jueves, 30 de agosto de 2018

Otro Dios es posible - 3



Reflexiones desde Nicaragua sobre el cristianismo, el poder y las mujeres


 María López Vigil 

Tercera reflexión: en Nicaragua la religión es machista y legitima el machismo

 En la historia de la humanidad, "Dios nació mujer", la idea de Dios nació vinculada a lo femenino. Durante milenios, la humanidad, asombrada ante la capacidad de la mujer de generar de su cuerpo el milagro de la vida, veneró a la Diosa, viendo en la mujer una imagen divina. 

Muchos milenios después, la idea de Dios se transformó... y Dios se convirtió en varón. Hoy, el Dios en quien creemos en Nicaragua es un Varón. Es así también en las grandes religiones monoteístas: Cristianismo, Judaísmo, Islamismo. Y en otras religiones politeístas, los dioses varones tienden a ser predominantes, preponderantes. 

Así pues, en el Cristianismo, tanto en su versión católica como en su versión protestante, Dios es un Hombre. Considero que ninguna característica de nuestra cultura religiosa contribuye más que ésta a la instalada inequidad entre hombres y mujeres. La religión perpetúa esta inequidad, la justifica, la explica, la legitima. Pero como esta raíz permanece tan escondida, está tan abajo en la tierra de nuestras mentes, arraigada tan profundamente, resulta difícil exponerla y da a menudo mucho temor reflexionar sobre ella, y ahí se queda, intocada.

 En la iconografía cristiana, en las imágenes que hemos visto desde niñas y niños, Dios es un anciano con barbas. Es un Rey con corona y cetro sentado en un trono. Es también el Dios de los Ejércitos. Por lo tanto es un General. Según esa iconografía, ese Dios tiene un Hijo, que "se hizo" hombre, lo que sugeriría que su esencia anterior a ese "hacerse" era masculina. La tercera persona de esa "trinidad", de esa "familia divina", es el Espíritu Santo. A pesar de que en hebreo, la palabra espíritu es una palabra femenina, es la ruaj, la fuerza vital y creadora de Dios, la que lo pone todo en movimiento y anima todas las cosas, el dogma nos enseña que el Espíritu dejó embarazada a María. Por lo tanto, esa paloma sería en realidad un "palomo".

 Sin querer resultar irrespetuosa, considero este conjunto familiar realmente esperpéntico. Incomprensible. Distorsionador. Incluso, perverso. En el caso del catolicismo, el dogma busca equilibrar lo extraño de esta singular familia encumbrando hasta lo indecible a aquella humilde campesina que fue María de Nazaret, con un culto idolátrico que los protestantes justamente rechazan. El resultado de la mariolatría es la construcción de un modelo también extrañísimo e inimitable de mujer: sin pecado desde su concepción, virgen antes, después y durante el parto y a la vez madre, esposa sin relaciones sexuales con su esposo José, muerta como todos los humanos, pero elevada al cielo en cuerpo y alma... Sólo imitable, realmente, en su sumisa "entrega" al plan de Dios.

 Creo que uno de los problemas más cruciales que debemos entender para tener una correcta perspectiva de género es saber que las mujeres somos enseñadas y aprendemos que nuestra vida debe ser una vida de "entrega" al "plan" de los demás. Que se nos enseña y aprendemos que nos "realizamos" en esa entrega: amando al marido, a los hijos, a los padres, a los alumnos, a los enfermos, a los pobres... Siempre amándolos más que a nosotras mismas, amándolos a costa de amarnos a nosotras mismas. Pastores y sacerdotes han reforzado siempre en las mujeres que su felicidad es el amor a los demás... como María. Esta idea contribuye a reforzar la inequidad, porque también los hombres pueden y deben realizarse en el amor a los demás. Y así lo enseñó Jesús de Nazaret, que en esto del amor, la compasión, la ternura, la no violencia, no hizo jamás ninguna diferencia genérica.

 Donde Dios es Varón, los varones se creen Dios. Donde Dios es Hombre, los hombres son dioses. En un encuentro regional de mujeres evangélicas celebrado en junio 2004 en Buenos Aires, la Reverenda Judith VanOsdol lo afirmaba con contundencia. Escuchemos sus palabras:

 La imagen de Dios que se predica y se emplea en muchas iglesias es inadecuada. Así, las iglesias relegan a la mujer a una segunda o tercera categoría, como si fueran seres inferiores, contribuyendo a invisibilizar el importante e histórico liderazgo de las mujeres. Las iglesias que imaginan o representan a Dios como un varón tienen que hacerse cargo de esta imagen creada como herejía. Porque donde Dios es varón, el varón es Dios. Concordemos entonces que cualquier lenguaje es inadecuado para contener todo lo que es Dios. La Biblia sostiene que Dios es Espíritu. Por ello tenemos que ampliar nuestros imaginarios para contemplar que Dios trasciende el género, no es ni masculino ni femenino. Y en la Palabra, hay una riqueza que incluye varias imágenes de Dios, incluso imágenes femeninas. La Biblia nunca habla de la sexualidad de Dios. El término "padre" es un termino relacional, que apunta a la igualdad de toda persona, como hija y como hijo. La base de la tentación en el jardín del Edén fue querer ser dioses. Esta tentación sigue en pie hasta el día de hoy. Cuando los varones se postulan como dioses por encima de las mujeres seguimos viviendo las consecuencias de este pecado, el desequilibrio y la injusticia de género (Van Osdol, 2004) 

Incluso, en expresiones religiosas tan populares y liberadoras como las de la Misa Campesina Nicaragüense, Dios es un hombre. Cantamos que lo "vemos" en las gasolineras chequeando las llantas de un camión, patroleando carreteras... pero no lo vemos lavando o cocinando, mucho menos lo vemos chineando y dando de mamar. El Dios de la teología de la liberación también fue un Varón.

 ¿Qué más decir después de esto? Que ese Dios Varón, que además mete miedo, y que además está fuera de la historia, legitima el uso de un poder arbitrario y controlador, incluso violento, que los hombres ejercen sobre las mujeres. Contra sus mujeres. Contra sus esposas y sus hijas. 

El abuso de poder con el que los hombres se imponen sobre las mujeres y deciden en su nombre cómo se gasta el dinero en la casa o qué leyes deben aprobarse, se expresa desde la Asamblea Nacional hasta los hogares. Tenemos que admitir que en Nicaragua no queremos que vuelva la guerra, pero que hemos convertido nuestros hogares en verdaderos campos de batalla. 

También el abuso sexual debe verse "desde" aquí. El abuso sexual, sea fuera del matrimonio o dentro de él -qué dolor tan silenciado para tantas mujeres el de las relaciones sexuales forzadas dentro del "santo" matrimonio-, sea en forma de violación sexual violenta en las calles o como asalto insidioso en forma de incesto en el hogar, no es una debilidad moral ni un instinto irrefrenable de los varones ni debemos explicarlo desde el pecado de la lujuria. Es la suprema expresión de un abuso de poder, en este caso con el arma del pene, zona del cuerpo sacralizada en las religiones patriarcales.

Y mientras el pene es sagrado y con la circuncisión se consagra en el órgano masculino la alianza con el Dios Varón, la sexualidad femenina -su cuerpo, su menstruación- está tradicionalmente asociada al pecado, a lo sucio, a lo impuro, a la tentación, totalmente vinculada a la reproducción y nunca al placer. Estas asociaciones que circulan en el acervo mémico de la humanidad tienen una raíz religiosa y están en la base que legitima la inequidad, la violencia y el abuso sexual.

 En la descomunal afectación que estas ideas -y sus prácticas derivadas- causan, las principales víctimas son, sin lugar a dudas, las mujeres. Las mujeres y las niñas. En primer lugar, porque esta cosmovisión las coloca, ya de entrada, en un estatus inferior de humanidad. Igual en la cosmovisión religiosa tradicional en su versión cristiana, en la que Dios es un varón todopoderoso; tiene un Hijo único, el Cristo, también varón, según la idea más generalizada algo así como un Dios pleno de poderes que vino al mundo disfrazado de hombre a hacer milagros y a sufrir. 

Para reforzar este guión celestial, los representantes de Dios en la tierra son todos varones. Lo son totalmente en el catolicismo nicaragüense y en el universal. La iglesia católica se ha negado históricamente, en varias ocasiones y de forma terminante, a la posibilidad del sacerdocio o del diaconado femenino, argumentando que Jesús sólo eligió hombres y que Jesús era un hombre. En las diferentes denominaciones protestantes y evangélicas que hay en Nicaragua, debemos reconocer que el liderazgo femenino está aún muy limitado, en cantidad y en calidad. En ambas versiones del cristianismo, las mujeres no ocupan nunca en la Iglesia cargos de poder y de decisión. 

Ellos -Dios y sus representantes- "pueden todo" (dictadores); "saben todo" y sus designios son "misteriosos" (no susceptibles al control, no obligados a la racionalidad ni a la transparencia y con derecho a la impunidad), "juzgan todo" (arbitrarios, con una legalidad inapelable, administradores de castigos). Este Dios, construido en la mente humana en estadios primitivos de su evolución, fue funcional al rey absoluto y al hacendado colonial, y lo sigue siendo al general de ejércitos, al gobernante autoritario, al caudillo del partido, al papa infalible y al sacerdote y al pastor controlador de conciencias. A toda la gama de varones con poder.

 El espacio público donde se ejercen estos poderes es "naturalmente" y por designio divino el espacio de los varones. La cultura patriarcal que ha dominado la historia humana desde hace miles de años explica el sesgo totalmente masculino de las grandes religiones históricas... a pesar de que "Dios nació mujer", como sugerentemente documenta el periodista español Pepe Rodríguez en uno de sus libros, todos escritos con el afán de divulgar ideas provocadoras. 

La ley divina ha dibujado las fronteras. El espacio público -la calle, la tribuna, la institución, la ley, el gobierno- para los hombres y el espacio privado -el hogar- para las mujeres, donde todas son "madresposas", aun cuando no tengan ni esposo ni hijos, aun cuando sean niñas pequeñas o ancianas cansadas. (ver Lagarde, 1993). Todas las mujeres cuidan, todas dan, todas se entregan, todas son las responsables de la casa y de las vidas que la casa alberga. Y en ese esfuerzo ingente de cuidar en silencio la vida en el espacio privado, no todas, pero muchísimas de ellas, reciben en pago violencia de manos de los varones, quienes por tener el poder tienen también el mandato divino de ejercerlo a cualquier costo. La mayoría de la humanidad vive actualmente aceptando como inamovibles esas fronteras diseñadas por ese Dios. En Centroamérica, en Nicaragua. ¿En cuántos países más?

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