la comunidad homosexual. Un error terrible, porque puse en peligro sus vocaciones. No comprendía el nivel de homofobia en nuestra propia comunidad, y, en efecto, estos hermanos tuvieron que abandonar la comunidad dominica. Les había brindado a mis colegas homo fóbicos las municiones que necesitaban. 
Los dos hermanos que trabajaban conmigo habían sido observados en una plaza mientras conversaban con otros homosexuales. Las banderas se alzaron. En la ocasión del cumpleaños del hermano Reynaldo, la comunidad gay le organizó una fiesta y envió invitaciones. Reynaldo dejó la suya sobre el mostrador de la cocina, donde un hermano estudiante la encontró. En la noche de la fiesta, este estudiante y otro más, a quien había reclutado para su misión, jóvenes sorprendidos en situaciones comprometedoras en varias ocasiones, fueron en bicicleta a través de la ciudad para espiar durante la fiesta. Le informaron a los otros prefectos de disciplina todo lo que observaron, o imaginaron que observaron. Por supuesto que a mí no me dijeron nada, a pesar de que hubiera correspondido que así lo hicieran, dado que yo era el prefecto de su grupo. Para mis colegas fue irrelevante que no se hubiera denunciado ninguna conducta escandalosa del hermano Reynaldo. 
Había travestidos en la fiesta. Esto bastaba, porque sólo dime con quien andas y te diré quién eres. Y en la reunión siguiente recomendaron que se expulsara al hermano Reynaldo y al otro hermano, también acusado de homosexualidad.

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