lunes, 17 de diciembre de 2018

EL EVANGELIO DE JUAN- John Shelby Spong



 John Shelby Spong

Si tuviera que proponer a mis lectores una clave para desbloquear el Cuarto Evangelio y dejar fluir lo mejor de él, esta clave sería que hay que leer el Evangelio de Juan teniendo siempre muy en cuenta que su autor no escribió ni un relato histórico ni una biografía. De suyo, el propio autor ridiculiza a quien interpreta literalmente su mensaje, o entiende mal su uso de los símbolos o intenta tomar al pie de la letra las palabras que él atribuye a Jesús. Puede alguien imaginar, siquiera por un momento, a un profeta itinerante como Juan Bautista, decir textualmente, la primera vez que se encuentra con Jesús: «éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo», y después proclamar que ese hombre es un ser divino preexistente? Sin embargo, esto es lo que hace Juan Bautista en el primer capítulo del Cuarto Evangelio. Este pasaje fija el patrón que el autor quiere seguir en todo el Evangelio. Qué significa llamar a Jesús «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo»? Qué significa reclamar para él una condición pre-existente? Qué experiencia está tratando de comunicarnos el autor? Tal es la cuestión a la que el lector se enfrenta ya en el capítulo inicial del libro. Y esto es sólo el comienzo.

 En el segundo capítulo volvemos a encontrar unas palabras enigmáticas. Se nos dice que, en un banquete de boda, Jesús convierte el agua en vino para que la celebración pueda continuar. Puede alguien imaginar unas circunstancias en las que este relato pueda ser verídico tal cual? Alquimistas medievales intentaron, durante siglos, convertir el hierro o el plomo en oro y no lo consiguieron. A la vista del precio de un buen vino hoy, quizá les hubiera ido mejor si hubiesen seguido el ejemplo de Jesús y hubiesen tratado de convertir el agua en vino. Seguro que Juan no pensó que esto era un relato real, ni pretendió sugerir que la calidad del caldo fermentado por Jesús era tan superior a la del servido antes que Jesús, con ello, invirtió la costumbre de la época, que era servir primero el vino de más calidad y luego, cuando los invitados estaban ya bebidos, sacar el «vino de garrafa». Por eso, lo único que debemos preguntarnos es: qué trató de comunicarnos Juan cuando inició su segundo capítulo con este relato y lo consideró «el primer signo» del ministerio público de Jesús, que así «comenzó a manifestar su gloria»? El propio autor nos da otra pista de que su escrito no debe tomarse al pie de la letra cuando comienza este relato con la expresión «al tercer día», que debía de estar cargada de significado para los creyentes a los que se dirigía.

 En el episodio siguiente, Jesús está en Jerusalén y expulsa del Templo a los cambistas. En los otros evangelios, este relato de la purificación del Templo es un acto final provocativo que lleva directamente a la crucifixión. Juan, en cambio, lo sitúa al comienzo del ministerio público. Y una vez más, las palabras de Jesús son muy significativas. Un judío las relacionaría enseguida con el libro de los Salmos, uno de cuyos versos (69:9) dice que al Mesías, le domina un gran celo, un celo devorador por la casa de Yahvé; y también sabría que Juan en este episodio no cuenta algo que pasó realmente sino que hace un anuncio mesiánico con él. Los lectores de Juan debían de estar familiarizados con el relato del libro de Zacarías que dice que, cuando llegue «el día del Señor», «cesará de haber comerciantes en la casa del Señor de los Ejércitos» (14:21); referencia que sólo es la primera entre otras muchas que Juan tomará del libro de Zacarías; un libro que influyó en el relato de la vida de Jesús mucho más de lo que la mayoría se imagina. 

Juan, en el capítulo tercero, presenta a Jesús diciendo a alguien llamado Nicodemo: «a no ser que nazcas de nuevo, no podrás ver el Reino de Dios». Nicodemo queda desconcertado pues toma estas palabras al pie de la letra, y se pregunta cómo puede ser que un hombre nazca de nuevo cuando ya es viejo: «Puedo volver acaso al vientre de mi madre y nacer por segunda vez?» Literalmente entendida, la frase de Jesús no tiene sentido. Pero Juan no escribe un relato cuyo sentido sea literal.

 En el capítulo cuarto, Juan sitúa a Jesús junto al pozo de Jacob, conversando sobre el agua con una mujer samaritana. Jesús pregunta a la mujer si le da de beber agua del pozo y, cuando ella vacila y mantiene las distancias, propias entre judíos y samaritanos, Jesús le dice: «Si supieras quién es el que te está pidiendo de beber, tú misma le hubieras pedido a él que te diera a ti de beber, y él te hubiera dado a beber agua viva». La mujer responde con la perplejidad normal debida a una comprensión textual de lo escuchado: «Pero si ni siquiera tienes un cubo!» Y entonces, el Jesús de Juan dice: «Quien beba del agua que yo le daré nunca volverá a tener sed». Pero la mujer, aún cautiva por la literalidad, responde: «Estupendo. Dame de ese agua y así nunca más tendré que volver al pozo, lo cual hará más fácil mi vida!» 

Como si todo esto aún no fuera bastante para advertir que todo el libro no debe leerse al pie de la letra, Juan insiste y cuenta entonces el regreso de los discípulos, quienes interrumpen la conversación de Jesús con la mujer. Urgen al maestro para comer y Jesús les responde: «Mi alimento, vosotros no lo conocéis»; y los discípulos, cegados por el literalismo, se preguntan entre sí, al haber escuchado las palabras de Jesús: «Acaso alguien le ha traído comida?». Sigue pues adelante en Juan el tema del anti-literalismo. 

Jesús, en el capítulo sexto, transmite su mensaje mediante un lenguaje eucarístico, pero, de nuevo, la gente entiende sus palabras literalmente. Jesús dice: «el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí», y los discípulos, con su mentalidad literal, sienten rechazo ante una propuesta como de canibalismo, y por eso se echan atrás y el seguimiento les empieza a fallar. Una y otra vez, el autor del Cuarto Evangelio comunica la misma verdad: su libro es una interpretación y no un relato literal; un libro simbólico y no una crónica histórica o un escrito biográfico. Nadie puede leer el Cuarto Evangelio desde una perspectiva literal sin perder lo esencial de su mensaje. Sin embargo, este libro se ha leído así, literalmente, a lo largo de la historia del cristianismo; y esta lectura incorrecta ha servido de apoyo a la causa de la ortodoxia, los credos obligatorios y unas doctrinas eclesiásticas racionalmente incomprensibles si se comprenden realistamente, como suele hacerse con la Encarnación o la Trinidad. 

Otra cosa que sólo encontramos continuamente en Juan es que Jesús se designa a sí mismo en él con el nombre que, según el libro del Éxodo, Dios reveló como suyo propio a Moisés en la zarza ardiente. Diles dijo Dios a Moisés- que «Yo soy» te envía. Por eso Juan hace decir a Jesús: «Antes que Abraham fuese, Yo soy». Y, «cuando veáis al Hijo del Hombre levantado, entonces sabréis que Yo soy». Esta última frase no se completa con un «él» («yo soy él»), aunque los traductores lo añadan a veces porque no entienden lo que el autor trata de decir. Cuando el arresto de Jesús en plena noche, al otro lado del torrente Cedrón, Juan cuenta que Jesús se acerca al grupo de soldados y a la guardia del Templo guiada por Judas, y les pregunta: «A quién buscáis?». Y, cuando ellos responden: «A Jesús de Nazaret», entonces Jesús les dice: «Yo soy», y una vez más, algunos traductores añaden: «Yo soy él» porque no entienden. No obstante, el contexto hace inútil el arreglo porque Juan continúa: «Cuando él dijo "Yo soy", ellos retrocedieron y cayeron a tierra». Comportamiento bien extraño, por cierto, en una guardia armada que se enfrenta con alguien desarmado y de carácter más bien político, si este hombre les hubiera dicho, simplemente, algo tan trivial como: «Yo soy él». Pero, si lo que indica Juan es que Jesús pronuncia el nombre de Dios y se lo auto-atribuye cuando van a detenerlo, entonces, la cosa cambia. 

«Yo soy» es un concepto clave en el Cuarto Evangelio, que lo repite una y otra vez. Sólo el Evangelio de Juan pone en boca de Jesús cosas como: «yo soy el pan de vida»; «yo soy la puerta»; «yo soy el camino, la verdad y la vida»; «yo soy la vid»; «yo soy el buen pastor» y «yo soy la resurrección». Con esta reivindicación de «yo soy», Jesús afirma incluso ser el único camino hacia Dios («nadie viene al Padre sino por mí») y esto es algo que se ha empleado, en el cristianismo, para justificar las peores formas de imperialismo religioso, así como los proselitismos más desconsiderados.

Si uno quiere entender el Evangelio de Juan, lo único que no debe hacer es leerlo e interpretarlo literalmente. La interpretación de la vida de Jesús que hace este Evangelio es muy profunda, incluso mística, y está escrita por alguien muy arraigado en el judaísmo palestino. Sus palabras están pensadas para llevar a los lectores más allá de la letra, hacia una relación vivificante con Dios. La historia enseña que, en cambio, el empeño de los cristianos en interpretar literalmente este evangelio nos ha costado muy caro. En el Concilio de Nicea, la comprensión literal del Evangelio de Juan sirvió para justificar la ortodoxia de Atanasio, cuya doctrina envolvió el mensaje cristiano en un sistema jerárquico y autoritario, y lo convirtió en una ideología opresiva e insensible todo menos algo vivificante. Sin embargo, cuando nos libramos del literalismo, el Evangelio de Juan enriquece nuestra vida, abre nuestras mentes y nos conduce a una nueva forma de relación con aquel que, en sus afirmaciones más profundas, se muestra a sí mismo como camino hacia una nueva experiencia de aquel que es santo, transcendente y totalmente otro. La llamada que formula el Jesús de Juan no nos compromete con un ser sobrenatural, creado a nuestra imagen, que de algún modo vive más arriba del cielo y que se limita a hacerse pasar por humano en la persona de Jesús. Por supuesto, esto que digo tiene algo de caricatura, pero sólo un poco. El Evangelio de Juan es una obra en la que hay que adentrarse, un aire en el que hay que llegar a respirar, un camino hacia una vida que hay que vivir. No se escribió para que pudiésemos jugar el juego más viejo y más belicoso de la religión: «Mi Dios es mejor que tu Dios y yo controlo la puerta de acceso a la fe verdadera porque nadie puede ir a Dios si no es a través de mi sistema de creencias». 

Hubo un tiempo en el que sentí rechazo hacia el Cuarto Evangelio por eso: porque me relacionaba con él como si fuera un documento que había que interpretar literalmente y ello era contrario a mi inteligencia, que rechazaba las consecuencias que se desprendían de dicha literalidad. Cuando me liberé de aquella forma de pensar, encontré en este evangelio una comprensión, no sólo de Dios y de Jesús, sino de la vida misma, que me pareció verdadera. Espero poder expresar este pensamiento con más detalle algún día. Por ahora, debo contentarme con esbozar una visión renovada de este evangelio, suficiente para que todos lo puedan apreciar. 

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Reseña para "LA FLOR INVERTIDA" - Puntuación: 🌟🌟🌟🌟🌟 5/5

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