sábado, 24 de noviembre de 2018

Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir-John Shelby SPONG-2


texto tomado del prólogo del libro homónimo:Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir Una nueva Reforma de la fe y la práctica de la Iglesia John Shelby SPONG Título original: Why Christianity Must Change or Die. A new Reformation of the Church's faith and practice, HaperCollins Publishers, New York, 2003 Primera edición: febrero de 2014

Esto ocurrió en un momento de gran conmoción en la Iglesia Episcopal, Anglicana, cuando las mujeres estaban demandando el acceso a la ordenación. En protesta contra la lentitud del proceso de decisión de una Iglesia burocrática, las mujeres habían sido ordenadas “irregularmente” en Philadelfia en 1974 y en Washington en 1975. Estos cambios suscitaron un enorme enojo en los defensores conservadores, quienes deseaban purificar la iglesia de aquellos que rompieron la disciplina de su “fe y la práctica histórica” de un sacerdocio cristiano de sólo hombres. El obispo de la Diócesis de Virginia, Robert B. Hall, era conocido por su comprensión hacia las mujeres ordenadas. Cuando una de las mujeres irregularmente ordenadas celebraba la Eucaristía en una iglesia de esa diócesis con el obispo Hall en la congregación, el respondió a sus críticos que sus ojos estaban cerrados en oración para no ver la presencia ofensiva de la mujer. Los conservadores no estaban felices. Por eso, la combinación de este obispo liberal, que no obedecía la prohibición de la Iglesia contra las mujeres, con este sacerdote liberal, en diálogo con judíos, hizo que la prensa religiosa derechista se refiriera a la Virginia conservadora como “un área de desastre”. La diócesis de Virginia nunca antes había sido honrada tan significativamente.

El debate había comenzado a tranquilizarse cuando fui elegido obispo de Newark el 6 de marzo de 1976. Ahora el rector que “negaba que Jesús era Dios” sería uno de los obispos gobernantes de la Iglesia.

Fue más de lo que Simcox y Laukhuff podían soportar. Como respuesta, iniciaron una campaña nacional para prevenir que mi elección fuera confirmada. Citas de Este señor hebreo fueron sacadas de sus páginas y enviadas profusamente a los obispos y miembros de todos los comités diocesanos de Estados Unidos. Asistido por el Reverendo Dr. Philip Cato, escribí una respuesta cuidadosa y razonable a estas acusaciones imprudentes. No sirvió. “Un nuevo obispo Pike está naciendo”, afirmó la prensa. Una diócesis, West Virginia, para la cual yo había rechazado uno año antes la candidatura a ser nombrado obispo, decidió que yo no era apto para ser obispo en ninguna parte. Sin embargo, cuando se votó, fui confirmado por una mayoría arrolladora, con sólo siete comités votando no. El efecto de esa campaña fue, primero, que las ventas de Este Señor hebreo subieron y, segundo, que entré a cuerpo episcopal siendo más reconocido que los obispos que lo eran por décadas. La reputación de controvertido, hereje y hasta de no creyente nunca ha abandonado las mentes de mis críticos.

Un libro que publiqué en 1983, titulado Dentro del torbellino: el futuro de la Iglesia, contenía todas las semillas de mi futuro trabajo. Llamé a la Iglesia Cristiana a entrar a la revolución del conocimiento, la revolución sexual y la revolución contra la identidad tribal y los prejuicios en un mundo moderno radicalmente interdependiente. Sin embargo, el hecho de que este volumen todavía estaba en el reino de lo teórico y especulativo no logró avivar los rescoldos de la controversia latente.

Todo eso cambió a finales de los ochenta, cuando el tema de la discriminación de la Iglesia hacia las personas gay y lesbianas se agravó. En 1987 la diócesis de Newark se convirtió en la primera diócesis de la Comunión Anglicana en hacer un llamado oficial a la Iglesia para que termine sus prácticas homofóbicas y sea honesta en ordenar a candidatos gay o candidatas lesbianas calificados para el sacerdocio. Esta diócesis también pidió a la Iglesia tomar cualquier acción necesaria para permitir a su clero bendecir públicamente el compromiso sagrado de parejas gay y lesbianas. En 1988 publiqué un libro diseñado para llamar a la Iglesia a una nueva conciencia acerca de estos temas sexuales. Se titulaba ¿Viviendo en pecado? Un obispo repiensa la sexualidad humana. El 16 de diciembre de 1989, respondiendo a mi propio estudio y a la recomendación de los cuerpos de decisión de la diócesis de Newark, procedí a ordenar al sacerdocio a un hombre que durante cinco años había vivido en una relación públicamente conocida con su compañero. Él era un graduado de seminario que también poseía el apoyo entusiasta de su facultad teológica. El asunto ya no era teórico.

Una vez más la furia de la derecha religiosa se desató. Por supuesto, el catalizador fue esta ordenación gay pero, en el intento de desacreditarme de cualquier manera posible, los viejos temas teológicos surgieron una y otra vez. El argumento fue que este tipo de acción sólo se puede esperar de alguien que es teológicamente sospechoso. Desde ese día hasta hoy, el tamborileo de hostilidad de los círculos conservadores, fundamentalistas y evangelistas ha sido mi pan de cada día. Llegó a su clímax cuando el obispo asistente de la diócesis de Newark y, por ende, mi compañero en la oficina episcopal, el Muy Reverendo Walter Righter, fue oficialmente acusado de herejía en 1996. Su crimen fue que en 1990, actuando en mi nombre y con mi autoridad, ordenó al diaconado al Reverendo Barry Stopfel, un hombre abiertamente gay que vivía en vida de pareja con el Reverendo Will Leckie. Yo ordené a este hombre al sacerdocio el año anterior, después de su ordenación de diácono en una ceremonia muy pública. Pero cuando se le formuló la acusación de herejía, fue mi asociado y no yo quien fue escogido para recibirlo. Tal vez sintieron que él sería un blanco más fácil o simplemente no quisieron proporcionarme la oportunidad de un foro público tan grande.

Durante los años que separaron esa primera ordenación gay y el juicio de herejía del obispo Righter, yo continué mi carrera de escritor y hice presión sobre las barreras teológicas de la comprensión tradicional del cristianismo. En 1990 publiqué lo que sigue siendo mi libro de más ventas, Rescatando a la biblia del fundamentalismo, el cual, entre muchas otros puntos significantes, sugerí que tal vez el “espina en la carne” que atormentaba a san Pablo, ese poder al cual su cuerpo decía que sí aun cuando su mente decía no, era que él mismo era un hombre gay profundamente reprimido y con auto-rechazo. En 1992 publiqué Nacido de mujer, en el cual planteé la posibilidad de que los relatos del nacimiento de Jesús encontrados en Mateo y Lucas fueron creados para cubrir el cargo, seguramente planteado por críticos del cristianismo en el primer siglo, de que Jesús era hijo ilegítimo. Hay pistas de esta acusación esparcidas a lo largo de los evangelios, como minas por excavar, si uno sabe cómo leer esos textos. También especulé la posibilidad de que Jesús pudo haber estado casado con María Magdalena; una cantidad significativa de datos del Nuevo Testamento apuntan a la posibilidad de esa teoría. Descubrí que la resistencia más profunda a esa sugerencia viene de aquellos que tienen una imagen de la mujer muy negativa, que no pueden imaginarse que un Cristo divino se asociara íntimamente con una mujer contaminante. Por eso, mi especulación fue un ejercicio de concienciación.

En 1994 cuando salió Resurrección: ¿mito o realidad?, afronté el hecho de que ver la resurrección de Jesús como una resurrección física era una tradición que se desarrolló en el cristianismo temprano. Traté de demostrar que el cristianismo primitivo representado por Pablo, Marco y –yo también diría– Mateo, 5 no hizo ninguna de esas afirmaciones, y que el destello original de luz que acompañó el nacimiento del cristianismo no dependía de esta teoría “ortodoxa”.

En 1996, en Liberando los Evangelios, 6 argüí que los autores de los evangelios sinópticos, Mateo, Marco y Lucas, no fueron testigos presenciales, ni tampoco los evangelios se basaron principalmente en las memorias de testigos oculares de la vida de Jesús. Si no que estos evangelios fueron trabajos litúrgicos organizados con los antecedentes del año litúrgico judío. Por lo tanto, no deben de ser tomados literalmente, pero su significado sí debe ser investigado desde ese contexto judío. 

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