jueves, 30 de agosto de 2018

Otro Dios es posible - 5



Reflexiones desde Nicaragua sobre el cristianismo, el poder y las mujeres


 María López Vigil 

Las ideas del judío marginal que fue Jesús de Nazaret 

Con palabras y con acciones, ese "judío marginal" que fue Jesús de Nazaret entregó a la humanidad pistas esenciales para construir una idea alternativa de Dios. Lo llamó no sólo padre, sino papá (abba) y habló con él como su "papaíto", comparándolo también en varias ocasiones con una mujer, con una madre. Lo presentó como novio en fiesta de bodas, como quien siempre perdona, quien siempre espera, quien se apasiona por buscar y encontrar a cada hijo y a cada hija. Lo reveló como un Dios parcial que toma partido por los de abajo, por los excluidos -en el tiempo de Jesús una inmensa mayoría: mujeres, niñas y niños, enfermos,pobres, jornaleros, los sin tierra, las sin derechos, los sin trabajo, las sin marido- y anunció que Dios tenía un plan para la historia humana: que a nadie le sobre y a nadie le falte. Insistió en el "orden" querido por Dios: vida en abundancia. Y para lograrlo, nadie arriba, nadie abajo, ningún maestro, ningún señor, todos hermanos. Planteó como dilema fundamental "o Dios o el dinero" y proclamó que sólo la verdad nos hará libres. Enfrentó, en nombre de ese Dios, fiel a los planes de ese Dios y con una pasión que arrastró a multitudes, a los sacerdotes (los hombres sagrados), al sábado (la ley sagrada en el día sagrado), al templo (el lugar sagrado) buscando cuestionar, y hasta arrasar, con cualquier jerarquía basada en esa dicotomía tan propia de las religiones: sagrado-profano, puro-impuro, santo-pecador.

 En nombre de ese Dios, Jesús fue feminista: acogió a mujeres en su grupo y les dio autoridad en la comunidad de varones. No habló contra los guerrilleros de su tiempo, aunque propuso la no violencia como camino y habló siempre de anteponer el amor y la compasión al odio y a la venganza. No dijo una sola palabra contra los homosexuales y sí muchas y muy fuertes contra sacerdotes, gobernantes corruptos y fariseos, la secta fundamentalista de los "elegidos" de entonces. Destacó el valor sagrado de la sexualidad, cuestionando el abuso de los hombres contra las mujeres, desde las miradas acosadoras hasta las machistas leyes de divorcio de su tiempo.

 No se impuso, propuso, rechazó el poder como ejercicio de arbitrariedad y proclamó el poder como responsabilidad con la vida y como servicio a los demás. Propuso permanentemente virtudes entendidas culturalmente como femeninas y por eso menospreciadas: el amor, la compasión, la ternura, el cuidado amoroso. Apasionado por la justicia que no veía ni en su patria ni en el mundo que conoció, luchó denodadamente por hacerla realidad en mentes y en corazones, seguramente soñando que ideas tan novedosas servirían de inspiración para consolidar lo que él llamó "el reino de Dios": comunidades de creyentes basadas en la equidad, el servicio, la justicia y la búsqueda de la paz. Fracasó en su empeño. Muy pronto fue perseguido y finalmente fue torturado y asesinado por la casta sacerdotal y el imperio romano. Su muerte y su fracaso, como el de tantos otros y otras, antes y después, fue sólo semilla. La fe cristiana que nació en el Jerusalén de hace dos mil años afirma: pasó haciendo el bien, tenía razón en todo lo que dijo y en todo lo que hizo, y por eso, como evidencia, Dios lo levantó de entre los muertos y está vivo.

¿Somos un pueblo cristiano, seguidores de Jesús?

 Aunque nuestra cultura religiosa carece de historia, aunque se basa en el miedo a Dios y aunque es machista y venera a un Dios Varón, nos decimos cristianos, afirmamos continuamente que vivimos en un país cristiano y en una sociedad cristiana, y con frecuencia justificamos nuestras acciones con nuestros valores cristianos. 

Pero esta cultura religiosa, que es la mayoritaria, la que prevalece en imágenes y en ideas, en convicciones y en actitudes, ¿es realmente una cultura religiosa cristiana? No lo es. Absolutamente no lo es. Porque ser cristiano no debe ser nada más, ¡y nada menos! que conocer a Jesús, comprometerse con su mensaje, y aquí y ahora, en este tiempo y en este país, seguir las pistas que Jesús nos dejó para que construyéramos la idea de Dios y tuviéramos fe en ese Dios

 desde la historia, como lo hizo él;

 sin miedos, como la vivió él;

y en la equidad de hombres y mujeres, como lo propuso él.

 En el proyecto de Jesús de Nazaret, el Dios a quien Jesús llamó su abbá, su papá, es capaz de transformar la historia, los miedos de la vida personal y la injusta sociedad en la que sobrevivimos. Jesús de Nazaret nos habló de este proyecto como una comunidad, nadie arriba y nadie abajo, nadie señor, todos hermanos y hermanas, hijos de un Dios a quién nos presentó en sus historias no sólo como un pastor que busca ovejas o como un padre que brinda un banquete, sino también como una mujer que busca desesperadamente una monedita que se le perdió o como un ama de casa que amasa harina para hacer pan. 

Tenemos por delante una gran tarea: hacernos cristianos y cristianas. Para esto, es necesario transformar la idea de Dios. Es una tarea pendiente.

 Hace muchos años, le pregunté a un gran conocedor del tiempo de Jesús y de su legado, el biblista español Juan Mateos, cómo podría definirse el "proyecto" de Jesús en palabras actuales. "Un socialismo anárquico", me contestó con convicción. Socialismo porque su proyecto fue comunitario, un estilo de vida en común, solidario, no individualista. Anárquico, por su frontal enfrentamiento a las autoridades, al sistema de poder, a los mecanismos del poder y por su defensa de la libertad y la dignidad personales. 

¿Podremos, con esta materia prima, comenzar a transformar la idea de Dios que prevalece en nuestros países del "Occidente cristiano", podremos con estas pistas enfrentar la violencia y el empobrecimiento desde otra perspectiva y así construir ciudadanía? Mi esperanza es que sí podemos, que otro Dios, el Dios de Jesús, es posible. Y que al asumir este esfuerzo nos encontraremos con las pistas brillantes que otras religiones nos han ido dejando en el camino para darle nombres al Innombrable. En este camino tal vez descubriremos que el Innombrable tiene también rostro femenino, nos encontraremos con aquella Diosa a la que intuyeron y veneraron nuestros ancestros.

 Mientras la "pregunta religiosa" fundamental sigue siendo ésta: ¿hay vida después de la muerte?, un tercio de la humanidad, sometido hoy a un empobrecimiento deshumanizante, se pregunta: ¿Habrá vida antes de la muerte? Ese empobrecimiento deshumanizante que debe indignarnos y movilizarnos no tiene sólo causas objetivas -hoy, el modelo económico neoliberal, la globalización financiera, la hegemonía militar estadounidense. Tiene también raíces culturales y subjetivas cimentadas en la religión, en una determinada idea de Dios. Nos corresponde, desde todas las religiones, desde la fe o el agnosticismo, transformarla. Para que otro mundo sea posible.

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