lunes, 10 de septiembre de 2018

La mujer en el movimiento de Jesús -3


5. Pero el testimonio decisivo sobre el seguimiento de Jesús por parte de un grupo de 
mujeres lo encontramos en los textos de la muerte de Jesús y de los acontecimientos 
pascuales. Aquí hay un recuerdo tan importante e insólito, que no ha podido ser borrado. 
Los evangelios coinciden en decir que a los pies de la cruz de Jesús se encuentra un 
grupo de mujeres, mientras que los varones se han escapado. Y los sinópticos afirman "que 
eran muchas y que le hablan seguido desde Galilea" (Mc 15,40; Mt 27,55; Lc 23,49). Son 
discípulas, porque "seguir" a Jesús (akolouthein) es el comportamiento típico de los 
discípulos. Estas mujeres han roto con su situación anterior, se han entregado a la causa 
del reino de Dios y llevan la vida itinerante y desinstalada del grupo de Jesús. Lucas nos lo 
dice explícitamente en un momento del ministerio de Jesús y nos da el nombre de varias de 
estas mujeres, entre las cuales sobresale María Magdalena (8,1-3). 
Un gran estudioso de los evangelios, muy conocido y acreditado en el mundo exegético, 
Schürmann, dice las siguientes palabras: "Que Jesús admitiese mujeres en su seguimiento, 
es ciertamente un comportamiento muy escandaloso en el contexto palestino, que debía dar 
un estimulo inicial para la situación social y religiosa de la mujer en la iglesia y fuera de 
ella... Con su comportamiento sin prejuicios Jesús libera fundamentalmente a la mujer para 
una consideración social... Las mujeres están presentes con toda naturalidad en las 
reuniones de los discípulos de Jesús; tienen en la vida de la comunidad tareas 
importantes". 
Son un grupo de mujeres los testigos de la muerte de Jesús y de su sepultura ("se 
fijaban dónde era puesto": Mc 15,47, Mt 27,61; Lc 23,55); son ellas también quienes 
primero descubren la tumba vacía y reciben el anuncio pascual (Mc 16,1-8; Mt 28,1-8; Lc 
24,1-8); e incluso, en los evangelios de Mateo y Juan, el Resucitado se aparece en primer 
lugar a estas mujeres. Y hay que notar que son precisamente estos hechos —la muerte de 
Jesús, la sepultura, la resurrección y su aparición— los que se confiesan en el credo 
cristiano más primitivo (ICor 15,3-S). De ellos son testigos un grupo de mujeres. 
Este protagonismo de las mujeres es imposible que haya sido inventado y responde a 
los requisitos de los más exigentes criterios de crítica histórica. En primer lugar, al criterio 
de atestación múltiple, pues, como hemos visto, se transmite en todas las fuentes 
evangélicas. Y, en segundo lugar, al criterio de discontinuidad, porque este protagonismo 
de la mujer choca con la mentalidad judía, para la cual el testimonio de la mujer no tenía 
valor jurídico alguno pero tampoco se explica como proyección de la iglesia posterior, que 
tiende a reducir su papel en beneficio del de los apóstoles varones. 
Hay ciertas fluctuaciones en los nombres de las mujeres en las diversas listas de los 
evangelios, pero siempre se menciona a María Magdalena. Ella es testigo de la muerte de 
Jesús y de su sepultura, la que descubre la tumba vacía y recibe el anuncio pascual, la que 
primero proclama la buena nueva de la resurrección y la que primero se encuentra con el 
Señor resucitado. Sin duda, esta mujer, María Magdalena, tuvo en los orígenes del 
cristianismo una importancia tan grande como Pedro, si no mayor. Es significativo y 
elocuente que los textos canónicos —la literatura oficial— hablen mucho de Pedro y muy 
poco de María Magdalena, mientras que la literatura cristiana marginal -apócrifos- mantiene 
muy vivo el recuerdo de esta mujer. 
Si María Magdalena hubiese vivido en el seno de una familia judía, lo normal es que se 
le hubiera designado por la adición del nombre de un pariente varón (cf María la de 
Santiago, María la de José). Por el contrario, se la conoce por su origen Magdala, localidad 
en la ribera occidental del lago Tiberíades. El nombre indica que había abandonado su 
pueblo, que no vivía ya en él, pues difícilmente los habitantes de Magdala la hubieran 
llamado Magdalena. Era así conocida por judíos de dentro y de fuera del movimiento de 
Jesús. Es decir, se trata de una mujer que participa de la vida itinerante del grupo de Jesús 
y que no estaba, en aquel momento vinculada a un marido. 
Ahora bien, muy pronto comienza un proceso de relegación del papel decisivo de las 
mujeres en el origen para favorecer el protagonismo de los apóstoles varones, y 
especialmente el de Pedro. La institucionalización eclesiástica fue de la mano de un 
androcentrismo creciente. 
Voy a señalar algunos detalles de cómo se presentan las cosas en los textos canónicos. 
En los evangelios sinópticos las mujeres reciben el anuncio pascual y son las encargadas 
de darlo a conocer a los demás discípulos. En el evangelio de Lucas el sinóptico más 
tardío, se dice que anunciaron "a los once y a todos los demás" (24,9), que no creen a las 
mujeres "porque todas estas palabras les parecían desatinos" (v. 11; cf v. 24); el mismo 
Lucas presupone una aparición a Simón —que suplanta la más antigua a las mujeres (Mt 
28,9-10, Jn 20,11-18)— y que, además, sí tiene valor y es digna de crédito (24,34). En el 
evangelio de Juan, posterior a los sinópticos, las mujeres no reciben el anuncio pascual en 
la tumba y no se atreven a entrar en ella; van respetuosas a dar la noticia a Pedro y al 
discípulo amado, para que sean ellos los primeros que testifiquen del sepulcro vacío. Por 
fin, Pablo transmite una fórmula oficial del credo y en ella se dice que "Cristo murió..., fue 
sepultado..., resucitó..., se apareció a Cefas y luego a los Doce... " ( I Cor 15,35). Aquí ya 
han desaparecido totalmente las mujeres, que, sin embargo, habían sido los primeros 
testigos de todos los hechos confesados. Pero su testimonio no tenía valor, podía ser hasta 
contraproducente, y su puesto ha sido ocupado por "Cefas y los Doce". 

6. Es muy interesante seguir este proceso a través de la literatura apócrifa. Lo señalo a 
grandes rasgos. 
En varios apócrifos María Magdalena ocupa un lugar muy importante, en alguna ocasión 
en compañía de los apóstoles. En el famoso Evangelio de Tomás (no posterior a mediados 
del s. II) está presente el antagonismo entre Pedro y María Magdalena. Hay un momento en 
que Pedro llega a decir: "¡Que se aleje María de nosotros, pues las mujeres no merecen la 
vida!". 
En Pistis Sophia, escrito gnóstico del s. III, María Magdalena tiene un puesto 
preeminente entre los discípulos. Ella pregunta treinta y nueve de las cuarenta y seis 
cuestiones que se dirigen a Jesús y tiene también un papel destacado a la hora de dar 
interpretaciones. La hostilidad que le tiene Pedro es patente (36,146), el cual llega a 
exclamar: "Señor mío, no podemos soportar a esta mujer, porque habla todo el tiempo y no 
nos deja hablar a nosotros". María Magdalena, a su vez, se queja y apenas se atreve a 
hablar, porque Pedro, que "odia a las mujeres" , la intimida. Pero Jesús dice que quien 
recibe la revelación y la gnosis debe hablar y da lo mismo que sea hombre o mujer. Más 
aún, Jesús la declara bienaventurada y afirma que María puede hablar francamente, 
porque su corazón está dirigido al cielo más que el de los otros discípulos. Es claro que 
esta discusión entre Pedro y la Magdalena refleja el debate existente en la primitiva iglesia 
sobre el papel de las mujeres en la transmisión de la revelación y la tradición. 
Pero es, quizá, el Evangelio de María (que se refiere, evidentemente, a la Magdalena) el 
texto que mejor refleja la polémica existente en la iglesia primitiva en torno al papel de las 
mujeres. Es una obra breve, que no se conserva en su totalidad, procedente del s. II. La 
primera parte consiste en una revelación de Cristo resucitado que pronto desaparece. En la 
segunda, María Magdalena se presta a descubrir la verdad. Lo mejor es que leamos el 
texto que sigue. Después de haber escuchado a esta mujer, Andrés dice: "Decid lo que 
pensáis sobre lo que ella ha dicho. Yo, por mi parte, no creo que el Salvador haya proferido 
cosas semejantes". Pedro, igualmente, se interroga: "¿El Salvador ha hablado con una 
mujer a escondidas de nosotros? Pero ¿es que debemos ponernos a la escucha de ella, 
como si fuera preferida a todos nosotros?" . María se echó a llorar y se dirigió a Pedro: 
"Hermano mío, Pedro, ¿qué piensas? ¿Crees, quizá, que me he inventado estas cosas o 
que digo mentiras en lo que respecta al Salvador?". Entonces Leví, tomando la 
palabra, responde a Pedro: "Pedro, tú siempre eres colérico. Observo que tratas a las 
mujeres como si fuesen enemigos. Si el Señor la ha hecho digna, ¿quién eres tú para 
rechazarla? Ciertamente el Salvador la conoce muy bien. Por eso la ama más que a 
nosotros. Es mejor que nos avergoncemos, nos revistamos del hombre perfecto, nos 
formemos (o ¿nos separemos?) como él nos ha mandado y prediquemos el evangelio, sin 
imponer más mandato o ley que lo dicho por el Salvador" .
Evidentemente, para nada importa saber si se dio alguna vez históricamente un diálogo 
de este estilo entre Pedro y María Magdalena. Lo que está claro es que en el s. II había un 
sector de la iglesia que reclamaba la autoridad de Pedro y que marginaba el papel de la 
mujer, mientras que otros grupos cristianos reivindicaban su protagonismo y pensaban ser 
así más fieles al Señor. 

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