sábado, 5 de mayo de 2018

ocultar la homosexualidad de Jesús


La revisión del punto de vista neotestamentario sobre la sexualidad muestra que ni siquiera en las postrimerías esa tradición está vinculada con la procreación.
Hacia la época de la Primera Carta a Timoteo, podemos apreciar los inicios de este punto de vista y, también, que está vinculado a un punto de vista negativo de las mujeres y su contribución a la vida de la comunidad.Sin embargo, mucho más sorprendente es el rechazo de esta tradición primigenia a vincular el sexo y la procreación. Este rechazo contraría a la influyente filosofía popular pagana. 
¿Porqué el rechazo a tal relación? La primera razón trata el modo en el que la fe fue comprendida como el verdadero origen de la vida. Desde este punto de vista, la fecundidad de la nueva creación se expresa en la actividad que inaugura nuevas comunidades o que las construye en la fe. Este punto de vista representa el nuevo significado evangélico de “sed fecundos y multiplicaos”. Aun cuando esta perspectiva está vinculada con el ethos antisexual del mundo helenístico, ningún recelo está dirigido al sexo en cuanto tal. Por cierto, el pecado aparecería en esta esfera pero es mucho menos importante que, por ejemplo, el chisme, la envidia o la enemistad las cuales reciben mucha mayor atención en los textos. En esta circunstancia, entonces, la sexualidad sería vista moderadamente como la esfera del deseo y la necesidad y, de ese modo, como la esfera del mutuo y concreto servicio del uno al otro.
 En tanto y cuanto esta perspectiva es tenida claramente en vista, no es necesario “vigilar” esta esfera con restricciones y regulaciones. El sentido común y la debida consideración por los derechos y necesidades de la otra persona son lo que es esencial. 
 Pablo es mas bien insensible al placer y al juego, al gozo y la celebración. Aún tiene que aprender de los aspectos festivos de la tradición de Jesús. Pero incluso tomando los puntos de vista de Pablo tal cual, especialmente en relación con lo que hemos visto de la tradición de Jesús, transitaríamos un largo camino para deshacer los peores aspectos de una tradición antierótica y anticorporal. Específicamente respecto al tema de la relectura del Nuevo Testamento que afirma la orientación homosexual, podemos decir que el punto de vista orientado a la necesidad y el deseo de la otra persona significa que no existe en principio ninguna base para la descalificación de las relaciones homosexuales sean entre mujeres o entre varones. Estas relaciones son tan capaces como las heterosexuales de proveer el concreto servicio carnal de la persona amada con respeto y compañerismo. Desde esta perspectiva, ninguna objeción puede surgir contra la mediación o expresión sexual de las relaciones homosexuales fundada en que tales expresiones no generan descendencia. Este punto de vista es aplicable, por supuesto, a la relación entre Jesús y el discípulo amado así como al centurión y su bienamado muchacho. El realineamiento de la sexualidad y la procreación junto con el extremado recelo que la tradición dirigió contra la esfera sexual, produjo el monstruo que es la ética sexual cristiana tradicional. Este monstruo procura estigmatizar a las relaciones homoeróticas por no generar descendencia y, en consecuencia, pecadoras. El desenmascaramiento de la mala fe de esta tradición es un paso importante no sólo para superar la homofobia y el heterosexismo sino también la erotofobia a la cual estuvieron sujetas generaciones de personas cristianas, hetero u homosexuales.
En la primera parte develamos la “memoria peligrosa” de la relación de Jesús con otro varón según está presentada en el evangelio de Juan. Vimos que la lectura más aceptable de los textos que tratan sobre el varón que Jesús amó es la que entiende esta relación como de intimidad física y emocional y que, de ninguna manera, nada en el texto imposibilita la mediación sexual de esta relación lo cual es de esperar de relaciones construidas parecidamente. 
En la segunda parte, asimismo, vimos pistas adicionales de esta relación en la tradición del evangelio de Marcos. El evangelio de Mateo, en tanto no atribuye tal relación a Jesús representa sin embargo a Jesús abierto a tales relaciones con otros como parte de la inclusión por Mateo del marginado sexualmente. Sin eliminarla, Lucas oscurece esta relación en interés de minimizar algunos elementos de escándalo en la tradición de los lectores atraídos por las tradiciones de Israel. Sin embargo, todos los evangelios conservan elementos de la subversión de los roles de género que hemos visto son característicos de la tradición de Jesús. Una de las maneras principales que esta “memoria peligrosa” fue oscurecida por subsiguientes generaciones de quienes leyeron estos textos es la presuposición que el Nuevo Testamento, y en consecuencia Jesús, apoya en general los valores de la familia y el casamiento que, según es alegado, legitiman la desaprobación del erotismo homosexual. 
Nuestro estudio de las tradiciones concernientes a Jesús mostró que lejos de apoyar o legitimar estas instituciones y valores, la tradición de Jesús es despiadadamente crítica de ellas. De ese modo la oposición a la institución de la familia y el recelo contra el casamiento como reproducción de esa institución atestigua una visión radical de las relaciones humanas que es constante en la aceptación de las relaciones homosexuales. Además esta crítica de la estructura familiar no está expresada en términos del ascetismo y, por tanto, no puede ser atribuida a la erotofobia que caracteriza la tradición cristiana tardía. Más bien la crítica parecería que fuese producida como un elemento dentro de una evaluación total de las estructuras de dominación.
Finalmente, hemos visto que el Nuevo Testamento no acepta el punto de vista ya presente en algunos círculos helenísticos, que el sexo es para la procreación, subsecuentemente introducido en el cristianismo para reforzar el heterosexismo y que más tarde fue un elemento en la prohibición del erotismo homosexual. 
Así cualesquiera uso de los valores familiares y conyugales para desacreditar el erotismo homosexual o la relectura de los evangelios que lo apoya requiere una total indiferencia para los testigos unánimes de las tradiciones concernientes a Jesús. Este cristianismo normativo que ha triunfado en cerrar sus ojos a esta realidad manifiesta hace menos sorprendente que haya fallado en detectar la afirmación de las relaciones eróticas homosexuales en estos mismos textos. De hecho, nos preguntamos si esta ceguera a la crítica de Jesús a la institución conyugal y familiar no ha sido para oscurecer tanto como fuese posible la memoria peligrosa del amor de Jesús por otro varón y su aceptación de tales relaciones en otros. En todo caso, el precio del heterosexismo y la homofobia es una incapacidad para reconocer o tratar características constantes de las tradiciones concernientes a Jesús.

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