miércoles, 15 de agosto de 2018

Multiplicidad de las lesbianas


 S imultáneamente, aparecen una serie de críticas a la hegemonía del modelo lésbico (y feminista) blanco, occidental y de clase media, tanto desde el incipiente medio académico de estudios lésbicos, como desde los grupos activistas. En el ámbito universitario, donde el lesbianismo es principalmente abordado desde la historia y la literatura, se empiezan a desarrollar investigaciones sobre las "amistades románticas" entre mujeres del siglo XIX (Faderman, 1981), rescatándolas como vínculos políticos y desafío a la moral vigente, en épocas en que ni siquiera el feminismo se atrevía a cuestionar la heterosexualidad. Sin embargo, a menudo, las protagonistas de esta valiosa historia son mujeres occidentales y de clase media-alta. Desde otro ángulo, hay lesbianas que quieren escribir una historia más amplia, con perspectivas de clase y de "raza" . Por un lado, aparecen trabajos que enfatizan la gran contribución de  las lesbianas proletarias y no necesariamente blancas a la construcción de verdaderas comunidades lésbicas, mucho antes de la década de los 70, cuando entra en escena el feminismo de la segunda ola, dominado por mujeres de clase media viviendo en grandes ciudades. Un ejemplo de ello es el estudio de Davis y Kennedy sobre la comunidad lésbica de la provinciana ciudad de Buffalo, en los años 50, en Estados Unidos (Davis & Kennedy, 1989). Muchas de esas comunidades funcionaban en el medio bastante hostil de las pequeñas ciudades y de los bares populares. Allí defendían una visibilidad relativa en base a los códigos amorosos y sociales de butch y fem (diciéndoseles butches a las lesbianas "masculinas" (Feinberg, 1993 ; Triton, 2000) y fems a las "femeninas" (Nestle, 1981). Si bien el feminismo desde los años 70 ha criticado estos roles como una reproducción de la heterosexualidad, que ya no son necesarios ni deseables desde la utopía feminista, en las décadas posteriores son de nuevo reivindicados, tanto en el sur como en el norte. Sus defensoras los presentan como una forma de existencia y visibilización bastante valiente —siendo las butches un desafío evidente al monopolio masculino sobre las mujeres y sobre ciertas maneras de comportarse, vestirse etc.—. También insisten en que se trata de una forma deliberada de juego, burla y subversión de los códigos masculinos y femeninos heterosexuales, por demás perfectamente arbitrarios. Sobre todo, afi rman que esta manera de vivir les gusta y corresponde a una búsqueda erótica que afi rma, sin complejos, la dimensión sexual del lesbianismo (Lemoine & Renard, 2001). En este mismo orden de ideas, algunas lesbianas reivindican el término de dyke , bastante despreciativo en su origen,  no solo como una forma de escapársele a la imagen "lisa y llana", clasemediera y aceptable, de las lesbianas, sino también por sus connotaciones populares, como otrora la Jules en Francia. Muchas veces también proletarias, varias feministas y lesbianas negras de Estados Unidos empezaron a criticar el racismo y el clasismo del feminismo desde los años 70, fundando algunas de ellas, como Barbara Smith, organizaciones autónomas, entre las cuales Salsa Soul Sisters y el Combahee River Collective, ubicado en Boston. Este último, que constituye desde 1974 un grupo político pionero, produce en 1977 la muy importante Declaración feminista negra. En ella, afi rma su compromiso de luchar "contra la opresión racial, sexual, heterosexual y clasista". Agrega que "Como negras vemos el feminismo negro como el lógico movimiento político para combatir las opresiones simultáneas y múltiples a las que se enfrentan todas las mujeres de color" (Moraga, Anzaldúa, 1981). En 1979, a iniciativa de dos Chicanas, Gloria Anzaldúa y Cherrie Moraga, nace el proyecto de un libro que recoja las experiencias y voces, y permita unir y visibilizar al conjunto de las mujeres y lesbianas "de color" de Estados Unidos. Allí, negras, indígenas, asiáticas y latinas, así como migrantes y refugiadas, afi rman su imposibilidad de escoger entre su identidad como mujeres y como personas de color. Denuncian el sexismo y la lesbofobia de los movimientos progresistas y antiracistas, pero también el racismo y el clasismo que se manifi estan en el movimiento feminista y lésbico —en el que las mujeres blancas, "anglos" o "caucásicas" las quisieran tener calladas (Moraga, Anzaldúa, 1981; Lorde, 1984). Para que su palabra no 38 siga negada ni apropiada, crean sus propias estructuras editoriales, tal como Kitchen Table Press, fundada entre otras por Barbara Smith, Cherrie Moraga y Audre Lorde, que se dedica a publicar exclusivamente trabajos de feministas y lesbianas de color (Smith, 1983). Poco a poco, no solo como feministas sino que específi camente como lesbianas, varias mujeres no blancas afi rman su existencia y sus luchas, ya sean como lesbianas negras, black o afro (Clarke, 1986, Mc Kinley & De Laney, 1995 ; Curiel, 2000), como lesbianas asiáticas (Mason-John, 1995), latinas, autóctonas o judías (Bulkin, 1988; Torton Beck 1989; Balka & Rose, 1991). Muchas de ellas, en su accionar político, están fuertemente comprometidas con corrientes feministas revolucionarias y “socialistas” , con las luchas contra el racismo, en los movimientos antiimperialistas, y con los grupos de barrios y comunitarios que pelean de manera muy concreta contra los efectos conjuntos de la opresión racista, de clase y de sexo. De hecho, muchas se deslindan del separatismo lésbico, al considerar que no pueden desligar del todo sus luchas de aquellas de las mujeres heterosexuales y de los hombres de sus comunidades. Más recientemente, en parte dentro del marco del post-modernismo que critica el sujeto universal, y con una refl exión sobre el post-colonialismo, existen notables tendencias que continúan la refl exión sobre las identidades culturales múltiples de las lesbianas. Actualmente, en un mundo bastante "globalizado", muchas lesbianas critican cierta tendencia universalista que consiste en proyectar sobre el conjunto de las lesbianas una lectura del lesbianismo y unos objetivos de lucha bastante occidentales y clasemedieros.  Ciertamente, existen prácticas sexuales entre personas que poseen un "cuerpo sexuado femenino" en culturas tan diferentes como las de Lesotho, Tahiti, Perú y Tailandia (Wieringa, 2000). Pero califi carlas sistemáticamente —desde fuera— de prácticas lésbicas, muchas veces constituye una simplifi cación reduccionista, sobre la cual pesa una legítima sospecha de post-colonialismo. En Francia y con una perspectiva bastante crítica, el "Grupo del 6 de noviembre", fundado en 1999, reúne por primera vez exclusivamente a lesbianas provenientes de las migraciones pasadas o presentes, de la esclavización y de la colonización, quienes denuncian con fuerza el racismo del movimiento lésbico francés (Groupe du 6 novembre, 2001). Con todos sus componentes, la visibilidad del lesbianismo ha ido creciendo de una manera hasta hace poco inimaginable, entre otros, al crearse varios espacios de convergencia internacional. A menudo, las lesbianas han aprovechado eventos convocados por el movimiento gay mixto para organizar actividades propias, como la marcha de centenares de miles de lesbianas que tuvo lugar en Nueva York para los 25 años de Stonewall en 1994, o los debates de lesbianas durante eventos deportivos como los Gays games en Amsterdam de 1997. También crean espacios propios en eventos de mujeres como la Conferencia mundial sobre la Mujer de Beijín en 1995, y en eventos meramente feministas como los Encuentros Feministas Latinoamericanos y Caribeños. En Latinoamérica y el Caribe, a pesar de bastante difi cultades ligadas a la represión lesbofóbica, ya se han realizado cinco Encuentros lésbico-feministas continentales, en México, Costa Rica, Puerto Rico, Argentina y Brasil .  A la vez que el movimiento se desarrolla y se internacionaliza, grandes organizaciones como ILIS y su organización hermana mixta ILGA (International Lesbian and Gay Association, Asociación lésbica y gay internacional, con estatuto consultivo en la ONU) han podido ser criticadas por su tendencia a exportar estrategias organizativas y de acción —bastante institucionales— de los países del Norte en muchos países del Sur (Mogrovejo, 2000). De hecho, es notable que a la vez que se desarrolló el movimiento, se ha institucionalizado considerablemente. Sus contenidos se han homogeneizado bastante y han perdido radicalidad, constituyéndose una suerte de línea general que parte de la lucha contra el sida y se articula ahora en torno a la reivindicación de la libertad de “preferencia sexual ”, de la “diversidad” y del “matrimonio gay”, en el marco de la tolerancia y de la integración social. Esto se puede analizar en parte como el efecto de un nuevo acercamiento a las posiciones e intereses de los varones gays, a la vez que como el resultado de las infl uencias de las organizaciones fi nanciadoras del Norte, de las cuales las nuevas “instituciones” lésbicas se han vuelto cada vez más dependientes, y sobre todo en el marco de una derechización social general. 

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