jueves, 11 de octubre de 2018

La condición masculina


¿Y es que acaso nos parece que el patriarcado/kyriarcado sólo afecta a las mujeres? ¿Los varones son inmutables de frente a fenómenos como los descritos a lo largo de este aporte? Creemos que no. Y por ello ahora nos vamos a encargar de los varones. Trataremos en este paso la llamada condición masculina. 

Caso1: Todos corren por la cancha con entusiasmo y alegría, hasta que un niño falla un gol muy sencillo. Las reacciones de sus compañeros de equipo no se hacen esperar, menos las de su padre que mira el partido desde un asiento al borde las líneas: “pateas como niña”. El niño soporta las burlas de sus amigos. La exacerbación de lo masculino tiene que ver con una exclusión radical de los varones del mundo de las mujeres. Se insta a los chicos a apartarse como de la peste de todo aquello que insinúe feminidad. Este es un primer mecanismo para, después de esta separación entre masculino y femenino, se privilegie solamente lo masculino como lo mejor.

 Caso 2: Corriendo la bajada y tomándolo de la mano, una madre lleva a un niño al colegio. De pronto éste se cae y rompe en llanto al ver la sangre derramarse de su nariz. Su madre tiene la respuesta: “los hombres no lloran”. Estos son los primeros pasos para establecer la relación entre varón-sensibilidad/sentimientos. Los varones, “los hombres de verdad”, no expresan sus sentimientos, no lloran, no evidencian sus afectividades, más bien los esconden, los niegan o los viven en la clandestinidad. Octavio Paz se refiere al ser masculino como a una esencia hecha de soledad. El varón construye un muro de protección alrededor suyo para aparentar la fortaleza que la madre le exige al hijo de nuestro ejemplo. Esta fortaleza le implica mantenerse siempre en total control de sí mismo, impenetrable, solo, a la defensiva…

Caso 3: De pronto, de la nada, uno de los amigos le dice al otro que le quiere y lo abraza. Esto sucede ante la mirada incrédula de los demás que empiezan inmediatamente a burlarse de él “mirá a ver este maricón”. Todos ríen en última instancia y siguen bebiendo en el bar, esperando estar lo suficientemente ebrios como para poder expresar sus afectos. Junto a la exclusión del varón del mundo femenino, a la represión de sus sentimientos, está el temor y el rechazo a la homosexualidad. El miedo que se tiene a descubrirse atraído por otro varón, o de simplemente preferir su amistad más allá de lo recomendado, alerta a los varones contra cualquier evidencia de homosexualidad. Los pone en guardia todo el tiempo y les hace ejercer una constante tarea policiaca entre ellos. Al menor comportamiento inusual la acción correctora es ejemplar. La violencia en el colegio contra el más débil, contra el más delicado, o el menos violento puebla nuestros recuerdos de esa época. Entonces la libertad es imposible: el menor síntoma de debilidad o de renuncia de lo masculino y su mundo, es brutalmente reprimido. Violentamente. Ese temor, que parte de la ignorancia, del desconocimiento, se traduce pronto en miedo y este miedo en rabia, agresividad y violencia. En homofobia .

 Caso 4: Cuando de contar las experiencias sexuales se trata, a la mayoría de los varones les gusta alardear. Las experiencias más prematuras, las más duraderas, pero sobre todo las más prolíficas en cuanto a cantidad de acompañantes sexuales se refiere, son las más premiadas con reconocimiento, fama y admiración… La masculinidad que se ejerce todo el tiempo es la del infinito deseo por las mujeres. La virilidad se prueba en cualquier campo de juego: en una cancha de fútbol o en la guerra, en una partida de póker o en la cama, en el trabajo o en la casa. Entonces, en cuanto a la intimidad sexual, la consigna es tener relaciones sexuales, las más que se pueda y sobre todo con cuantas se pueda. El don Juan, el mujeriego goza en el mundo masculino de una reputación que pocos pueden igualar. Entonces se arroja a todos los varones a ejercitar una suerte de tarea infinita, más allá de sus afectos, de sus amores, sus deseos o sus predilecciones…

 Caso 5: Una noticia de primera plana relata cómo el marido asesinó a su compañera por motivos “pasionales”, valga decir, por celos. Este tipo de noticias circulan por los diarios de todo el mundo. Existe en todo el entramado del mundo masculino la profunda certeza de que las mujeres les pertenecen de alguna manera a ellos. La mujer es “mi mamá”, “mi hermana”, “mi novia”, “mi mujer”. Este tipo de imperativos implican la pertenencia, la propiedad. Los celos son eso: “si es mía no puede ser de otros”. Entonces el varón vive “cuidando” a las mujeres que le rodean, pero este es un cuidado despersonalizado: no las cuidan a ellas realmente, lo que cuidan es su propio interés masculino: su reputación, su vanidad, su buen nombre. Los feminicidios son en su mayoría cometidos por el motor de los celos y por el esposo, amante o novio, todo queda en familia. Cuando una mujer decide cortar la relación, no duele tanto la separación en sí misma como duele la posibilidad de ser cambiado por otro, de que eso que le pertenecía será de otro. Los celos no son exclusividad de los varones por supuesto, pero ellos están más predispuestos a ejercer violencia sobre el objeto deseado/celado. Esta actitud de cuidarse las espaldas constantemente y vivir en permanente guardia, como hemos dicho antes, le lleva al varón a controlar la sexualidad femenina, por ende a controlar su cuerpo, sus deseos. El varón vive entonces como un carcelero, nunca duerme en paz y siempre desconfía del objeto de su amor, temiendo a los rivales, estableciendo una relación enfermiza con los otros varones alrededor y por supuesto con las mismas mujeres que le rodean.

¿Intuyen ya que este mundo patriarcal también le cuesta sudor y lágrimas, vamos a decir, a los varones? La llamada masculinidad hegemónica, esta que acabamos de describir en los anteriores casos, implica un cierto condicionamiento desde la más tierna infancia. Tenemos reportes de pueblos en el África y en Oceanía que practican ciertos rituales de iniciación masculina bastante peculiares que pretenden arrancar a los varones del seno materno y arrojarlos definitivamente al mundo de los “hombres”. En nuestro medio este papel ritualístico lo cumple el servicio militar. En nuestras comunidades rurales la importancia de este paso de iniciación es tan profunda que un joven no puede soñar siquiera casarse si no lo realiza. La virilidad es una condición no inherente al ser humano. Para ser hombre hay que ganárselo. Esto implica una suerte de permanente crisis en las subjetividades de los varones: es una condición, la masculina, que hay que probar todo el tiempo, porque los otros varones y muchas mujeres por supuesto, están constantemente cuestionando, reclamando evidencias, pruebas. Esta situación lleva a los varones a presentar cuadros casi clínicos de agresividad, de reclusión, de aislamiento, de soledad.

No hay nada más parecido a un varón que otro varón, salvo excepciones por supuesto, ya sea éste de Malí o de Winchester, de Achacachi o Tokio: desde el simple bulling o acoso escolar hasta el asesinato en grupo, la vida masculina esta signada por la violencia, por la frustración y la necesidad de auto-asegurar, frente a sí mismo y frente a los demás, su virilidad. Entonces el varón no se permite con facilidad cumplir con tareas domésticas, más asociadas a las mujeres. No se permite tampoco compartir la vida de sus hijos e hijas puesto que esto es también parte de la vida privada. No se permite generar lazos amorosos permanentes, profundos, honestos o al menos le es más difícil. Se ve obligado a tratar de descollar en todos los campos o reconocerse al final como un fracasado. Se fuerza a tratar de participar de la vida pública, de tomar las decisiones en el hogar, de ocupar cargos de mando, de no estar cómodo con mujeres superiores en la esfera laboral, aunque este no sea su carácter o predisposición personal: tiene que hacerlo. Se asegura de aparentar ser invulnerable, por eso no visita al médico hasta las últimas consecuencias. Los accidentes de tránsito más espectaculares son protagonizados por varones ejerciendo su arrojo, su osadía, atributos indispensables para comprender lo masculino. Lo mismo que pasa en el trabajo, ya sea arriesgando una inversión millonaria o descolgándose de un andamio sin casco a quince pisos de altura. 

Ejercer la violencia o ser agresivo, que son cosas distintas, es también indispensable: nadie quiere ser un “pollerudo” o un “mandarina”, un debilucho o un blandengue, como se dice. El mundo masculino está lleno de hostilidad, de arrebatos, de sobresaltos e inseguridades. Y todo esto permite, alienta a los varones a ejercer dominación sobre las mujeres que le rodean. Y si atendemos a la frase del pensador alemán Carlos Marx, “el opresor se vuelve oprimido de su misma opresión”, refiriéndose a las relaciones del burgués (la burguesa) sobre el proletario (la proletaria), podremos intuir que el varón también es una suerte de víctima de toda esta situación. Una víctima privilegiada es cierto, pero una al fin.

¿Cómo reconstruir una persona construida para el arrebato, para la guerra, para la conquista, para la violencia, no sólo contra la mujer, sino también contra ella misma? Al igual que en el caso de las mujeres, los varones han sido pensados también desde la perspectiva de género en lo que se ha llamado académicamente los estudios sobre la masculinidad. Importantes autores como Luis Bonino, Pierre Bourdieu en algún momento, Kaufman, González, Barragán y otros, se ocupan de esta temática y proponen masculinidades alternativas a la masculinidad hegemónica o tradicional que acabamos de describir

Las masculinidades nacen teóricamente a partir de la perspectiva de género, en el seno de los feminismos, pero trabajado por varones ansiosos de libertad y realización plena. Muchos varones se sienten coartados, apresados, sometidos a un deber ser excesivo. Tanta heterogeneidad como entre las mujeres… eso obliga en última instancia a descreer y reinventar el mundo: la insuficiencia de los moldes, de los modelos, de las normas… 

Pero, ¿qué proponen a partir de sus trabajos teóricos y de sus experiencias, tanto personales como en grupos de ayuda y reflexión? Podemos realizar el siguiente punteo:
 • Evidenciar, tomar conciencia de los privilegios que como varones disfrutan.

 • Pensar que un privilegio implica la vulneración de un derecho. En este caso el privilegio masculino implica la vulneración del derecho femenino.

• Dudar de que lo que tienen y experimentan como varones parte de esta sociedad sea lo mejor o lo único posible. 

• Caer en cuenta de que el orden de nuestras culturas ahora privilegia a los varones sobre las mujeres a pesar de los avances en cuestión de derechos que han conquistado ellas. 

• Reconocer que la situación del mundo, la guerra, la pobreza, la destrucción de la naturaleza, se deben en gran parte a la exclusión de las mujeres de los ámbitos de decisión y por ende al monopolio de los varones de los espacios públicos. 

• Que esta situación provoca una serie de conflictos e incomodidades a la gran mayoría de los varones a nivel personal. Incluso profundas crisis que implican dolor y depresión. 

• Que es imprescindible renunciar a la violencia para construir el amor y la felicidad en sus vidas.

 • Que también los grupos de varones son importantes en un camino duro que necesita del apoyo de otros congéneres para alentar, contener e impulsar actitudes de cambio. 

• El diálogo sincero con las mujeres cercanas es indispensable para poder construir un mundo nuevo, en última instancia el Reino de Dios. 

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