Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
jueves, 11 de octubre de 2018
La condición femenina
Nos ocuparemos en este apartado de la llamada condición femenina. ¿Qué características hacen de un ser humano una mujer? ¿Cómo está construida la subjetividad de este ser humano femenino? ¿Cómo ama, sueña y se proyecta hacia el futuro? No podremos hacer teología si no tenemos claro los sujetos de esta teología y en este momento trataremos de indagar por el sujeto femenino de la ecuación humana.
Ya hemos dicho que “las” mujeres o “los” varones no son categorías que se puedan reducir a un todo homogéneo, autónomo y concreto. Las personas vamos construyéndonos de acuerdo a nuestras propias pulsiones, como en las diversidades sexuales, y la dicotomía género femenino y género masculino son marcos de referencia insuficientes para nuestra diversidad y riqueza. En ese entendido, creemos que de todos modos hay ciertas características que en mayor o menor medida están presentes en nuestros cuerpos, en nuestras actitudes, dependiendo de cómo hemos sido socializados y socializadas: si mujeres o varones. Son esos dispositivos sociales los que se ponen en juego a la hora de asumir la vida y de representarnos a nosotras mismas, a nosotros mismos. De las consecuencias de esa socialización vamos a hablar ahora.
Caso 1: Un grupo de 30 personas pasa un taller de artes escénicas. De este taller se forma un grupo de teatro. El grupo está compuesto por 26 mujeres y 4 varones. Después de un proceso de elección consensuada de la dirección del grupo, ésta queda en manos de un varón. Interesante. En este momento hay 192 países en el mundo reconocidos por la ONU. 25 de ellos son declarados monarquías. El resto de ellos, mantienen una forma de gobierno más o menos “democrática”. De estas democracias, según la BBC mundo, son presidentas apenas 18 mujeres. Poco menos del 10%. Esto resulta mucho más grave si pensamos que hay más mujeres en el mundo que varones, porcentualmente hablando. Y esto ocurre más allá de las estructuras de pauperización de las mujeres . No es un secreto,pero sabemos que es más común que una mujer delegue su capacidad de auto-representación en manos de un varón que a la inversa. O en todo caso que no reclame con la suficiente convicción su derecho a ser elegida. Esto implica una actitud de parte de la mayoría de las mujeres de negarse a ejercer algún tipo de protagonismo en la vida pública y dejar en manos de “otros”, varones claro, este tipo de roles .
Caso 2: Es la hora del almuerzo y mamá sirve las raciones para su familia. La mayor es para su esposo, la menor para ella. A la hora de levantar la mesa y devolver el orden a la casa, normalmente son los miembros femeninos los que realizan estas tareas . En el mundo entero, la mayoría del trabajo doméstico aún es realizado por mujeres. Esto implica una serie de funciones ligadas al cuidado y la reproducción de la vida en la esfera doméstica, pero no sólo. Desde niños y niñas hasta ancianos, pasando por familiares enfermos, son las mujeres las que despliegan estas funciones de “hacerse cargo de los/as demás”, ya sea en la intimidad de sus hogares, o a nivel profesional/asalariado (enfermeras, trabajadoras del hogar, prostitutas , etc.). Esta actitud implica, en la mayoría de los casos, una capacidad de renuncia de sí misma y de sus intereses o conveniencias por los y las demás. Pareciera que su realización personal está íntimamente ligada a su ser útil “para” los demás. Quizás por eso vemos a mujeres mayores encargándose de los/as nietos/as, en una carrera frenética por no dejar de ser útiles para la familia aún en esta etapa de sus vidas, haciendo lo que han hecho a lo largo de sus días: entregarse al otro para justificar su presencia, experimentada desde la más tierna edad como incomodidad...
Caso 3: Una oficina de muchos empleados/as. Entre ellos muchas mujeres. El cotidiano del trabajo hace que en momentos de tensión o en periodos bajo presión, los ánimos se encuentren y las rencillas afloren casi espontáneamente. Algunos de estos roces se prolongan por mucho tiempo. Lo más complicado de pensar es que normalmente son las peleas entre compañeras de trabajo las que más intensamente se experimentan. La rivalidad generada entre mujeres, los celos, las envidias, son parte de unas ciertas condiciones estructurales que las convierten a ojos de ellas mismas en competidoras. El entorno es tan difícil laboralmente para ellas que el temor a perder lo poco que se ha ganado en cuanto a conquista de espacios públicos las pone a la defensiva casi constantemente. Esto, sumado al condicionamiento de competir por la atención o por las miradas masculinas, o trabajando para rehuirlas (la mayor parte del tiempo), las hace sumamente proclives al conflicto entre sí. Lagarde afirma que las mujeres están condicionadas al enfrentamiento con sus congéneres: madres e hijas, compañeras de trabajo como dijimos, amigas, suegra y nuera, etc.
Caso 4: El personaje principal de la telenovela de moda está completamente enamorada y para poder hacerlo visible a los/as telespectadores/as, despliega toda una serie de muestras para evidenciarlo: perdona, se entrega, confía, apoya, renuncia a sí misma, atiende, cuida, cede, etc. Su amor podría resumirse en una frase que gustaba citar Anais Nin, una escritora francesa muy intensa de principios de siglo: “se enamoró como toda mujer inteligente lo hace: como una completa estúpida”. Son una infinidad de películas y novelas y artículos de revistas y relatos los que dibujan y definen a “la enamorada”. A partir de ello sabemos identificarla y en su momento las mujeres tratan de parecerse a ella, aún involuntariamente. A esto le llamamos amor romántico, un manual escrito a miles de manos de cómo debe amar una mujer. En películas, en teleseries, en canciones o cuentos, o simples ejemplos de otras mujeres, el amor romántico permite/obliga a las mujeres a perdonar, a soportar, a ocupar el lado pasivo de las relaciones que teje con sus parejas en el tiempo, a creer en el príncipe azul, a esperar la atención masculina, a sonreír constantemente, a ser fiel y tímida, a esperar ser rescatada…
Lo anterior descrito a manera de listado de casos, constituyen lo que llamaremos la subjetividad femenina. Con esto queremos nombrar una serie de modelos de auto-representación que las mujeres construyen a lo largo de sus vidas y que les permiten tener una referencia de acción para saber cómo ser, cómo sentir, cómo actuar, cómo amar… Dibujar corazones en los cuadernos del colegio, esperar a que las saquen a bailar, bajar la mirada ante la insinuante presencia masculina, mirar con recelo a las demás en una fiesta o en las entrevistas de trabajo, cuidar excesivamente el cuerpo y su vestimenta y accesorios para estar a la moda o acorde con el modelo de belleza de su sociedad y su tiempo, ejercer su fe, practicarla en relación a una entrega de servicio casi compulsiva… Todo esto conlleva una forma de habitar el mundo, de ejercer su feminidad. Y, más allá del rasgo positivo de algunas de estas actitudes (como el cuidado o el preocuparse por los y las demás), todo esto no hace otra cosa que reproducir, fomentar y reforzar el patriarcado/kyriarcado.
Un gran sociólogo francés llamado Pierre Bourdieu llamó a esto dominación simbólica. Este sería el mecanismo por el que las personas dominadas, en este caso las mujeres, reproducen actitudes y prácticas y creencias que refuerzan esta dominación, a pesar de ellas mismas. Este mecanismo se opera a niveles inconscientes y es uno de los más certeros garantes de la permanencia de las cosas tal cual están. ¿Acaso nos es ajeno el hecho de que la madre es la principal encargada de reproducir su cultura y transmitirla a lo largo de las generaciones a través de los/ as hijos/as que cuida y alimenta y forma? Cientos de anécdotas tendrán ustedes para contar a la hora de identificar posturas machistas de sus madres, de ustedes mismas…
Pero entonces, ¿qué hacemos si de transformar la realidad se trata? ¿Qué podemos realmente hacer si esta dominación organizada no sólo tiene como agentes de dominación a los varones, sino que además son las mujeres mismas las que lo refuerzan y reproducen constantemente? ¿No estamos frente a un callejón sin salida del cual no podremos escapar? Aquí recordaremos una afirmación heredada del feminismo y citada en la primera parte de este libro: por más presente y enraizado que esté el patriarcado/kyriarcado en nuestras vidas, éste no es natural en el ser humano y tiene un principio histórico y por ello sabemos que tendrá un final también histórico. En este sentido varias autoras han ido realizando trabajos interesantes acerca de cómo desmontar el patriarcado/kyriarcado desde la subjetividad femenina. Entre ellas las más importantes son Virginia Wolf, Simone de Beavoir, Judith Buttler, Beatriz Preciado, Margarita Pisano, Coral Herrera, Marcela Lagarde. Implica lo que esta última llamaría por ejemplo sororidad.
La sororidad es la hermandad entre mujeres, la acción de reconocerse como iguales y diferentes al mismo tiempo. De lo que se trata es de ir construyendo lazos fuertes entre todas, a partir del reconocimiento de que todas son construidas por un mismo modelo patriarcal que las hace vivir de forma subordinada. Pero este reconocimiento supone un proceso muy íntimo y personal de reconstrucción y de duda. Se debería recobrar un principio de autoestima indispensable que desmonte toda la carga negativa con la que crecen las niñas. A esta reconstrucción le ayudará en su momento el trabajo de apoyo con otras mujeres. El grupo de referencia, el poder tener espacios para, en confianza, hablar de las experiencias cotidianas, de las dudas, de los conflictos. Esto nos parece fundamental.
Con todo lo anterior, podemos intuir la secuencia que sigue:
• Evidenciar que todas las mujeres, en mayor o menor medida, de acuerdo al carácter o a la condición de clase, cultural, etc. (en esto son diferentes), se ven atravesadas por el discurso y la praxis patriarcal en sus vidas (en esto son iguales).
• Dudar, cuestionar si todo lo que se percibe, todo lo que se hace, cómo se relaciona con su familia, con su pareja es lo mejor para ella misma. (¿me hace bien? ¿me permite realizarme como persona? ¿contribuye al propósito para el que Dios me creó, para la felicidad en última instancia?).
• Auto-percibirse positivamente (“me quiero a mi misma y me acepto como soy, sobre todo físicamente”).
• Apoyarme en otras mujeres que pasan por las mismas u otras experiencias y que al reunirse y simplemente conversar podrán iluminarse entre todas para poder tener un grupo de apoyo y refuerzo (porque las reconstrucciones implican destrucciones primero y esto generará crisis por supuesto: se necesita apoyo para sobrellevar los momentos más duros y no renunciar a la primera).
La condición femenina, la subjetividad femenina puede reconstruirse para poder así mismo construir un mundo mejor en el que podamos vivir lejos de la violencia, del dolor, de la frustración, de la infelicidad… Pero esta es una parte del proceso ineludible y que la mujer está llamada a concretar. Sin embargo, es indispensable la participación de los varones… y es aquí precisamente que pasamos al siguiente paso.
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