El conflicto suscitado por las mujeres en la vida interna de la iglesia y en sus relaciones con la sociedad no amainó a lo largo de los ss. I-III.
La patriarcalización de la vida eclesial no se realizó sin oposición y tuvo que sobreponerse a una teología y a una praxis que reconocía el protagonismo y liderazgo de las mujeres.
El cristianismo primitivo encontró un eco particular entre ellas. Algunas de las acusaciones en su contra son, precisamente, que corrompe a las mujeres .
El conflicto es especialmente virulento en Asia Menor, donde el papel de !a mujer es muy
activo. De esta región proceden las Pastorales que combaten reiteradamente "doctrinas
extrañas", que tienen una gran aceptación entre las mujeres y que, quizá son propagadas
por ellas mismas. Doctrinas que —dice I Tim 4,3— "prohíben el matrimonio" y que, por eso,
eran vistas por muchas mujeres como liberación de la sumisión patriarcal. En el mismo
contexto se tacha a estas doctrinas de "cuentos de viejos" (4,7), lo que puede ser indicio de
que no sólo calan entre mujeres sino de que ellas son quienes las difunden. Además, si las
Pastorales prohíben con tanta fuerza a las mujeres enseñar es porque lo hacían, y esto
molestaba.
Las Pastorales reivindican la autoridad de Pablo para combatir estas doctrinas. Pero
también estas "doctrinas extrañas" reclaman el nombre de Pablo. El pensamiento del
Apóstol es ambiguo, e interpretaciones opuestas reivindicaron su nombre y su autoridad. Lo
que ha sucedido es que la tradición deuteropaulina, la más androcéntrica y acomodaticia al
imperio, prevaleció y fue canonizada. Y esto ha determinado decisivamente la comprensión
posterior de Pablo, que ha sido leído a la luz de las Pastorales. Probablemente, en el
mismo círculo en que se escriben las Pastorales se introducen los versículos ICor
15,33b-35 (que responden a ITim 2,11-15, pero que son opuestos al pensamiento paulino
auténtico) para llevar al Apóstol a su campo e impedir que sus adversarios puedan recurrir
a él.
Un escrito muy interesante, Los Hechos de Pablo y Tecla, apócrifo del s. II y procedente
de Asia Menor, es un exponente de la tradición paulina emancipadora de la mujer. Las
doctrinas combatidas en las Pastorales son las defendidas en estos Hechos apócrifos, que
también pretenden basarse en la autoridad de Pablo. Una mujer, Tecla, después de
escuchar a Pablo, decide no casarse, lo que es considerado un delito, y por dos veces la
condenan a muerte; los hombres gritan contra Pablo: "Ha corrompido a todas nuestras
mujeres"; Tecla, que es enviada a predicar por Pablo, suscita un enorme entusiasmo entre
las mujeres, y muchas se convierten. Es muy significativo que esta obra fuese tenida en
mucha consideración, e incluso reconocida como canónica, en varias iglesias.
De su influjo informa Tertuliano cuando cuenta que hay quienes reivindican la autoridad de Tecla para reconocer a las mujeres el poder de enseñar y de bautizar.
Pero iban a ser, sobre todo, grupos considerados heréticos los que seguirían utilizando
los Hechos de Pablo y Tecla. Y es que a medida que la mujer fue quedando marginada en
la gran iglesia, su papel y protagonismo aparece en grupos cristianos disidentes. Marción
permitía a las mujeres administrar el bautismo y realizar funciones oficiales. Montano
promueve un movimiento espiritual y profético acompañado de dos mujeres, Maximila y
Priscila, en el que otras mujeres desempeñaron un papel eminente. Tanto los marcionistas
como los montanistas pretenden basarse en la teología de Pablo. El autor del Apocalipsis
se enfrenta con una profetisa de Tiatira, a la que en plan denigratorio llama "Jezabel", y
cuyo influjo no puede contrarrestar. Es significativo que, más tarde, esta ciudad de Tiatira
se convirtiese precisamente al montanismo. También entre los gnósticos tuvieron un gran
papel las mujeres: Marcos, de la escuela de Valentín, tiene especialmente mujeres entre
sus seguidores y les permitía celebrar la eucaristía. Frimiliano, obispo de Cesarea, en
Capadocia (s. III), escribe sobre una mujer que bautizaba y celebraba la eucaristía.
Epifanio dice que una profetisa llamada Quintila fundó una secta en Pepuza (Frigia) en la
que mujeres eran obispos y presbíteros, "como si no hubiera diferencia de naturaleza''.
A la vez, en la gran iglesia la polémica denigratoria contra la mujer se acentuaba.
Juan Crisóstomo reconocía que al principio había mujeres misioneras itinerantes pero
—explicaba— esto era posible por "la condición angélica" del momento . No es raro que
se acuse a la mujer de la tentación del hombre e, incluso, que se vea en ella el principio de
todas las herejías.
Sin embargo, también el cristianismo ortodoxo siguió manteniendo durante estos
primeros siglos una atracción especial para las mujeres. Son mujeres los primeros
miembros del orden senatorial que ingresaron en la iglesia, y son también matronas
romanas las donantes de las primeras "iglesias titulares". Los ejemplos se podrían
multiplicar. Un historiador ha llegado a decir que, "vista desde afuera, la iglesia de la época
patrística se parecía sospechosamente a un grupo dominado y regulado por mujeres".
Pero, en realidad, muy pronto se les cerró lo institucional, y su protagonismo se centró en lo
ascético y carismático, y aun en esto no tardaron en surgir los sistemas patriarcales de
control.
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