sábado, 1 de septiembre de 2018

El Dios que nos revelan las mujeres-ANA: la voz de los humildes


Cuando -como lectores/as- nos encontramos con la figura de Ana de Ramá, la situación que se nos presenta es bien distinta. El libro de los Jueces, termina con esta afirmación: "Por entonces no había rey en Israel, cada uno hacía lo que le parecía bien". La historia que nos va a narrar el libro de Samuel es otra: El pueblo se ha establecido en Canaán, se ha configurado como nación y está a punto de darse una organización monárquica. Esto supone un paso decisivo: En una situación previa, las tribus constituían grupos diferentes que en ciertos momentos se aliaban y en otros podían enfrentarse -como de hecho lo hicieron muchas veces- por la tierra. En un segundo momento (el del libro de Samuel), las tribus constituyen un pueblo. Esta unidad genera necesariamente ciertas grietas e incluso rupturas al interior: el pueblo ya asentado y en camino de convertirse en un Estado, se va estratificando y diferenciando en su interior. (Débora ejerce su función bajo una palmera, en este caso ya nos encontramos frente a un santuario). La conciencia y la oración de Ana, va a dar cuenta cabal de esta nueva realidad. Desde el punto de vista narrativo, el canto de Ana, va a introducir al lector en esta nueva situación. 

Veamos el cuadro general: Un hombre llamado Elcaná tiene dos mujeres, cosa normal en la estructura social de la que hablamos. Una de ellas tiene varios hijos -como corresponde a una buena israelita-; la otra, Ana, no los tiene porque es estéril. Cada año Elcaná y su familia van al templo del Señor, a ofrecer el sacrificio correspondiente. Ana sufre porque su condición de mujer estéril la pone en muy mala situación y porque además de ello, Peniná, la otra mujer de su marido, ella sí fértil, se burla de su infecundidad. 

Me parece importante llamar la atención sobre algo: El narrador del texto, enfoca clara y directamente en primer lugar a Elcaná y sus dos esposas e inmediatamente después a Ana. Para nada se menciona el hijo futuro, que de momento no es importante: la narración y el climax están centrados en la figura de esta mujer, en sus sentimientos y en sus palabras. Sin embargo las traducciones bíblicas al establecer capítulos y titularlos , silencian a Ana y resaltan exclusivamente la figura de Samuel; igualmente lo hacen los comentadores o editores bíblicos: la esterilidad de Ana, tiene -a sus ojos- un único sentido: el origen extraordinario de Samuel. Desde mi perspectiva, creo que se necesita leer muy mal para no darse cuenta de la importancia radical que tiene esta mujer por ella misma y no simplemente como la madre de Samuel, importancia señalada explícitamente por la forma en que el narrador la enfoca y la sitúa.

 Miremos despacio el cuadro que se nos presenta. No se explicita mucho la situación socioeconómica de Elcaná, pero tenemos dos datos que nos ayudan a situarlo. Es campesino, lo que implica que debe hacer un viaje cada año para cumplir con los preceptos del templo en formación... Tiene dos mujeres, lo que nos da testimonio de que no es muy rico; tener varias mujeres era señal de riqueza. De Elcaná se rastrea su origen, de Ana no se dice nada, sólo que era su esposa. La identidad femenina se va perdiendo poco a poco, quedando reducida a ser una extensión de su marido.

 Pero la condición femenina de Ana está claramente calificada. Ella es estéril. Su vientre está cerrado. No puede haber maldición mayor para una mujer en Israel: La mujer estéril no puede dar brazos para un Estado incipiente que los necesita, el vientre de la mujer estéril no está bendecido por Dios y esa no bendición puede ocultar una culpa terrible; la mujer infecunda es socialmente repudiada. No importa pues el amor del marido ni su generosidad, Ana se siente desgraciada, porque su esterilidad la ubica en la escala más baja de la pirámide, en el extremo más lejano de los márgenes. Por su esterilidad ella es la más pobre entre las pobres. El sacerdote, incapaz de entenderla la acusa de "borracha", la otra mujer con quien comparte vida y casa se burla de ella... es difícil pensar en una situación peor. 

En este cuadro general, llama la atención la valentía y osadía de esta mujer de Ramá. Enfrenta su pena y su desdicha desde una posición de libertad interior frente a Dios, muy grande. Escuchemos su oración: 

"Señor de los Ejércitos. Si te fijas en la humillación de tu sierva,
 y te acuerdas de mí,
 si no te olvidas de tu sierva, 
y le das a tu sierva un hijo varón,
 se lo entrego al Señor de por vida,
 y no pasará la navaja por su cabeza"

 (1 Sam 1, 11ss) 

En otras traducciones en lugar de: "lo entrego al Señor de por vida", dice: "Yo lo dedicaré toda la vida a tu servicio".

 Hay varias cosas que anotar: Ana desde una situación de marginalidad y exclusión, levanta valientemente su mirada hasta Dios, forzándolo, motivándolo a que le conceda un hijo. A pesar de que ella no tiene nada que ofrecer, nada que dar a Dios, se atreve a proponerle un pacto. En los pactos antiguos, el fuerte es el que ofrece y protege, el débil sólo puede retribuir fidelidad y adhesión. Ana, sin tener nada le dice a Dios: si tú me das un hijo, yo te lo doy a Ti, te lo devuelvo. De alguna manera le plantea: esto te conviene más a Ti que a mí, porque vas a disfrutar de tu don... Además de ello, sigue mostrando osadía: la vida de los hijos en el régimen patriarcal es propiedad y libre albedrío del padre; la madre no tiene poder de decisión sobre ella. Ana se salta esta ley y libremente dispone de la vida de su hijo, un hijo que aún no tiene, pero que es su única posibilidad de lograr que Yahvé actúe en su favor.

 En el relato no se nos presentan las palabras de Yahvé en diálogo con Ana, pero sí se presenta la acción de éste que confirma a Ana en su fe. El hijo fruto del pacto entre Ana y Dios llega, rompiendo así la condición estéril de Ana. Elcaná respeta la voluntad de su esposa y le permite la consagración del hijo a Dios. Con ello Ana refuerza su autonomía e independencia. Cuando esta mujer, transformada por la fuerza del Dios de la vida, regresa al Santuario, quiere dar gracias al Señor por lo que ella sabe es una gracia. Ana tiene conciencia clara de que la potencia vital, procede -en su caso- de Dios. 

Entonces Ana de Ramá, poseída por el Espíritu y pletórica de alegría, entona uno de los cantos más bellos del universo bíblico: 

"Mi corazón se regocija por el Señor
 mi poder se exalta por Dios,
 mi boca se ríe de mis enemigos, 
porque gozo con tu salvación.
 No hay Santo como el Señor 
no hay roca como Nuestro Dios. 
No multipliquéis discursos altivos,
 no echéis por la boca arrogancias, 
porque el Señor es un Dios que sabe, 
él es quien pesa las acciones. 
Se rompen los arcos de los valientes,
 mientras los cobardes se ciñen de valor;
 los hartos se contratan por el pan, 
mientras los hambrientos engordan; 
la mujer estéril da a luz siete hijos, 
mientras la madre de muchos queda baldía. 
El Señor da la muerte y la vida,
 hunde en el abismo y levanta; 
da la pobreza y la riqueza,
 humilla y enaltece. 
El levanta del polvo al desvalido, 
alza de la basura al pobre, 
para hacer que se siente entre los príncipes 
y que herede un trono de gloria;
 pues del Señor son los pilares de la tierra
 y sobre ellos afianzó el orbe.
 El guarda los pasos de sus amigos
 mientras los malvados perecen en las tinieblas
 -porque el hombre no triunfa por su fuerza-.
 El Señor desbarata a sus contrarios; 
el Altísimo truena desde el cielo, 
el Señor juzga ante el confín de la tierra.
 El da fuerza a su rey, exalta el poder de su Ungido."

 (Traducción de Luis Alonso Schökel y Manuel Iglesias).

Se trata de un canto de acción de gracias. Ana agradece al Señor el hijo que le ha dado, pero sobre todo la inversión que ha realizado de su situación de Mujer. La forma definitiva del texto, en cuanto historia deuteronomista es post-exílica; en términos amplios recoge una imagen de Dios, lentamente construida en la tradición: Dios santo y único, Dios creador que da y quita la vida, Dios protector y amante. 

Pero lo más novedoso, significativo y original, es la experiencia que tiene Ana de Dios, como el que escoge a los débiles, pobres y desvalidos. Jack Miles, en su polémica visión del Dios Bíblico, lo reconoce: "Lo particularmente interesante de la oración de Ana, además de la mezcla de rasgos de carácter divino, es la primera mención a la preocupación de Yavé por los pobres, los débiles y los necesitados, además de los estériles. La humildad (como palabra sumario) no ha constituido antes en la Biblia ningún comentario especial de Yavé. Cuando los Israelitas se quejaban en Egipto, Dios reconoció sus quejas, principalmente porque eran parte de su alianza, no porque estuvieran sometidos a esclavitud. Y cuando Ana habla de los pobres y necesitados, debemos entender los israelitas pobres y necesitados. A pesar de todo, hay un nuevo énfasis claro; y, cuando Dios acepta el agradecimiento de Ana, también acepta, tácitamente, la caracterización que hace de él" . 

No comparto la afirmación tajante, en el sentido de que Dios no se preocupó de la esclavización en Egipto por la esclavización misma; sin embargo es claro lo que ya planteamos al iniciar la mirada sobre el Libro de Samuel: antes Dios se ocupaba de su pueblo, entre otros pueblos... ahora se ocupa de los débiles y pobres, al interior de la nación-estado que va a nacer: Israel. Es Ana, una mujer; es su experiencia religiosa y su voz profética la que nos muestra un Dios radicalmente nuevo y subversivo, un Dios que escoge a los humildes, que se parcializa por ellos... y sobre todo un Dios que invierte las situaciones colmando al vacío y despojando al lleno; humillando y derrotando al poderoso y haciendo grande al pequeño.

 Esta mujer, campesina y estéril, instaura una nueva y peligrosa memoria del Dios de Israel: Un Dios que va a proteger y a tomar partido, por los débiles, pobres y marginados. El cántico de Ana de Ramá, es la primera imagen bíblica de este Dios parcializado y cercano. Esta memoria posteriormente se silenciará muchas veces, pero va a ser sostenida y transmitida por los profetas, guardada por los "pobres de Yahvé" y retomada para lanzar hacia la historia, por otra mujer: María de Nazaret. 

En Ana, se pone de manifiesto no sólo el amor que nace de la maternidad sino una mirada que es sensible y atenta al dolor y a la injusticia, a la debilidad y la marginación. Ana "motiva" y descubre en Dios su parte compasiva, su opción por los pequeños. En varios sentidos -como lo hemos visto- podemos considerar a esta mujer de Ramá o Ramataim (texto hebreo), una auténtica revolucionaria. Estas palabras de Ana inauguran la tradición profética porque ponen en juego, en relación semántica de oposición, términos y realidades tales, como plenitud y vacío, poder y debilidad, riqueza y pobreza, centralidad y marginación. 

Personalmente creo que la sensibilidad de Ana, para descubrir este rostro de Yahvé, se la da su condición y su corazón de mujer en primer lugar. Esa condición le permite mirar con otros ojos; esa mirada se configura además por su esterilidad, por el dolor y la amargura que esta esterilidad le causan, su entraña cerrada la abre a las realidades más difíciles de la vida.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reseña para "LA FLOR INVERTIDA" - Puntuación: 🌟🌟🌟🌟🌟 5/5

Opinión: Las letras del autor las conocí por su libro "Equipaje Ancestral" que tuve la suerte de ganarlo en un sorteo que realizo,...