Se trata de las cartas pastorales, escritas en nombre de Pablo pero que reflejan una situación eclesial bastante posterior. No están dirigidas, como las cartas paulinas auténticas, a comunidades, sino a líderes individuales. El proceso de institucionalización está bastante avanzado y, lógicamente, también el de patriarcalización. La mujer debe oír la instrucción en silencio, no puede enseñar (ITim 2,11-12), lo que se opone a la praxis admitida por Pablo, debe someterse sumisa al marido. Se justifica diciendo que "Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en transgresión" (vv. 13-14). Pero el Pablo auténtico no veía nunca a la mujer ni como tentación para el hombre ni como responsable del primer pecado (Rm 5,12-19) (12). Acaba restringiendo el papel de la mujer a la mera maternidad (v. 15), función que Pablo, en su discusión sobre la relación entre el hombre y la mujer en lCorintios, nunca menciona.
La legitimación del orden patriarcal va acompañada de la aceptación sin reservas del
orden político del imperio (I Tim 2,1-2; Tit 3,1).
Hemos visto que en la tradición pospaulina se justificaba la casa patriarcal. La tradición
deuteropaulina va más allá: el modelo de la casa patriarcal sirve para configurar la vida y
las relaciones internas de la comunidad cristiana. Se patriarcaliza la iglesia, que es llamada
la "casa de Dios" (Tm 3,15). Por eso hay que elegir para episkopos a un paterfamilias
probado y de buena casa ( ITim 3,2-7; Tit 1,7-9). Lógicamente, la mujer va siendo relegada
también en el interior de la comunidad cristiana.
En la tradición deuteropaulina se plantea el problema de "las viudas" (ITim 5,2-16). Hay
que entender por tal grupo el formado por mujeres cristianas no vinculadas a varón y que
contaban con un reconocimiento eclesial. Quizá se pueda hablar de "comunidad cristiana
de mujeres". A medida que la patriarcalización progresaba, el grupo de las viudas crecía,
porque muchas mujeres lo veían como el único medio para mantener una forma de vida
relativamente emancipada. Pero este grupo de mujeres incordiaba y creaba problemas. Por
eso, el autor quiere que se reduzca su número. Para ello ordena que todas las jóvenes se
casen. Es decir, contradice frontalmente a ICor 7, donde recomendaba la virginidad. Pero la
experiencia ha demostrado que este tipo de mujeres creaba demasiados conflictos. Más
aún, sólo podrán admitirse como vírgenes "inscritas" a las mayores de sesenta años (para
respetar la ley de Augusto), y que hayan dado previamente buena cuenta de su aceptación
de los valores de la sociedad patriarcal (ITim 5,9-10).
Las mujeres no pueden enseñar en la iglesia; sin embargo, las ancianas pueden instruir
a las jóvenes, precisamente y sólo en los valores domésticos tradicionales, para que sean
"amantes de sus maridos y de sus hijos..., sumisas a sus maridos, para que no sea
injuriada la palabra de Dios" (Tit 2,3-5).
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