miércoles, 10 de octubre de 2018

La influencia de la teología patriarcal


Tres temas que debemos recordar del anterior paso son: que la teología es siempre contextual, esto es, que responde a su tiempo, a las necesidades de cada comunidad; que ha sido escrita, construida y trabajada en su gran mayoría sólo por varones; y que hay dos tendencias teológicas en nuestra historia, una conservadora o androcéntrica y otra liberadora. Tengamos siempre presentes estos puntos. 

Para acercarnos a la teología llamada patriarcal o androcéntrica en este paso, sólo abordaremos los aspectos más representativos que ésta trabaja en relación a nuestro tema, género.

De inicio diremos que para esta teología la mujer, y todo lo relacionado con su esencia femenina, es inferior al varón y a lo masculino. Por eso las imágenes con las que nombramos a Dios son eminentemente masculinas: todopoderoso, padre, celoso, señor de los ejércitos, etc. Esta noción está tan arraigada en nuestra subjetividad como creyentes que lo encontramos como natural, porque hemos crecido con ella. Para trabajar un poco el por qué esta idea está tan internalizada en nuestra conciencia colectiva cristiana, vamos a realizar un ejercicio. A continuación haremos referencia a determinados textos bíblicos, a otros de la patrística y a algunos más de teólogos importantes para de-construir todo un entramado misógino en los documentos fundacionales de nuestra fe.

 La primera cita ineludible es Génesis 2, 7-23 en el que se relata la creación del ser humano. Primero es creado Adán y de su costilla es formada la mujer. Se ha leído este pasaje desde la perspectiva de la jerarquía en orden de quién fue creado primero, pero también en sentido de la dependencia, ya que la mujer salió de la costilla masculina… Es una evidente justificación de la preeminencia del varón sobre la mujer. 

A nadie que haya leído con un poco de atención el Génesis se le escapa que la anterior cita es el segundo relato de la creación del ser humano. Génesis 1, 26-28, narra que los dos, varón y mujer fueron creados del polvo. ¿Cómo entender este doble relato, sin entrar en la contradicción más flagrante? El Talmud judío resuelve de la siguiente forma tales cuestiones: en el primer relato la mujer y el varón son iguales y la mujer peca por insumisa, por insubordinación ante la autoridad de Adán. Entonces esta primera mujer es desterrada. El libro sagrado judío la llamará Lilith, un demonio. La segunda mujer, Eva, es dócil ante Adán quien por fin encuentra la compañera de sus sueños, arrancada de su carne y de su sangre, de su costilla, dependienta de él. 

El mensaje es claro. Es un juego de arquetipos femeninos en los que se pone en escena a las mujeres. Las virtudes femeninas que son exaltadas coinciden con los beneficios que el patriarcado permite a los varones y fortalece la imagen subordinada de las mujeres. El comportamiento “anómalo” en las mujeres es censurado y maldecido. Eva y Lilith son dos imágenes femeninas que se proyectan como una sombra gigantesca sobre todas las mujeres que con el tiempo abrazarán el cristianismo.

 Pero aún después del incidente con el árbol del conocimiento, las mujeres son las que heredan de Eva el ser incitadoras del pecado y aquí es donde enganchamos con la siguiente imagen. 

A partir de lo anterior, y en textos posteriores, el cuerpo de las mujeres es considerado impuro. Por ejemplo en Levítico 15, 19-30, se establece que la menstruación femenina implica un estado de impureza que dura siete días, debiendo la mujer recluirse de la cotidianidad durante ese tiempo, ya que todo lo que entrase en contacto con ella sería impuro. El levítico 12, 1-8 también prescribe la impureza de la mujer que acaba de dar a luz. 40 días si la criatura recién nacida es un varón, 80 días si se trata de una mujer. 

De ejemplos análogos que nos citan personas dedicadas a la antropología que estudiaron diversos pueblos, podemos hacer algunas inferencias. Por ejemplo los Yanomamo, un pueblo en la Amazonía entre Venezuela y Brasil, tienen instituciones similares para la regulación de los ciclos de los cuerpos femeninos. Las mujeres menstruantes son confinadas en chozas especiales que aseguran aislarlas del contacto con el resto del pueblo. Ni siquiera ellas pueden tocar sus propios cuerpos y tienen varas especiales para poder librarse de las comezones más molestas. 

Es de resaltar que los Yanomamo son uno de los pueblos más feroces del mundo entero, sólo superados en su misoginia y machismo por los Sambia de Papúa Nueva Guinea. 

Este tipo de prescripciones del antiguo testamento no son elementos aislados. Los textos contra la homosexualidad también se multiplican. El Levítico 18:22, afirma: “No te echarás con varón como con mujer; es abominación”. El Levítico 20:13 dice por su parte: “Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre”. Si bien podríamos continuar, nos parece suficiente dejar esta evidencia ahora. 

El patriarcado se nutre de la condena y la subordinación no sólo de las mujeres, sino de todo lo considerado femenino o afeminado. La homofobia es también una suerte de misoginia. Esto lo hemos tratado ya antes.

 Pero sigamos en el Nuevo Testamento. Un texto interesante para ejemplificar el sedimento sobre el que se construyen nuestros perjuicios contra las mujeres, lo podemos encontrar en la primera carta de Pedro: 

Igualmente, vosotras, mujeres, sed sumisas a vuestros maridos para que, si incluso algunos no creen en la palabra, sean ganados no por las palabras sino por la conducta de sus mujeres, al considerar vuestra conducta casta y respetuosa. Que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados, joyas y modas, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un espíritu dulce y sereno: esto es precioso ante Dios. Así se adornaban en otro tiempo las santas mujeres que esperaban en Dios, siendo sumisas a sus maridos; así obedeció Sara a Abrahán, llamándole Señor. De ella os hacéis hijas cuando obráis bien, sin tener ningún temor” (1 Pe 3,1-6). 

La filiación a Sara para las mujeres es muy importante. Pero hay una cita más significativa aún, muy citado cuando se tiene que defender las razones por las que las mujeres no son ordenadas dentro de la Iglesia católica:

 Sin embargo, quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios. Todo hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta a su cabeza. Y toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su cabeza; es como si estuviera rapada. Por tanto, si una mujer no se cubre la cabeza, que se corte el pelo. Y si es afrentoso para una mujer cortarse el pelo o raparse, ¡que se cubra! El varón no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen de la gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón. En efecto, no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón. Ni fue creado el varón por razón de la mujer, sino la mujer por razón del varón (1 Co 11,3-9).

 El tema central de la anterior cita es la cuestión de que si la mujer es o no imagen de Dios. ¿No les recuerda a Sepúlveda preguntando si los indios son o no creación de Dios? La respuesta está clara: la mujer no es imagen y semejanza de Dios. Y es aquí que podemos dar un salto hacia la patrística. 

Sabemos que la patrística fue un periodo de sistematización del mensaje de los/as primeros/as cristianos/as. Esta tarea ineludible se llevó a cabo dentro de un marco restrictivo de acción. Primero las comunidades escriben desde la defensa del mensaje, cuestionado por otros pensadores y corrientes de la época. Luego escriben para delimitar los sentidos del mensaje, frente a una serie de discursos diversos, relacionados con él. En ambos casos el trabajo de los padres de la Iglesia, entre los que se contaban a Ireneo, Orígenes o Tertuliano, fue de un denodado acto de justificación y defensa del mensaje cristiano, lo que les llevó a las primeras sistematizaciones de la Palabra. Tarea importante. Claro, aquí podemos ver cómo el cristianismo naciente se nutre de otros discursos como la filosofía griega o el legalismo romano. De Tertuliano es la siguiente cita del texto De culta Feminarum: 

¿Y no sabes tú que eres una Eva? La sentencia de Dios sobre este sexo tuyo vive en esta era: la culpa debe necesariamente vivir también. Tú eres la puerta del demonio; eres la que quebró el sello de aquel árbol prohibido; eres la primera desertora de la ley divina; eres la que convenció a aquél a quien el diablo no fue suficientemente valiente para atacar. Así de fácil destruiste la imagen de Dios, el hombre. A causa de tu deserción, incluso el Hijo de Dios tuvo que morir. 

Tertuliano, al igual que otros contemporáneos suyos, elabora un discurso justificativo del estado de cosas de su tiempo: el patriarcado. La situación dada, la opresión de las mujeres, es normalizada en nombre del acuerdo cultural. La actitud es evidente: Eva es pecadora y su pecado es heredable y extendible a todo su pueblo. 

El trabajo de Juana Tórrez plantea que la imagen que los padres de la Iglesia construyen de la mujer gira en dos términos, en dos dimensiones: primero es la descripción de la mujer como la pecadora, como la tentadora, carnal e imperfecta en contraposición con el varón que es imagen y semejanza de Dios, espiritual y bueno (otra vez las esencias); la otra es la pura y buena, abnegada y sacrificada, dispuesta a la renuncia y obediente, como María. Estas son las dos imágenes que construyen los padres de la Iglesia en torno de las mujeres, como un reducido instrumental de interpretación y acercamiento al fenómeno femenino. 

Posteriormente una suerte de Concilios que también trataron el tema de las mujeres de manera muy particular, leyeron la realidad a la luz de los anteriores textos, a la luz de la teología descrita. A continuación una tabla que le pertenece a John Wijngaards que maneja la tesis de que toda la exclusión de la mujer en relación a lo sagrado, a la ritualidad y sobre todo al sacerdocio, está construida a partir de la premisa de su impureza ritual, que se manifiesta en su sangre menstrual.

• Los Concilios locales en Francia, Orange (441) y Epaón decretaron que no se ordenarían mujeres diáconos en esas regiones. La razón obvia fue el temor de que las mujeres que menstruaban profanaran el altar.

• El Papa Gelasio I (494) objetó que las mujeres sirvieran en el altar. • El Sínodo Diocesano de Auxerre (588) decretó que las mujeres debían cubrirse las manos con una tela “dominical” para poder recibir la comunión. 

• El Sínodo de Rouen (650) prohibió a los sacerdotes poner el cáliz en las manos de las mujeres o permitirles distribuir la comunión.

• El obispo Timoteo de Alejandría (680) ordenó que las parejas deben abstenerse de relaciones sexuales los sábados y domingos y en el día previo a recibir la comunión. Las mujeres que menstruaban no podían recibir la comunión, no podían recibir el bautismo o visitar la Iglesia durante la Pascua.

• El obispo Teodoro de Canterbury (690), ignorando la carta del Papa Gregorio el Grande dada a su predecesor, prohibió a las mujeres menstruantes visitar la Iglesia o recibir la santa comunión. Las madres permanecían impuras por 40 días después de dar la luz.

• El obispo Teodolfo de Orléans (820) prohibió a las mujeres entrar al santuario. También dijo que:

 ...las mujeres deben recordar su enfermedad y la inferioridad de su sexo; por tanto, deben tener miedo de tocar cualquier cosa sagrada que está en el ministerio de la Iglesia.

De un tiempo a otro existe una línea que encadena los acontecimientos de forma claramente lógica y causal.

 A continuación citaremos al gran representante de la filosofía escolástica y teólogo indiscutible que marca su influencia hasta nuestros días, Agustín de Hipona. He aquí su particular mirada sobre lo femenino:


 Es Eva, la tentadora, de quien debemos cuidarnos en toda mujer… No alcanzo a ver qué utilidad puede servir la mujer para el hombre, si se excluye la función de concebir niños.

 Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones 

Quién podría, como dijimos antes, negar la lucidez de Agustín sobre infinidad de temas fundamentales. Lo anterior es una radiografía de su tiempo.

 Pero sigamos con otro teólogo igual de importante para nuestra tradición cristiana, Tomás de Aquino, en la Summa Theologica:

 En lo que se refiere a la naturaleza del individuo, la mujer es defectuosa y mal nacida, porque el poder activo de la semilla masculina tiende a la producción de un perfecto parecido en el sexo masculino, mientras que la producción de una mujer proviene de una falta del poder activo.

Pero pareciera que nos remitimos al mundo católico y esta tradición de exclusión de la mujer, de su representación reducida a un par de clichés (santa o pecadora), permea toda nuestra historia cristiana.

 A continuación dos teólogos fundamentales de la reforma, quienes también nos presentan su mirada patriarcal. 

En primer lugar hay que recordar la visión patriarcal de Martín Lutero, quien al respecto comenta lo siguiente:

 Los hombres tienen hombros anchos y caderas estrechas. Están dotados de inteligencia. Las mujeres tienen hombros estrechos y caderas anchas, para tener hijos y quedarse en casa. 

 Si observamos esa formulación, Martín Lutero se acerca mucho a los pensadores (teólogos) masculinos de la tradición católica. Porque así como Agustín de Hipona pensaba que la mujer sola por sí misma, no es la imagen de Dios y Tomás de Aquino, que ella está de forma natural sujeta al varón, porque en el hombre predomina la razón, conceptos como estos no cambian demasiado con la llegada de la Reforma. 

Calvino tampoco se escapa a formular una teología con esa visión teológica patriarcal, la cual rechaza lo femenino y enaltece lo masculino. Calvino también pensaba que la mujer era inferior al hombre:

 Las mujeres por naturaleza (esto es, por la ley natural de Dios) nacen para obedecer, porque todos los hombres sabios siempre han rechazado el gobierno de las mujeres, como monstruosidad contranatura.

El concepto contranatura, que emplea calvino, es de origen tomista (de Tomás de Aquino), el cual se utilizó para rechazar cualquier forma de poder de la mujer y que luego sería empleado para atacar las diversidades sexuales: lo natural es lo bueno, dado por Dios y lo contranatural es la abominación. 

Ann Loades, teóloga norteamericana, retomando las palabras de Margaret Farley, plantea lo siguiente en relación a esta teología llamada tradicional, conservadora, ortodoxa y androcéntrica:

Los escollos para considerar a la mujer como plena “imagen de Dios” han sido cuatro:

1, la dificultad para hallar en Dios feminidad. 
2, la insistencia en que la mujer es un derivado, y por tanto secundaria respecto del varón.
3, asumir que la mujer se caracteriza por la pasividad y 
4, la tendencia de identificar a la mujer con la corporeidad, en cuanto opuesta a la inteligencia trascendente.

 Con esto pasamos al siguiente paso, dedicado a la reconstrucción de estos paradigmas religiosos en aras de una teología liberadora. 

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