jueves, 26 de abril de 2018

Lavado de pies



THEODORE W. JENNINGS, JR. 
Cleveland: Pilgrim Press, 2003

 www.pilgrimpress.com
La breve mirada sobre el hombre llevando agua en el Evangelio de Marcos (y Lucas) es como el episodio de la mirada de amor, o de la juventud desnuda en el jardín – momentánea y complacientemente examinada, como si el escritor guiñara sus ojos subrepticiamente al lector avezado sin alarmar indebidamente a aquellos inocentes sobre los elementos de la peligrosa memoria respecto a Jesús.
Sin embargo, el Evangelio de Juan, es caracterizado por una descripción más abierta de la relación erótica entre Jesús y su anónimo seguidor. La mayor franqueza del Cuarto Evangelio en este sentido está no obstante cubierta con la tradición, que se rehúsa a ver lo que está frente a sus ojos. (Groddeck). En el Evangelio de Juan, esa subversión de roles de género ocurre en el dramático episodio que reemplaza la escena de otros Evangelios concernientes a la Última Cena de Jesús con sus discípulos: el relato de Jesús lavando los pies de sus discípulos.
 Antes del festival de Pascua, Jesús sabía que su hora había llegado para partir de este mundo e ir con su Padre. Habiendo amado a quienes estaban en el mundo los amó hasta el final... Y durante la cena Jesús, sabiendo que su Padre había dejado en sus manos todas las cosas , y que él había venido de Dios y a el se volvía, se levantó de la mesa, se quitó los vestidos, y se ciñó una toalla alrededor de su cuerpo. Luego vertió agua dentro de la jofaina y comenzó a lavar los pies de sus discípulos y a enjugárselos con la toalla que tenía ceñida. Se volvió hacia Simón Pedro, quien le dijo, “Señor, ¿tu lavarme a mi los pies?” Jesús respondió, “lo que yo hago tú no lo sabes ahora; pero lo entenderás después.” Pedro le dijo, “Jamás me lavarás tú los pies”. Jesús le respondió, “Si no te los lavare, no tendrás parte conmigo”. Simón Pedro le dijo, “Señor, ¡entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!” Jesús le dijo, “El que se ha lavado no necesita bañarse, está todo limpio, pero no todos. No todos estáis limpios....” Luego de haber lavado sus pies, los puso sobre sus vestidos, y volvió a la mesa, y les dijo, “¿Entendéis lo que hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor – y decís bien, porque de verdad lo soy. Si yo pues, os he lavado los pies siendo, vuestro Maestro y Señor, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho.” (Juan 13:1-15)
Antes de examinar los hechos de subversión de género que acontecen en este texto debemos repasar ciertos rasgos generales. Primero, mientras que el texto precede a la cena de Jesús con sus discípulos, reemplaza el significado atribuido a la cena en los Evangelio Sinópticos con la acción del lavado de pies. En otros Evangelios, la cena es la acción repetida por los discípulos y la cual, de esta manera, convierte las típicas celebraciones del ritual Cristiano en Eucaristía. Pero el Evangelio de Juan no incluye instrucciones para perpetuar la cena. Mientras que la acción del lavado de los pies de unos a otros es específicamente ordenada a sus discípulos. También notaremos que la escena del lavado de los pies precede inmediatamente a la introducción del discípulo amado de Jesús (13:23ff). Uniendo estos dos elementos se encuentra la anticipación de la traición de Judas (13:2,11,18-19,21,27), que sirve como introducción del discípulo amado.
El tema general de la sección entera que se extiende a través del final del capítulo 17 es el amor de Jesús por sus discípulos - un amor que es dramáticamente representado a través del lavado de sus pies y el cual es equilibrado con el especial amor de Jesús hacia uno de sus discípulos. Precisamente ahora, en este contexto tan pleno de significado tenemos la escena de Jesús lavando los pies de sus discípulos. Pero quizás lo que es más sorprendente sobre esta escena es que la tradición generalmente ha pasado por alto sus aspectos más característicos. Cuando se considera la radicalidad en las acciones de Jesús, generalmente se las interpreta como un acto de auto humillación donde Jesús actúa como esclavo, pero no existen bases textuales para esa suposición. En cambio lo que Jesús hace es actuar como una mujer. A fin de analizar este punto, debemos considerar aquellos textos donde una persona debe lavar los pies de otros. En todos los casos de la literatura bíblica, la persona que lava los pies a otra persona es una mujer. 
1. El primer ejemplo es el de la narración concerniente a David. Virtualmente el capítulo 25 de 1 Samuel en su totalidad se refiere al presente de Abigail, la esposa de Nabal. El final de la historia es cuando Nabal muere y David envía a sus sirvientes para proponerle que quería tomarla como mujer. Su respuesta fue la siguiente: “Se levantó y postrándose rostro a tierra, dijo: ‘Que tu sierva sea una esclava para lavar los pies a los seguidores de mi señor’” (1Sam.25:41). En el Septuagint (traducción griega del Antiguo Testamento), todos los acontecimientos con referencia al verbo lavar (niptein) respecto a pies (podas) indican que la persona lava sus propios pies, sea hombre o mujer (Gen. 18:4; 24:32; 43;24; Jue. 19:21; Sam.11:8; Cant. 5:3). El acto de hospitalidad consiste en ofrecer agua para tal propósito. 
2. El segundo ejemplo es el de la historia de la mujer en Lucas 7: “Ella se puso detrás de Él, junto a sus pies, llorando, y comenzó a bañar con lágrimas sus pies y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y besaba sus pies y los ungía con el ungüento” (7:38). 
3. El tercer ejemplo es el del Evangelio de Juan en una versión de una historia encontrada en otros Evangelios (Mc. 14:3-9; Mat. 26:6-13). En el Evangelio de Juan se refiere a la hermana de Lázaro: “María tomando una libra de ungüento de nardo legítimo, de gran valor, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos” (Juan 12:3)
 4. Finalmente en 1 Timoteo, nos encontramos con la descripción de una viuda: “recomendada por sus buenas obras en la crianza de los hijos, en la hospitalidad con los peregrinos, en lavar los pies a los santos, en socorrer a los atribulados y en la práctica de toda obra buena”. (1Tim. 5:10). A pesar de la orden para los hombres de lavarse los pies unos a otros en Juan, 1 Timoteo vuelve a la vieja costumbre de que sean las mujeres las que laven los pies de los santos. Cuando los pies ha ser lavados no son los propios, en todos los casos (ver listado antes mencionado) el encargado de hacerlo es una mujer. El único caso de un hombre lavando los pies de otros es el caso de Jesús, quien lava los pies de sus discípulos y solicita que ellos hagan lo mismo con otros.
 Ahora bien, ¿qué es lo que tenemos respecto a la subversión del rol de género en este punto central de la narración de Juan? Primero notamos que la ubicación de este episodio coincide ciertamente con la mirada del hombre llevando agua en Marcos y Lucas. Esto sucede, como hecho preparatorio de la última reunión de Jesús con sus discípulos. En todos estos tres Capítulos, la trasgresión de los roles del género masculino está conectada con la narración del ritual de la cena característico de la comunidad Cristiana. En Marcos y Lucas el énfasis recae en la cena misma como un hecho que la subsiguiente comunidad de fe conmemorará a través de sus característicos cultos a la cena. Pero en Juan la cena está completamente eclipsada por el acto del lavado de los pies (y la subsiguiente aparición del discípulo amado de Jesús). El lavado por parte de Jesús de los pies de otros, el haber ejecutado un trabajo propio de mujeres, es para ser imitado en su memoria y en obediencia a su orden. De esta manera, a través de un acto que transgrede las categorías de género, la comunidad lo reconoce como maestro y Señor.
El hecho de que Jesús sea maestro y Señor tiene relación en esta narración con su conocimiento de dónde Él viene y hacia donde está yendo. Esto es, su trascendencia de estructuras materiales se expresa en su subversión a las categorías de género. De esta manera, la identidad “divina” de Jesús es expresada cuando Él hace caso omiso a las instituciones más estrechamente impuestas de la sociedad mundana: las expectativas del rol de género.La acción de Jesús y la imitación de aquellos que lo seguían a fin de pertenecerle tiene relación con lo considerado anteriormente en el Evangelio de Tomás. Allí Jesús habló de María (y de otra mujer que solicitó entrar al reino de los cielos) como convirtiéndose en “hombre” (Tomás nº 114). Aquí Jesús y sus seguidores masculinos se convertían en “mujer”. De esta manera, los dichos del Evangelio de Tomás sobre hombre no siendo hombre, ni mujer siendo mujer (nº 22), están expresados concretamente por todos los seguidores de Jesús. Precisamente en este contexto, tan fuertemente marcado por la subversión de género, nos encontramos con el discípulo amado de Jesús. Ya hemos visto que esta relación es una relación erótica claramente caracterizada por una intimidad emocional y corporal. Estas relaciones entre un mismo sexo son frecuentemente estigmatizadas a través de la sospecha de que socavan los privilegios del género masculino. Pero en el Evangelio de Juan, se sigue un camino más radical. En vez de tratar de unir las sugeridas relaciones del mismo sexo entre Jesús y el amado con las exigencias de la masculinidad, primero Juan subvierte decisivamente ese rol. Sólo entonces somos introducidos a la relación erótica del mismo sexo entre Jesús y el hombre que ama. 
En consecuencia, la subversión de los privilegios del género masculino y la intimidad del erotismo del mismo sexo convierte los signos concretos de la realización de los valores del amor, el cual es el alma del Evangelio.

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