lunes, 10 de septiembre de 2018

Patriarcalización del cristianismo- EL MOVIMIENTO CRISTIANO MISIONERO


El cristianismo comenzó a difundirse por la cuenca del Mediterráneo antes de la actividad de Pablo. En este momento inicial, la nueva fe tiene un carácter carismático y entusiasta, no institucionalizado, que permite hablar sociológicamente de "movimiento cristiano misionero". Mientras el movimiento palestino de Jesús era de renovación intrajudía, el que ahora nos ocupa se dirige también a los gentiles, se difunde fuera de Palestina y aspira a una renovación sin ningún tipo de fronteras étnicas. Conocemos este movimiento a través de las cartas paulinas.
 Nos encontramos con un fenómeno social muy entusiasta y carismático, que se entiende como la ruptura con las antiguas formas de vida y el inicio de una nueva humanidad. San Pablo nos transmite su gran proclama, sin duda, una fórmula bautismal, que existía en su 
comunidad y que él repite: "Cuantos habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido 
de Cristo. No existe judío ni griego, no existe siervo ni libre, no existe varón y hembra, pues 
todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3,27-28). Es una magnífica expresión del 
entusiasmo del rito de iniciación, de la entrada en una forma nueva de existencia. Esto 
chocaba frontalmente con los valores dominantes en la sociedad helenista. 

Existía un tópico retórico sobre "los tres motivos de gratitud", que se atribuían a Tales o a Platón, que decía: "porque he nacido ser humano y no bestia, hombre y no mujer, griego y no bárbaro". Este dicho fue adoptado por los rabinos del s. II d.C. y parece que incluso entró en la liturgia sinagogal: "R. Judá dice: se deben decir diariamente tres bendiciones: bendito seas porque no me hiciste gentil; bendito seas porque no me hiciste mujer; bendito seas porque no me hiciste esclavo".
Lógicamente, en el seno de las comunidades cristianas se rompían las diferencias que 
separaban a las personas en la sociedad estamental greco-romana y se vivía una singular 
igualdad y fraternidad. Parece claro que una característica peculiar, en relación a su ambiente, era su heterogeneidad: el esclavo, el liberto, el ciudadano, el artesano, las 
mujeres... participan en pie de igualdad. Se explica que estas comunidades —como también otros cultos orientales— ejerciesen una singular atracción sobre muchas mujeres en el imperio: encontraban en ellos unas posibilidades de participación y protagonismo, que se les negaba en la sociedad en general. El terreno era propicio, porque en este tiempo existían fuertes tendencias que pugnaban por un mayor reconocimiento del papel público de la mujer y de sus derechos; pero, a la vez, otros sectores se oponían ferozmente a estos deseos. Sin duda, la situación social de la mujer era una cuestión candente y debatida, lo que no se puede decir de los esclavos, pues no existen en este tiempo corrientes de opinión relevantes ni, menos aún, fuerzas sociales que pugnen por cambiar su situación. 
Estas tendencias emancipatorias se daban, preferentemente, entre mujeres de cierta 
posición social. Hay bastantes casos de mujeres emprendedoras en los negocios, que 
hacen dinero, y que encontraban en cultos no oficiales y de origen extranjero el 
reconocimiento y protagonismo que se les negaba en la vida pública. Se comprende así por 
qué "el problema femenino" fue una cuestión clave cuando el cristianismo comenzó a 
extenderse por el imperio.
Los datos que podemos espigar, sobre todo en las cartas de Pablo, indican que las 
mujeres participan muy activamente en el movimiento cristiano, al mismo nivel que los 
varones, y ejercen funciones misioneras, de enseñanza y de liderazgo de las comunidades .

Los Hechos de los apóstoles nos informan de la conversión de muchas mujeres de 
buena posición (He 17,4-12). En efecto, encontramos varias mujeres que han fundado y 
sostenido iglesias domésticas. Por las cartas de Pablo conocemos a Apfia, que, junto con 
Filemón y Arquipo, era líder de una iglesia en Colosas (Flm 1-2); Ninfa tiene en Laodicea 
una iglesia en su casa (Col 4,15); Priscila, con su marido, Aquila, son los jefes de una 
iglesia en Éfeso, primero (ICor 16,19), y en Roma, después (Rm 16,3-5); Lidia fue la 
primera convertida en Filipos, y parece que en su casa radicaba una iglesia doméstica (He 
16,15). De la iglesia de esta ciudad, de Filipos, conocemos el nombre de dos mujeres, 
Evodia y Síntique, que debían de ser muy importantes, porque a san Pablo le preocupan 
las repercusiones que podía tener para la comunidad la rivalidad que ha surgido entre ellas 
(Flp 4,2-3). 
El matrimonio formado por Priscila y Aquila precedió a Pablo en la tarea misionera, 
colaboró con el Apóstol, pero nunca estuvieron subordinados a él. Se les menciona siete 
veces, y en cuatro ocasiones se nombra en primer lugar a la mujer (ICor 16,19, Rom 16,3-5, 
2Tim 4,19; He 18, 2-3.18.26). 
Además, Priscila siempre es nombrada por su nombre y no por el de su marido. Probablemente fue una misionera muy destacada y más conocida que Aquila Parece, incluso, que era una mujer instruida, porque intervino en la enseñanza cristiana de Apolo, que es presentado como un hombre culto (He 18,26). Prisci!a y Aquila aparecen en Corinto, Efeso y Roma. Su trabajo profesional —eran, como Pablo, constructores de tiendas de campaña— les daba independencia económica y les permitía viajar y ser misioneros. 
Conocemos por su nombre a buen número de mujeres de la iglesia de Roma, por las menciones que Pablo les hace al final de la carta que dirigió a los cristianos de esta ciudad. El Apóstol saluda a cuatro mujeres —Maria, Trifena, Trifosa y Perside—, de las que dice que "han trabajado mucho en el Señor" (Rm 16,6-12). 

El verbo griego que usa —kopiao (trabajar, fatigarse)— es el mismo con que designa el 
trabajo apostólico de los que tienen autoridad en la comunidad (cf ICor 16,16 y ITes 5,12); o 
su propio trabajo apostólico (ICor 15,10; Gál 4,11; Flp 2,16; Col 1, 29.
Saluda a la madre de Rufo (16,13). Una mujer, Junia, es llamada apóstol sin ninguna 
restricción . Pablo le saluda a ella y a Andrónico probablemente su marido, de los que 
dice que son cristianos y misioneros antes que él mismo (Rm 16,7). 

Saluda a otras dos parejas —Filólogo y Julia, Nereo y su hermana— que, probablemente, son también dos matrimonios, quizá igualmente misioneros (Rm 16,15). No sólo tenemos el caso de Priscila y de Aquila, sino que sabemos que los hermanos del Señor y Cefas misionaban acompañados de sus respectivas mujeres ( I Cor 9,5) (6). 

Por fin, hay que mencionar a una mujer, Febe, que probablemente es la portadora de la 
carta a los Romanos, de la cual Pablo dice que es diácono y patrona o presidente de la iglesia de Cencreas (el puerto de Corinto: Rom 16,1-2). Como se trata de una mujer, con frecuencia, los intérpretes intentan rebajar el sentido de estos títulos. Pero el prejuicio androcéntrico queda patente ante las normas filológicas más elementales. La raíz griega de la palabra que traduzco como patrona o presidente es usada por Pablo para designar las tareas de los que gobiernan la comunidad (I Tes 5,12; Tim 3,4, 5,17). Cuando llama a Febe diácono no es correcto entenderlo como si de una función eclesial subordinada se tratase, p. ej., de atender a los pobres, a los enfermos y ayudar a vestir y desvestir a las mujeres en su bautismo. Así sería en los siglos posteriores el papel de las diaconisas. Pero en el sentido paulino el diácono es responsable de toda la iglesia e implica el oficio eclesial de misionar y de enseñar. 

En resumen, en el movimiento cristiano misionero encontramos muchas mujeres y muy 
activas. Aparecen, a veces, colaborando en pie de igualdad con Pablo, enseñando como 
misioneras itinerantes; se las designa apóstol, diácono, protectora o dirigente. En este 
momento encontramos mujeres en todos los ministerios y responsabilidades eclesiales 
mencionadas. 

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