jueves, 20 de diciembre de 2018

LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO Y LA IDENTIDAD DEL «DISCÍPULO AMADO»- John Shelby Spong



 John Shelby Spong

Comenzamos nuestro breve estudio sobre Juan afirmando que el autor de este Evangelio había escrito un relato de Jesús de Nazaret marcadamente interpretativo y simbólico. Su relato lo compuso unos 65 o 70 años después de los hechos que cuenta y que marcaron el final de la vida terrena de Jesús. El autor sugiere a sus lectores, una y otra vez, que sus palabras no deben interpretarse literalmente. De hecho, se burla de las tendencias literalizantes con las que se topa en la comunidad religiosa de su tiempo. Para afrontar este tema todavía con más claridad, voy a fijarme en dos relatos que sólo encontramos en Juan y que ningún otro texto de la tradición ni siquiera menciona. El primero es el de la resurrección de Lázaro y el segundo es la serie de pasajes que introducen en la tradición cristiana común la extraña y enigmática figura del «discípulo amado» o del «discípulo a quien Jesús amaba». El modo en que estas dos figuras, en apariencia independientes, resultan estar conectadas es interesante y significativo. 

Para empezar, señalemos el importante lugar que el autor del Cuarto Evangelio adjudica a la resurrección de Lázaro dentro del conjunto de su obra pues ella es el catalizador que acelera el camino a la crucifixión y el autor viene a comparar ambos episodios, el de la resurrección de Lázaro y el de la resurrección de Jesús, es decir, el punto álgido de todo su Evangelio. 

Comencemos nuestro sondeo planteando una pregunta: es posible que el autor del Cuarto Evangelio diese pie a que sus lectores pensasen en la posibilidad de que hubiese algo histórico en su narración de la resurrección de Lázaro? La respuesta es simple: ni por asomo. Consideremos los hechos. Primero, María y Marta, es decir, dos hermanas de Betania, que forman parte de la memoria cristiana desde hace ya tiempo, que incluso han protagonizado un pasaje del Evangelio de Lucas pero que, sin embargo, en ningún lugar de la tradición se recuerda que tuviesen un hermano llamado Lázaro. La razón es que Juan crea a Lázaro en función de sus intenciones narrativas. Segundo, para Juan la resurrección de Lázaro es un suceso bastante público; mucha gente, incluidos amigos y enemigos de Jesús, acude a llorar la muerte de Lázaro. No es un milagro privado cuyos detalles sólo con el tiempo se van difundiendo y ampliando. Los testigos presenciales son muchos, y los prolegómenos del relato lo disponen todo de forma que el suceso cause gran asombro. Jesús, por ejemplo, según se nos dice, pospone su viaje a Betania hasta que le llega la noticia de que Lázaro ha muerto. Cuando llega, el entierro ya se ha terminado pues ya era el cuarto día después de la muerte. Marta y María expresan su disgusto y reprenden a Jesús por no haber venido antes, cuando, según sugieren, quizás hubiera podido usar de sus poderes y salvar a Lázaro y devolverle la salud. Sin embargo, no hay ni rastro, en ningún sitio de la tradición anterior, de alguien que hubiera oído hablar de este episodio. Por consiguiente, debemos asumir lo que esto significa. Estamos ante un suceso presenciado por una multitud, en el que un hombre, que lleva cuatro días muerto, ya ha sido enterrado en una cueva cuya entrada tapa una gran losa. Jesús, el predicador itinerante, a su llegada, procede a revertir esta muerte a pesar de que el cadáver ya está en proceso de descomposición. Para obrar el milagro, el maestro hace caso omiso de la objeción de las hermanas del difunto (pues Marta le dice que el cadáver «ya apestaba», según la versión de la Biblia del Rey Jacobo) y ordena retirar la piedra y a Lázaro le llama  para que salga fuera. Entonces, la multitud contempla asombrada cómo el cadáver de Lázaro avanza tambaleándose y sale del sepulcro, cubierto todavía con las vendas funerarias que le sujetaban las manos y los pies, y que estaban generosamente ungidas con mirra. Jesús, por ultimo, ordena: «desatadle y dejadle partir». De haber sido todo esto histórico, cabe pensar que el suceso permaneciese ignorado hasta el punto de que no haya ni rastro de él antes de que Juan decidiese relatarlo, tres generaciones más tarde? No, la resurrección de Lázaro no fue un suceso histórico. Pero, entonces, cómo debemos leer este relato y cuál fue su origen?

 En el Nuevo Testamento, sólo se llama Lázaro al personaje de una parábola que sólo aparece en Lucas, «la parábola de Lázaro y del rico Epulón». Esta parábola trata sobre el juicio. Lázaro, un mendigo que está a la puerta de la casa del hombre rico, muere y también muere el hombre rico, que, al parecer, nunca «vio» al mendigo. Lázaro entra en «el seno de Abraham» mientras que el hombre rico va a parar a la tortura de los condenados. En medio de su tormento, Epulón ruega a Abraham que envíe a Lázaro con agua para calmar su sed y Abraham le responde que la distancia que hay entre él y Lázaro es insalvable. Entonces, Epulón le ruega a Abraham que, al menos, envíe a Lázaro a sus hermanos, para advertirles de que deben enmendar sus vidas y evitar así acabar también en aquel lugar de tormento. Pero Abraham le replica: «tienen a Moisés y a los profetas; si no los escuchan, tampoco se convencerán aunque un muerto resucite». Juan toma esta parábola de Lucas, la convierte en una narración y demuestra su verdad en la vida de Jesús: la resurrección de Lázaro no hace surgir la fe en quienes lo presencian ni los lleva al cambio de su comportamiento. En realidad, sólo sirve para tornar en inevitable la crucifixión de Jesús. El personaje de Lázaro es una creación literaria del autor del Cuarto Evangelio, basada en la parábola de Lucas, que Juan usa como un signo destinado a aquellos que ven a Dios en Jesús, que responden a esta experiencia y que, a partir de su experiencia religiosa pasada, pasan a la conciencia nueva que Jesús les hace accesible. 

Si seguimos y nos fijamos en el «discípulo amado», observamos varios elementos cruciales en esta misma narración de Lázaro. En primer lugar, Lázaro es el único del que el autor del Cuarto Evangelio dice que Jesús lo amaba. En efecto, el aviso que Marta y María envían a Jesús, notificándole la enfermedad de su hermano y urgiéndole a que acuda pronto, es: «Señor, aquel a quien amas está enfermo». A continuación el texto añade: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro». Más tarde, el autor describe a Jesús llorando cuando camina hacia la tumba, por lo que la gente dice: «Mirad cómo lo amaba». Si Jesús tuvo un único «discípulo amado», es interesante que el Evangelio de Juan nunca sugiera que pudiese tratarse de otro distinto de Lázaro. En segundo lugar, también es cierto que, en el relato joánico, no aparece la denominación «uno de sus discípulos, aquél al que Jesús amaba» antes del episodio de la resurrección de Lázaro. Sólo entonces se incluye al «discípulo amado» entre los presentes en la Última Cena, «recostado sobre el pecho de Jesús». Él es el único al que Pedro pide que le pregunte a Jesús acerca de quién era el traidor. Después, Juan sitúa al «discípulo amado» al pie de la cruz, donde Jesús, ya agonizante, le encomienda que cuide de su madre. Podría ser la madre de Jesús un símbolo del judaísmo, «madre» del cristianismo, y podría ser el discípulo amado un símbolo de quien comprende tan a fondo lo que significa Jesús que puede trasladar su mensaje a un nuevo contexto en el del mundo gentil, sin perder su judaísmo «materno» en el proceso? Rudolf Bultmann, probablemente el mayor experto en materia de Nuevo Testamento del siglo XX, parece pensar así y ha apuntado esta posibilidad en su monumental comentario, titulado, sencillamente, El Evangelio de Juan. 

La siguiente ocasión en la que este evangelio menciona al «discípulo a quien Jesús amaba» es el relato de la Pascua. Él es quien acompaña a Pedro a la tumba que María Magdalena les ha informado que está vacía. María Magdalena sospechaba que alguien había asaltado la tumba y había robado el cuerpo de Jesús, lo que representaría una última afrenta a su memoria. Pedro y «el discípulo amado» corren juntos. Pedro, el mayor, que está enraizado en la tradición del judaísmo, corre más lento. El discípulo amado es más joven y es, por tanto, quien llevará el mensaje de Jesús a su futura universalidad; es quien corre más rápido y llega antes a la tumba. Pero no entra, se detiene a la entrada. El judaísmo debe ser el que da el primer paso hacia el interior de este nuevo lugar, antes de que el movimiento cristiano pueda hacer lo mismo. La nueva tradición debe edificarse sobre la antigua. Sólo puede nacer de ella. La religión siempre evoluciona trascendiendo los límites del pasado y dando a luz una conciencia nueva. Pedro, que llega tarde y presumiblemente sin aliento, entra en el sepulcro primero. Ve los signos: las vendas bien colocadas, exactamente en los lugares que corresponderían a la cabeza, las manos y los pies del Señor, ya muerto. Esta resurrección no era como la de Lázaro, cuya «resucitación» lo devolvió a la vida en este mundo, sujeto aún por su mortaja. Esta resurrección es una experiencia transformadora en la que se trasciende la muerte, se traspasan los límites y se alcanza una nueva vida. Luego, detrás de Pedro, entra en el sepulcro «el discípulo a quien Jesús amaba». Como Pedro, también ve. Pero él, además, da el paso crucial: lo que ve le hace creer! Ambos regresan a casa y el evangelio de Juan dice que aquella noche Jesús se les apareció, a ellos dos y a los demás discípulos. Juan describe a Jesús resucitado de forma muy física pero, al mismo tiempo, se nos dice que entró en la casa a pesar de que las puertas estaban cerradas y las ventanas atrancadas. Una vez dentro, Jesús comunica a los discípulos el aliento vivificante de Dios. Es el mismo aliento que había dado la existencia a Adán en la primera creación. Ésta de ahora es la nueva creación, y es el «discípulo amado» el que, por primera vez, entra en ella. Está claro que el «discípulo amado» es un símbolo y no una persona. Representa las vidas en las que el significado de Jesús desborda los límites de la mentalidad religiosa de antaño, por la que la gente ha intentado siempre controlar la maravilla del ser que Jesús vino a traer. 

En el Epílogo del Evangelio de Juan, todavía se menciona otra vez al «discípulo amado». Es la última. Cuando este capítulo se escribió y se añadió al Evangelio, ya existía la tendencia literalizante, de modo que el símbolo del «discípulo amado» se identificó con uno de los doce, uno en particular que, evidentemente, ya había muerto. Según parece, se había extendido la idea de que el «discípulo amado» iba a vivir hasta la segunda venida de Jesús. Así que hubo que explicar su muerte, y esto es lo que, entre otras cosas, el Epílogo pretende hacer. La idea es que Jesús viene de nuevo cada vez que una persona entra en la nueva vida, en la nueva conciencia que Jesús vino a traer. Lázaro y el «discípulo amado» son uno y el mismo, son símbolo de los resucitados a la nueva vida, de aquellos que, en Cristo, son capaces de dar un paso más allá del pensamiento religioso tradicional y entrar en una conciencia nueva. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reseña para "LA FLOR INVERTIDA" - Puntuación: 🌟🌟🌟🌟🌟 5/5

Opinión: Las letras del autor las conocí por su libro "Equipaje Ancestral" que tuve la suerte de ganarlo en un sorteo que realizo,...