Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
viernes, 28 de septiembre de 2018
MARICAS Y FEMINISMO-OPRIMIDOS… PERO TAMBIÉN DOMINADORES
Ha quedado claro que nuestro lugar en relación al heteropatriarcado es bastante particular y contradictorio. Sufrimos la opresión heteropatriarcal, aunque sólo en parte, y de forma diferente a las mujeres, las bolleras o las trans. Y al mismo tiempo, somos parte también de la categoría de los dominadores.
Esta compleja posición respecto al sistema heteropatriarcal puede llevar a ciertas maricas, cercanas a los entornos feministas y/o queers, a tener en cuenta uno solo de los dos aspectos a la hora de hablar, y a terminar con discursos del estilo “nosotras, como maricas, no somos hombres” (dando a entender que no reproducimos el patriarcado) o “no soy misógino (o machista), soy marica”
Además de que, desgraciadamente, no es necesario ser un hombre para reproducir el patriarcado, ni para ser machista, este discurso antepone el estar oprimida, como si esta opresión eximiera totalmente de las relaciones de dominación de hombres a mujeres.
Considero esta “lógica”, el sobrevalorar el lugar de víctima, de oprimido, más fácil y sancionable que la de dominador/opresor en los entornos políticos críticos de los sistemas de opresión y de explotación. Pero para mí es una forma de negar y abstraerse de la realidad social material, de no tener en cuenta el lugar que tenemos dentro de esta sociedad y de olvidar demasiado deprisa los privilegios que se nos dan como hombres.
Dicho esto pues, siento la necesidad de dejar bien claro todo esto, y de remarcar que la complejidad del análisis de nuestra construcción social en tanto que tío y de nuestro lugar social no quiere decir en absoluto que avale las posiciones de este tipo, que corramos un tupido velo sobre nuestras responsabilidades y privilegios internos. Y de hecho esta es una de las razones que me han llevado a escribir este texto.
Después de haber esbozado mi (nuestra) construcción social y el lugar que tengo (tenemos) en relación al heteropatriarcado, ahora voy a intentar ahondar en la naturaleza de mi relación con las ideas feministas. Lo que me va a llegar a preguntarme, a nivel general, las relaciones que existen entre una condición/lugar social y las ideas políticas.
LA CONDICIÓN DE OPRIMIDO
El vivir una opresión en primera persona, en la propia piel y cotidianamente, aporta un punto de vista “propicio” para el análisis, para hablar y para captar todas sus sutilezas.
Aunque pueda ser fácil para un observador superficial el ser consciente de la existencia de la norma heterosexual en nuestra sociedad, de igual manera la comprensión de la profundidad y de la extensión que convive con nuestras vidas (como en todas las demás) es un proceso largo y laborioso, sin fin, que implica un análisis agudo de nuestras vidas y de la sociedad en la que vivimos.
Es un proceso que ha tendido a ganar en precisión y astucia al volverse más colectivo. Y, sobre todo, se trata de un proceso que es dinámico y en evolución, en el sentido que, una vez se es consciente de sufrir una opresión, se ven enseguida y definitivamente todas sus facetas y dimensiones. Cuanto más se avanza en la toma de consciencia, más se describen nuevos aspectos y nuevas sutilezas.
Sin embargo, las personas que sufren una misma opresión no constituyen una categoría homogénea. Considero que no es posible reducir al individuo solamente a su posición social en relación a su opresión, ni a su lugar dentro de una relación social dada.
Esto es debido, en parte, al hecho de que estamos todas atravesadas por otros sistemas de opresión, dentro de los que no tenemos a la fuerza ni el mismo lugar ni los mismos intereses. Lo que supone, entre otras cosas, que la experiencia personal en una misma opresión no sea exactamente la misma de una persona a otra. Por ejemplo, proceder de un entorno burgués u obrero no implica la misma vivencia entre dos maricas; o un marica blanco no tendría la misma experiencia de la opresión que una marica racializada.
Pero la individualidad no se resume sólo a su lugar dentro de las diferentes relaciones de dominación. Somos también otras cosas y mucho más que esto. También tenemos nuestra historia vital, amistades, situaciones vividas, etc.
Esta condición de oprimida determina sin embargo un potencial conflictivo, ya que el sufrir cualquier opresión debería/podría suponer lógicamente un interés compartido por hacerla cesar, un interés compartido de querer enfrentarse a esta opresión.
CONFLICTIVIDAD POTENCIAL
Hablo de conflictividad potencial porque, aunque el querer dejar de sufrir una opresión pueda ser uno de los motores de la intención de abolirla, la realidad no es tan simple. Toda persona oprimida no se enfrenta contra la opresión que sufre, incluso puede participar en su reproducción. Está más que claro: esto no quiere decir que sitúe en el mismo plano a oprimidas y opresoras que vehiculen o reproduzcan la opresión en cuestión. Sin por tanto querer justificar a quien la sufre y reproduce, creo que este paralelismo es un error. Sin duda, para una opresora, esto es fruto del ejercicio de la opresión, mientras que para una oprimida esto viene a menudo de la interiorización de la opresión, es decir, que es una consecuencia de la opresión sufrida.
Así pues, veo justo decir que la condición de oprimida no es suficiente por sí sola para determinar el hacer o poder hacer algo con esta condición.
Dicho esto, el derrotar la interiorización de la opresión es una premisa para intentar cambiar la propia situación. Esto implica la necesidad de sentirse oprimida, es decir, de tener una cierta conciencia de la opresión de lo que se sufre, lo que no es ni evidente ni automático.
Uno de los principios comunes en todos los sistemas de opresiones es el presentar el mundo que se vive como ineluctable y propio del orden “natural” de las cosas, y por tanto no dejar imaginar que esto podría ser de otra forma.
Es más, incluso cuando se es consciente de la opresión sufrida, el margen de maniobra no es el mismo para todo el mundo en función de sus contextos y sus situaciones de vida. No se puede tener el valor, la fuerza, la posibilidad, la ambición, o simplemente la voluntad de enfrentarse contra el estado de las cosas y resignarse a quedarse como se está. O a la inversa, intentar expulsar aquello que nos hace sufrir de nuestras vidas, solas o en compañía.
MÁS ALLÁ DE UNA CONDICIÓN – LAS IDEAS Y LA ÉTICA
Por otra parte, la voluntad de plantar clara a una opresión sufrida varía de una persona a otra y puede tomar diferentes formas e inscribirse en diferentes perspectivas.
Se ve bien a nuestro alrededor que todas las personas que intentan afrontar su condición no aportan necesariamente la misma “solución al problema”. Ni piensan las mismas cosas, no constituyen un grupo homogéneo. Hay un abismo entre los homosexuales que demandan al Estado la integración y los mismos derechos que los heteros y quienes piensan que el Estado tiene un papel central en la desposesión de nuestras vidas y que ninguna liberación es posible en el seno de esta sociedad; es obvio que las perspectivas de lucha pueden ser completamente diferentes.
Todo esto plantea la cuestión de la relación que existe entre una posición social, una condición y las ideas y perspectivas políticas. Es decir, ¿hay una relación directa y automática entre las dos?
Si tengo en cuenta mi condición (dominador/oprimido) en el sistema de dominación heteropatriarcal y mi relación con las ideas feministas, puedo resumir esquemáticamente las cosas así:
- Como marica, estoy oprimido por la heteronorma. Debo pues tener unos intereses compartidos, parejos a los de un feminismo concreto, en acabar con la norma heterosexual y las respectivas normas de género.
- Como hombre, soy un opresor dentro del patriarcado. Debo pues tener, en teoría, los intereses opuestos a los del feminismo, y la puesta en tela de juicio de mi lugar supondría también una pérdida de poder y de privilegios.
Y por tanto… esto es también, entre otras cosas, el fin del sistema de género y del patriarcado al que aspiro.
Efectivamente creo que no hay nada de automático en esta relación, ni de evidente, ni de sistemático. Es por esto que las relaciones que hago entre el ser marica y de inscribirse (o no) en las perspectivas feministas no puede limitarse a las consecuencias de una condición, de un lugar social y de sus intereses.
Hay más cosas. En parte, son estos intereses y objetivos comunes que me aproximan al feminismo, y en parte son mis ideas las que hacen que encuentre acertadas ciertas perspectivas feministas. En efecto, el feminismo no es un lugar social en relación al patriarcado o al heteropatriarcado, sino un análisis de las ideas y una voluntad de emancipación de estos sistemas de opresión.
Con esto no quiero decir que sufrir o beneficiarse de una opresión no tenga ninguna diferencia. Ni que ser feminista sea una simple cuestión de declaración de principios y de ideas. Ni que baste simplemente con buenas intenciones o buena voluntad para deshacerse de los condicionamientos sociales. Evidentemente es más complicado que eso, puesto que se trata de pérdidas de poder y de confortables ventajas, incluso cuando no son más que deseos forzosos. Es obvio que las ideas y las intenciones por sí solas no hacen desaparecer las estructuras y construcciones sociales ni los privilegios, que son una incidencia material y los efectos concretos de una realidad.
Soy consciente y estoy convencido de que nuestro lugar social y la forma en la que nos han construido juegan un papel concreto en nuestras ideas, en nuestra voluntad de levantarnos y luchar. Pero pienso que estas últimas no están determinadas únicamente por eso. Éstas, así como nuestra relación con el mundo, están determinadas también por la ética que nos hemos forjado (y seguimos forjando) en nuestra trayectoria vital.
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