Soy Favio Anselmo Lucero. Autor de dos libros: Equipaje Ancestral y La Flor Invertida . En este sitio publico temas relacionados a la teología de la liberación Queer. Sabiendo que la teología cristiana, está manipulada por líderes con poder y privilegios, hetero-patriarcales y misóginos, que se debe desenmascarar para incluir la realidad de opresión a las personas LGBTQ+. Tiendo este puente hacia un encuentro humanizador. Difundiendo textos formativos de eruditos y propios.
lunes, 10 de septiembre de 2018
La mujer en el movimiento de Jesús -2
2. Una consideración, que podríamos llamar de mínimos según los más
exigentes criterios de crítica histórica y, por eso, de mucho valor: los evangelios están
escritos en un momento en que el proceso de patriarcalización está decididamente en
marcha en la iglesia; pero, sin embargo, jamás se atribuye a Jesús nada que pueda resultar
lesivo o marginador de la mujer. La iglesia no puede basarse en Jesús para justificar sus
comportamientos patriarcales y recurre a la Torah o a pasajes del AT (Gén 2,3), lo que es
notable porque normalmente intentaba justificar sus comportamientos recurriendo a
sentencias de Jesús.
"Es un contraste instructivo que Jesús nunca pinta a la mujer como algo malo, ni en
ninguna parábola se la ve con luz negativa, ni se advierte nunca a sus discípulos de la
tentación que pueda suponerles una mujer. Dicho brevemente, Jesús se diferencia de sus
colegas judíos y de la mayoría de los maestros religiosos de antes y de después de él,
tanto orientales como occidentales. Y actuando así, Jesús ignora incluso afirmaciones
despectivas para la mujer, que se encuentran en las propias Escrituras, como /Si/07/25-30,
/Sb/19/02; /Sb/22/03 y /Sb/42/14".
3. El anuncio del reino de Dios rompe las estructuras patriarcales e implica una forma
nueva de valorar a la mujer, que no la restringe a la maternidad y a las tareas del hogar.
Le dicen a Jesús: "Tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan". Él les responde:
"¿Quién es mi madre y mis hermanos?... Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi
hermano y hermana y madre" (Mc 3,31-35 Mt 12,36-50; Lc 8,19-21). Es notable que prevea
no sólo la vinculación de los hombres como hermanos, sino la de las mujeres como
hermanas, lo que no venía exigido por la afirmación de los circunstantes. El movimiento de
Jesús crea unas vinculaciones alternativas a las vigentes una fratria de iguales en que las
mujeres tienen las mismas posibilidades que los hombres.
Se confirma por otro pasaje: "Jesús respondió: Yo os aseguro: nadie que haya dejado
casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mi y por el evangelio
quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas,
madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el tiempo venidero, vida eterna" (Mc
10,29-30). Los discípulos de Jesús rompen sus vinculaciones anteriores (2) y encuentran
en la comunidad cristiana una nueva familia, en la cual, sin embargo, no se menciona la
existencia del padre. La comunidad de Jesús no reproduce las relaciones patriarcales
vigentes, sino que es una alternativa fraterna ante ellas.
El fundamento último radica en que la aceptación de Dios como el único Padre es la
subversión critica de todas las estructuras de dominación, incluidas las patriarcales:
"...vosotros sois todos hermanos. No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno
solo es vuestro Padre... El mayor entre vosotros sea vuestro servidor. Pues el que se
ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado" (Mt 23,8-12). El "padre" Dios de
Jesús hace posible la fraternidad o, quizá mejor, la hermandad negando el derecho a la
existencia a todo otro "padre" y a todo patriarcado. Ni los "hermanos" ni las "hermanas"
pueden reclamar la "autoridad del padre" en la comunidad cristiana, porque significaría
reivindicar un poder que sólo a Dios pertenece.
Y esto, lejos de ser periférico o marginal, pertenece a lo más especifico del proyecto de
Jesús. El reino de Dios invierte los valores y las estructuras hegemónicas en el mundo. Las
palabras de Jesús al respecto son tan importantes que se han transmitido bajo siete formas
diferentes en la tradición sinóptica (Mc 10,42-45; Mt 20,26-27; Lc 22,24-27; Mc 9 35-37; Mt
18,1-4; Lc 9,48; Mt 23,8-11). Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones las
gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de
ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros será
vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos" (Mc
10,42~4).
Por eso en el movimiento de Jesús —movimiento contracultural y alternativa radical— se
reconocían los pobres, los marginados de varias clases, y entre ellos las mujeres.
Encontraban allí esperanza y acogida.
4. En efecto, la participación y el protagonismo de la mujer en el movimiento de Jesús
fue notable, aunque para detectarle tengamos que rastrear los indicios textuales que se han
salvado de la censura patriarcal de la iglesia posterior. He aquí dos datos de interés,
aunque no son los más decisivos.
a) Cuando los textos hablan genéricamente de "los discípulos" o de la gente que sigue a
Jesús, hay que incluir, al menos en muchos casos, a mujeres. Es un reflejo androcéntrico
pensar sólo en varones. De hecho, en varias ocasiones surge de entre la gente el gesto o
la palabra de unas mujeres (Mc 5,25-34; Lc 11,27), cuya presencia —como la de otras
muchas— se presupone como algo obvio.
b) Lucas informa que en un momento determinado Jesús designó "a otros setenta y dos
discípulos y los envió de dos en dos delante de si" (10,1). ¿Por qué pensar que todos estos
discípulos eran varones? Nos traicionaría, otra vez, el presupuesto androcéntrico de
nuestra cultura. Parece lógico que entre estos setenta y dos discípulos hubiera mujeres e,
incluso, matrimonios. ¿No conocemos con certeza la existencia de parejas de esposos,
ambos activos misioneros, en las primeras iglesias de Asia Menor y Roma? Recordemos a
Priscila y Aquila, a Andrónico y Junia (Rm 16,7) o lo que Pablo dice de los apóstoles, los
hermanos del Señor y Cefas, que iban acompañados de una mujer creyente —su mujer—
durante sus itinerarios apostólicos (1 Cor 9,5).
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