martes, 24 de abril de 2018

LA PALABRA SE HIZO SEXUALIDAD



THEODORE W. JENNINGS, JR. 
Cleveland: Pilgrim Press, 2003

 www.pilgrimpress.com
La representación de Jesús teniendo un amado, sirve entonces para aclarar que Él es la expresión del amor divino y modelo para un amor humano transformado. El amado no es “más” amado, ni su status de amado interfiere con la igualdad de la comunidad. Por otro lado, la relación con la comunidad y ciertamente con el mundo, no impiden a Jesús amar también a uno, y ser su amante, en esta forma tan humana de amar.

Cuando empezamos a ver que una amistad especial no contradice el carácter del amor para con todos, sino que más bien sirve para clarificar y profundizarlo, sin embargo puede atemorizarnos que esta amistad especial, pueda también ser, o ser interpretada, como una amistad sexual. 
Si pudiésemos suponer, por ejemplo, que Jesús tenía una amante (supongamos María Magdalena, para dejar en claro que aquí nos interesa sexualidad y no todavía “homosexualidad”), podríamos estar inclinados a pensar que ésta, no sería una relación consumada. ¿Es la expresión sexual en sí, incompatible con el carácter fundamental del amor? ¿O se trata por el contrario, de la expresión más clara del amor entre los seres humanos y llamada a representar el amor de Dios?
Muchos contenidos de la tradición cristiana hablan con desconfianza de la sexualidad, llamando no sólo al celibato sino a la castidad. ¿Puede ser válido un punto de vista contrario, el punto de vista que toma en consideración algunos de los temas del Evangelio de Juan? Se nos recuerda en el comienzo de ese texto, que Jesús es también aquel, que se supone, estuvo comprometido en el acto de la creación al comienzo de todas las cosas. Por eso se dice que Él viene a los suyos.
  ¿No es la sexualidad parte de lo creado?
 ¿Es sólo parte de la naturaleza caída, o por el contrario es parte de la criatura creada por y para el amor?
 ¿Si la palabra creativa no queda separada de la criatura en esplendor trascendente y de hecho se convierte en carne, no significa esto que la carne creada, incluída la sexualidad, es propicia a la criatura creada por y para el amor? 
¿Podía Juan realmente imaginar una encarnación que tomara la carne y no tomara la sexualidad, que es parte integral de la criatura de acuerdo con Génesis 1 y 2? 
¿Sería esa realmente una encarnación? 
¿Llegaría apenas a ser una corporalidad? Yo no opino que la criatura encarnada deba tener sexo para ser humana o ser carne. Sólo digo que la sexualidad no puede ser negada en principio sin viciar la encarnación. 
La única manera de excluir la sexualidad, sin eliminar la encarnación es adoptar una ética ascética. Pero ni Juan, ni los otros Evangelios, ni otro texto del Nuevo Testamento, pueden aceptar esta ética. Todos ellos parecen resueltamente opuestos al ascetismo, porque saben que el ascetismo oculta el odio a lo real, a lo humano, a la carne –y de ese modo expresa su odio al creador y a lo humano como tal. A pesar de todas sus diferencias, los Evangelios se unen al mantener que las Buenas Nuevas conciernen a lo que es afirmativo de la vida, de la vida de la criatura creada por Dios, y que esa criatura –no algún sustituto imaginario- es amada por Dios, redimida por Dios, y hecha íntegra por Dios. Por eso no debe ser descartada la sexualidad en la presentación de Jesús como la palabra encarnada de Dios, sino como la expresión del perfeccionamiento del amor en las condiciones del ser humano.

EL MISMO SEXO

 Si pudiéramos asignar importancia teológica a la descripción de Jesús como amante de un amado, de cuya relación, la intimidad sexual no estuviera excluída, sino sugerida por una intimidad física descrita “como de matrimonio” –aún así representar la relación como homoerótica, resultaría inapropiado. Algunos representantes de la tradición cristiana consideran que las relaciones eróticas entre personas del mismo sexo están totalmente fuera de lugar.  Aquí sólo preguntamos si presentar a Jesús en una presumible relación sexual con otro varón, en un sentido no convencional, tiene un significado teológico positivo. La no-convencionalidad es aquí de un orden diferente. Si el amor que se presenta aquí, expresa lealtad, confianza e intimidad, y es en cierto modo como el amor que une a marido y mujer, el amor de Jesús por su discípulo, es sin embargo diferente al amor marital. No es convencionalmente “heterosexual” pero sí noconvencionalmente “homosexual”. Para comprender de que se trata aquí, consideremos cual sería la relación convencional. En ese caso Jesús sería mostrado como un “hombre de familia” convencional, asumiendo los modos convencionales de todas las tribus humanas. Pero el Evangelio de Juan y los otros Evangelios, representan a Jesús como absolutamente no-convencional. Su fuerte no-convencionalidad sirve para cuestionar las “verdades” teológico-sociales de sus contemporáneos. Jesús no puede ser encuadrado en una respetabilidad piadosa. No es un ejemplo de prácticas piadosas: ayunar, hacer abluciones, seguir los servicios religiosos en el templo. Él no acepta interpretaciones bíblicas convencionales. Menos aún acepta el modo convencional en que los piadosos y respetables se separan de los pecadores. Su comer y beber llaman la atención; se asocia con los elementos despreciados de la sociedad: prostitutas y colaboradores del sistema. No le da importancia a la propia pureza ritual: libremente toca leprosos, cadáveres, mujeres menstruantes. Tampoco cuida su reputación: lo llaman el Galileo, el Samaritano, Pecador, incluso lo acusan de “tratos con Satán”. Más bien pareciera que con sus actos y palabras abonara esas opiniones sobre Él. ¿Qué significado tiene todo esto? En los Evangelios aparece claramente como tema central, un Jesús que voltea las estructuras convencionales de la vida social para establecer una nueva realidad social donde se puedan manifestar los valores de la justicia, la generosidad y la alegría. Nikos Kazantzakis presenta como “última tentación” de Jesús, el encanto de una domesticidad convencional. La tentación de apartarse de una confrontación radical con las estructuras sociales y abrazar en cambio la más básica de las estructuras sociales: matrimonio y vida en familia. En la Parte 3, examinando el mensaje y la misión de Jesús, se comprueba cuán importante era para Él revisar las convenciones sobre matrimonio y vida en familia. Estas instituciones son la base para la perpetuación del mundo tal cual es. Pero a Jesús le preocupaba la inauguración de un mundo nuevo, con una realidad social radicalmente diferente. De ahí, un Jesús que no expresa la sexualidad en la esfera del matrimonio y la familia. De ahí, surge que una relación de persona a persona, con alguien del mismo sexo, puede tener sentido. 
Pero no es suficiente dejar las cosas en este punto. No sólo se distingue esta relación de las relaciones heterosexuales maritales; la relación de Jesús con el discípulo amado puede iluminar positivamente las relaciones heterosexuales maritales. Elredo de Rievaulx ya anticipa esta reflexión en la Edad Media. Ve en la relación de Jesús con su Amado un tipo de matrimonio y por esta razón es capaz de usarla para hablar de la relación apropiada entre varón y mujer, marido y esposa. Me parece muy importante que la relación entre Jesús y su amado o entre David y Jonathan (citado por Elredo en esta conexión) pudieran servir como muestra para las relaciones entre los sexos. En la época de Elredo, como antes en el siglo uno, las relaciones entre varón y mujer estaban gobernadas principalmente por las necesidades económicas y el control patriarcal. Las relaciones heterosexuales se arreglaban según las reglas sociales y la necesidad biológica. En cambio en las relaciones entre el mismo sexo, se abría un potencial espacio de libertad y algo parecido a la mutualidad. Al surgir el tema del amor cortesano o romántico en la época de Elredo, parecía necesario hacer referencia a este ideal en el caso de las relaciones heterosexuales y situarlas fuera de las leyes maritales.
En nuestro tiempo, la tradición de usar las relaciones del mismo sexo para representar un ideal de mutualidad en las relaciones heterosexuales, se continúa en el uso de las palabras de Ruth a Noemí (“Nunca te voy abandonar ni te voy a traicionar…”) como texto bíblico para casamientos heterosexuales! Esta reflexión no intenta afirmar que las relaciones del mismo sexo son siempre más libres, recíprocas o liberadoras que las relaciones heterosexuales. La estructuración de las relaciones humanas por las fuerzas del interés propio, la violencia y la violación, no respetan la orientación sexual. Pero las relaciones afectivas y sexuales entre personas del mismo sexo pueden representar un espacio de libertad y mutualidad que esta en tensión con la manera que estas estructuras gobiernan la heterosexualidad. Sabemos que en el mundo griego y el helenístico, las relaciones del mismo sexo eran consideradas como indicadoras de libertad y mutualidad de una manera que estaba negada a las relaciones heterosexuales. Este hecho se subraya por lo general en el diálogo entre los que prefieren relaciones del mismo sexo y los que prefieren relaciones con el sexo opuesto. Pero en la tradición literaria estas estructuras diferentes se veían como alternativas. En cambio, lo que Elredo sugería al comienzo de la tradición del amor cortés, era que las relaciones del mismo sexo pueden servir de modelo para las relaciones con el sexo opuesto –dicho en términos modernos, la homosexualidad podría transformar positivamente la heterosexualidad.
Un Jesús que tiene relaciones con alguien de su mismo sexo no limita el significado a los que se sienten atraídos por relaciones eróticas de este tipo. Más bien anticipa una relación erótica libre de ataduras sociales, biológicas y necesidades económicas y por eso capaz de transformar también las relaciones heterosexuales.
Los Evangelios sitúan a Jesús frente a la institución del matrimonio y la familia determinados por el patriarcado y el vínculo entre sexualidad y procreación. La crítica de estas instituciones que se encuentra en la tradición de Jesús es consistente con la suposición que la relación entre Jesús y su amado puede servir de paradigma para un nuevo tipo de relación sexual entre varón y mujer, libre de las ataduras del heterosexismo y del patriarcado. 

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