lunes, 18 de junio de 2018

Integrar mi homosexualidad y mi sacerdocio


Quién lo hubiera dicho?
 Un examen de conciencia
 Por Gerard P. Cleator, O.P.
 Traducción de Patricio Cernadas

Tomé la decisión de tantear el terreno con un amigo heterosexual. Podría revelárselo porque era mi mejor amigo y tenía la certeza de que no me iba a rechazar. Y para mi sorpresa, me confesó que también era gay. Un shock para mí. Aunque fuéramos muy unidos, siempre hubo reserva entre nosotros. Esto demostraba qué intenso era el nivel de temor en el mundo eclesiástico, que impedía la comunicación sincera entre amigos. Por entonces me hubiera gustado contar con un grupo de apoyo de sacerdotes. 
Había tantas cosas para discutir: deseaba integrar armónicamente mi sexualidad y mi sacerdocio. También deseaba la libertad de un ambiente donde pudiera ser simplemente yo mismo y despreocuparme de controlar cada palabra que decía por si revelaba mi orientación.

Incluso cuando me hallaba en algún lugar de la comunidad gay, no me sentía libre de hablar sobre mi sacerdocio. Que un sacerdote se manifestara abiertamente con respecto a su homosexualidad, podía dejar perplejos a otras personas de su misma condición. Los grupos de apoyo sacerdotal existían, pero no eran de fácil acceso: debido al miedo de la exposición, uno no podía comunicarse con ellos sino que el procedimiento era al revés. Sólo invitaban a quienes conocieran bien y confiaran en su discreción. Muchos que necesitábamos ayuda quedábamos a la intemperie. Otro indicio de la intensidad de este temor.
 Lástima que nuestra sociedad occidental colocara tantos obstáculos. Recibí una gran ayuda del libro El espíritu y la carne, diversidad sexual en la cultura indígena norteamericana, de Walter L. Williams.  Un estudio antropológico de la homosexualidad en la sociedad indígena en el sudoeste de los Estados Unidos. El doctor Williams descubrió que en las comunidades norteamericanas nativas no se rechazaba a los homosexuales, sino que se los consideraba miembros honorarios. 
 Debido a que el ―berdache‖ era diferente, creían que estaba más cercano a Dios. Era uno de los que comenzaban las celebraciones tribales con una bendición. A menudo era un líder en la comunidad, conocido por su sabiduría. Porque se lo consideraba masculino y femenino a la vez, podía compatibilizar con ambos sexos. Por lo tanto era un pacificador y consultor matrimonial.
 Según una profecía navaja: ―Cuando todos los nádaleehé se hayan ido, vendrá el fin de los navajos.‖ El ―nadaleehé‖ era el ―berdache‖ de su sociedad. La profecía demuestra su importancia para la gente. Cuando leí el libro de Williams sobre el bedache, me reconocí a mí mismo. ―¡Ese soy yo!‖ exclamé. Había encontrado mi lugar en el mundo. 
Por primera vez en mi vida me sentía en casa, y mi condición de sacerdote y homosexual me parecían la combinación más natural posible. Ahora deseaba ayudar a los otros, en particular a mis compañeros sacerdotes. ¿Qué podría hacer? Según lo que había observado, había una gran ausencia de información en el entorno. 
Se sabía de la presencia de homosexuales en el clero. 
¿Eran numerosos? 
¿Vivían en tensión con la Iglesia debido a su orientación?
 ¿Cómo los ayudaba su orientación sexual para encontrar a Dios? 
¿Cumplían con el celibato? 
Antes de emitir juicio sobre el clero gay, debíamos conseguir información. Deseaba escribir un libro. 
La primera parte sería una encuesta sociológica para aventar ciertos rumores y librarnos de otros factores concretos. Y la segunda incluiría el testimonio de algunos sacerdotes homosexuales que abordaran su vida espiritual. Los números de las estadísticas tendrían carne y hueso, tendrían vida. En cuanto a mí, también tenía mis propios prejuicios, por supuesto. Creía que la encuesta mostraría un gran número de sacerdotes homosexuales y que tenía una espiritualidad muy positiva. 
El libro sería una manera de entusiasmar a los sacerdotes homosexuales para que vivan a pleno su espiritualidad, y que esto les abriría los ojos a las personas que vivían con estereotipos negativos. Con todo, lo que importaba no era probar mi tesis, sino buscar la verdad. 
Otro sacerdote homosexual, que vivía cerca, se unió al proyecto. Contrataríamos a Jim Wolf para diseñar y administrar la encuesta. El señor Wolf estaba casado y tenía dos hijos. Era un notable hombre de familia reconocido, católico, apostólico y romano. Nadie podría acusarlo de manipular la información para promover sus propios intereses.  Su colaboración le otorgó credibilidad a nuestro emprendimiento. Nos interesaba relevar en orden aleatorio a los sacerdotes católicos cuya información fuera en verdad representativa. Comenzamos con un ejemplo de prueba y los resultados fueron buenos. La devolución habría sido adecuada con casi cualquier otro tópico, y nos habría brindado el visto bueno para continuar con un ejemplo más extenso, pero éste era un caso especial. 
Debido a que la sexualidad del clero era un tema muy controvertido desde el punto de vista emocional, nuestros asesores de la universidad de Chicago manifestaron que una devolución normal no bastaba, pero asimismo juzgaban que no valía la pena continuar con una encuesta de más envergadura. Dada la situación, hicimos lo mejor que pudimos. En el caso de que no consiguiéramos el punto de vista objetivo que procurábamos, por lo menos habría algún resultado recurriendo a una encuesta con efecto de bola de nieve. 
Nuestros amigos sacerdotes gays pasaron el cuestionario a otros colegas de su condición hasta que cien sacerdotes compartieron sus historias. Se trataba de un número respetable de personas, y teníamos la esperanza de que nos permitiera desarrollar un análisis serio y colocar el tema en un foro de debate. 
Aunque no fuera posible dar respuestas, pensábamos que de todos modos se planteaba bien el estado de las cosas. Jim se hizo cargo de la encuesta y yo de la recolección y la edición de las contribuciones de los sacerdotes. Jim fue el editor final y también quien se ocupó de vender el libro. Se publicó sólo bajo su nombre. Los nombres de los sacerdotes involucrados permanecieron anónimos.
 Ninguno de nosotros aún estaba preparado para arriesgarse a una expulsión del sacerdocio por haber participado en un proyecto que la jerarquía oficial no vería probablemente con buenos ojos. El libro se completó y Jim lo llevó primero a la editorial de la universidad de Chicago. La investigación se había desarrollado con la asistencia del departamento de sociología de esa universidad. Se trataba de un lugar lógico para la publicación. Más aún, pensábamos que si esta institución lo publicaba, el proyecto no tendría ningún carácter de exposición sensacionalista sino que tendría una repercusión de estudio serio para promover debates de igual tenor. El prestigio de la editorial de la universidad de Chicago habría bastado para que cualquiera hojeara la publicación. 
Pero aunque estuvieran interesados, los editores desconfiaban del proyecto debido a que el tema era demasiado controvertido. Postergaron su respuesta durante seis meses y por fin lo rechazaron. Entonces Jim lo envió a Harper Row, que lo compró de inmediato y se publicó en 1989. Una vez le escuché decir a un escritor bien conocido que cualquiera podría publicar un libro. El desafío real era venderlo, y éste era nuestro caso. Los editores de Harper y Row estaban entusiasmados y esperaban grandes ventas, algo que no ocurrió a pesar de algunas críticas positivas.
Había escándalos de pedofilia clerical que ocupaban las primeras planas en la época de la aparición de nuestro libro. El abuso sexual de menores era una cuestión más urgente, e inclusive llamaba más la atención que la homosexualidad. Tampoco movieron un dedo los sacerdotes que lo escribieron para difundirlo por medios publicitarios. Phil Donohue, un conductor de un programa de televisión con millones de espectadores, nos ofreció la oportunidad de aparecer en el programa. Una forma de publicidad fuera de nuestro poder adquisitivo, pero decidimos no hacerlo. Nos preocupaba aparecer en un ambiente proclive al sensacionalismo y procuramos evitarlo. Alcanzaríamos a millones de personas para convertirnos en excusa para chismorreo, algo que se charla durante el café de la mañana. Nuestra actitud era realmente muy pretenciosa. Mucha gente miraba el show de Phil Donohue y podríamos haber accedido a ellos. Y si el tono hubiera sido sentimental y polémico, ¿habría descalificado el valor de la entrevista? Cuando uno intenta cambiar lo que las personas sienten, el sensacionalismo es más eficaz. 
La señora Briony Penn cabalgó como Lady Godiva a través de Vancouver, B.C. para protestar contra la tala de árboles en la isla de Saltspring. ―Tengo un doctorado en geografía y nadie me escucha. Me desnudo y aquí están todos ustedes.‖
 Isaías caminó desnudo por su ciudad durante tres años para permitir que Egipto y Cush supieran que les iba a ocurrir (Isaías 20, 1-6). 
Jeremías destrozó las jarras de vino para permitir que el pueblo supiera que Dios iba a destruirlos por su falta de arrepentimiento (Jeremías 13, 12). 
A veces tenemos que ser histriónicos si deseamos llamar la atención.

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