lunes, 17 de diciembre de 2018

CARTA DE SANTIAGO, CARTAS I Y II DE PEDRO, Y CARTA DE JUDAS. CARTAS CATÓLICAS-John Shelby Spong


 John Shelby Spong


Casi al final del Nuevo Testamento nos encontramos con cuatro pequeños documentos, más que libros, que llevan el nombre de tres figuras conocidas de la tradición evangélica: la Carta de Santiago; la Primera de Pedro, de cinco capítulos como la anterior; la Segunda de Pedro, con tres capítulos; y, por último, la de Judas, con un solo capítulo. 

La Carta de Santiago es, por muchas razones, el contrapunto de la principal tendencia del Nuevo Testamento, es decir, la tendencia de Pablo. Por eso, tradicionalmente se pensó que era la obra no de Santiago, el hijo del Zebedeo, o de Santiago, el hijo de Alfeo (dos miembros del grupo de los doce), sino de Santiago, el hermano del Señor. Este tercer Santiago, el hermano del Señor, suele sorprender a quienes, de forma inconsciente, dan por sentado que María fue siempre virgen y no tuvo más hijos que Jesús; al que tuvo, además, de forma milagrosa. Sin embargo el hecho es que Marcos, en su capítulo 6, nombra a cuatro hermanos de Jesús: Santiago, José, Simón y Judas, aparte de mencionar dos hermanas suyas, cuyo nombre no dice.

 Santiago, el hermano del Señor, también figura en la Carta los Gálatas, donde es el cabeza de la comunidad cristiana de Jerusalén y el adversario de Pablo. Pablo lo presenta como el defensor del criterio de que para llegar al cristianismo hay que pasar a través del judaísmo, es decir, a través de aceptar todas sus leyes y reconocer la centralidad de la Torah. Pablo se opuso a esto no sólo en Gálatas sino también en todo su ministerio, que consistió, principalmente, en anunciar el evangelio directamente a los gentiles, sin necesidad de pasar por el judaísmo. Hubo, pues, un momento en que Santiago, el hermano del Señor, fue el portavoz de una opción y de un modelo importantes de lo que significaba ser cristiano. La epístola de Santiago contiene una forma tardía de este argumento anterior; y hoy sirve para equilibrar la abrumadora teología de la gracia procedente de Pablo. Martín Lutero, descendiente teológico directo de Pablo, llamó a esta Carta la epístola de la paja, y trató de extirparla del Nuevo Testamento pero, obviamente, no lo logró. La Carta de Santiago afirma que la fe sin obras no es suficiente, aunque, de hecho, lo que plantea es que la fe sin obras está muerta. 

Como la Carta a los Hebreos, la Carta de Santiago es más un tratado o un sermón que una Carta. Sin embargo, nos descubre algunos rasgos del cristianismo pre-paulino, propio de los primeros cristiano-judíos. Sus 108 versículos contienen 60 exhortaciones sobre cómo debe vivirse el Evangelio. Hay en ella algunos ecos del Sermón del Monte y su base es una serie de prescripciones éticas. En estas Cartas, ética significa la exigencia de la Ley o de la Torah, mientras que, en las Cartas de Pablo, ética significa el fruto del Espíritu. Aquí reside la base de la más antigua polémica en la historia del cristianismo. La Carta de Santiago se sitúa, por lo general, en la última década del siglo I, entre el año 90 y el año 100; por lo que parece muy poco probable que su autor fuera Santiago, el hermano de Jesús. Sin embargo, hay que reconocer que la Carta apoya el punto de vista que parece que Santiago sostuvo, aunque debemos aceptar que todo lo que conocemos de Santiago nos viene o de Pablo en Gálatas o de Lucas en el libro de los Hechos. En el Evangelio de Juan hay algunas referencias a los hermanos de Jesús, pero ninguna es positiva. Sin embargo, no tenemos ningún motivo para pensar que alguna de estas fuentes sea objetiva. Considero que la Carta de Santiago es de valor, pero no de gran valor. Desde el principio inspiró la acción caritativa y ello fue la principal razón de su inclusión en el Nuevo Testamento.

 La Primera Carta de Pedro se escribió probablemente al final del siglo I, en un griego culto que Simón Pedro, pescador de Galilea, seguro que no pudo utilizar. El objetivo de la Carta fue dar ánimos a los cristianos acosados por la persecución, probablemente en Asia Menor, en lo que hoy llamamos Turquía. El texto dice haberse escrito en Roma, durante la persecución de Nerón, en la que Pedro fue crucificado al revés, según una tradición no documentada. Estas circunstancias de la Carta se han usado, en diferentes épocas, para respaldar que Pedro fue el primer obispo de Roma y, por ende, el primer Papa. Esta idea se reforzó con las palabras que, según Mateo, Jesús dijo a Pedro acerca de que sobre esta roca, (es decir, Pedro, en vez de la fe de Pedro) edificaré mi iglesia. Argumentos así parecen transmitir una clara evidencia de que Jesús mismo fue quien quiso que la iglesia cristiana fuera dirigida desde Roma. Ciertamente, en la historia se han dado otras argumentaciones parecidas: Constantino pensó que la iglesia cristiana debía gobernarse desde Constantinopla; los mormones piensan que debería serlo desde Salt Lake City y el movimiento de la Cienciología piensa que debería serlo desde Boston. Nunca debemos confundir los argumentos de poder de las instituciones, con los argumentos del Evangelio. 

Hay, sin embargo, algunos detalles notables en la Primera Carta de Pedro. Parece oponerse a la resurrección física de Jesús y más bien identifica la resurrección con lo que luego se denominó la Ascensión. Según esto, el autor de este libro estaría en la línea de Pablo, y se contrapondría a Lucas, cuya resurrección es bastante física. Esto me lleva a ubicar la Primera Carta de Pedro en una fecha o anterior al Evangelio de Lucas o anterior, al menos, a la notoriedad alcanzada por dicho Evangelio a mediados de los años 90. 

También tomamos de la Primera Carta de Pedro la frase del Credo: descendió a los infiernos ; frase que originalmente indicaba no un lugar de tormento sino la Gehena, es decir, la morada de los muertos. Pedro sugiere que, entre la crucifixión y la resurrección, Jesús descendió allí y predicó a las almas en prisión. El texto sirvió para apoyar el argumento de que el desarrollo del cristianismo incluyó intentar dar acceso a la salvación a quienes habían vivido antes de Cristo, lo cual era coherente con afirmar la autoridad exclusiva y el carácter de inevitabilidad del nuevo sistema de creencias que se estaba formando. La sensibilidad humana encuentra siempre el modo de disminuir el efecto negativo de las reglas teológicas que virgen en el momento. Los Credos, que muchos creen que cayeron del cielo" tal cual hoy los conocemos, son efecto de una capacidad inimaginable de adaptación a nuevas realidades y sensibilidades.

 La Segunda Carta de Pedro fue probablemente el último libro que se incluyó en el Nuevo Testamento. Generalmente se sitúa en la primera mitad del siglo II, entre el año 135 y el 140 de nuestra era. Obviamente, no lo escribió Pedro. Ninguna atribución autorial de estos cuatro libros de los que estamos hablando supera un análisis serio; hecho que es del conocimiento de los círculos académicos cristianos desde hace al menos doscientos años, pero que el pueblo llano aún desconoce. La Segunda Carta de Pedro cita a la de Judas, que sabemos no se escribió hasta muy avanzado el siglo II. También hace referencias a las cartas de Pablo, a las que trata no sólo como una recopilación conocida sino como una parte de las Escrituras de igual autoridad que cualquier otro texto sagrado. Todo esto refleja un punto de vista y una práctica que no se desarrolló hasta bien entrado el siglo II. Actualmente, pocas veces se repara en esta Carta, y no se la suele citar. Esto es, probablemente, inevitable porque su texto, como ocurre con el de algunos profetas menores, apenas si tiene nada útil de cara a las preocupaciones contemporáneas. 

La Carta de Judas es la última de estas cuatro cartas católicas no joánicas. Al igual que la de Santiago, esta Carta se presenta como atribuida a Judas, otro de los hermanos de Jesús. Es evidente que no hay ningún indicio de que su autor fuera Judas, el supuesto traidor. Sin embargo, esta mención nos lleva al hecho de que, en algunas de las listas de los doce, en el Nuevo Testamento, hay dos apóstoles con el nombre de Judas, y a uno de ellos se le tiene por bueno. Lucas califica, a este Judas bueno, como el hijo de Santiago (Lucas 6:16) y lo pone en la lista de los doce junto con Judas Iscariote. Juan, que no nos da ninguna lista de los doce, hace referencia, sin embargo, a un apóstol llamado Judas, que no es el Iscariote (14:22). El Evangelio de Marcos es el que se refiere a un Judas, hermano de Jesús. La tradición ha tratado de asociar esta Carta con uno de estos dos Judas: o el hijo de Santiago y uno de los doce, o el hermano del Señor. Llegar a identificar uno de estos dos personajes bíblicos como el autor de este libro es prácticamente imposible. Tal como pone de manifiesto el propio texto, la Carta de Judas está escrita a finales del siglo I, es decir, mucho después del período de vida razonable para cualquier personaje del Nuevo Testamento contemporáneo de Jesús. 

La Carta de Judas es un tratado tardío que refleja una época similar a la de las Cartas Pastorales. Esta Carta da por hecho que el cristianismo está en marcha y tiene incluso un sistema de fe ya codificado. Habla de un cristianismo que se puede articular en un credo. Se refiere al cristianismo, por ejemplo, como la fe que, de una vez por todas, se les dio a los santos. Parece asumir que el cristianismo cayó del cielo en forma de un conjunto de creencias bien argumentadas y con notas a pie de página. Algunos libros de teología sistemática dan la impresión de que todavía comparten esta creencia. Los autores de estos libros (Carta de Judas y Cartas Pastorales) hablan del depósito de la fe, lo cual me recuerda el combustible de un vehículo o una suma de dinero depositada en un Banco, más que una relación viva con Dios. La actitud reflejada en estas Cartas ha contribuido en parte a formarnos la idea del tipo de religión y del tipo de cristianismo que ha fomentado innumerables guerras, persecuciones, cruzadas, inquisiciones y lo que solemos llamar conversiones forzadas de pueblos enteros. Cuando escribí mi libro Los Pecados de la Escritura, la Carta de Judas fue uno de los textos terribles de la Biblia que mencioné. Se ganó esta designación por el uso que los cristianos, a lo largo de la historia, han hecho de él pues lo han usado para justificar una serie de prejuicios peligrosamente asesinos: antisemitismo, racismo, sexismo, homofobia e incluso la degradación consciente del medio ambiente. El libro de Judas tiene, en mi opinión, muy pocas virtudes; una de ellas puede ser la bendición con la que concluye (1:24,25); la cual, con algunas adaptaciones, ha entrado a formar parte de la liturgia de muchas iglesias. 

No todas las partes de la Biblia son igualmente santas. Las Epístolas Católicas que acabamos de repasar no se parecen a otros textos del Nuevo Testamento, ni en integridad ni en vigor. Sin embargo están incluidas en el Libro de Libros y por eso, para completar nuestro viaje, he tenido que hablar de ellas. Os recomiendo que las leáis una vez. No se requieren más de diez minutos. Así las habréis leído una vez y no tendréis que hacerlo más; porque, algunas partes de la Biblia, basta con leerlas una sola vez.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reseña para "LA FLOR INVERTIDA" - Puntuación: 🌟🌟🌟🌟🌟 5/5

Opinión: Las letras del autor las conocí por su libro "Equipaje Ancestral" que tuve la suerte de ganarlo en un sorteo que realizo,...