lunes, 3 de diciembre de 2018

PRIMERAS CARTAS DE PABLO: 1ªTESALONICENSES Y GÁLATAS-John Shelby Spong


 John Shelby Spong 


En nuestra serie sobre los orígenes del Nuevo Testamento, me vuelvo, ahora, hacia las epístolas de Pablo pues él fue el primer autor en escribir algo que pasó a formar parte del Nuevo Testamento. Mi plan es dividir los escritos auténticos de Pablo en tres amplias categorías. Están los que llamo los primeros escritos paulinos, como sus dos primeras epístolas: 1ª Tesalonicenses y Gálatas. Luego están los que denomino escritos paulinos intermedios con sus obras más conocidas: 1ª y 2ª Corintios y Romanos. Y, finalmente, tenemos los escritos tardíos, es decir, sus epístolas a Filemón y a los Filipenses.

 Notad, por favor, que estas siete epístolas forman lo que casi todos los eruditos concuerdan en considerar auténticas cartas de Pablo; a quien estudiaré en su papel de pastor y de teólogo. Analizar los orígenes y composición del Nuevo Testamento es nuestra tarea más amplia que, en este segmento paulino, concluirá con un breve análisis de las epístolas en disputa acerca de si son o no auténticamente de Pablo. Esta lista incluye Colosenses y 2ª Tesalonicenses, a la que muy pocos consideran paulina. Por último, veremos las que no hay apenas duda de que no son paulinas pues parecen escritas tras su muerte. Entran en esta categoría Efesios, 1ª y 2ª a Timoteo y la de Tito.

 La mayoría de los cristianos son incapaces de discernir diferencias en la voz, en el tono o en el contenido de todo este corpus que ahora llamamos cartas de Pablo, estén escritas o no por él. Probablemente esta incapacidad se debe a que no las leemos todas seguidas; por eso no captamos el sentido del pensamiento específico de Pablo. Tendemos, en cambio, a escucharlas en fragmentos, como lectura en la iglesia, y sin su contexto. Mi esperanza es estas columnas puedan proveer a mis lectores de un conocimiento suficiente de lo distintivo de cada epístola para que la diferencia que hay entre ellas resulte obvia. Sería apasionante conseguir que mis lectores llegasen a ser cultos en materia bíblica. Esto los incluiría en una minoría versada en el pensamiento paulino.

 La mayoría de los expertos concuerdan en que la primera epístola escrita por Pablo fue 1ª Tesalonicenses. Sin embargo, se la ubica como la sexta en una Biblia. La razón es que las cartas se fueron colocaron en el canon según un orden de mayor a menor longitud. Romanos, la más larga, es la primera y Filemón, la más breve, la última. Si se hubiesen ubicado cronológicamente, 1ª Tesalonicenses sería la primera, Gálatas la segunda, las dos a los Corintios, la tercera y la cuarta; Romanos, la quinta, Filemón, la sexta y Filipenses, la séptima. Así que iniciamos el estudio del contenido de los escritos de Pablo con sus dos primeras obras.

 Tesalónica era la capital de Macedonia y Galacia estaba en la zona central de Asia Menor. El libro de los Hechos nos dice que Pablo visitó ambas ciudades en sus primeros viajes. Escribió estas dos cartas en los primeros años de la sexta década, es probable que entre los años 51 y 53. En esa época, los seguidores de Jesús aún eran miembros de la sinagoga. Pablo llegó a cada ciudad como un evangelista itinerante que también era un rabino. El escenario de sus palabras era, por tanto, el servicio religioso del Sábado en la sinagoga, aunque debemos reconocer que las sinagogas de ambas ciudades estaban tan lejos de Judea como de un mínimo de rigor. 

Los miembros de estas sinagogas eran judíos helenizados que hablaban en griego y que formaban parte de la diáspora judía. Para ellos, la sinagoga era no sólo un centro de adoración sino también su centro cultural. En aquellos años, las sinagogas de la diáspora ya habían comenzado a atraer a devotos gentiles. Era un tiempo de gran fermentación religiosa en el Imperio Romano de habla griega. Los dioses del Olimpo había perdido la mayor parte de su atractivo. Los cultos de los misterios parecían demasiados extraños y aún no habían echado raíces. Esto significa que las sinagogas eran, cada vez más, un lugar al que fieles serios de muchas procedencias acudían. En la sinagoga había una firme convicción de que Dios era uno sólo. La Torah de los Judíos presentaba a este Dios único como interesado en la vida y en la ética, así como también en las formas de adoración. Al alejarse de su tierra de origen, muchos judíos comenzaron a despojarse de los aspectos más rígidos de su religión y el judaísmo se tornó, para ellos, en algo más abstracto, más espiritual y menos definible como judío en sentido estricto. Los gentiles devotos no se interesaban por los aspectos rituales del judaísmo o por las reglas dietéticas kosher, ni por la circuncisión o las observancias en torno al Sábado, de manera que los cambios en la sinagoga la hacían aún más atractiva.

 Pablo, como judío helenizado de habla griega, se dirigía con más frecuencia a estos judíos "modernistas" y a los gentiles que iban a la sinagoga que a los miembros judíos más estrictos de entre la audiencia, que veían la sinagoga como una última conexión con sus antepasados. En Tesalónica, Pablo había enfatizado claramente, en su predicación, las reivindicaciones mesiánicas de Jesús. Este título de mesías tenía muchas connotaciones para los judíos, pero la más importante era que el mesías, cuando viniera, establecería el reino eterno de Dios e inauguraría su gobierno terrenal. Al servicio de esta idea, los primeros discípulos de Jesús se dedicaron a la tarea de conectar la vida de Jesús con las promesas mesiánicas que encontraban en las Escrituras. Así buscaron en los textos sagrados indicaciones, pistas con las que probar que Jesús era el mesías. A veces, no sin un esfuerzo de imaginación que los llevaba demasiado lejos. En el centro del mensaje de Jesús estaba la idea de que la muerte había sido vencida y de que sus seguidores serían muy pronto conducidos a la «vida eterna». Los gentiles que iban a la sinagoga habían creído este anuncio y habían constituido una comunidad aparte de creyentes dentro de la sinagoga. Seguían acudiendo a los servicios del Sábado pero también se reunían durante el primer día de la semana para la liturgia propiamente cristiana que llamaban la fracción del pan y en la que oraban: venga tu reino. 

El deseo de los gentiles de ir a la sinagoga pero de no pertenecer a ella era obvio y era más de lo que algunos judíos ortodoxos tradicionales podían tolerar, así que Pablo, con sus enseñanzas, se convirtió en una fuente de división en las sinagogas del Imperio por las que pasaba. Los creyentes judíos ortodoxos comenzaron a atacar las credenciales y la reputación de Pablo. Los fieles gentiles habían abandonado los ídolos para adorar al único Dios de los judíos, pero Pablo había situado a este Dios en la vida de Jesús y les había convencido tan profundamente de ello que comenzaron a esperar que se cumpliera la promesa de Jesús de su retorno desde el cielo. Éste era claramente el mensaje que habían escuchado de Pablo.

 Sin embargo, al pasar el tiempo el reino no llegó y comenzaron a flaquear. Cuando miembros de la familia tesalonicense comenzaron a morir, su desesperanza aumentó. Algo evidentemente fallaba si morían antes de la llegada del reino. El grueso del mensaje de la primera carta escrita por Pablo estaba destinado a asegurar, a estos fieles angustiados, que los muertos se reunirían con los vivientes cuando llegara la segunda venida. Nadie sabe, les aseguraba, ni el tiempo ni la hora de la segunda venida. Pablo, como pastor, los instó a permanecer vigilantes, despiertos, sobrios y vestidos de la armadura de Dios, una imagen que ampliaría más tarde en otros escritos.

 En Gálatas, el contexto y el enfoque eran un poco diferentes. El contenido del mensaje en esta segunda carta de Pablo era que la salvación sólo en Cristo estaba asegurada. Este contenido había sido la causa de que quienes respondían al mensaje se habían distanciado dramáticamente de la ley de los judíos. Guardar las reglas cultuales del judaísmo perdió urgencia en la proclamación de Pablo sobre el infinito amor de Dios que él creía que se había revelado en la vida de Jesús. Ante los judíos ortodoxos, este mensaje significaba nada menos que una puerta hacia la anarquía moral y la marginación de la Torah misma. De manera que atacaron a Pablo y consiguieron, además, el apoyo de la artillería pesada de los judeo-cristianos de Jerusalén, que eran más tradicionales y entre los que estaban Pedro y Santiago, el hermano del Señor. Esta tensión estalló y fue la primera gran división en la tradición cristiana. Era la figura de Cristo meramente un nuevo capítulo en el judaísmo? Era Jesús un mensajero, un enviado más dentro de la larga línea de los profetas judíos que habían ido siendo incorporados en la historia continua de Israel? Los creyentes en Jesús, debían pasar por las ceremonias y los ritos del judaísmo para ser cristianos? Ésta fue la opción de Pedro y de Santiago. 

Para Pablo esta opción era una violación de todo lo que su experiencia cristiana le había enseñado. Pablo había encontrado en Jesús un amor bastante como para aceptarlo a él tal cual era. Había probado un camino distinto al de Pedro y al de Santiago. Según su propia confesión, él había procurado obedecer a cada mandamiento de la ley para ganar la salvación. Pero este camino no lo había llevado hacia la integridad. La observancia religiosa nunca es el camino hacia ella; es sólo otra forma de esclavitud, otra manera de tratar de ganar el favor divino, es tratar de manipular a la divinidad con el buen comportamiento moral. Lo mejor que puede producir el camino legal es un autocentramiento religioso, pero no la libertad gloriosa de los hijos de Dios. 

La batalla que Pablo luchaba en esta carta tenía que ver con el corazón de lo que él creía ser la experiencia en Cristo. En defensa de esta comprensión medular, organizó un fuerte contraataque en el que descartaba la conducta de Pedro, al que juzgaba inmerecedor del evangelio, y en el que expresó una fuerte aversión hacia Santiago, el hermano del Señor. Regañó además a aquellos de los gálatas que tan rápidamente abandonaron su evangelio por este nuevo cautiverio religioso. Esta carta nos revela a Pablo no sólo como el más apasionado sino también como el más enojado y el más humano. Cuando defiende y reivindica su condición de apóstol, Pablo se expresa con mayor intensidad que en cualquier otra carta, sobre su experiencia de conversión y sobre el significado que halló en Jesús, cuya iniciativa hacia él fue la fuente de su conversión.

 Cuando el humo de la batalla desapareció, Pablo permaneció victorioso y el libro de los Hechos relatará, más tarde, la historia de la conversión de Pedro a raíz de esta restriega (ver Hechos 10). 

También es en Gálatas donde Pablo articula, por primera vez, la unidad que él ve en Cristo; unidad que elimina las barreras de seguridad levantadas entre judíos y gentiles, entre hombres y mujeres, entre esclavos y libres. Pablo afirmó que todos eran uno en Cristo. Tal como indicamos antes en esta serie, Pablo se sintió amado por Dios en Jesús más allá de lo que antes había podido imaginar como posible, y por eso se alzó, para rechazar que este mensaje fuese cuestionado y hubiese un retroceso hacia la ley en el incipiente cristianismo. Ganó la batalla, pero su combate es uno que los cristianos luchan una y otra vez en el transcurso de los tiempos. Tal vez es que este mensaje de amor incondicional era demasiado bueno para ser verdad: imaginar a Dios como que conoce los secretos de nuestro corazón y que nos ama de todas maneras. Tal es, sin embargo, el significado de la historia de Jesús, el Cristo, para Pablo, y como tal esta historia es un paso mayor en lo que significa ser humano.

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