Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
sábado, 5 de mayo de 2018
SEXUALIDAD Y PROCREACION
En tanto la meta de la sexualidad es la procreación,
¿el sexo que no procrea es contrario a la meta de la actividad sexual y debe proscribirse como “contrario a la naturaleza” o ilícito?.
El punto de vista cristiano sobre la sexualidad y la procreación que habría predominado en el surgimiento de la iglesia católica podría considerarse un compromiso entre el énfasis romano y judío sobre la importancia del casamiento y la familia y el recelo filosófico y religioso helenísticos dirigidos contra el cuerpo en general y la sexualidad en particular.
Las modificaciones del judaísmo normativo a principios del cristianismo desafían esta perspectiva en aspectos importantes. La iglesia primitiva sabía que Jesús y Pablo al menos, habían fallado en cumplir los imperativos maritales del judaísmo y de Roma. Incluso ciertos dichos tanto de Jesús sobre los eunucos y de Pablo sobre el casarse parecerían, en principio, socavar esta heterosexualidad compulsiva. Esto es, Jesús y Pablo parecen recomendar la soltería a sus seguidores. Ciertamente que esta política parecería escandalosa desde la perspectiva del judaísmo y de muchas culturas paganas. Por otra parte, esta tradición podría verse como liberadora por aquellas que tenían sus propias razones para no desear el estado conyugal, por ejemplo para las mujeres que podrían hallarse libres de los controles de las instituciones patriarcales. El papel de viudas y vírgenes en la comunidad primitiva habrá dado una liberación real a las mujeres. De hecho podemos ver en el intento de controlar o limitar la admisión a estos roles un reconocimiento de parte de algunos varones de las amenazas al control y la autoridad masculina presentado por la proliferación de mujeres en el movimiento, ya sea que no están casadas, llamadas “vírgenes”, o que ya no están casadas, llamadas “viudas”. El aspecto crítico a tener en cuenta acerca de las vírgenes y las viudas no es la cuestión de su experiencia sexual o carencia de ella sino su libertad respecto a la institución conyugal.
Sin embargo, el recelo contra la sexualidad parecía tener alguna base en las tradiciones de la comunidad y conectar con formas muy prestigiosas de la filosofía popular helenística. El resultado de esta colisión fue un punto de vista que buscó regular la sexualidad sin simplemente repudiarla.
Hacia fines del siglo II podemos ver que los elementos básicos de este compromiso aparecen en el centro de la cuestión, sobre todo en la obra de Clemente de Alejandría. El punto de vista de Clemente es que por el cristianismo incluso las personas más vulgares e ignorantes alcanzan a vivir vidas dignas de filósofos.
"Mantener relaciones sexuales para dar cumplimiento a nuestro deber filosófico y racional" y, en consecuencia, no simplemente para complacer caprichos o satisfacer nuestra lujuria o deseos. El celibato, la opción no procreativa desarrolla una sólida y creciente institucionalización y, dentro de ese marco de trabajo, las suspicacias ulteriores son dirigidas contra el sexo procreador. Este recelo se halla, por ejemplo, en el punto de vista agustiniano sobre el acto de procreación o, más bien, la lujuria y el deseo que la asisten como el agente que transmite el pecado original a quien es concebido por el acto sexual.
Obviamente, este recelo contra la sexualidad supera al de Clemente de Alejandría.
Finalmente, este punto de vista es sistematizado por la apropiación de la biología aristotélica por Tomás de Aquino quien formuló el punto de vista que los actos sexuales no procreadores son pecadores pues violan el objetivo natural del sexo en la creación. Este punto de vista caracteriza a la doctrina moral católica actual.
El protestantismo rechaza la opción del celibato lo cual apuntaría al retorno aparente a la heterosexualidad compulsiva del judaísmo. En los tratados puritanos y anglicanos del siglo diecisiete, el punto de vista que el sexo sólo tiene el propósito de la procreación fue sometido a crítica. Irónicamente, el rechazo al celibato y la crítica a las teorías de la procreación de la sexualidad son frecuentemente olvidadas tan pronto como el tema de discusión cambia del casamiento heterosexual a la homosexualidad. En esa circunstancia encontramos incluso a los protestantes conservadores hablando sobre el celibato como una opción para algunas personas, ellos, y estigmatizando a la actividad homosexual como no procreativa y, en consecuencia, ilícita. En consecuencia, la cuestión que debemos plantear retorna a las formulaciones que están detrás de las de Clemente de Alejandría para preguntar si, de hecho, la sexualidad en el Antiguo Testamento es considerada necesariamente procreadora y si los casados están obligados a procrear.
Al reflexionar, llega a ser obvia la razón por la cual “sed fructíferos y multiplicaos” es eliminada de la esfera de la reproducción biológica y reubicada en la esfera de la misión. La descendencia abundante había sido una de las promesas a Abraham la cual fue entendida como la multiplicación de la progenie para llegar a ser una gran nación o pueblo. Es claro que la promesa será realizada dado el carácter prolífico de Jacob quien tuvo doce hijos que llegaron a ser los antecesores de las tribus de Israel. Pero la nueva promesa actualizada en Jesús no es una nueva nación sino un nuevo movimiento que será consumado en una nueva creación. En este contexto es posible entender como Jesús no tiene doce hijos sino doce discípulos. A su vez, ellos son convocados a tener discípulos entre todas las naciones de la tierra.Este contraste se convierte en tema de reflexión explícita en el evangelio de Juan. El tema es anunciado en el prólogo sobre la palabra que fue hecha carne: “Mas a todos los que le recibieron, o a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12.13). Aquí esta expresamente contrastado el ser “engendrados de Dios” con los medios de la generación humana: sangre, la mujer; el deseo de la carne, el deseo sexual; la voluntad del hombre, el varón. De esa manera, el varón, la mujer y el deseo sexual que los une no son aquí el instrumento de la promesa de descendencia. Mas bien la fe es el instrumento de la concepción. Este tema es ulteriormente tomado de nuevo en la discusión con Nicodemo sobre el nacimiento. Aquí aprendemos que el origen de la vida no tiene nada que ver con la procreación sino con la operación del Espíritu: “De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (3:5-6). De nuevo aquí tenemos el contraste de los dos medios de generación, carne y espíritu. La nueva realidad no depende de reentrar en el vientre de la madre (3:4) sino sobre la acción del espíritu. La significación de este contraste es aducido aquí en el contraste entre la predictibilidad de quienes nacen de la carne y la impredictibilidad de quienes nacen del soplo del espíritu. Este contraste es a menudo oscurecido al suponer que el énfasis recae en la impredictibilidad del viento cuyo ir y venir es invisible e incontrolable. Pero lo que está dicho es que esta impredictibilidad se aplica a quienes “nacen del espíritu” (3:8). Este contraste es importante de modo crucial. De hecho, las personas cuyo origen es la procreación biológica son predecibles. El nacimiento es destino pues las ubica ineluctablemente en el género, la familia, la tribu, la nación, la clase, la casta y la época. El mismo punto de la ética basada en la fertilidad fuere tribal, de clase o de “valores conyugales y de familia” es asegurar la perpetuación del statu quo: mantener la predictibilidad y control social. Pero cuando el origen es desde arriba o “como el viento”, entonces las diversas formas de control y conformidad social pierden su fuerza. Ningún vínculo de familia, tribu, nación, clase, casta o género está presente. Surge una situación nueva y dinámica que no puede ser comprendida dentro de los términos del orden antiguo. Un episodio recogido por el evangelio de Lucas muestra un contraste parecido. Jesús había estado explicando la significación de su obra sobre el exorcismo. “Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: ´Bienaventurado el vientre que te trajo. Y los senos que mamaste´. Y él dijo: ´Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan´” (11:27-28). De nuevo este es un contraste explícito entre la procreación natural y la procreación espiritual que ocurre mediante el hablar y el escuchar, y el atender, a la palabra. De ninguna manera este comentario es una devaluación de las mujeres. Por el contrario, el evangelio de Lucas enfatiza más que ningún otro texto del Nuevo Testamento el ministerio y misión de las mujeres.
Para Lucas como para Juan, la biología no es destino, ni tampoco “origen”. La transferencia del énfasis de la procreación a la proclamación como medio de propagación de la vida impregna al Nuevo Testamento. El contraste que discutimos entre quienes nacen de la carne y quienes nacen del espíritu ayuda a explicar la crítica radical que encontramos en los evangelios sinópticos sobre las instituciones del casamiento y la familia, instituciones que podrían entenderse como mantenedoras del statu quo. Fecundidad y multiplicación son transferidas de la esfera de la sexualidad a la esfera de la misión y la evangelización. Esa transferencia no es lograda desde el principio mediante el recelo hacia la sexualidad como tal. La transferencia está acompañada por la crítica de la institución familiar pero no de la sexualidad. Pero ahora la sexualidad ya no puede ser más comprendida como el instrumento de la propagación o la procreación. ¿Qué será, entonces, de la sexualidad?
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