martes, 23 de octubre de 2018

Iemanjá y Nuestra Señora de la Concepción -BRASIL-Mitología yoruba


Iemanjá, la madre de las aguas –madre de los hijos peces o madre cuyos hijos son peces–, es conocida en Brasil como la diosa del mar, del agua salada; en otros lugares, como en Nigeria, por ejemplo, es la diosa de un río y también del encuentro de las aguas del río y del mar. Se la identifica con los colores azul claro o celeste, cristal, y blanco y azul; el día consagrado a ella es el sábado; sus adeptos usan collares de cuentas de vidrio transparente, se visten preferentemente de azul claro y la saludan gritando “¡Odóia!” Ella danza con un abanico de metal blanco en las manos, imitando el movimiento de las olas: doblando y enderezando el cuerpo, hace un curioso movimiento con las manos, elevándolas alternativamente sobre la cabeza y la nuca.

Hay muchas leyendas e historias sobre Iemanjá; la mayoría son relatos orales que forman parte del complejo mundo lingüístico-cultural yoruba.

Las leyendas sobre el origen del mundo dicen que 

“Obatalá y Odudua se casaron y tuvieron dos hijos: Iemanjá (el mar) y Aganju (la tierra). Los hermanos, a su vez, se casaron y tuvieron un hijo, Orungã (el aire). Cuando creció, Orungã se enamoró de su madre. Un día, aprovechando la ausencia del padre, intentó violarla. Iemanjá logró escapar y huyó, pero cayó al suelo y murió, y sus senos se rompieron y de ellos salieron dos grandes ríos que formaron los mares, y de su vientre salieron los orixás que gobiernan las dieciséis direcciones del mundo: Exu, Ogum, Xangô, Iansã, Ossain, Oxossi, Oba, Oxum, Dada, Olucum, Oloxá, Okô, Ajê Xalugá, Orum y Oxu”. 

Otra historia que relata la creación del mundo y de los seres humanos dice que “Olodumaré, el dios supremo, también llamado Olorum u Olofim, vivía solo en el infinito, cercado sólo por fuego, llamas y vapores, donde no podía casi caminar; cansado de ese su universo tenebroso, cansado de no tener con quien hablar, cansado de no tener con quien pelear, decidió poner fin a aquella situación. Liberó sus fuerzas y la violencia de ellas hizo surgir una tormenta de aguas. Las aguas se debatieron con las rocas que nacieron y abrieron en el suelo profundas y grandes cavidades.

El agua llenó las grietas cavadas, formándose los mares y los océanos en cuyas profundidades Olorum fue a habitar; de lo que sobró de la inundación se hizo la tierra. En la superficie del mar, junto a la tierra, tomó su reino Iemanjá, con sus algas, estrellas de mar, peces, corales, conchas y madreperlas. En aquel lugar nació Iemanjá en plata y azul, coronada por el arco iris Oxumaré.

Olodumaré y Iemanjá, la madre de los orixás, dominaron una parte del fuego en el fondo de la tierra y la entregaron al poder de Aganju, el maestro de los volcanes. La otra parte la apagaron y sus cenizas se esparcieron por la tierra por las manos de Orixá-Okô, fertilizando los campos, propiciando el nacimiento de hierbas, frutos, árboles, bosques y selvas que entonces fueron cuidados por Ossain, que descubrió el poder curativo de todas las hojas. En los lugares donde las cenizas fueron escasas, nacieron los pantanos.

Iemanjá se encantó con la Tierra y la adornó con ríos, cascadas y lagunas. Así surgió Oxum, dueña de las aguas dulces.
Cuando todo estuvo hecho, y cada parte de la naturaleza en posesión de uno de los hijos de Iemanjá, Obatalá, respondiendo directamente a las órdenes de Olorum, creó al ser humano. Y el ser humano pobló la Tierra.”

Otro relato proviene del testimonio de Mãe Chaguinha,  una madre de santo del Candomblé, que es celadora del culto a los orixás y por la oralidad aprendió y enseña a sus hijos e hijas diciendo:

“Iemanjá era sumisa a los hombres, porque ella aceptaba todo lo que ellos querían, hasta que llegó al límite y se rebeló contra ellos. Ella era aquella madre que tenía el poder en la mano, pero no lo utilizaba. Entonces, ella era sólo madre, pero era infeliz en el amor. Ella tenía toda la riqueza, pero ella era usada por los hombres porque estaba sólo para reproducir, tener hijos. Iemanjá no tenía aquella libertad y vivía para la familia.
Cuenta la leyenda que un día ella renunció a la familia por amor a sí misma, fue cuando ella comenzó a percibir: ‘Yo tengo que amarme, si amo tanto, doy tanto amor, pero no soy amada, no soy feliz’. Entonces fue que aconteció, según dicen, que Iemanjá lloró, lloró, lloró, lloró mucho porque renunció a la familia y de sus lágrimas se formaron las aguas, el río y el mar. Ella huyó, perdió todas sus energías y se deshizo en lágrimas, entonces las lágrimas son saladas, si usted presta atención nuestras lágrimas son iguales a las aguas del mar. Y ahí, fueron invocados todos los sacerdotes de la ancestralidad para desencantar a Iemanjá, porque ella se encantó. Entonces, nadie consiguió traerla de vuelta porque ella tenía sus protectores que le habían dicho lo que estaba por suceder.
Cuando el ejército de sacerdotes fue a buscar a Iemanjá para desencantarla, ella esparció varios espejos en el lugar. Ella se estaba mirando y se vio en todos los espejos. Estaba vanidosa, peinándose los cabellos. Entonces con todo eso ella se armó y se volvió sobre el espejo para mirarse. No estaba sola, sino que se reflejaba en todos los espejos. A través de los espejos, se estaba mostrando a ellos como diciendo: ‘Yo estoy aquí’. Entonces ellos la vieron, tuvieron miedo y salieron corriendo. ‘Iemanjá no es una sola, es un ejército’. Y después de eso, aquel ejército que la estaba persiguiendo no quiso saber más de ella y esto quedó en la historia.”
Iemanjá, la diosa de los encantamientos y de la vida abundante, que puebla las aguas saladas, es también la que no niega ni esconde sus deseos. Otra leyenda cuenta que su hijo “Xangô acostumbraba deleitarse en su estera y pasar las horas descansando el cuerpo y el espíritu. Su madre Iemanjá a veces hacía lo mismo en compañía de su hijo, pasando horas y horas adormecidos uno al lado del otro. Cierto día, Iemanjá sintió correr por su cuerpo un calor extraño, sintió deseos por el cuerpo del hijo y poco a poco se fue aproximando, llevada por ímpetus sexuales. Al sentir un cuerpo frenético recostado al suyo, Xangô despertó de su sueño y espantóse al escuchar de su madre palabras de deseo de tenerlo como hombre. Desesperado Xangô huyó y subió hasta lo alto de una palmera. Su corazón palpitaba y la indignación era grande
Iemanjá corrió tras de su hijo y al pie de la palmera declamó palabras de deseo, siendo éstas rebatidas furiosamente por Xangô. En un acto histérico, Iemanjá tiróse al suelo y rasgó sus uñas en la tierra lanzando gemidos extasiantes. Xangô la escuchó e intentó olvidarse de la figura materna, descendió de la palmera y se abrazó con ella. Iemanjá y Xangô se amaron como hombre y mujer”. 

Existen muchas otras leyendas que incluyen violencia, fugas, castigos, deseos sexuales, curas, ternuras, traiciones y muchos otros aspectos que componen el cuadro de una diosa a la que le rinden culto y es amada por muchos seguidores y seguidoras del Candomblé. 

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