lunes, 27 de agosto de 2018

LA BESTIA ROMANA


En un ambiente eclesiástico (no es eclesial, ni fraterno) en el que se nos maldice despiadada y continuamente a las personas homosexuales, bueno es seguir el consejo de Santa Teresa de Jesús y estarnos “espalda con espalda”, esto es, muy unidos. Lo que estas ignorantes  llaman lobby, o similar. 

Como los apóstoles del Señor, a la espera de ser fortalecidos para el combate. Pues la persecución arrecia, y el nuevo Diocleciano, a pesar de su permanente rictus de amargada sonrisa, no tiene piedad. Especialmente desde que su corazón de piedra ha sido embestido por las últimas conquistas en derechos de ciudadanía para el colectivo LGBT. Los cristianos gays hemos de fortalecernos ahora más que nunca, pues la bestia romana está dispuesta a acabar con todo resto de fe y esperanza –no digamos amor- en nosotros. 


En el evangelio de San Marcos, escuchábamos de labios del Señor la parábola de los viñadores homicidas, a quienes el Amo de la viña arrebatará su heredad para dársela a otros (Mc 12, 1-12). Es la historia de los arrendatarios que se creyeron propietarios y quisieron usurpar la propiedad de su legítimo señor y dueño. Acabaron con los varios emisarios que se les envió y, finalmente, asesinaron incluso al heredero de la viña, al hijo amado del dueño. “¿Qué, pues, hará el señor de la viña?”, se pregunta el Maestro. Él mismo habla a los usurpadores: “Se os quitará a vosotros el reino de Dios, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mt 21, 43). “Sabed, pues –dice Lucas-, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán” (Hch 28, 28). Solemne y esperanzado final para los Hechos de los Apóstoles, maravilloso cierre para esta historia.


Porque el Señor no mira la apariencia, sino el verdadero ser de cada cual, no hace Él acepción de personas. No condena al ostracismo, no empuja al exilio interior ni exterior. Dios es integrador, la bestia romana se revuelca en el lodo de su furia desintegradora.

 ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?

Primeramente, no perder la esperanza. Porque el monstruo tiene los días contados. Sí, cierto: los tiempos del Señor a veces pueden llegar a desesperarnos (2Pe 3, 8), pero Él cumple sus palabras. Esta es nuestra esperanza, la motivación ilusionada que hemos de hacer crecer en nuestras vidas, para que los coletazos satánicos de la bestia que se revuelve en Roma no consigan desactivar el amor en nosotros.
En segundo lugar, educar nuestra mirada para que no vea únicamente el daño, lo tenebroso, sino otras realidades de Iglesia que, tal vez sin compartir la etiqueta del salchichón católico-romano actual, son la Iglesia de Jesucristo: ICM, Partenia, Fraternidad Max Jacob, Comunidades Cristianas Populares,

Somos Iglesia… Sabemos -y tenemos que repetirlo para no caer en la tentación del desánimo- que la Iglesia no se agota con la empresa de la bestia romana. Conocemos por la Palabra que los viñadores que matan la esperanza, la fe y la caridad no son los dueños del viñedo.
La pregunta es: ¿vale la pena combatir un combate (por permanecer “católicos”) en el que experimentamos semejante desgaste de energía, ilusiones y potencialidades?
¿Se agota la Iglesia en el catolicismo preconizado por la hidra vaticana? La respuesta es:NO.

El Dueño hace tiempo que confió el destino de su viña a otros viñadores. 
Los antiguos arrendatarios lo saben, de ahí su furor que asesina libertades, derechos, almas.

¿Qué tenemos que hacer? Orar, también, por ellos, para que tomen conciencia de su propia muerte, se conviertan al verdadero Dios y sanen. 

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