miércoles, 26 de septiembre de 2018

9-Espiritualidad y cultura matriarcales-Heide Goettner-Abendroth


No es totalmente correcto tratar “la espiritualidad y la cultura matriarcales” como último de los cuatro niveles de la sociedad. Es verdad que solemos considerar la economía como base de todo, lo que es correcto por un lado, pero no por otro: Las personas no abandonan viejos modelos y relaciones y se ponen en camino hacia nuevas comunidades a causa de la economía, sino que las empuja la añoranza, la idea o la visión de un mundo más feliz. Las raíces de estas visiones son siempre profundamente espirituales, igual que sólo se pueden poner en práctica por fuerzas espirituales. Se hace más justicia a la forma social matriarcal comenzando por su espiritualidad. Pues los matriarcados fueron y son sociedades sagradas, al contrario de las sociedades patriarcales de diversa índole que les siguieron, en las cuales – después de una primera irrupción del pensamiento militar-estratégico, profanándolo todo – se ha extendido lo profano en todos los ámbitos. Hoy en día se ha llegado a tal punto que “ya no hay nada sagrado”, mientras que en las sociedades matriarcales literalmente todo fue (o es) sagrado. Por eso, sin los conocimientos de la espiritualidad matriarcal no se pueden entender adecuadamente sus modelos sociales, ni tampoco los políticos o económicos. Es más: son imposibles sin esta espiritualidad profunda que lo penetra todo. 

Otro concepto de lo divino

 La razón por la que todo se considera sagrado se encuentra en el concepto inmanente de divinidad que tienen las culturas matriarcales. Para ellas no hay una deidad transcendente fuera del mundo, sino el mismo mundo es divino, y además femenino-divino. La representación de las dos diosas primordiales Cosmos y Tierra, extendida por todo el mundo, lo demuestra. Tales diosas primordiales cósmicas como creadoras del mundo son por ejemplo la egipcia Nut, que lo parió todo de sí misma, la pregriega Eurínome, que puso el huevo del mundo del cual salieron todas las cosas, o la tibetana Sa-trig er-sans, la “madre del espacio vacío”. También la Tierra se considera su hija, pero ésta , como madre primordial de todo lo vivo, también es una diosa primordial, como por ejemplo la prehelénica Gaia o Rea, la india Prithivi, la mediterránea Magna Mater, o la antiguo-europea Dana/Ana. Estas diosas primordiales reflejan la comprensión matriarcal de que lo femenino lo abarca todo, una idea que volvemos a encontrar en la doctrina de la China antigua del “Tao” en forma de lo femenino que lo abarca todo. Arropado por esta femeninidad que lo abarca todo, lo demás se desarrolla en polaridades dinámicas. Son pares polares, por ejemplo, la luz y la oscuridad, el verano y el invierno, el movimiento y el reposo, lo femenino y masculino concretos, y nos podemos imaginar sus actuaciones como la polaridad del “Yin-Yang” de la China clásica. En el matriarcado no se juzgan estas correspondencias complementarias – tal como se hizo luego en la filosofía patriarcal - sino que el mundo es considerado intacto cuando las polaridades se encuentran en un equilibrio perfecto.

 La vida cotidiana y los días festivos en un “mundo sagrado” 

Ya que todos los elementos y seres son de origen divino, todos son sagrados. ¿Qué significa esto en la vida cotidiana? ¿Cómo se vive en una sociedad en la cual todo es sagrado? No existe una separación tan nítida como estamos acostumbrados entre la “vida cotidiana”, cuando la gente trabaja, y los “días festivos” cuando se reza. En el matriarcado, cada actividad cotidiana, como por ejemplo sembrar, recolectar, cocinar, tejer, viajar es al mismo tiempo un ritual con sentido profundo, y cada objeto de uso práctico como, por ejemplo, un arado, un huso, un recipiente para guardar cosas, el hogar, tiene al mismo tiempo un significado simbólico. El trabajo es al mismo tiempo un rezo y no se considera “duro, difícil o alienante”, pues no sirve para ganar dinero o plusvalía. Estos actos rituales que se realizan permanentemente se amplifican a grandes ceremonias y a escenificaciones del culto en los días festivos, en los cuales la aldea o la ciudad enteras toman parte. No se celebra nada más de lo que, de todos modos, está presente en la vida cotidiana. Las personas matriarcales no celebran dioses transcendentes, jerarquías de espíritus invisibles o santos que se encuentran muy por encima de las personas normales, sino la diversidad del mundo concreto y a sí mismas en medio de éste. Celebran lo que hay a su alrededor y lo que ellas mismas son y hacen. Por eso, su actuación espiritual penetra la vida cotidiana del mismo modo que las fiestas, sólo que tiene a veces cimas y otras veces valles, igual que un movimiento ondulatorio.

 Fiestas matriarcales: Espejo de la naturaleza y de la sociedad 

De todo ello se desprende que la espiritualidad matriarcal no es nada abstracto, no conoce libros sagrados, dogmas ni teologías. Tiene una vida concreta en las fiestas matriarcales en las cuales se puede ver todo lo qué significa. Estas fiestas cuentan con una gran riqueza espiritual y ostentan una enorme complejidad en sus rituales y ceremonias. Representan la parte esencial de cada comunidad de aldea, ciudad o tribu porque son una imagen, un reflejo o un libro ilustrado de todas sus relaciones vitales, por ejemplo de su orden social respecto a los géneros, las generaciones o los clanes, de su economía, cronología e historia y – algo muy importante – de su relación con la naturaleza, pues la naturaleza es la diosa. Por consiguiente, las grandes fiestas en el ciclo estacional, en las cuales se celebra la manifestación de la naturaleza en su transformación permanente, entendida como el cosmos y la tierra, son fundamentales. La diosa naturaleza se personifica en las sacerdotisas o chamanas. En el ámbito cultural de Oriento Próximo, del Mediterráneo o de Europa, aparece más frecuentemente como la triple diosa en sus diferentes aspectos: en primavera viene como la joven Diosa Blanca, la señora del cielo, y trae la luz y la vida nueva. En verano aparece como la Diosa Roja en plena flor, la señora de la tierra y del mar, y regala el amor y la fertilidad. En otoño se presenta como la Diosa Negra, la anciana sabia, la señora del inframundo, y devuelve la vida a las profundidades, donde la transforma, y la vuelve a elevar en la reencarnación en invierno. Estas imágenes contienen al mismo tiempo el ciclo del año y el ciclo de la vida; este último no se entiende como lineal, sino en el cambio cíclico de vida-muerte-vida, igual que los ciclos del año. Además, transmiten la idea del mundo como tripartito, dividido en cielo, tierra y inframundo. En estas fiestas las personas no sólo celebran la naturaleza, sino también a sí mismas, los sexos y las generaciones, que son igualmente manifestaciones de lo divino: En las fiestas primaverales se celebran sobre todo los niños y jóvenes, pues en cada niña habita la Diosa Blanca y en cada niño su hermano celeste. En las fiestas estivales, son honradas las mujeres adultas, porque en cada una de ellas aparece la Diosa Roja, y en cada hombre adulto está su pareja, el amante o heros de la diosa. En otoño son las ancianas las que se veneran como la manifestación de la Diosa Negra, pues participan en su magia, arte médico y sabiduría, y con ellas se celebran los ancianos, los hermanos de estas madres de clan, como los bondadosos protectores y guardianes del clan. Siguen las grandes fiestas para las y los antepasados, pues también aquellos que viven en el mundo de los muertos pertenecen al clan y les dan su bendición a los miembros vivos. Según las creencias matriarcales, más tarde vuelven a su clan reencarnados en niños y también éstos son celebrados. De esta manera se manifiestan las diferentes cualidades de los sexos y las generaciones, sus diferentes “funciones”. A través de esto se muestra el orden social matriarcal como una comunidad estructurada por diferencias naturales, que no conoce ninguna jerarquía ni una inadecuada igualación colectiva. Está alejado de ambos extremos porque son modelos patriarcales. Al mismo tiempo, se manifiesta la estructura de los clanes entre sí, pues a menudo los diferentes clanes de una sociedad matriarcal tienen la responsabilidad y dirección de una de las grandes fiestas estacionales. Con eso se forman redes espirituales que representan un modelo espiritual de la aldea o la ciudad entera.

 Fiestas matriarcales: Calendario y libro de historia

 La economía matriarcal también queda patente en las fiestas, tanto simbólica como prácticamente. En la práctica se trata de unas fiestas que son el motor de la economía matriarcal del regalo. Simbólicamente reflejan todas las actividades económicas que se realizan en la vida cotidiana ritualmente, pues las grandes fiestas estacionales son al mismo tiempo fiestas de la siembra, de la germinación y del crecimiento, del marchitamiento y de la cosecha. De este modo representan un calendario agrario que se basa en la observación astronómica de los movimientos del sol, la luna y los astros. En esta economía se mezclan también elementos pastoriles y comerciales, pues la economía matriarcal no fue meramente agraria. En las fiestas, dichos elementos se reflejan, por ejemplo, en las celebraciones del nacimiento de las crías, de la subida o bajada del ganado a los pastos, también en la matanza ritual de algunos animales en otoño. Asimismo, los viajes comerciales no fueron nunca meramente profanos sino al mismo tiempo eran peregrinaciones espirituales. Las personas matriarcales no necesitan libros de historia, pues pueden leer su historia, que es la de sus clanes, de sus reinas fundadoras y sus héroes culturales, en sus fiestas. En ellas estos sucesos son representados en escenificaciones simbólicas del destino de sus madres de tribu y sus antepasados. No es para nada aburrido enseñar la historia de esta forma, todo lo contrario, es variada, dramática, turbulenta y se permite a todos intervenir. De esa manera, la historia no es solamente el pasado, sino que se renueva permanentemente, pues está sucediendo en el aquí y ahora de los actores rituales. También se escenifican los sucesos de historia cultural, como por ejemplo las intrusiones patriarcales, que por suerte se solucionaron mediante compromisos políticos como, por ejemplo, la irrupción del hinduismo en la cultura del pueblo matriarcal de los newar (Nepal) o las intrusiones de los blancos en culturas de tribus matriarcales de indios norteamericanos, por ejemplo los hopi. Llama la atención la gran tolerancia que distingue la espiritualidad matriarcal. Ya que la diosa primordial Tierra, la madre de todos los pueblos, es llamada la “Una con las mil caras”, es lógico que sea venerada en mil formas concretas. Así por ejemplo, un pueblo de las montañas la venera como diosa de montaña y un pueblo del mar como diosa del mar. En esta diversidad, que se entiende como riqueza, la conciencia de la unidad de la diosa primordial, sin embargo, no se pierde. Pero esa unidad no es abstracta – la tierra es una diosa para mirar y tocar. Así que nadie tiene que misionar a los demás y forzarlos a creer en un concepto de unidad o deidad única. Un pueblo matriarcal de las montañas no vería sentido en convertir a un pueblo del mar a su diosa de montaña. La tolerancia matriarcal va tan lejos que incluso dioses de religiones patriarcales fueron amablemente integrados, como por ejemplo Jesús y María, porque los misioneros lo quisieron. La exigencia de exclusividad cristiana, sin embargo, se perdió de este modo, porque las personas matriarcales no la entienden.  

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