sábado, 5 de mayo de 2018

PABLO Y EL SEXO


En la Primera Carta a los Corintios, Pablo discute extensamente sobre la sexualidad. 
La primera parte de esa discusión, los capítulos 5 y 6, tratan cuestiones de inmoralidad sexual en la iglesia de Corinto. Los dos casos son, primero, la relación sexual con la madrastra, y, segundo, el tema de las visitas frecuentes a las prostitutas. En el capítulo 7, Pablo examina el tema general del casamiento heterosexual. En general, Pablo supone que es mejor no casarse pero que el matrimonio está permitido y, en ciertas condiciones, es aconsejable. Su punto de vista que es mejor no casarse está, por supuesto, en el estilo de no solamente los puntos de vista que estaban surgiendo en el judaísmo sino también con los de la mayoría de las tradiciones gentiles y paganas. Así, desde el punto de partida de los partidarios del casamiento tradicional y las instituciones y valores de la familia, Pablo es decididamente heterodoxo. Pablo no da como razón para permanecer soltero el punto de vista que la sexualidad es por sí misma sospechosa o que ha de tenerse recelo de ella. Su objeción, más bien, nace de la prudencia. Si eres casado, estarás preocupado en satisfacer a tu pareja y, por lo tanto, dispondrás de menos tiempo y energía para dedicar a la vida de la comunidad. Si eres casado, asumes responsabilidades para el mantenimiento de una casa, para los arreglos domésticos del habitar, el comer y todo lo demás. La analogía usada por Pablo es la de ejercer el comercio. Si fueres casado, actúa como si no lo fueres. Si ejerces el comercio, trata de comportarte como si no fuere el caso. Esto es, no llegues a estar preocupado con esto, mantén tus prioridades, no te consumas por las cosas de este mundo.Pero ser casado y comportarse como si no lo fueres no significa estar casado y abstenerse del sexo. En cierto modo, mantener relaciones sexuales es lo que se supone hacen las personas casadas, pero no para tener hijos. Lo cual Pablo dice así: El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. (7:3) No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia. (7:5) Parecería que Pablo considera aceptado plenamente que cada miembro de la pareja tiene la obligación de dar al otro la satisfacción sexual que es la base de la relación conyugal. Para apreciar aún más claramente este punto, podemos examinar las razones dadas por Pablo para el matrimonio que serían necesarias en algunos casos. Dos afirmaciones son pertinentes: Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo, pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando. (7:8-9) Pero si alguno piensa que es impropio para su hija virgen que pase ya de edad, y es necesario que así sea, haga lo que quiera, no peca; que se case. (7:36) Según Pablo, la razón básica es por el deseo o la pasión. El casamiento es la manera de satisfacer la pasión sexual. A causa de este hecho, rehusar el placer sexual a la pareja sería una forma de fraude. Sin duda, lo que Pablo dice en este respecto supone una relación radicalmente igualitaria entre los miembros de la pareja. Ambos miembros de la pareja ponen sus cuerpos al servicio del otro: El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. (7:3-4)Nada aquí presume la noción que la satisfacción sexual del varón es más importante que la de la mujer. Ni tampoco Pablo recela de las necesidades sexuales de alguna de las partes de la relación. Esto no es decir que los comentarios de Pablo son totalmente aceptables. Pero si lo que Pablo dice aquí le hubiera sido prestada atención en la tradición cristiana, habría sido ahorrado un gran número de deformaciones en esta tradición. Pablo ofrece una aceptación plena de las necesidades sexuales de los varones y las mujeres, de hecho un punto de vista que la gente permanezca junta para tener relaciones sexuales y el rechazo a colocar esta sexualidad bajo sospecha. Quizá aún más sorprendente dado el modo que la tradición finalmente se desarrolló, Pablo no sugiere que la razón para casarse es tener hijos. La razón para casarse es satisfacer las necesidades sexuales el uno al otro mutuamente y la razón para la sexualidad no está vinculada, aquí o en otras partes del texto, a la procreación. En este pasaje, para estar seguro, los niños reclaman un poco de atención. Los niños nacidos a una persona cristiana, fuese cristiano el padre o la madre, se presume que serán santificados. Obviamente, la referencia aquí no es al bautismo pues Pablo ya previamente había aclarado que el bautismo no era de su preocupación. Las y los hijos nacidos a cualesquiera persona cristiana son “santos” mas bien que “impuros”. Así Pablo no usa esta condición como una razón para tener hijos. De hecho, desde la perspectiva desarrollada por Pablo, serían mejor para las personas cristianas las prácticas sexuales que menos progenie produjesen. El sexo procreador conlleva no sólo procurar el cuidado de la pareja y el domicilio conyugal que constituye sino que tener hijos e hijas incrementa los cuidados por este mundo y el número de distracciones de lo que Pablo considera el verdadero negocio de la persona cristiana. De ese modo, el argumento de Pablo nos llevaría a decir que el sexo estéril es “mejor” que el sexo fértil. Ambos darían satisfacción sexual a las parejas pero el sexo estéril tendría la ventaja de no incrementar las distracciones y preocupaciones que hacen tan difícil atender a la obra de la salvación. Desde la perspectiva paulina, la tradición lo considera al revés. Este pasaje persuade, finalmente, a los puritanos que la sexualidad conyugal no esta dirigida solamente a la procreación sino al gusto y consuelo del uno al otro de los cónyuges en este valle de lágrimas. Ahora bien, parte de lo que hace posible la perspectiva de Pablo es, precisamente, que la cuestión de la procreación es dejada de lado. Por cierto esto está parcialmente relacionado con la visión paulina que el fin está cercano pero también con el modo en el cual la tradición cristiana ya hizo la evangelización el medio de ser fructífero y fecundo. El despertar de la fe en el otro, multiplica, da nacimiento, aumenta y consolida. La noción de Pablo no es la noción gnóstica que recela de la procreación biológica. Si esto ocurre, bien; si no, bien también. No es un convenio. Una vez que este acercamiento es emprendido, entonces el sexo mismo es liberado para ser visto simplemente como dar y recibir lo que es debido, la satisfacción mutua de lo que es necesario y deseado.
 Si el punto de vista paulino de la Primera Carta a los Corintios hubiese sido la base de la reflexión subsiguiente sobre la sexualidad, habrían sido evitados muchos problemas. Sin embargo, este punto de vista no ha sido compartido universalmente. La ilustración más evidente del punto de vista que logró ascendencia en la iglesia se  halla la Primera Carta a Timoteo. En ella, por primera y única vez en la literatura neotestamentaria, la sexualidad aparece vinculada a la maternidad: La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia. (2:11-15) Quiero, pues, que las viudas jóvenes se casen, críen hijos, gobiernen su casa; que no den al adversario ninguna ocasión de maledicencia. (5:14) Aunque aquí tenemos puntos de contacto con las ideas expresadas en la Primera Carta a los Corintios respecto al silencio de las mujeres, la actitud es completamente distinta. En primer lugar, sólo Eva es culpada por la caída. En la Primera Carta a los Corintios y en Romanos esta culpa pertenece a Adán. Sólo aquí, el lugar de las mujeres es, claramente, “en el hogar” y, de hecho, embarazadas. Por cierto, la situación empeoró. Todavía nada expresa el recelo hacia la sexualidad que impregnará mucha de la tradición, un recelo que limitará la actividad sexual lícita a la que es procreadora. Incluso el texto se opone a las tendencias ascéticas (4:1-5) y no vincula explícitamente la sexualidad a la procreación. De hecho, el texto tiene mucho para ser alabado. Pero el espíritu de compañerismo, de sensatez y de creatividad y agudeza teológicas están, de modo palpable, ausentes. Desdichadamente, el aspecto peor del texto probaría ser el más influyente y el mejor sería pronto olvidado. El punto de citar este texto es mostrar que llevó bastante tiempo establecer el vínculo entre sexualidad y procreación. Incluso en la etapa tardía representada por la Primera Carta a Timoteo, el vínculo está aún lejos de ser definitivo pero podemos ver a alguno de sus elementos tomar forma ante nuestros ojos. El contemplar este desarrollo ayudaría a subrayar la ausencia de este vínculo en la tradición neotestamentaria que antecede a este texto. Al menos otra generación pasaría, quizá dos, antes que el vínculo fuese hecho explícito. Antes que la teoría estuviese plenamente desarrollada, sus autores surgirían como una clase separada de personas carente, en gran medida, de experiencia sexual.

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