Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
lunes, 18 de junio de 2018
La única solución fue salir del placard.
Un momento de decisión para mí. Dos hombres a quienes conocía, y que no estaban haciendo nada que yo no hubiera hecho, condenados y castigados. Pensé que en mi caso me hallaba en una posición mejor que cualquiera para juzgar que no habían hecho nada inmoral. Mantenían sus votos. Si los echaban, ¿tendría yo el derecho de permitir que los castigaran? ¿Cómo podría defenderlos?
Las circunstancias no me ayudaban, pero la única solución fue salir del placard. Tenía que demostrar que conocía el escenario, y que también sabía en qué andaban mis hermanos. Podía hablar de parte de ellos. Por el otro lado, me tentó la idea de mantener distancia de la cuestión bajo el objetivo de que si no me veía directamente involucrado, podría cuestionar la medida en otro momento. Perderíamos a dos hermanos, pero ¿qué podría hacer? Esta tentación fue breve porque ya no podía mantenerme apartado de esta pugna y tenía que alinearme con ellos. Algunos pensaron que mantener distancia hubiera sido más prudente; sin embargo, para mí era cobardía. Si iban a caer, entonces sentí la obligación moral de caer con ellos.
Hubiera sido más prudente mantener la distancia. La idea me atemorizó. Si me animaba a hablar, cruzaría la línea hacia una zona sin retorno. Con todo, siento que el mismo Jesús me pidió que tomara este curso de acción. Por lo menos, así había interpretado el enfrentamiento de Jesús con sus adversarios. Por un tiempo, él intentó no agitar las aguas. Se manifestaba con parábolas para ocultar su mensaje de los enemigos. Ejerció su ministerio en el norte, lejos de los sectores que iban a tener poder. Pero cuando observó que el pueblo había sido abandonado por los pastores, y cuando advirtió la amenaza que representaban los oficiales contra la vida, ya le fue imposible permanecer inactivo. Jesús comenzó un viaje a Jerusalén para enfrentar a las autoridades sin dudarlo. Esta osadía le costó la vida.
A imitación de Jesús, le conté al comité de formación sobre mi trabajo y cómo estos dos hermanos habían cooperado conmigo. Luego escribí una carta al consejo del vicariato en defensa de estos estudiantes y reclamé por sus derechos, y también por su necesidad de reunirse con otros homosexuales con fines sociales y de apoyo mutuo, así como también para desarrollar actividades del ministerio. No me sorprendió que la carta fuera en balde. Había demasiado miedo entre los hermanos. Muchos recelaban que expondríamos la zona más vulnerable de sus vidas.Otros pensaban que íbamos en contra de las enseñanzas de la Iglesia y le abríamos las puertas a la perversión. Sentí que debía expresar mi opinión incluso en el caso de que rehusaran escucharme, debía darles también la oportunidad de que reflexionaran sobre sus ideas, aunque no estuvieran dispuestos a responder. No cedí en mi actitud de irlandés testarudo.
La Orden expulsó a los hermanos. El consejo estaba dispuesto a que yo permaneciera, por lo menos esta es la impresión que tuve, pero deseaban que ya no siguiera con el ministerio para la comunidad homosexual. No argumentaron en contra de la validez del ministerio. Reaccionaron como cualquier persona que siente demasiado temor para actuar; dijeron que la gente no estaba preparada para tratar este asunto tan delicado, que debían evitar el escándalo que causaría a las mujeres piadosas que asistían al centro carismático de al lado. Un hermano homosexual, que ocultaba su condición, también argumentó que no había necesidad alguna de este ministerio, porque en Bolivia la homosexualidad no era un problema, mientras que ocurría lo contrario en los Estados Unidos y en Europa. Su ex amante estaba listo para intervenir y confrontarlo, pero me pareció mejor idea mantener la boca cerrada.
Mi único argumento fue que con todo esto escandalizaríamos a la Iglesia al interrumpir el ministerio, porque habríamos fracasado con respecto a la difusión de los evangelios. Reconocí que el consejo tenía derecho a decidir cuáles eran los ministerios a desarrollar, aunque manifesté que si no podía continuar con éste, tendría que abandonar el vicariato. El día anterior a viajar de vacaciones a mi casa, el superior entró en mi cuarto y me entregó una carta del consejo en la cual me informaban que mis servicios habían terminado. No me sorprendió recibirla: a menudo se malinterpreta y se rechaza a los pioneros de ideas y de conductas nuevas. Mi labor en la comunidad gay con semejante entorno homo fóbico había sido demasiado provocativa. ¿Qué podía esperar? Me lo había buscado.
Con todo, me pregunté: ¿Podría haber manejado la situación de otro modo para evitar este desenlace? O acaso, en primer lugar, no debería haberme involucrado con los gays. Es incuestionable que les impuse una carga pesada a este grupo de hombres que comenzaban a organizar la Orden en Bolivia. En el mejor de los casos, la homosexualidad es un tema controvertido y podría haber causado un daño brutal al vicariato. También es cierto que tenía la obligación de considerar la fe de las personas que concurrían al centro de al lado. Debemos guiar con gentileza a los débiles de fe. San Pablo lo aclara muy bien en el capítulo catorce de su ―Epístola a los romanos.‖ Sin embargo, el otro lado de la moneda es que no debemos subestimar la madurez de nuestros hermanos y hermanas en la fe, y tampoco negarles la oportunidad de crecer.
Lo último que necesitan de nosotros es una actitud condescendiente. A menudo, nuestra duda para proclamar los evangelios con firmeza se debe más a nuestras propias expiaciones que a las de ellos. Creo que éste fue el problema de mis hermanos de Cochabamba, ya que los abrumaba demasiado el temor para pensar con lucidez.
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