jueves, 3 de mayo de 2018

EL FESTEJO NUPCIAL


THEODORE W. JENNINGS, JR. 
Cleveland: Pilgrim Press, 2003
 www.pilgrimpress.com
Un modo de descalificación de las relaciones homosexuales es presentarlas socavando la institución del casamiento heterosexual.
Algunos autores, como Norman Pittenger en Time for Consent, reaccionaron contra esta descalificación y estigmatización argumentando que las relaciones homosexuales deben aproximarse tanto como fuese posible al casamiento monogámico heterosexual.
Sin embargo, antes que considerar como norma la institución actual del casamiento heterosexual para los sostenedores o los opositores de las relaciones homosexuales, debemos plantear la ambivalencia con que esa relación es considerada en la tradición de Jesús. 
Una de las características del protestantismo es que la institución conyugal y la concomitante institución familiar son consideradas un mandato dado, regla o institución ordenada “por Dios”. Este punto de vista nos conduce a suponer que la Biblia, especialmente el Nuevo Testamento, es inequívoca en su afirmación de esta “santidad del matrimonio”. Pero este punto de vista está fundado sobre la ignorancia de la ambigüedad de la tradición de Jesús según está expresada en los evangelios. 

Por consiguiente, deseo develar esta ambigüedad y ambivalencia enfocando la atención sobre esta tradición. 

Las referencias a la institución conyugal en la tradición de Jesús han producido una imagen de cierta ambigüedad. 

Por una parte, se renuncia a y es rechazado el casamiento cuando es identificado con la institución familiar. Por otra, cuando el casamiento es visto como el encuentro deseado y gozoso de dos personas, es aceptado y aprobado. De ninguna manera, esta ambigüedad es resultado de la confusión o contradicción. Ni, en sí misma es paradójica. Sin embargo, la ambigüedad resulta en paradoja cuando suponemos que el encuentro deseado y gozoso es producir la relación conyugal en la que dos personas colaboran en el mecanismo de reproducción de la institución familiar. Tan autoevidente ha sido hecha esta conexión que pareciera que las bodas y los casamientos fueron unidos indisolublemente en el imaginario y la ideología cristianas. En estas circunstancias, celebrar a uno, la boda, y criticar o rechazar al otro, el casamiento, parecería arbitrario o, al menos, paradójico. Pero, en realidad, la situación es clara y la posición de la tradición de Jesús radical. 
Lo que es aprobado y, ciertamente, considerado fundamental para la naturaleza humana es unirse el uno al otro en el deseo, el gozo mutuo, compromiso para la felicidad, convertirse los dos en uno, dicho brevemente, la esfera total de la sexualidad y el erotismo.
Esta actividad nos es simplemente tolerada sino afirmada mediante la apropiación de los textos de Génesis 2:24 y la utilización de los motivos de la boda y el novio para indicar el carácter del gozo del reino de Dios. El lugar de estos temas en la tradición de Jesús hace muy claro que la abolición del casamiento en la resurrección o, como dice Lucas, entre quienes ya participan en la realidad de la resurrección, de ninguna manera implica la abolición del erotismo o la sexualidad. La sexualidad es la corona de la creación divina: dos que llegan a ser una sola carne. Pero esta unión de deseo y gozo no significa enredar a las personas en la unidad básica de la producción de los valores políticos, económicos y sociales de un mundo caracterizado por la división y la dominación. Pero, ¿qué es esta unión de deseo y gozo si deja de ser apropiada por la mecánica y las estructuras de la familia? Claramente, la tradición de Jesús considera a la última un compromiso inaceptable con las estructuras del mundo, como un intento para asegurar el propio lugar en la realidad presente y, de ese modo, un rechazo a la irrupción de la nueva realidad, el Reino de Dios. La afirmación de la sexualidad no es, por supuesto, una garantía para autorizar la comisión de violencia sobre otras personas o tratarlas indignamente, ni tampoco para la conducta caprichosa o autojustificatoria. La esfera de la sexualidad, como la de cualesquiera otra esfera de la vida, esta penetrada por los valores del amor y de la justicia, de la generosidad y el gozo, que encarnan el significado de la llegada de la ley divina al mundo creado por Dios para, precisamente, ese fin. Que la institución de la familia, y del mismo modo el casamiento en la medida que perpetúa esta institución, es considerado inherentemente contradictorio a estos valores es el sentido claro de la tradición de Jesús. 
Esta institución parecería pertenecer a la esfera de la posesión y el dominio que es la antítesis de la nueva realidad anunciada y puesta en obra por Jesús. 

¿Cómo se vincula la afirmación de la sexualidad no institucionalizada a nuestro tema del erotismo y las relaciones homosexuales? 
Claramente, en absoluto existe fundamento para rechazar el erotismo homosexual como tal. Por el contrario, la expresión del gozo y el deseo sin intentar reproducir los sistemas del patriarcado y la posesión serían tan compatibles, al menos, con las relaciones homosexuales como con las heterosexuales. 
Y, ciertamente, hallamos confirmación de este concepto en nuestra consideración sobre la importancia de la relación entre Jesús y el varón que amaba. Esta relación homosexual es capaza de servir como modelo no solamente de las relaciones homosexuales sio también como paradigma de la liberación de las relaciones heterosexuales.

Ya Elredo de Rievaulx advirtió este vínculo cuando usó este modelo de la relación homosexual para proponer que las relaciones heterosexuales debían también ser entendidas como apuntando a la ayuda mutua más que a la subordinación del uno al otro. Tanto las relaciones heterosexuales como homosexuales tienen en común que apuntan a la lealtad libremente elegida del uno al otro fundada en el reconocimiento gozoso que “esto finalmente” es la contraparte del deseo y la culminación del deleite. Ellos tendrían en común una expresión de amistad erótica o sexual. Podríamos incluso suponer que estas diferentes de relación sexual complementan la una a la otra. Aparentemente, las relaciones heterosexuales son caracterizadas más a menudo como vínculos vitalicios mientras que las relaciones homosexuales son caracterizadas, aparentemente, por ayuda mutua libre de la amistad. Sin embargo, estos sólo son tipos ideales. Cada relación individual posee su propio carácter, sus propios desafíos, sus propias derrotas y victorias como sus luchas para expresar adecuadamente el amor que es su cimiento y meta.
Los evangelios desarrollan claramente perspectivas sobre el casamiento, la familia y las fiestas nupciales que son plenamente consistentes con una perspectiva que apoya a lo gay, ulteriormente verificando la lectura sobre las tradiciones homoeróticas en los relatos bíblicos referentes a Jesús. 

Si la relación afectiva primaria de Jesús fue a otro varón, entonces esta relación podía exhibir los valores del deseo y placer sin convertirse en cómplices de las estructuras de posesión y auto-preservación características de los valores de la relación conyugal y familiar. Su relación fue la que los antiguos reconocerían como amistad pero que distinguirían de la relación a los otros a quienes Jesús llamaba amigos por su carácter íntimo y erótico.  

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