viernes, 28 de septiembre de 2018

MARICAS Y FEMINISMO- SER CULO DE MAL ASIENTO


El hecho de ser una marica cisgénero blanca define un lugar concreto en relación al heteropatriarcado, de donde creo que parto junto a una buena parte de las personas que se encuentran en esta “condición”.

 Así pues, voy a generalizar para intentar analizar la construcción y el estatus social que pretendo, teniendo en mente en todo momento que la realidad será siempre más compleja que lo que pueda describir aquí. Y teniendo también en todo momento en mente los límites derivados del hecho de no tener en cuenta en mi texto todas las relaciones de opresión existentes.

 CONSTRUCCIÓN MASCULINA 

 Por un lado, en tanto que maricas cisgéneros, hemos sido educadas y construidas socialmente como chicos. Aunque a veces nos consideremos como “subhombres” por no corresponder a la norma de la masculinidad, nuestra construcción social de género sigue siendo, en buena medida, la de un hombre, con todo lo que esto implica en relación al mundo, a nosotras mismas y al resto. 

 Se nos ha educado como chicos y esto ha determinado a lo que tenemos acceso, cómo se nos ha hecho hábiles, en qué se nos ha alimentado, lo que hemos aprendido, cómo nos valoramos, cómo se nos presta atención, a qué poderíos se nos ha animado, etc. Aunque a veces los resultados no hayan sido los esperados por nuestros padres o por la sociedad, eso no impide que se nos haya construido más de una forma concreta que de otras. Obtenemos ventajas de esta construcción; nos supone privilegios e implica comportamientos y actitudes opresivas hacia el resto, que forman parte de la dominación masculina. 

 En esta construcción social, al “adiestramiento” por el que se ha pasado se añade el lugar que la sociedad y la gente nos dieron en función de cómo se nos percibe.

 Muy a menudo se nos ve en la vida cotidiana como cualquier hombre blanco. Esto conlleva, se quiera o no e incluso sin ejercer nuestra ventaja voluntaria y activamente, al estar dentro de una sociedad patriarcal y racista, que accedamos y nos beneficiemos automáticamente de ciertos privilegios. 
Como por el ejemplo el de que se nos escuche, se nos entienda y se nos tenga más en cuenta, el de no sufrir regularmente acoso, propuestas sexuales u hostigamiento por la calle, el de tener unos salarios más grandes al trabajar, el de acceder más fácilmente a cargos de responsabilidad y de poder, etc. 

 Nuestro lugar dentro del patriarcado es, pues, desde este punto de vista, el de dominante/opresor.



CONSTRUCCIÓN DE MARICA(S) 

 Por otro lado, nuestra construcción social no es exactamente la misma que la de los hombres heteros cisgénero. Como hemos nacido con un pene entre las piernas, se nos ha situado en la norma de la masculinidad. Además, si no correspondemos o no lo suficiente (o si no queremos corresponder) con esta norma, se nos ha considerado como “subhombres”, como “diferentes”, como “anormales”.

 Según el grado en el que se nos perciba más o menos como diferentes, se nos minusvalora, humilla, insulta y/o rechaza, y se nos fuerza a recibir el mismo aprendizaje de la masculinidad. Pero de esta forma también es como  nos percibimos nosotros mismos diferentes y nos ha podido conducir a salirnos de ciertas prerrogativas de la masculinidad.

Como la sexualidad y el deseo entre hombres se ven como perversos, vergonzosos y asquerosos en nuestra sociedad, a partir del momento en el que hemos sido conscientes de nuestra orientación sexual, esta representación negativa ha influenciado en nuestra existencia social, en qué imagen se tiene de nosotras y en qué imagen tiene el resto de nosotros. Y además, esto marca totalmente nuestra relación con el mundo, con nosotros mismos y con el resto.

Es más, el hecho de que se nos perciba como maricas y no comportarnos en este punto como los tíos heteros hace que no nos beneficiemos de ciertos privilegios asignados a los hombres. Por ejemplo, en el espacio público, el que no se nos perciba como los tíos “normales” nos expone a agresiones o insultos relacionados con la expresión de nuestro género. O bien, el no encontrar nuestro lugar en la sociabilidad masculina (o de no querernos integrar en ella) nos aleja de las complicidades y solidaridaddades entre hombres que se crean en muchas situaciones (¡y casi que mejor!).

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