Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
miércoles, 15 de agosto de 2018
“Revolución sexual”, vuelta al género, postmodernismo y despolitización.
Los años 80 son, en Estados Unidos, marcados por la crisis económica y el reforzamiento del moralismo más conservador, simbolizado por el desarrollo del movimiento "Provida" (antiabortista, pero también antifeminista y extremadamente lesbofóbico). Es la época del auge del movimiento lésbico (feminista, separatista o radical), y a la vez de una “segunda revolución sexual” que desde este mismo movimiento lésbico, se puede leer más bien como un retroceso teórico y práctico, con una vuelta al pensamiento masculino-gay y una relectura despolitizante del concepto de género. En el interior del movimiento feminista, estalla un fuerte debate, cuyo punto álgido es la Conferencia anual del Barnard College de 1982, que se proponía analizar la "política sexual" del movimiento. Por un lado, se desarrolla una línea “liberal” en torno a la sexualidad, con reflexiones como la de Gayle Rubin. Según su análisis, el problema radica en la jerarquización de las sexualidades, situándose arbitrariamente en la cúspide la heterosexualidad reproductiva y monógama, mientras que las sexualidades "desviadas" son discriminadas y condenadas. Desde este punto de vista, lo importante es conseguir una alianza de todas las "minorías sexuales" que de una u otra manera subvierten a la heterosexualidad (Rubin, 1984). Este análisis reduce una vez más el lesbianismo a la sexualidad, y la sexualidad lésbica a una sexualidad “diferente” entre muchas. Es decir, que desdibuja del todo el cuestionamiento político global de la sociedad originalmente propuesto desde el lesbianismo feminista, radical o separatista. Yendo aún más lejos en esta dirección “pro-sexo” liberal, algunas lesbianas como Pat Califi a y el grupo S/M Samois no dudan en reivindicar abiertamente el sadomasoquismo lésbico como una manera de empoderarse a través de la sexualidad (Califi a, 1981 y 1993 ; Samois, 1979 y 1981). Numerosas lesbianas y feministas han denunciado vigorosamente esta tendencia como anti-feminista, por basarse en la tradicional erotización patriarcal de la violencia y de la dominación. Audre Lorde por ejemplo afi rma : “Como mujer perteneciente a una minoría, sé perfectamente que el dominio y la sumisión no son temas propios del dormitorio.” (Lorde, 1984). Sin rechazar en forma mojigata ni la sexualidad, ni la búsqueda del placer, ni el erotismo (Lorde, 1993), con ella, varias autoras consideran que volver a regirse nuevamente por patrones de conducta sexual típicamente masculinos —y gays— presentados como el “verdadero sexo caliente”, demuestra una caída de la auto-estima de las lesbianas, quienes desde hace años se proponían más bien una búsqueda sexual diferente, y congruente con sus aspiraciones feministas. Plantean que el uso de la pornografía y prostitución, aunque sean “lésbicas”, solo refuerza un imaginario patriarcal y multiplica las ganancias de la industria del sexo, conduciendo por ende a la explotación de mujeres y lesbianas por otras lesbianas (Jeffreys, 1996). A esta primera tendencia, se une otra, con orígenes distintos —no el análisis de la sexualidad sino que del género— pero con bastante concordancias : el pensamiento queer (extraña/extraño), popularizado por la norteamericana Judith Butler y la italiana establecida en Estados Unidos Teresa de Lauretis. Con fuerte infl uencia post-modernista y del pensamiento gay y psicoanalítico, Butler afi rma que el género sería un "performance", algo fl uido, cambiante y múltiple, lo que les permitiría a las mujeres “jugar” sobre un registro identitario variado y cambiante (Butler, 1990). Las y los "transgéneros", las y los travestis, las y los transexuales, los drags-kings y las drags-queens , e incluso las y los heterosexuales disidentes vendrían a romper la trágica bipolaridad de los géneros y a cuestionar su “naturalización” . Existen algunas confl uencias entre parte del movimiento queer y los aportes de las lesbianas y feministas no-blancas, en la medida en que ambas corrientes tienen interés en la crítica post-modernista del sujeto “universal” del pensamiento "moderno", que esconde exclusivamente los intereses de sólo los hombres blancos, heterosexuales y solventes (hooks, 1990). De Lauretis, por su parte, hace una refl exión más bien desde la semiótica de la imagen cinematográfi ca, y conceptualiza en este marco a las lesbianas como "sujetos ex-céntricos ", capaces de lanzar una mirada nueva sobre el mundo. En Francia, el primer grupo queer, el ZOO, formado en 1998, se inspira en Butler y trabaja a su difusión y traducción al francés (Bourcier, 2001 ; Preciado, 2000). Aunque el movimiento queer en sí no se destaque por su carácter militante o callejero, tiene un indudable eco ideológico, por ejemplo si se mide por la multiplicación de las lesbianas que quieren luchar con otras “minorías sexuales”, como lo atestiguan las referencias cada vez mayores a un movimiento "LGBT" (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgénero o Transexual). No obstante, existe una fuerte crítica feminista, como la que expone magistralmente Sheila Jeffreys, que señala que la perspectiva queer, bastante infl uenciada por imaginarios sexuales y sociales masculinos y su concepción de la “liberación sexual”, tiene connotaciones profundamente individualistas e idealistas que dejan incólumes las bases materiales de la explotación, en especial de la explotación de las mujeres (Jeffreys, 1996). Como lo escribe Barbara Smith : “Las y los activistas queer trabajan sobre cuestiones queer y los temas de racismo, opresión sexual, y explotación económica no parecen interesarles, a pesar del hecho que la mayoría de las personas queers sean gente de color, mujeres y de clase trabajadora. Cuando mencionan otras opresiones u otros movimientos, es para construir un paralelismo que sustente la validez de los derechos lésbicos y gays, o para pensar en alianzas con organizaciones “respetables” [mainstream]. Construir coaliciones unifi cadas hoy, que desafíen el sistema y en última instancia preparen el camino para un cambio revolucionario, simplemente no es lo que las y los activistas queer tienen en mente.” (Smith, 1998). Para concluir esta presentación de diferentes líneas de pensamiento lésbico, debo subrayar que la realidad es mucho más compleja y que las infl uencias recíprocas y las mezclas ideológicas múltiples hacen bastante difícil una defi nición unívoca de los grupos y movimientos. Aunque indudablemente haya habido una acumulación de fuerza y una profundización teórica y práctica del movimiento lésbico con el paso de más de cuatro décadas, cada corriente pierde y gana fuerza a ritmos diferentes y en la actualidad todas coexisten, a la vez en un contexto de unificación ideológica, y de persistencia de profundas diferencias políticas, que se originan tanto en realidades cotidianas bastante diferentes, como en utopías divergentes. Hoy, el lesbianismo como movimiento y sobre todo como forma de vida, aflora por todas partes, cada vez más complejo y variado. Posee —en forma más o menos abierta— lugares de sociabilidad y de diversión, espacios culturales y artísticos, una importante literatura y medios de comunicación propios, algunos espacios en los márgenes de la institución universitaria, así como redes políticas que se desarrollaron principalmente en el marco de estrategias de visibilidad y de identidad. Esa tendencia "comunitaria" ha sido sin embargo criticada, a veces por su carácter encerrador, a veces como la expresión de un modelo gay demasiado influenciado por el movimiento homosexual masculino, y otras veces aún como una política reformista de institucionalización que lleva a la recuperación del movimiento y a su neutralización o normalización. La lucha en contra del sida contribuyó a reforzar la organización de las lesbianas, pero sobre todo a menudo las volvió a acercar al movimiento homosexual mixto, en el cual muchas veces desaparece su problemática propia. En ciertos países o ciudades del Norte y del Sur que se cuentan con los dedos de las manos, han sido conquistadas algunas legislaciones progresistas, que prohíben la discriminación por "orientación sexual" o que reconocen la unión entre mujeres y le conceden algunas de las ventajas propias de la unión heterosexual —aunque los temas de la adopción y de la procreación siguen siendo problemáticos. En Francia, el PACS (Pacto de unión civil) ha sido ganado por la presión de la lucha homosexual mixta —en la que se destacaron las lesbianas—, mientras que la Coordinación Nacional Lésbica (feminista y no mixta) propone una ley específi ca en contra de la lesbofobia. En México y en Brasil, entre otros, se siguen caminos semejantes. Se puede al respecto hablar de conquistas, pero también se puede analizar como un progresivo proceso de integración social, en el marco de una despolitización general en un mundo cada vez más individualista, capitalista y racista. La extensión de la "ciudadanía" a las lesbianas, a los gays, a las mujeres, a la gente negra o indígena puede ser vista como un objetivo de lucha para la profundización de la democracia, tanto como una manera por parte del sistema de integrar y volver leales nuevas capas de la sociedad a un proyecto neoliberal en profunda crisis de legitimidad. En todo caso, esas evoluciones no deben hacer olvidar el carácter profundamente radical, subversivo y transformador de algunas propuestas políticas lésbicas. Como escribían las Radicalesbians de Nueva York en 1970: "Una lesbiana, es la rabia de todas las mujeres concentrada hasta su punto de explosión!", o la de la lesbiana negra Cheryl Clarke que afi rma que "Ser lesbiana en una cultura tan supremacista-machista, capitalista, misógina, racista, homofóbica e imperialista como la de los Estados Unidos, es un acto de resistencia —una resistencia que debe ser acogida a través del mundo por todas las fuerzas progresistas " (Clarke, 1988). Hoy, la feminista chilena Margarita Pisano nos interpela : “Sin repensar un movimiento lésbico, político y civilizatorio, no podremos desarticular el sistema. Sin una mirada crítica, no sabremos si es desde dentro del propio movimiento lésbico que estamos traicionando nuestras políticas y nuestras potencialidades civilizatorias. ¿Qué costos ha tenido esta sucesión de ruegos a la maquinaria masculinista para que nos acepte y nos legitime?” Finalmente, hay que recordar que en general, el desarrollo del lesbianismo ha acompañado los avances y retrocesos de la situación de las mujeres. Ciertamente, ha habido algunas evoluciones favorables, pero también retrocesos profundos: la miseria y la explotación de las mujeres ha aumentado más que nunca en la historia, sobre todo en los países del Sur, las religiones patriarcales se han reforzado considerablemente y el militarismo guerrerista domina. Sería un grave error olvidar que muchas mujeres en el mundo no estamos libres ni felices y que, en muchísimos lugares y en especial lejos de las grandes ciudades, el lesbianismo sigue siendo tabú, reprimido, perseguido, duramente castigado, y puede incluso ser pretexto para el simple y llano asesinato. Por tanto, queda bastante lucha por delante.
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