viernes, 21 de diciembre de 2018

Monique Wittig y “La categoría de sexo”


EL feminismo contemporáneo se caracteriza por pensar “lo otro”, asumir la extrañeza que provoca la ruptura de la norma y descomponer los esencialismos, así como producir una genealogía crítica, es decir, utilizar la deconstrucción como análisis interno de los conceptos y los discursos y todos aquellos sistemas o dispositivos de normatividad y poder que, según Foucault, disciplinan y modelan nuestros cuerpos. 

Como autora postmarxista enmarcada en la tercera ola del feminismo, caracterizada por el giro de la conciencia feminista hacia una reflexión teórica sobre el feminismo en sí, Monique Wittig también aborda la problemática del sistema sexo/género e impugna el concepto de “mujer” como eje central de la lucha política del movimiento y como sujeto del feminismo. Según afirma Teresa de Lauretis en su libro Diferencias, Wittig “parte de la premisa que las mujeres no son «un grupo natural» con características biológicas comunes cuya opresión sería debida a su misma «naturaleza», sino que son una categoría social; el producto de una relación económica de explotación y de una construcción ideológica”.

 Judith Butler también se interroga sobre esos componentes que puedan homogeneizar a la mujer (o no) como sujeto unívoco del feminismo: “¿Hay algún elemento que sea común entre las ‘mujeres’ anterior a su opresión, o bien las «mujeres» se vinculan únicamente en virtud de su opresión? ¿Hay una especificidad en las culturas de las mujeres que sea independiente de su subordinación por parte de las culturas masculinistas hegemónicas? (…) ¿Hay una región de los «específicamente femenino», que se diferencie de lo masculino como tal y se reconozca en su diferencia por una universalidad de las «mujeres» no marcada y, por lo tanto, supuesta?”. 

 Wittig critica la heterosexualidad como régimen político hegemónico, opresivo, discursivo, excluyente y obligatorio que estructura la propia división sexual del trabajo. Régimen dicotómico convertido también en dogma filosófico donde las únicas categorías válidas son la de hombre y mujer. De ahí que Wittig reivindique en su texto “La categoría de sexo” la opción sexual y la figura de la lesbiana como sujeto al margen de esa categorización, distinto también del tradicional sujeto del feminismo y, por ende, actor de “una posición política que trasciende el imaginario masculino” y el patriarcado.

 Del texto de Wittig se pueden extraer ideas muy sugerentes sobre la categoría de sexo como orden social. Así la autora afirma que “el pensamiento dominante se niega a analizarse a sí mismo para comprender aquello que lo pone en cuestión”. El contrato social/matrimonial/heterosexual del que ya se hablaba desde el feminismo de la Ilustración es criticado radicalmente por la autora por ser la manifestación material del poder de la clase dominante. 

Al catalogar la ideología de la diferencia sexual y la heterosexualidad como un sistema de dominación material y económica que tiende a la universalización, Monique Wittig alude a la lucha de clases sugiriendo una transformación de la diferencia impuesta en una oposición política que genere un verdadero conflicto. En tanto que para Wittig se puede considerar el sexo como una categoría política que construye sociedades heterosexuales institucionalizadas, la respuesta debe ser también política.

 Simone de Beauvoir, antecesora de Wittig como referente del feminismo francés , afirmó que “no se nace mujer, se llega a serlo”. Tanto para Beauvoir, como para Butler y Wittig, el sexo es una construcción social que determina el papel y los roles que las mujeres deben jugar tanto en el ámbito público como en el privado. Por lo tanto, ¿es razonable cuestionarse si sería posible que cada individuo construyera su propia sexualidad al margen de dualismos y “matrices de inteligibilidad” socialmente coherentes? Sin duda resultará una ardua tarea a favor de la independencia y la autonomía de toda persona, pero mucho más legítima que toda suerte de acciones y políticas gubernamentales totalmente deshumanizadas que se llevan a cabo a diario en nombre de la libertad. Sin duda, la tarea del feminismo es compleja y se enfrenta cada día a una diversidad mayor que debe ser examinada y gestionada de la manera más global e inclusiva, huyendo de esencialismos y universalismos superficiales, asimilando las diferencias individuales de cada ser y eliminando las desigualdades sociales que sedimentan sus efectos en las diferencias sexuales y de género. La pregunta ante este panorama es la siguiente: si tanto la sexualidad como el género son construcciones sociales, políticas y culturales, ¿podría llegar a diluirse el propio sujeto del feminismo? Según Teresa Maldonado, feminista y profesora de Filosofía y Ética en el País Vasco, “la lucha de las mujeres sigue siendo necesaria. Y es una conquista  feminista que cada vez haya más maneras de ser mujer”y hombre, lo cual sólo puede conseguirse desde la subversión y la desestabilización del sistema patriarcal y capitalista imperante. Y en esa lucha e insubordinación es donde Wittig posiciona a las lesbianas como “desertoras” de su clase al colocarse al margen de la opresión patriarcal (al menos en el ámbito privado) al romper con el contrato heterosexual.

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