La conquista
Unas pocas palabras sueltas, relacionadas exclusivamente por asociación de ideas, pueden constituirse en una síntesis de más de 350 años de conquista y colonialismo español en América: inquisición, genocidio, explotación, saqueo, transculturación... Estos procesos negativos son la esencia de la historia no oficial descrita desde el punto de vista de los pueblos conquistados. Sin considerar esta versión como una verdad absoluta, los testimonios comprobados de esos períodos históricos manifiestan que la destrucción sistemática de la cultura local y su reemplazo por las pautas culturales impuestas desde la metrópolis fue una tarea primordial que justificaba el uso de cualquier medio para llevarla a cabo.
Dos cronistas de la época dejaron sus textos como pruebas: "(...) pues como las minas eran muy ricas y la codicia de los hombres insaciable, trabajaron algunos excesivamente a los indios; otros no les dieron de comer como convenía... Dieron así mismo gran causa a la muerte de estas gentes las mudanzas que los gobernadores y repartidores hicieron de estos indios; porque andando de amo en amo y de señor en señor y pasando los de un codicioso a otro mayor, todo eso fue unos aparejos e instrumentos evidentes para la total definición de esta gente y para ello, por las causas que he dicho o por cualquiera de ellas, muriesen los indios. Y llegó a tanto el negocio, que no solamente fueron repartidos los indios a los pobladores, pero también se dieron a caballeros privados, personas aceptas y que estaban cerca de la persona del rey Católico, que eran del Consejo de Castilla y de Indias", según describe el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo. Mientras que un fragmento de declaración del sacerdote Bartolomé de las Casas dice "(...) por ende digo que tengo por cierto y lo creo así, porque creo y estimo que así lo tendrá la Santa Romana Iglesia, regla y mesura de nuestro creer, que cuanto se ha cometido por los españoles contra aquellas gentes, robos, muertes y usurpaciones de sus Estados y señoríos de los naturales reyes y señores, tierras y reinos, y otros infinitos bienes, con tan malditas crueldades, ha sido con la ley de Dios (...)"
Por tanto no es que se elijan sólo procesos negativos para caracterizar la época de la conquista americana, es que la mayoría de ellos fueron irremediablemente perjudiciales para los habitantes aborígenes.
Los primeros años posteriores a la llegada de Cristóbal Colón a América conducentes a la Edad de Oro del Imperio Español permitieron encontrar en esas nuevas tierras un objetivo que el azar brindaba para el lanzamiento hacia las metas de poder económico y político ambicionadas por la jerarquía reinante. La mayor parte de aquellos sueños de grandeza se forjaron sobre diversas formas de servidumbre a las que se vieron sometidos los indígenas. Los aristócratas, funcionarios públicos, militares o religiosos españoles los tenían a su servicio personal como tamemes o cuidadores de ganado, cargadores o servidores domésticos, reproduciendo el estaus esclavizante reservado para la plebe y los esclavos en el modelo de estructura social española de la época.
Los conquistadores ignoraron el entramado cultural vigente en esos pueblos y las jerarquías sociales existentes en los mismos, para imponer sus valores propios.
La campaña evangelizadora de la iglesia católica desnuclearizó la estructura social indígena. Los aborígenes eran alejados de sus agrupaciones tribales o multifamiliares, promoviendo deportaciones masivas hacia lugares con climas y costumbres diferentes, para formar las congregas que construían iglesias y conventos y para servir a los religiosos de esas residencias.
A partir de 1553 los indígenas eran obligados a proporcionarle sustento a los sacerdotes (según acuerdo legal entre Audiencia e Iglesia) a través del camarico; una especie de impuesto que consistía en la entrega diaria a la jerarquía religiosa de esa comunidad, de un par de gallinas, y la cesión de entre tres y cuatro mujeres que elaboraran pan, recogieran frutas e hicieran la comida para los caballos. La mayoría de los religiosos terminaron cobrando ese impuesto en monedas de plata. En 1537, sin embargo, el Papa Paulo III admitió que los indios americanos eran "seres humanos, dotados de alma y razón", en su bula Sublimis Deus. Algunos historiadores creen ver detrás de esa bula misericordiosa, el resultado perverso de las luchas políticas entre la iglesia católica y las jerarquías monárquicas del siglo XVI. Estos enfrentamientos, abiertos en muchas ocasiones, eran lo suficientemente enconados como para creer que la declaración del Papa se debía simplemente a un piadoso pensamiento cristiano iluminado por el espíritu santo. Los siglos y acontecimientos subsiguientes confirmaron que el reconocimiento de los indios como seres humanos había actuado como única razón justificadora para emprender con rigor y organización la cruzada evangelizadora: difícilmente se pudiera entender la llegada masiva de eclesiásticos a América con la misión de convertir animales al cristianismo. Un juicio sencillo pero básico para la elaboración posterior del sofisma que engendra la división entre la civilización europea y la barbarie americana (dos estadios diferentes de desarrollo cultural que presupone la primacía de uno sobre otro y la imposición didáctico práctica del vencedor).
En la sociedad civil se repitieron y multiplicaron los factores de dominación. La figura del encomendero era de fundamental importancia: autorizado por la propia Corona española, se encargaba de repartir los indios de la comarca para la realización de determinados trabajos, según sus necesidades productivas y personales; y además gozaba de la facultad de exigirles tributo. La ambición desenfrenada de los conquistadores y encomenderos llevó a someter a los indios y ofrecerlos como moneda de cambio convertible en oro.
El mismo camino seguían los indígenas que entraban en la mita o sorteo de trabajadores realizado por los Señores del lugar, para llevar a cabo trabajos en las haciendas; o los sometidos a una especie de esclavitud oculta denominada por los indígenas yanaconazgo o yanaconaje (como se le suele llamar en Perú) igual a efectuar servicios personales para el patrón noble, entre los que se contaban también los requerimientos sexuales.
Estas relaciones humanas y de producción eran consecuencia de la transferencia del sistema de vida feudal europeo al nuevo continente, cuyo modelo social y económico era absolutamente desigualitario, profundamente injusto, promovedor de privilegios y esclavitudes. Características incrementadas en América gracias al ejercicio del poder absoluto que los conquistadores se autoatribuían por gracia divina.
El marco de represión en el que se desarrolló este régimen de dominación, incluidas las guerras pertinentes, es conocido a través de sus consecuencias. En 1492 había aproximadamente 90 millones de indígenas viviendo en América (66,5 millones en Sudamérica; 13,5 en América Central y 10 millones en Norteamérica). Cien años más tarde el equilibrio demográfico se había roto de tal manera a causa de las guerras, las enfermedades y las matanzas, que los habitantes indígenas de Sudamérica se habían reducido en 40 millones de personas. En 1652, los 13,5 millones de indios centroamericanos se habían transformado en 540.000. Y en 1692, en el segundo centenario del desembarco europeo en América, la población indígena total superaba apenas los 4,5 millones de habitantes, según datos proporcionados por la organización Survival International.
El derecho regio se antepuso a cualquier legislación consuetudinaria indígena cuando citaba que "la toma de posesión de tierras conquistadas para el soberano español y el derecho de un quinto sobre toda presa y botín o reintegro de gastos que se hubieran hecho con cargo a las cajas reales y la totalidad de lo que fuera tomado, aprisionado o rescatado de los príncipes y monarcas vencidos" eran deberes de los conquistadores.
La gestión de las tierras nuevas y su explotación económica estuvo presidida por la transferencia permanente de recursos hacia la metrópolis, que ya no cesaría durante toda la dominación española, y que continuaría aunque con procedimientos diferentes hasta el presente.
Durante el período 1503 1660 las remesas totales de metales preciosos embarcados desde América hacia España alcanzaban los 181.333 kilos de oro y 16.886.815 kilos de plata según la constancia oficial registrada en los Libros de Cuenta y Razón y Cargo y Data de la Casa de Contratación. Indudablemente, entre esos datos no se cuentan las cargas de los navíos clandestinos que no figuraban en los listados de navegación de la Casa de Contratación, ni las inversiones realizadas por los nobles y burgueses españoles en castillos y mansiones en el propio territorio americano.
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